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JORGE D. ROLÓN LUNA

  ADALBERTO BOGADO: POETA, CUENTISTA Y ENSAYISTA (1965-1999) - Por JORGE ROLÓN LUNA


ADALBERTO BOGADO: POETA, CUENTISTA Y ENSAYISTA (1965-1999) - Por JORGE ROLÓN LUNA
ADALBERTO BOGADO:
 
POETA, CUENTISTA Y ENSAYISTA (1965-1999)
 
Ensayo de JORGE ROLÓN LUNA
 
 
 
 
 
ADALBERTO BOGADO:
POETA, CUENTISTA Y ENSAYISTA(1965-1999)
 
Recuerdo ahora aquel librito de poemas: El amor nunca sucumbe. Ese tempranero lanzamiento marcó para siempre la carrera literaria de Adalberto. Las despiadadas críticas y el inmediato olvido de su poemario le demostraron que hacía falta algo más que saber escribir para ser mínimamente reconocido en el ambiente. Nunca fue un genio, pero en verdad nunca se le perdonó su condición de plebeyo, ni el hecho de no pertenecer a ninguna claque. Pero no escribía mal, y menos aún peor que aquellos que se pavonean como poetas en cuanta tertulia se arma por ahí y que publican puro estiércol con lamentable regularidad. Tampoco era muy arrojado, otro factor que conspiró contra esa cierta dosis de talento que tenía. Después de aquel lanzamiento nunca tuvo el coraje de volver a publicar algo. Le faltó el coraje que les sobra a tantos seudo-poetas y escritorzuchos que pululan por ahí.

Recuerdo también uno de sus frustrados libros, en proceso de culminación cuando recibí su visita. Y ahora que pienso, creo que yo también he sido un poco culpable de esta frustrada carrera. Con singular osadía, Adalberto se propuso inventariar todos los tipos humanos conocidos. Para ello, hizo una larguísima lista de sujetos y sujetas -producto de muchos años de observación- a quienes describió teniendo en cuenta variados y singulares parámetros: su profesión, su constitución física, su origen social, sus preferencias sexuales, su club de fútbol, su partido político, su rol, hasta incluso su situación jurídica. Así aparecían inclusive rarezas como ¡el abogado honesto!, el hijo no pródigo, el policía torturado por su conciencia, el casado feliz, el militar progresista, la quinceañera aún virgen, el ex convicto resocializado, el burócrata existencialista, o personajes típicos como el profesor ignorante, la mujer ingrata, el morocho resentido, el petiso prepotente, el aduanero coimero y así por el estilo, en una mezcla bastante bizarra.

Me entregó un adelanto una tarde de invierno bastante cálida, aunque cuando empecé la lectura, al día siguiente, hacía ya un frío del carajo. Cosas de nuestro maldito clima. Así que me serví un buen trago y comencé a hojear. Llamaron especialmente mi atención dos tipos bastante interesantes: el gordo argel y la puta por vocación. Pensé yo: este Adalberto no dejaba de tener una capacidad de observación hasta admirable. Estaba contribuyendo a disipar dudas ancestrales. Por ejemplo: ¿Todas las putas sólo son putas por necesidad? ¿O a algunas en verdad les gusta el oficio de coger con cualquiera?

En cuanto al primer tipo, sucedió que yo tenía en aquel entonces un vecino gordo particularmente desagradable, hosco y avinagrado, algo no muy común, siendo que los gordos habitualmente se caracterizan por ser todo lo contrario a esta bola de grasa que sólo ofrecía a su esposa y a sus vecinos su sempiterna e inalterable cara de culo. Este gordo siempre me cautivó por esa enorme capacidad para la argelería, aparentemente incompatible con su obesidad. Adalberto inclusive explicaba las razones que llevaban a algunos gordos a ese estado del espíritu.

Debo reconocer que me pareció interesante lo de la puta por vocación. Hacía muy poco, justamente, había tenido la ocasión de plantearme esa cuestión. Iba yo circulando en una de esas noches en las que uno apenas tiene la intención de respirar y rechaza hasta una buena cerveza, cuando me topé con un par de rubias que desde el habitáculo del taxi en el que se desplazaban a los gritos por las calles aburridas de la ciudad me comenzaron a hacer señas. Juro por Dios que yo sólo seguí mi camino, que coincidentemente era el de estas señoritas. En honor a Adalberto la haré corta: el taxista paró, descendió una de ellas y se acercó a mí, que también, ni corto ni perezoso, había estacionado detrás del taxi. Me preguntó si estaba dispuesto a pasar «agradables momentos con tres hermosas mujeres»; le dije que no, que con una me bastaba. Idas y vueltas al taxi, hasta que por fin volvió, con la aprobación del taxista según lo que pude adivinar por los gestos del conductor del vehículo. La importante intervención del taxista -siempre chulo y soplón de vocación- me sacó de dudas momentáneamente: era una puta. Vaya suerte la mía. A pagar otra vez. Se montó rauda y desenvuelta a mi lado sin soltar nunca su cigarrillo ni su lata de cerveza. Profesional.

El taxi partió. A partir de ese momento, la rubia no paró de ofrecerme todo lo que yo o cualquiera podría querer. Yo estaba, como dije, en una de esas noches en que apenas inhalaba aire; entonces sólo le sonreía como respuesta a sus ofrecimientos. Aparte de eso, como rápidamente había supuesto que Marizza -así dijo llamarse- era una puta, me invadió por adelantado el desánimo del que paga. ¿Pero qué ganas de pagar tendría yo si ni siquiera tenía ganas de estar con Pamela Anderson? Fuimos a un motel de tercera categoría, donde por fin pudimos encontrar lugar. Ésta es una ciudad en donde se coge mucho, pensé. Marizza no paraba de preguntarme qué era lo que yo deseaba y yo no paraba de pensar cuánto me cobraría finalmente. Con mi tácito y casi imperceptible asentimiento fue desgranando su arte entre lata y lata de cerveza: strip tease, meneos varios, chupada, hasta que con su siempre presente sonrisa se puso de cuatro invitándome a montarla. A medida que íbamos avanzando, yo esperaba a cada segundo ser detenido e informado acerca del costo de la última parte del acto -en realidad del acto en sí-, como normalmente hacen las putas: ja hechá la nde plata color. Sin embargo, nada, ni mención del tema. ¿Pero, era en realidad una puta?

Después de culminar su labor con eficiencia alemana y ardor sudamericano, le dije que nos largáramos de ahí. Protestó, pero así lo hicimos; dimos vueltas por el centro (quería mirar travestíes), compré más cervezas mientras yo me aburría y ella me relataba con lujo de detalles sus infinitos contactos sexuales. No quería terminar la noche. Yo sólo quería saber cuánto me iba a cobrar para poder ir a dormir. Me hablaba y me hablaba de sexo en medio de constantes ofertas de chupada: que cogía con un primo hermano desde que tenía 19 años por lo menos una vez por semana, que tenía un novio con quien también cogía, que también cogía con una pendeja curepa, que si yo quería podía agregarme a la lista de sus amantes, que le gustaban todas las posiciones; no paraba, parecía gustarle hablar del asunto, y sin dudas, practicarlo. Recibió en uno de esos momentos una extraña llamada: «Sí, sí señora, ya voy, ya voy». «Es mi amiga», me dijo. No hice más preguntas. Parecía estar todo claro, otra vez. ¿Cuánto me va a cobrar? -pensé de nuevo-. Esa llamada sirvió finalmente para convencerla de llevarla a su casa, aunque yo volvía a dudar, pues algo de la historia no me estaba cerrando. Entre protestas me dio la dirección de la casa de una amiga. Llegamos. Ofreció chupármela una vez más y tuve que empujarla para que se baje. Seguía esperando que me pase la cuenta. Nada. Ya se iba y le pregunté por qué no quería que la deje enfrente de la casa de su amiga: «su tía es muy argel», me dijo, y se fue. Yo estaba totalmente desconcertado. Seguí conduciendo y doblé en la esquina, me detuve lentamente después de unos veinte metros y la vi entrar a una casa en cuyo frente estaban unos cuantos tipos empinando sendas latas y recordé el lugar. Era un kilombo de mis tiempos de juventud. Y era nomás una puta... y ni siquiera me habló de dinero...

Definitivamente, Adalberto tenía una intuición muy fina. Sin embargo, no pude con mi genio y le dije en pretendido tono académico después de leer algunas páginas de su manuscrito antropológico, que lo suyo no podía ser una descripción universal de lo humano, como él pretendía, pues solamente se limitaba a describir tipos observados en su vida no muy andariega, pues nunca había salido de Paraguay. Le dije que estaba interesante, pero que era un catálogo muy parcial de los tipos humanos. «Hay culturas y realidades muy diferentes en el mundo y en todo caso, es una descripción de paraguayos y paraguayas», le expuse con aire de cientista social. Se levantó y se fue. A partir de ese encuentro nunca volví a escuchar hablar de aquel catálogo tan interesante.

Recuerdo que otra vez Adalberto se me acercó con un nuevo borrador. Esta vez era un Manual para quienes aman y no son amados. Me dijo que habiendo en el mundo, en todo momento, tanta gente en ese dramático y nada gozoso momento de la vida, ese libro no podía menos que ser un éxito. Una especie de manual de supervivencia. Me dijo que él sabía mucho de eso pues le había sucedido más de una vez y que en ese mismo momento, nuevamente, estaba siendo víctima del desdén de una dama. Después de oír hablar a Adalberto del contenido de la obra, no quise ni tocar el borrador del Manual, pues ¡oh ingrato destino! ¡oh pérfidas hembras!, un asunto similarmente aciago me estaba tocando de cerca en ese momento de mi vida, así que huí despavorido hacia cualquier bar dejando plantado a nuestro autor. Al rato estaba echándome el tercer gin tonic al buche. Creo hoy que Adalberto mal interpretó mi huida apresurada. Tampoco volví a oír hablar de aquel Manual.

¡Y cómo no recordar aquel poema! ¿Cómo olvidarlo? ¡Recuerdo cómo explotó en mi cerebro, cómo laceró mi piel, cómo achicharró mi alma, cómo desgarró mis entrañas, cómo hizo añicos mi pobre ser! ¡Malditos poetas!

Nos encontramos, para variar, como dos pedistas que éramos, en un bar. Lo leí rápidamente, y sólo atiné a toser violentamente para no atragantarme con el cigarrillo que tenía entre mis dedos. Luego permanecí largos minutos en el más absoluto silencio:
 

FUGACIDAD Y FUGA
(Versión retocada del original)

El Túnel,
Tiempos... nadie sabe cuánto,
Me hundí en él
luces lejanas, esquivas
Yo temblando y luego -¿cuándo?
Tu semblante -¿anhelante?
Es la paz que me rodea, envuelve,
estremece, moja,
y... enciende el Túnel
Ahora te escurres
y todo se va apagando, enfriando -¿y aquietando?
Te veo tornada, alejándote,
sólo me sonríes interminablemente
y... ¿desapareces?
 
AS/30/ (dawn) 07/96.
 
 
Otra vez Adalberto había metido su puño en mi llaga. Supongo que pensó que no le dije nada porque su poema era horrible. Se retiró en silencio. Y yo permanecí con el rostro estuporoso hasta que apareció el mozo. Pagué también su cerveza y me largué.

Luego de esos sucesos Adalberto se cuidó de no mostrarme nada más, ni siquiera algún refrán escrito por él. Supe posteriormente que el porfiado y prolífico Adalberto siguió escribiendo y bebiendo incansablemente. Los perros me hacían llegar de tanto en tanto manuscritos que llegaban hasta ellos, ya no hasta mí. Me enteré así que intentó pergeñar y pergeñó otras obras que nunca vieron la luz:

 
Repentino como el viento del sur; La vida no alcanza; La esperanza es de los otros [Tributo a Franz Kafka]; Amor, al menos mírame; Versos sombríos [Tributo a Samuel Beckett]; Los sufrientes intersticios de mi alma; ¿Por qué a mí?  (Poemarios)

Relatos sin importancia; Relatos de mi estepa [Tributo a Herman Hesse]; Cuentos del fin de mi noche [Tributo a Louis Ferdinand Céline]; Cuentos que nadie leerá. (Cuentos)

Acerca de la corrupción y los corruptos; El Tercer Mundo ya perdió para siempre; No somos viables. (Ensayos políticos)

Si me hubieran preguntado, no hubiera aceptado nacer [Tributo a Emile Cioran]; Acerca del ser, el devenir, la nada, el todo, la existencia inconsistente, la inutilidad del amor, las muertes y el hombre del tercer milenio. (Ensayos filosóficos)

Recuerdo que Adalberto amaba la vida, amaba la literatura, amaba los gatos, amaba los bares, amaba a las mujeres. Recuerdo que sólo fue correspondido por los gatos y los bares. Ahora que tenía aquella sórdida página del diario delante de mis ojos no podía creerlo. Adalberto estaba muerto. Únicamente participaba una tía seguramente vieja. Y nadie más. Claro, tenía una avanzada cirrosis, eso debió haber sido. Pensé en hospitales, médicos, enfermeras, soledades, inyecciones, bacinicas, palanganas, mierda en los pañales, dolores, nada de eso le habrá faltado. O tal vez se libró de ese vil ensañamiento de la vida y se suicidó. Ojalá.

Por las dudas, me empezaré a cuidar con el trago a partir de este momento. También juro que encontraré esos manuscritos y los haré publicar aunque él hubiera puesto en su testamento que lo prohibía terminantemente. Si el pobre hizo testamento de seguro así lo habrá deseado. No me importará, pues quien escribe no lo hace para sí únicamente. Ésa es una gran mentira, si alguno osa decirla. Sé que Adalberto hubiera querido ver todas sus palabras aguardar anhelantes encerradas en forma de libro. Tal vez hasta me haga famoso por rescatar del olvido y la mezquindad la obra de Adalberto. Quién sabe.

Post Scriptum: Gracias a Fernando S. F., otro compañero de taberna, este poema de Adalberto llegó a mis manos:
 

YO AMO
Amo deprimirme
amo regocijarme infinitamente;
amo amar un cuerpo
amo masturbarme;
amo embriagarme 
amo mi constante sobriedad;
amo mi lucidez
amo mi indomable estupidez;
amo vivir
y a veces sólo quiero morir; 
odio a quien amo
y amo a mis enemigos porque no podría vivir sin ellos;
amo leer
pero amaría aún más que me lean
porque sobre todo odio el olvido. 

A. B.AS/22/03/97

Después de leer este poema ya no tengo dudas. Debo desenterrar a Adalberto.
 
 
 
 
Fuente:
NOCHE DE LUNA NEGRA Y OTROS RELATOS
Autor:
JORGE D. ROLÓN LUNA
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
N. sobre edición original: Edición digital basada en la de
[Asunción (Paraguay)], Editorial Arandura, 2000.
 
 
 
 
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