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OLGA BILBAO CUEVAS

  RAMAS DE UN MISMO ÁRBOL, 2011 - Por OLGA BILBAO CUEVAS


RAMAS DE UN MISMO ÁRBOL, 2011 - Por OLGA BILBAO CUEVAS

RAMAS DE UN MISMO ÁRBOL

Por OLGA BILBAO CUEVAS

 

Ilustraciones de SVETLANA VIETSKY

ZADA Ediciones

Asunción – Paraguay

Octubre del 2011 (105 páginas)

 

 

PRÓLOGO

 

         OLGA BILBAO CUEVAS nació en Bella Vista Norte. Desde muy joven tuvo inclinaciones por las letras aunque circunstancias de la vida le hicieron postergar por muchos años este deseo.

         Su narrativa ágil y llena de colorido nos da una pincelada certera de nuestra realidad.

         Se ven muy bien retratados figuras de nuestro entorno, que la autora describe con singular gracia y maestría.

         Los capítulos de la obra están entrelazados en un tronco común por lo que el título puntualiza muy bien el contenido del escrito.

         El texto posee entretenidas y expresivas narraciones, llenas de encanto y diafanidad.

 

         Feliciano Acosta

         Julio de 2011

 

 

 

CAPÍTULO I

 

         El calor que había sobrado del atardecer era como un manto atrevido que envolvía a todos sin respetar intimidades, penetraba por todo el cuerpo hasta llegar al pensamiento. Las calles de Asunción se debatían, a las siete de la noche, en una confusión mayúscula de humos, baches y sofocos.

         Por todas partes, gente apresurada llevaba consigo la fatiga del trabajo o la promesa de una aventura secreta o quizás, la ansiedad de un joven por saborear en el silencio de su cuarto un sueño recién estrenado.

         Mariel se acomodó la falda y miró un tanto fastidiada, si venía o no el colectivo que debería tomar. Estaba retrasada para la reunión a la que fuera invitada. Por fin, a las cansadas llegó el bus. No más ver el rostro de las personas que asomaban por la ventanilla para comprender que el transporte venía cargado de malhumor, fastidio e intolerancia.

         Ella estaba estrenando calzado. Le habían regalado un par de hermosos zapatos, lastimosamente eran de un calce mayor al de ella por lo que se veía en la obligación de caminar, a lo pato, cuidando muy bien de que no se le salieran de los pies.

         Como estaba apurada, intentó subir rápidamente los escalones del bus y entonces, oh, fatalidad, un lado de la sandalia se deslizó al asfalto y fue a parar debajo del ómnibus. Gritó al chofer que esperara un momento hasta recuperar el calzado, con tanta mala suerte que por más que lo buscaba no lo podía encontrar.

         Al punto, tres niños estudiantes de primaria, traviesos y voluntariosos se bajaron en banda a ofrecerle su ayuda en la búsqueda y sin esperar respuesta, ante su propio asombro, se introdujeron bajo el colectivo.

         Los demás pasajeros, sin ver a los jóvenes pedían enérgicamente al chofer que siguiera el viaje cumpliendo con el horario preestablecido. Mariel explicaba a la gente que había tres niños bajo el bus por lo que era imposible moverse.

         El chofer se acomodó tranquilamente en su asiento y se dispuso a hablar por su celular.

         En ese intermedio, aprovechando el paro obligatorio, subieron al colectivo, los vendedores de lotería, los vendedores de gaseosas y los trágicos mendicantes.

         Todos entretuvieron a los nerviosos pasajeros y hubo un activo negocio de compra - venta.

         No faltaron tampoco, al final, dos guitarristas quienes, debido a la quietud del transporte pudieron ejecutar sus instrumentos, sin un fa de más. Sin malabarismos para equilibrarse como en otras ocasiones. Como el ómnibus ya estaba parado un cierto tiempo, llamó la atención del policía de tránsito. Éste llegó a averiguar por qué no circulaba. Se dirigió al chofer y lo encaró. El volante concentrado en su charla, solo atinó a pasarle 20.000 Gs.

         El agente concluyó que la respuesta era correcta y se retiró satisfecho.

         Una señora de blusa amarilla se quejó al vendedor de gaseosas por haberle dado una botella caliente y exigía una gaseosa fría.

         Dos muchachitas cantaron a dúo, una canción religiosa y a continuación informaron a la poco atenta audiencia que tenían una abuelita enferma en Caacupé y cuya vida dependía de ellas, así que, por favor, colaboren y muchas gracias y que Dios los bendiga.

         El calor empezó a alterar de nuevo los adormilados ánimos y el murmullo de protesta fue elevándose. Al quedar nuevamente vacío de vendedores el bus, los pasajeros tomaron conciencia de la situación y decidieron bajar del ómnibus, previa devolución del pasaje. Ante esta contingencia el chofer dejó su celular y trató de calmar los ánimos.

         La situación ya era insostenible, Mariel decidió olvidar su fiesta, sus sandalias y dejar que el ómnibus continuara su recorrido.

         Se arrodilló en el asfalto e inclinando la cabeza bajo el bus, pidió a sus intrépidos buscadores que abandonaran el intento y subieran al vehículo ya que el chofer estaba enfrentando un verdadero amotinamiento de airados ciudadanos que le reclamaban su boleta. Solo escuchar este pedido hizo que uno de los niños exclamara: lo encontré! Lo encontré!

         Salieron los tres, con la perdida sandalia uno de ellos, con las manos manchadas de negro y alegría los otros.

         Tanto fue el bullicio que metieron de vuelta en el ómnibus estos improvisados exploradores del asfalto que los pasajeros, padres al fin, al comprobar que el zapato fue perdido y hallado bajo el camión de todos modos y que la espera no fue en vano, olvidaron su enojo y así, se continuó con el itinerario.

         Mariel llegó nerviosa a su reunión pero el amplio jardín con luces tenues y la suave brisa que rozaba su piel la hizo serenarse y la predispuso para una noche grata y entretenida. Sentada cómodamente, observaba al grupo de personas que entre risas y copas daban el marco festivo al evento sin que nadie pudiera imaginar, ni por asomo, las peripecias por la que tuvo que pasar para poder hacer presencia en esta reunión.

         Festejaban un acontecimiento íntimo del cual ella solo tuvo noticias unos días antes y al cual fue invitada casi por compromiso. Sin embargo, esto no fue óbice para que ella aceptara entusiasmada el convite y allí estaba.

         Pero, al transcurrir las horas, mezcladas con la música, las risas, las conversaciones sueltas, le llegaba al entendimiento un no sé qué de cosa rancia sin airear y eso que estaba rodeada de finas damas y caballeros galantes. Todos parecían felices dentro de sus propias rejas.

         A pesar de la calidez humana del grupo que se divertía, ella se sentía excluida. Era evidente que no pertenecía a ese círculo.

         Comprendió que no comulgaba con las ideas y valores que manifestaban en sus temas de conversación todos los integrantes de la reunión.

         A pesar de ser ella, mujer de mente abierta y corazón generoso, le incomodaba sobremanera la actitud de las personas que se encasillan en un carril de creencias y solamente desde ese sendero marcado tienen una visión de la vida, sin siquiera considerar otras perspectivas.

         Caminando discretamente, a lo pato, salió sin despedirse de nadie de la elegante reunión.

         En realidad la verdadera fiesta fue la que se llevó a cabo en el bus, se consoló risueña Mariel.

 

 

CAPÍTULO II

 

         El padre Rodrigo acomodó los papeles dispersos sobre el escritorio de su oficina. Sus manos huesudas de largos dedos se movían diligentes a pesar del estado de ausencia en el que se encontraba.

         Siempre caía en esta situación cuando se cuestionaba cómo y por qué había llegado a ocupar el cargo de Administrador General de esa Parroquia. Lo único claro era que se lo habían ofrecido y él lo había aceptado.

         No llegaba a percibir en realidad que más se esperaba que él hiciera. Aparte del catastrófico estado financiero de la Iglesia y la cada vez menor concurrencia de fieles, que eran problemas afines a otras parroquias, él no encontraba explicación al hecho de haber sido el elegido entre otros candidatos más capaces y experimentados.

         Durante su sacerdocio, no ocupó su tiempo en ilustrarse mediante Estudios Teológicos en los misterios de su religión sino que se dedicó plenamente a practicar las doctrinas del Maestro y en eso centró su vida evangélica.

         Veía y compartía la vida del cristiano desde el punto de vista del creyente y no desde la visión que se impartía desde el púlpito, los domingos.

         Para su modesto entender, el Padre celestial no debería quedar atrincherado dentro de las Iglesias con horario de acceso para glorificarlo, sino que ese Dios debería llegar y anidar en los hogares de sus fíeles para que su presencia a nivel de conciencia creara una unión espontánea y cotidiana.

         Amaba a sus parroquianos y se empeñaba en no cometer el error de darles soluciones económicas a sus problemas espirituales ni tampoco rezos y oraciones si el conflicto era de carácter financiero.

         Pero este hombre de Dios como cualquier ser humano, también tenía sus propios laberintos dentro del alma. A pesar de que siempre daba luz a sus confusos, ensombrecidos y descreídos feligreses, él a su vez se sentía, en más de una ocasión, aguijoneado por recurrentes dardos de inquietantes dudas.

         Se preguntaba, a veces, por qué al dar consejo sobre el valor divino del perdón, sentía una desazón inexplicable.

         Por qué esa libertad de cuestionarse continuamente verdades y preceptos milenarios de la Iglesia.

         Sí, se sentía feliz y satisfecho con su vida sacerdotal, pero por qué esa paradoja del descreimiento insidioso hacia su Iglesia que se filtraba en su pensamiento.

         Después de que su atribulado espíritu sintiese alivio de la tensión interior que le produjera el diálogo esencial, se santiguó apacible y retirándose del templo fue a sus aposentos.

 

 

CAPÍTULO III

 

         Era viernes por la noche. Según costumbre asuncena, era noche de fiestas y jolgorio. Noche de compartir con amigos.

         Padre Rodrigo suspiró y se dijo que no le vendría mal sumergirse en un aire alegre y participar de una amena reunión. Decidió asistir a un encuentro social al que le habían invitado las damas de la parroquia.

         Llegó saludando a sus conocidos y se ubicó en el salón. Muy pronto estuvo rodeado de risas, música y gente de buen humor. Sus escasos recursos no le permitían deleitarse a menudo con los manjares que las adolescentes, empujadas por sus madres, le ofrecían a mansalva.

         Padre Rodrigo era fundamentalmente un hombre bueno, pero era hombre al fin y en esa tesitura, echó una ojeada discreta por todo el salón, a las mujeres bonitas que le sonreían con sumo encanto y confianza.

         Luego de su inspección mujeril, se sintió satisfecho y fue a conversar con Mariel sobre el próximo día de clausura de los estudios de música.

         El ambiente fue llenándose poco a poco de música irrespirable, de altísimo volumen y jóvenes electrizados con el ritmo que ya no permitían una conversación normal.

         Mariel, Padre Rodrigo y otros se replegaron resignados hacia los bordes del salón y no hicieron más que beber y mirar a los representantes del futuro.

         De pronto, como saliendo de un acorde musical y de espirales de humo, hizo su aparición en el salón, una hermosa morena. Llevaba sobre el cuello esbelto, una airosa cabellera toda rizada y brillante. Caminó sinuosamente sobre sus altos tacos y fue echando lánguidas miradas aquí y allá como buscando a alguien.

         Envuelta con un vestido carmesí, el escote generoso casi llegando a la cintura, hacía que sus firmes senos quedaran mitad fuera, mitad dentro. La admiración que producía a su paso era el del campo de trigo bajo un soplo de viento.

         Caminó entre la gente y luego de ubicar a Padre Rodrigo, dirigió hacia él sus baterías. Le sonrió zalamera y le explicó que era nueva en el barrio y que le encantaría hacer amistades.

         Continuó informándose sobre el barrio sin dejar de sonreír al Padre Rodrigo, intensificando la mirada. El cura contestó sereno a todas sus preguntas.

         Mirándola directamente a los ojos, ni una sola vez desvió la mirada.

         El sostuvo la visual hasta que la mujer comprobó que sus turgentes senos no tentaban al clérigo. Se fue, se esfumó así como había venido.

         Padre Rodrigo no podría jurarlo pero le dio la impresión de que tras la mujer que se había retirado, quedó un cierto tufillo a azufre.

 

 

CAPÍTULO IV

 

         El club del barrio estaba reluciente de rostros radiantes.

         Padres, alumnos, profesores se movían serios y apresurados, dispuestos a que el evento resultase lo mejor posible.

         Culminaba un año de estudios en la Academia de Música y los educandos ofrecerían una muestra de sus habilidades y talentos en un despliegue de ejecuciones.

         Del otro lado del ajetreado grupo, estaba el público que expectante e interesado, seguía con atención los pormenores de los últimos arreglos.

         Padre Rodrigo se sentía un tanto nervioso ya que uno de sus monaguillos, Federico, actuaría con el violín, por primera vez, ante un público tan numeroso.

         Contra todos sus temores, el acontecimiento fue exitoso.

         Una vez finalizado el concierto que dio lugar al lucimiento de cada uno de los alumnos en las distintas modalidades de instrumentos musicales, se reunieron padres, hermanos, familiares y amigos en general para comentar el desenvolvimiento en el escenario, de sus artistas en particular.

         Solitario en el tumulto, Federico acomodó con cuidado su violín, en el estuche.

         Todos saludaban, cada quien a sus conocidos. Se felicitaban mutuamente e intercambiaban pareceres sobre las técnicas empleadas por los diferentes alumnos.

         Se formó un público compacto alrededor de un crítico de arte que pontificaba muy convencido: Han escuchado al solista del violín?

         Un silencio fue la respuesta de los padres, mientras trataban de ubicar en la memoria al desconocido solista.

         Un verdadero talento, qué promesa; habría que incentivarlo y apoyarlo de cualquier forma - concluyó el experto.

         El corazón de Federico dio un vuelco, indudablemente estaba hablando de él. Él fue el único solista de violín de la noche. Huérfano de amigos y cariño, encontraba, por fin, un alma que apreciaba de verdad sus virtudes artísticas y además estaba dispuesto a ayudarlo.

         Qué pena que sus padres estuvieran tan lejos y no pudieran acompañarlo en este crucial momento de su vida. Su hermana tampoco pudo estar presente debido a sus múltiples ocupaciones en Ciudad del Este.

         Salvo Padre Rodrigo, no había nadie más que se ocupara de él en esta reunión. Aunque eso ya no sería así, pensó Federico, ahora, había un experto en música que había valorado su talento y lo respaldaría.

         Trató de acercarse al crítico de arte pero sus doce años y la marea de gente lo arrastró hacia un rincón del salón donde quedó resignado hasta que en una vuelta del remolino humano topó de frente con el experto de marras.

         Sonriendo plenamente, Federico le dijo:

         - Sí, soy yo, el solista del violín.

         - El solista de quien Usted hablara tan bien. Tuvo que enfatizar al ver el poco interés en los ojos del hombre.

         El interpelado lo miró distraídamente, ni hizo esfuerzo alguno por reconocerlo ni por seguir escuchándolo. Se llevó el cigarrillo a los labios, giró sin más hacia otro lado.

         Así de simple.

         Federico quedó pasmado. Con su corta edad no comprendía qué había pasado. Se sintió burlado, engañado. Apretó su violín al pecho y corrió, abriéndose paso hacia Padre Rodrigo.

         Necesitaba que el cura le explicara por qué las personas mayores actuaban de esa manera. Por qué en tan poco tiempo se iban de un elogio entusiasmado a una indiferencia absoluta.

         Qué cruel desencanto aprendía de la vida. Por lo visto no siempre es real lo que creemos percibir. El pensó ingenuamente que el crítico se había fascinado con él y que en verdad lo ayudaría en su carrera artística.

         Abrazó anegado en llanto al Padre Rodrigo y protesto:

         - No me reconoció, no me reconoció el que tanto me alabó, que tanto me ensalzó - continuó.

         - No te asombres, Federico, para él, solo fuiste parte de su discurso. Nunca te vio como una persona decía con todo el dolor del alma el cura párroco.

         - Nunca fui nadie para él - moqueaba inconsolable el niño.

         Luego de agotar completamente su caudal de lágrimas a través del llanto, se calmó al fin y mirando al Padre Rodrigo directamente a los ojos dijo:

         - Quiero comer un sándwich

         El llamado vital de la supervivencia afloró en medio de todo el conflicto y el clérigo, conocedor de los niños, vio en esta oportunidad una excelente forma para pasar al olvido el mal rato sufrido. Saliendo de la reunión lo acompañó a un local cercano al Club, lleno de ruidos y gente joven. Dejó que se hartara de comida chatarra.

         A la noche, ya acostado, Federico hizo un recuento del día. Entre el desaire del desalmado crítico por un lado y la panzada increíble que le permitió Padre Rodrigo, concluyó que a pesar de todo, la vida continúa.

 

 

CAPÍTULO V

 

         En la Comunidad Indígena "Colonia 14 San Loewen" de la etnia Henlhet o Lengua, viven más o menos 98 familias, dispersas en pequeñas casas de material y distanciadas unas de otras lo suficiente como para resguardar la intimidad. Está a poca distancia de Filadelfia, ciudad del Alto Chaco.

         En una de esas casitas recibió a Mariel, su amiga Alicia, a quien había conocido en oportunidad del IV Foro Social Ameritas.

         Mariel estaba pasando por un serio conflicto afectivo y era su amiga, serena y tranquila, la única que podría ayudarla en su difícil trance ya que ésta poseía un enfoque mucho más espiritual y amplio que sus demás amigas de Asunción.

         Caminaron por la aldea y Alicia le narraba sobre las vicisitudes que pasaban para conseguir uniformes para los niños de la escuela. También le sugería a Mariel, que se interesara por los productos artesanales que ellas elaboraban con mucho entusiasmo.

         A medida que Mariel se compenetraba con los problemas cotidianos a flor de tierra de su amiga Alicia, se daba cuenta que en realidad, los suyos eran solo conflictos de salón sin relevancia alguna.

         Quedó con su amiga tres días y volvió a Asunción totalmente renovada y con una nueva visión diferente de las cosas que realmente importan ser solucionadas.

 






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