Portal Guaraní - Bernardo Krasniansky - Obras

Artista visual Bernardo Krasniansky (1951-2021).
Compartimos con ustedes el texto de presentación de Fernando Moure.

1989: Memoria para el presente Collages de Bernardo Krasniansky

Bernardo Krasniansky es una figura clave del desarrollo artístico contemporáneo del Paraguay y América latina. Una carrera de más de cincuenta años dedicada a cultivar la expresión del dibujo, la pintura, el collage, la instalación y en sus primeros tiempos, también el video y la performance.

Autor de un original discurso energizado por las tensiones dialécticas entre la pintura y la fotografía, las rutas de la historia del arte y los cambios técnicos de la imagen, Krasniansky confirma el pulso de la cultura visual del post-modernismo. Como pionero en la tradición del foto-conceptualismo, su obra analiza, desarrolla y, en última instancia es testigo de esta relación entrecruzada.

La obra gráfica y los collages fechados entre 1988 y 1989 que presentamos en esta pequeña muestra constituyen las pruebas de la construcción de un mundo en transformación, evocando relatos y mitologías universales. Básicamente, esto supone nivelar este trabajo con una narración contextual de estos tiempos no tan lejanos, con la transmisión de cierta memoria que (con)forma nuestro mundo. Relatando escenas concretas que funden la representación corporal, la geometría y elementos aleatorios, la observación de un collage suyo certifica las huellas simbólicas de un espacio-tiempo en transformación.

Estar en el mundo, por tanto, siempre supone entrar en contacto con la historia y la memoria, con la conciencia de habitar el planeta con otras culturas y otras especies. Vivimos en un mundo diseñado en la diversidad que atraviesa a los humanos, a todos los animales, plantas y micro-organismos, con todas nuestras concordancias y oposiciones. Esta comprensión invariablemente señala algunas deficiencias del pensamiento político y económico que tiende a unificar y simplificar linealmente en esencias o unidades.

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Establecer una narrativa, expandir un meta-lenguaje sobre la obra de los artistas es lo que se espera de los críticos y curadores de arte. En este sentido, confirmar estos tiempos de ejecución, viajar de nuevo a 1989 cuando Krasniansky encaraba esta empresa visual es entonces el desafío de este análisis.

El ‘89 fue un año que marca un giro en la historia del mundo y del Paraguay, por las tensiones y revoluciones que determinaron la disolución del Telón de Acero en Europa del Este, la caída del Muro de Berlin, el ocaso de la Union Sovietica, o el fin de dictadura de treinta y cinco años del general Stroessner que nos llevaría a esta larga transición a la democracia. Entre todos estos hechos, hoy vistos como símbolos de la Guerra Fría, caben aún más efemérides que conviene traer a estas líneas: el triunfo del “No” en el plebiscito que retiró a Pinochet del gobierno en Chile, la primera elección presidencial brasileña en tres décadas, el desmantelarse el sistema de segregación racial en Sudáfrica, la represión de las protestas en la Plaza de Tiananmen de Pekin, o la creación de la Internet, así como hoy la conocemos.

Por eso esta obra gráfica nos hace descorrer el velo del recuerdo, agitando la inercia del olvido de tres décadas, para así sumergir al lector en una ficción de esos tiempos y lugares; a la cual se anteponen narrativas subjetivas, una en la que se inscribe firme la identidad individual y colectiva. Quizás operando como contrapeso crítico a la historia cultural y política, estos márgenes de imaginación creados por el artista desestabilizan los postulados de un relato lineal, de una armonía preestablecida, poniendo en entredicho el relato fantasioso de toda historia: no hay equilibrio eterno sino negociaciones permanentes entre lo particular y lo universal.

La revolución política, social y cultural de lo que dio en llamarse el fin del milenio, y que planetariamente y en la región sudamericana sellara a fuego el año 1989 se infiltra figuradamente, sugiriéndose en las aristas parciales, en secciones anatómicas de los efigiados (rostro y manos) En el supuesto que estas piezas funcionaran hoy como relicarios vivos, a modo de arqueologías para el presente, podrían indicar cierta temperatura, levantar las marcas de un mapa inestable, como un movimiento de reacción a un mundo que ha cambiado, y mucho.

MÚLTIPLES FORMAS

La misma actividad del arte, en tránsito entre lo real y lo simbólico, o los movimientos migratorios de nuestro artista, entre Asunción y el Brasil, podrían explicar cierto regusto por el trabajo fragmentado, iconoclasta, uno que cose diferentes temas y épocas. El pliegue o el repliegue de planos, la veladura o el cierre de figuras con campos de color que se aprecian en estas obras son, como en el mundo físico, fenómenos de reacción que desvelan una semiótica complementaria al relato central. Es decir, las estrategias y decisiones formales de Krasniansky establecen peripecias y puntos de giro paralelos ante la tarea de representar un tiempo y espacio cruciales.

En estos trabajos se desmiente también el supuesto de la identidad fija, al ser la creación y la misma vida un objeto de negociación infinita. Desde el punto de vista del arte, o bien desde argumentos científicos de la biología, la noción de "identidad autóctona" no tiene sentido, poniendo en entredicho la relación entre el individuo y el territorio, que supuestamente se decide una sola vez en la vida, es decir, al nacer.
Como todos los seres vivientes, los humanos solo podemos crecer y movernos, y este flujo señala sobre a todo los artistas: sus ideas y formas son las más móviles de la Tierra. Cualquier artista está hecho para arrojar lejos a su propia descendencia, es decir, la pro-ducción de sus obras de arte. La obra es como una semilla que puede expandirse fértil-mente y viajar kilómetros del atelier/estudio.
Ahora bien, la historia no es una sustancia eterna, sino la metamorfosis de otras historias. Cada cultura tiene rastros de otras culturas; América latina solo puede ser entendida como fermento europeo, árabe, judío, asiático asentado sobre culturas originarias. El artista entiende que sólo se puede construir esta dimensión visual a partir de la exposición de uno mismo y de lo íntimo, pensando el arte como espacio universal y público por excelencia, una alquimia entre la subjetividad y la realidad.

La intuición del artista es fuerte: busca crear las formas complejas en un mundo marcado cada vez más por la movilidad, por nuevos vínculos que ya no son espaciales o políticos. Pensador del vínculo físico y metafísico de la diversidad humana, Bernardo Krasniansky traza un mapa capilar que une Eurasia y América, inserta la geometría del espacio emplazando en ella el recuerdo de otros cuerpos, otras realidades.

Creando con papel y pincel; copiando y componiendo fotografías o elementos, Krasniansky construye un bricollage pionero; fiel a su tiempo y curiosidad, su interés integra medios de reproducción analógicos y digitales. En este sentido, la repetición en varias de estas obras de la figura de la mano, es capaz de describir el carácter poético de la autoría, de señalar el lugar del artista en el mundo.

Una obra que es tránsito de copias o espejos que copian a otros espejos, o el bucle sin fin de un atento observador del laberinto de la cultura humana. Un asombroso ensamble del pasado y el presente desplegado ante los ojos del lector invitando a un viaje a lugares y momentos, datados y dictados desde el año 1989.

La contemplación de los collages de Bernardo Krasniansky nos confirma la opción por el cruce, el cambio y la transformación; su gran lección visual y epistémica seria mostrarnos un camino posible, uno con salidas de emergencia y plataformas para la fuga. El artista nos ha dejado hace unos meses; su lección de vida y trabajo o la exposición a cambios radicales y fascinantes iluminan a quienes seguimos la estela de su legado.

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