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CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

  FUNDACIÓN DEL COLEGIO DE SAN JOSÉ - Por CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS


FUNDACIÓN DEL COLEGIO DE SAN JOSÉ - Por CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

FUNDACIÓN DEL COLEGIO DE SAN JOSÉ

CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

 

PRÓLOGO

 

            La historia del Colegio de San José es harto compleja. Los que ahora gozan de él porque allí se educan, los que recuerdan su vida colegial, los que en él nos afanamos en seguir huellas casi centenarias, o sencillamente cantamos lo ven actuar, ignoran las dificultades del comienzo: las trabas que surgían ante las ansias de Monseñor Juan Sinforiano Bogarín, su propulsor; las dificultades de instalación, los sinsabores de los primeros tiempos.

            Entonces, aún con la manifiesta buena voluntad de un grupo selecto del clero y del laicado, se desató, por mil modos insidios, una animosidad que pretendía echar por tierra tan benéfica obra. Hombres y circunstancias han ido pasando. Muchos han reconocido más tarde sus errores.

            Nadie queda de aquellos heroicos comienzos. Sé han perdido irreparablemente, testigos, sacerdotes o alumnos que hubieron podido aportar el documento, el recuerdo preciso y preciosa para esta historia. Permanecen, sí, de años posteriores, dignas personas, distinguidos ex-alumnos qué añoran aquellos años. Ellos nos ayudan con sus vivencias.

            Sí guardamos, como un tesoro, el cuaderno un poco ajado en que uno de los fundadores, el R. P. Juan Lhoste, consiguió, minuciosa y galanamente, los pormenores de los cuatro primeros años.

            Obra en nuestros archivos la extensa carta emocionada de Monseñor Juan Sinforiano Bogarín, único obispo, entonces, de todo el Paraguay. Y de nuestro Archivo de Roma tenemos correspondencia del Vaticano con el Superior General de autores. Poseemos relatos y cartas sobre la figura de algunos sacerdotes; muy particularmente sobre el "santo" Padre Cestac, el recordado P. Saubatte. E.I P. Pucheu escribió la historia de "Una familia paraguaya" la de Da. Carlota Palmerola, unida a la fundación.

            Corre entre nosotros, profesores de la casa o laicos, entre los miles de ex-alumnos un gran repertorio de fioretti, y, ¿por qué no decirlo? de hechos y dichos de toda laya, desde la travesura infantil, hasta la tropelía ampliamente exagerada en que el "héroe" se magnifica.

            También nos resultaron valiosísimas las crónicas que fueron apareciendo con motivo de las diversas "bodas": las de 25, 40, 50 y 75, de la revista "La Estrella".

            Si ochenta y seis años en la vida del hombre son muchos, en la vida de una Institución que perdura y se agranda pueden ser pocos -¡Dios lo quiera!- pero cargados ya de historia que debe ser valorada, juzgada. No negamos a nadie el derecho de hacerlo, y, si quiere, de poner en evidencia sus errores y sombras. Sin olvidarlos por completo, nosotros empezamos esta historia con amor y simpatía. Nos avalan 50 años de convivencia con este querido Colegio y nos urge el deber de no dejar pasar más tiempo sin que el San José, el todo San José, se incorpore, por escrito, a la historia del Paraguay.  

 

ANTECEDENTES DE LA FUNDACIÓN

 

1. UN ADELANTADO: EL P. FRANCISCO LAPHITZ

             Después de la guerra grande, la Iglesia paraguaya también quedó postrada. Asesinado el Obispo Palacios, desaparecidos en 5 años 86 sacerdotes (1); quedaban reducidos a unos 30. Además, desde 1865 se había dispuesto que todo el Paraguay, en lo eclesiástico, dependiera del Arzobispado de Buenos Aires. Sin contar con que después de la guerra era Brasil quien pretendía la jurisdicción.

            Por muy teológicamente que se examine el problema, hay que reconocer que la dignidad nacional quedaba menguada. Hubo un sacerdote que no aceptó la situación, el célebre y discutido -por voluble, tal vez- Padre Fidel Maíz. Se constituyó, per sé, en autoridad eclesiástica y manejó, como pudo y bien le pareció, la Iglesia paraguaya.

            Diez años después, la situación creaba inquietudes en Buenos Aires y Roma. El delegado de su Santidad, Monseñor Di Prieto, decidió resolver el Problema. Solicitó del Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros algunos eclesiásticos que le acompañaran al Paraguay. Este designa una pequeña delegación compuesta por Monseñor Espinoza, el Pbro. Alvarez entonces Vicario General y el Padre Francisco Laphitz, de los Padres "Bayoneses".

            En Asunción fueron, en general, bien recibidos, por su prudencia, su simpatía y la gran comprensión que manifestaron hacia el P. Maíz. Su empeño, no fue, sin embargo, ni fácil ni rápido. Corrían los años 1878, 1979.

            El P. Fidel Maíz terminó retractándose y acudió a Roma para ser absuelto de sus censuras. Siguió siendo un excelente sacerdote que dedicó su vida cultural y apostólica al pueblo de Arroyos y Esteros donde falleció.

            Un sacerdote betharramita, paraguayo, el P. Sosa, con los feligreses del pueblo; cuidó de su tumba, donde colocó una hermosa placa recordatoria.

            El P. Francisco Laphitz fue, decimos, miembro de la comisión eclesiástica que desde Buenos Aires llegó a Asunción. Era betharramita, infatigable apóstol por donde quiera pasó. A él se debe la construcción de la Iglesia del Cerro (Montevideo). Su labor fue sobre todo abundante y fructífera en Montevideo y Buenos Aires. La Iglesia de San Juan fue su centro de acción. Fundó la Asociación para la Propagación de la fe y difundió los centros catequísticos por toda la ciudad.

            Nacido en Arizcum (Navarra) el 29 de setiembre de 1832. Ingresó en la Congregación en 1867 y fue destinado a América en 1875. En Buenos Aires tenía parientes; uno de ellos el conocido Falucho. Escribió en vasco las vidas de San Ignacio y de San Francisco Javier y fue el primero que escribió en castellano, adoptándo la del P. Bourdenne, la vida de San Miguel Garicoits: "El venerable Miguel Garicoits".

            La envergadura cultural y religiosa del P. Laphitz era reconocida en toda Argentina. Así no fue casualidad su elección para la delicada misión del problema eclesiástico de Asunción. El P. Laphitz se compenetró enseguida con el problema, tanto nacional como religioso, y se grangeó las simpatías de clericós y gobernantes. En los mil pormenores del espinoso asunto se hablaba de una autoridad episcopal para el Paraguay, independiente de Buenos Aires.

            Y el nombre que surgía, insistentemente, era el del extraordinario betharramita P. Laphitz. Seguramente el entusiasmo iba más allá de las conveniencias. El P. Laphitz, modestamente, declinó el cargo y la comisión, regresó a Buenos Aires, solucionado el cisma Betharram ya había entrado en Paraguay, pero, aunque gloriosamente, de modo transitorio.

            Sería consagrado Obispo del Paraguay, Monseñor Pedro Juan Aponte, en 1879. Le sucede el que resultaba el más joven de los Obispos, tenía 31 años, Juan Sinforiano Bogarín, designado en 1894, por el Papa León XIII.

 

2. APUROS Y EMPEÑO DE UN JOVEN OBISPO

             En medio de su emoción episcopal, lo primero que sacudió los ánimos del joven obispo Bogarín fue la gran desolación eclesiástica de su país. Nacido en Mbuyapey, paraguayo de pura cepa, inteligente, chispeante, adoptó como lema de su escudo episcopal: "pro aris et focis" -por la iglesia y el hogar- Desolación total, en verdad: iglesia empobrecida y sin clero y familia deshecha. Su lema lo llevó en el alma y le empujó, con valentía, a toda acción que remediara tal penuria.

            Asunción se levantaba de sus ruinas. Una Universidad con pocas facultades, pujante pero incipiente; un Colegio Nacional con brillantes profesores pero más de uno descreído o anticlerical, reclamaban su contrapeso. Monseñor Bogarín soñaba con una educación esmerada para la juventud asuncena. Era su sueño y su empeño. Pero ¿cómo obtenerla?

            El mismo ha dejado por escrito en dos invalorables cartas sus andanzas, sus fracasos, y al final, sus logros. La primera, del 12 de diciembre de 1902 va dirigida al

Excmo. Sr. Internuncio Apostólico, Antonio Sabatucci, congratulándose con la noticia que le da de la definitiva aceptación de los P.P. "Bayoneses"'. La otra dirigida al R.P. Eugenio Suberbielle, a la sazón superior del Colegio, fechada a 19 de marzo de 1914. He aquí estas dos cartas que guardamos como dos reliquias.

 

Asunción, Diciembre 12 de 1902

 

Excmo. Sr. Internuncio Apostólico

Monseñor Antonio Sabatucci

Buenos Aires

 

Excmo. y Rmo. Señor:

 

            Contestando la muy apreciada de V.E. Rma. siéntome impotente para expresar mi alegría al saber, por su digno intermedio, que en breve será realizado un ideal que había sido el sueño dorado de mi vida episcopal.

            "V.E. Rma. me dice que: El Excmo. Sr. Cardenal Rampolla, secretario de Estado de S.S., accediendo a nuestros reiterados ruegos para la fundación de un Colegio en esta República, os ha encargado me comunique que los R. R.P. P. Bayoneses, bien queridos por mí, en obediencia a los deseos del Santo Padre, abrirán un Colegio en ésta.

            "¡Bendito sea Dios!; V. E. Rma. me afirma que los R.R.P.P. Bayoneses abrirán un Colegio en ésta! Recojo con la vista fija en el cielo!, estas palabras; ellas son una resolución que será cumplida. Con razón, tiene por cierto V.E. Rma. que este acontecimiento llena mi corazón de inefable alegría y consuelo, pues hace tanto tiempo con ansias anhelaba. Y fuera menester que V.E. Rma. experimentara, como yo, estos gratísimos sentimientos que embargan mi alma, para saber calcular, por ellos, mi profunda gratitud, primero a Su Santidad. y su digno secretario, y después, a V.E. Rma. y a todos los que han contribuido para un bien tan grande.

            "Por aquí, creo innecesario asegurar que con el mismo ardor con que había deseado este beneficio, me empeñaré a vencer las dificultades que puedan oponerse a la realización de la obra proyectada. Me esforzaré en obedecer y complacer a V. E. Rma. en lo referente a la prudencia y tino en el asunto.

            "No disimularé que el principal obstáculo que debe vencerse, es la escases de recursos en este país tan pobre; obstáculo que aumenta cada vez con la depreciación creciente de nuestro papel moneda. Pero aún esta dificultad, con ser lo que es, procuraré siquiera minorarla; y espero, con el auxilio de Dios, que he de conseguir. Como se trata de bien tan grande y tan necesario en esta parte de la grey del Señor, y no se cuenta absolutamente con los medios, confió que hasta milagros Dios ha de hacer, porque es necesario conseguir el bien.

            "Por de pronto, pienso llamar a conferencia a algunos hombres de buena voluntad y convenir con ellos alguna forma de arbitrar recursos. No sé, ni puedo calcular lo que podré conseguir, pero cualquiera sea, será el resultado de toda mi posibilidad para ayudar a los R.R.P.P.

            Por último, no me es fácil satisfacer los deseos de V.E. Rma. en cuanto a dar noticias sobre la situación político-religiosa del Paraguay, al que profesa sumo cariño; pues el estado de cosas es tan incierto y variable en este país, que es difícil suponer lo que será mañana, lo de hoy.

            La situación, como siempre, se encuentra en poder de la vieja generación, pero llevándose varios de los altos cargos con individuos de la nueva generación. El elemento viejo no es adverso a los intereses de la Religión, más bien puede decirse que, a su modo, es favorable; pero la intelectualidad joven, formada en el Colegio y Universidad Laicos, con doctrinas nacionalistas y materialistas, es abiertamente hostil a la Religión, como que se halla metida, casi la totalidad, en la francmasonería; de manera que cuando la política, en sus vaivenes, traslade en poder de los mismos el destino del país, no le aguarde a la Santa Religión mejor suerte. Y por esto, precisamente, urge la necesidad de la pronta formación de la juventud en una sana filosofía cristiana; para contrarrestar, siquiera en parte, la Instrucción antirreligiosa.

            Con tal motivo, saludo a V.E. Rma. con mi consideración muy distinguida.

 

            Es copia fiel Firmada

 

            Tomás Aveiro                         Juan Sinforiano Bogarín

            Notario eclesiástico                Obispo del Paraguay

 

            Efectivamente el Cardenal Rampolla, urgido por Su Santidad León XIII -a quién Monseñor Bogarín le había suplicado esa fundación- escribía al R. P. Leneul.

 

"Reverendo Padre:

"Las tristísimas condiciones religiosas en que se halla la República del Paraguay, han hecho sentir la vivísima y urgente necesidad de que allí se establezca una Congregación Religiosa dedicada a la enseñanza, para sustraer a las escuelas masónicas la juventud estudiosa y así proveer al futuro de esa desventurada Nación. Por eso Su Santidad vería con la mayor satisfacción que tal obra fuese asumida por los beneméritos Padres del Sagrado Corazón de Bétharram, los cuales se encuentran instalados ya, con tanto provecho para la juventud, en la vecina República Argentina y me ha ordenado que interese vivamente su Paternidad Reverendísima en esta santa empresa de redención espiritual de ese pueblo. En cuanto a los comienzos estarían seguramente compensados con el tiempo, ya sea por el número de alumnos, ya sea porque la vida es barata en esa región.

            "Aprovecho la ocasión para confirmarle mi distinguida estima.

            "De vuestra Paternidad afectísimo en el Señor.

            "Roma, 13 de octubre de 1902.

            "Cardenal Rampolla".

 

            El Superior General P. Víctor Bourdenne, contesta sin tardar al Cardenal Rampolla:

 

            F. V. D. Eminencia:

 

            Con el más profundo, respeto, tuve conocimiento junto con los Honorables Miembros de mi consejo, de la carta que os habéis dignado dirigirnos en nombre de su Santidad.

            Nuestra respuesta no podía ni ser dudosa ni hacerse esperar ya que Jesucristo por boca de su Vicario, nos pedía apacentar sus ovejas en esa lejana comarca del Paraguay tan desheredada de maestros cristianos.

            Por tanto, aunque no tengamos ni oro ni plata, ni siquiera los hombres necesarios para responder a los deseos del Pastor Supremo, nos ponemos de todo corazón a su disposición para empezar modestamente y en cuanto sea posible la importante obra que nos es confiada.

            Contamos con la bendición del Santísimo Padre para que el Señor nos envié los obreros y los recursos necesarios para esta misión.

            Su Eminencia se dignará también, así lo esperamos, emplear su alta influencia para que se nos allanen los caminos para llegar a su Excelencia el Obispo del Paraguay.

            No queremos ser, según las lecciones y los ejemplos de nuestro Venerable Fundador, sino sus humildes, dóciles y abnegados cooperadores.

            Dignase su Eminencia... etc.

 

            P. Bourdenne

 

            Y el 23 de octubre del mismo año le escribe el P. Vignau, Visitador del Colegio San José de Buenos Aires:

 

            "Reverendo y querido Padre:

 

            "Recibí de su Eminencia el Cardenal Rampolla la carta cuya copia adjunto.

            "Inmediatamente la comuniqué a los miembros del consejo, y dos días después nos reunimos para deliberar sobre lo que nos propone de parte del Santo Padre: ir a establecernos en el Paraguay.

            "El parecer unánime ha sido que siendo un deseo de su Santidad, no había que dudar, y que cueste lo que cueste, había que disponerse a realizarlo...

            "La Providencia que hacía coincidir la propuesta de ese Establecimiento con su presencia en esas regiones, nos indica suficientemente que os ha elegido para poner los fundamentos de la obra.

            "Le ruego pues se ocupe de ello con el R.P. Magendie (era el Superior del San José de B. Aires). Uno y otro tienen la experiencia y la sabiduría necesarias para realizarlo con éxito.

            "Pensamos que había que establecerse en la capital, única ciudad importante de la República. No tenemos, sin embargo, ninguna idea fija sobre el particular.

            "Vaya a ver el lugar, y ante todo al Obispo. Nos dicen que es amigo de nuestros Padres de Buenos Aires. Suponemos que es él quien, por medio del Nuncio, ha tomado esta manera eficaz de atraernos hacia él. No debe pues temer no ser bien recibido.

            «Si podemos comenzar el año próximo sólo será con tres sujetos, y habrá, que tomarlos de las casas de América, a no ser que los acontecimientos se precipiten en Francia y que tengamos que disolvernos antes del fin de nuestro año escolar. ¡Que Dios y Nuestra Señora nos ayuden!

            "Con la seguridad de mis más afectuosos sentimientos,

 

            P. Bourdenne".

 

            Pero no sería fácil, incluso por insidias de intelectuales anticlericales. La carta de Monseñor Bogarín, que hemos citado más arriba no sólo no deja dudas de ello sino que lo rubrica con creces, desde su excepcional autoridad. A estas alturas pareciera que nos hablaran de situaciones en países diferentes. La verdad fue sencillamente ésa, que acrecentó las grandes dificultades de la fundación del Colegio de San José.

            Años más tarde la pluma del preclaro obispo nos relata con gracia y malicia sus cabildeos, sus esperanzas y desalientos, tanto en B. Aires como en Roma, a fin de conseguir el sueño dorado de la Fundación; su "chifladura", según el mismo.

            Es una carta extensa dirigida, en 1914, al entonces Director del Colegio, R. P. Eugenio Suberbielle, que había recibido, meses atrás, a los primeros cinco bachilleres.

            Es toda ella una delicia. Hela aquí:

 

ANTECEDENTES DE LA FUNDACIÓN DE UN COLEGIO CATÓLICO EN ASUNCIÓN DEL PARAGUAY

EL COLEGIO "SAN JOSE" DE ASUNCIÓN A CARGO DE LOS SACERDOTES BAYONESES

 

            "Desde los primeros años de mi sacerdocio, he deseado se fundara un Colegio Católico para jóvenes; pero, privado de todo recurso; ¿qué más podía hacer yo, siendo un joven sacerdote, sino guardar mi deseo en el corazón y librarlo a alguna oportunidad que pudiera ofrecerse en el andar de los años?

            "En Enero de, 1889, por primera vez, me fui a Buenos Aires, visité a los padres jesuitas del Seminario de allí, les hablé de la sentida necesidad de un Colegio Católico en Asunción y el deseo que tenía lo mismo que todas las familias católicas, de que ellos, Los jesuitas, fundaran ese colegio en el Paraguay cuyo territorio, en tiempos ya remotos, ha sido regado con los sudores y hasta con la sangre de los Hijos de Loyola. Todos los padres abundaron en mi sentido y manifestaron que la Compañía carecía de personal pero que quizás sería realizable la idea que desde luego aplaudían.

            "En esa misma ocasión y mediante el Padre Laphizt que en otro tiempo había estado en el Paraguay, una corta temporada -me fui a Monte Caseros a visitar y a conocer á los padres Bayoneses, directores del Colegio '"SAN JOSE" de Buenos Aires. Después de la comida y todavía en la mesa, hablé al Superior de la expresada Congregación, Padre Magendie, sobre el mismo tópico que a los jesuitas; cuando acabé de hablar, aquél me contestó en un tono más seco que la arena del desierto de Sahara: "no tenemos ,personal y aún cuando tuviéramos tenemos muchas ciudades en que somos llamados...

            "Ante esta negativa, tan sin esperanza, tan sin misericordia, me quedé completamente cortado y me callé, inspirándome, desde ese momento, algo así como una grande antipatía, la persona del Padre Magendie, ¡Y en verdad que su respuesta no era para menos...!

            "Consagrado obispo -3 de febrero de 1895- mis antiguos deseos, lejos de disminuir, aumentaron en mucho; a menudo hablaba con mi Secretario, el Dr. Hermenegildo Roa, sobre la necesidad de un Colegio Católico en Asunción, pues tenía en cuenta los grandes servicios que han hecho, están haciendo y harán a la Ciudad de Buenos Aires, los Colegios del «Salvador» y de "San José"

            "Habiendo -año 1896- recorrido en visita pastoral, por primera vez, los pueblos de las misiones fundados por los jesuitas, y admirado su grandiosidad y antiguas riquezas de arte que poseían, a mi regreso a Asunción, referí, minuciosamente, a mi Secretario, Dr. Pbro. Roa, todo lo que había visto; nos entusiasmamos los dos y entonces resolví escribir una nota al Superior General de los Jesuitas ofreciendo a la Orden esas parroquias con el fin de fundar después, en Asunción, un Colegio. Mi deseo era que viniesen al Paraguay, pues, una vez así, ya sería cosa más fácil conseguir mi intento.

            "Después de dos meses, recibí la contestación de mi nota, casi más seca aún que la verbal del P. Magendie, en la que el General de la Compañía me decía, con un laconismo digno de Tácito: "no tenemos personal" -siempre la misma cantinela- y aún cuándo tuviésemos, pensaríamos mucho si nos conviene ir al Paraguay ("sic plus minusve"); por el archivo de la Curia andará esa contestación que es una cartita, casi esquela.

            "Esta contestación, como es natural, renovó en mí, el mal humor que me había causado la célebre respuesta del Padre Magendie, y así me quedé esperando en Dios, ya que veía claramente la realización de aquellas palabras de la Escritura Sagrada: "maledictus qui confidit in homíne".

            "Pasaron los años y en 1899, hice mi primera visita ad-limina. A mi paso por Buenos Aires y Montevideo, basándome, en aquel adagio vulgar: "La necesidad tiene cara de hereje", hablé nuevamente a los jesuitas que dirigen los Seminarios de ambos países, sobre la fundación del Colegio Católico en Asunción; esta vez, lo he de confesar porque es justicia, los padres de la Compañía de uno y otro Seminario, me animaron muchísimo y manifestaron vehementes deseos de que los míos fueran realizados y me aconsejaron que en Roma, me viera con el General de la Orden y le hablara extensamente sobre mi "desideratum"; al efecto me dieron la dirección.

            "No he de negar, he estado y estaré hasta la muerte, agradecido a esos padres que supieron dejarme con la miel de la esperanza, y no con la hiel de la repulsa que tuve del P. Magendie primero y del General de los jesuitas después.

            "En fin, llegó a Roma y una de mis primeras diligencias, fue hablar con el Padre Martín, General de los jesuitas; al efecto fui inmediatamente al Colegio Alemán, donde habitaba, y, no encontrándolo, hablé extensamente sobre mis proyectos-deseos al Secretario General de la Compañía y me retiré al Colegio Pio Latino Americano en que me hospedaba.

            "A pocos días después, vino al Colegio El P. Martín y hablamos largamente sobre la cuestión Colegio, llegando, por fin, a la conclusión de que no le era en absoluto posible acceder a mis instancias, "peor falta de personal" -¡siempre lo mismo!- añadiendo que ni podía comprometerse para otros tiempos venideros y que estaba en el deber ineludible de dotarlo del personal necesario, de que carecía...

            "Así las cosas, se me notifica el día y la hora de la audiencia que me concedía S.S. León XIII lo mismo que a todos los Sres. Arzobispos y Obispos de la América Latina reunidos en Roma para el Concilio, Plenario Latino Americano. Cada Arzobispo entraba con los Obispos sufragáneos, pero cuando tocó el turno a Mons. Castellana, Arzobispo de Buenos Aires, un Obispo brasilero, Mons. Aguiar, de la Diócesis de Amazonas, no quiso que yo entrará con los mitrados argentinos, puesto que yo era Obispo de un país independiente políticamente; los argentinos entraron y yo me quede con mí Secretario Roa en la Sala de espera. Salidos aquellos, entré yo y de rodillas ante León XIII, después de preguntarme de dónde era Obispo y otras cosas, probablemente para hacerme pasar aquella turbación, mejor diría, susto fenomenal con que estaba ante Su Augusta Presencia y que El notaría en mí, entablamos la siguiente conversación: ¿Che domanda lei? -me pregunta- Respondí: "la benedizzione di Súa Santitá per me, per la mia Diocesi e per la mía famiglia e poi la fundaziones di un colegio católico nel l,Assunzione del Paraguay per I Padre Gesuiti, per che la gioventú di mía Patria si perde. Me dice S. Santidad: "ma fra i gesuiti mancano i personali; fa poco tempo che un altro Vescovo voleva anche lo stesso, mi pare che non ha potuto conseguire; pero -añadió- parli lei col Segretario di Stato, Cardinal Rampolla, forse lui potrá fare qualche cosa e anche io parleró ai padri gesuiti...".

            «Acabado este preámbulo, hablamos de la Diócesis del Paraguay, y luego, con el ceremonial de estilo, me retiré, sumamente satisfecho de haber visto al Papa y de la esperanza que tuve de conseguir con el Cardenal Rampolla la fundación del Colegio, que, dicho sea de paso, constituía en mí casi una "manía" ó "chifladura".

            "Conferencié una, dos y cinco veces y, en todas las audiencias traía siempre a colación -per fas ó per nefas-, la cuestión colegio pidiendo la influencia de Su Santidad para la fundación tan necesaria en Asunción. Su Emcia, el Cardenal me dijo que se interesaría del asunto, y se había interesado, como pronto lo hemos de ver.

            "Algunos tres días antes de salir de Roma, recibo una tarjeta del Cardenal Rampolla en el Colegio Pio Latino, en la cual me preguntaba a qué Congregación quería yo que me recomendara a S.S. para la fundación del Colegio; respondí inmediatamente que a la congregación de los Padres de Bétharram.

            "Salí de Roma, vine a Lourdes y allí, habiendo encontrado a algunos padres Bayoneses, les hablé de mi idea y deseos, a lo que se manifestaron muy satisfechos y me significaron que no era imposible conseguir mi intento. Antes de retirarme de Lourdes, pedí a la Santísima Virgen que, si era conveniente para el bien de mi Diócesis, me obtuviera la gracia de realizar mis deseos, y me retiré muy conformado sin perder ni tener mucha esperanza.

            "De Lourdes pasé a Madrid, donde se encontraba de Superior un Sacerdote Lazarista conocido y amigo mío, el Padre Emilio Jorge, a quien comuniqué mis deseos y mis gestiones; él me aseguró que, antes de diez días; tenía que irse a Bétharram, que era muy amigo de los padres de allí y que se interesaría de una manera especial del asunto, animando a la Congregación para fundar el Colegio.

            "Regresé a mi Diócesis y me entregué de nuevo a mis trabajos apostólicos, sin esperar ya ni en fundación de colegio, ni en jesuitas, ni en Bayoneses y mucho menos en el P. Magendie, que tan mala impresión me había causado en Monte Caseros el año 1889.

            "Pasaron no sé cuántos años, cuando una mañana se me presenta en la Curia el mismo P. Magendie acompañado del P. Julio C. Montagne, Rector de mi seminario. Después de los saludos de estilo le pregunté a qué era debido su viaje al Paraguay tan inesperadamente; no recuerdo lo que me contestó; lo único que bien recuerdo es que, en ese momento, ni siquiera se me ocurría pensar en colegio católico ni en nada. Antes de retirarse, me preguntó el P. Mangendie a qué hora del día siguiente podría hablarme, le señalé la hora, y se retiró quedándome muy tranquilo, sin ocurrírseme ni pensamiento sobre la fundación que tanto acariciaba.

            "El siguiente día y a la hora indicada, vino el Padre a la curia, con la sequedad que le caracterizaba, y, después de los saludos, tomando un tono de mensajero, me dijo más o menos lo siguiente:

            "Que la Santa Sede había manifestado al Superior General de los Bayoneses que deseaba y vería con mucho agrado que estos fundasen un colegio católico en Asunción del Paraguay; que para los Bayoneses, un simple deseo manifestado así por el Santo Padre, era una orden; que, en consecuencia, había recibido encargo de su Superior para venir a ésta y hablar conmigo sobre la forma de arbitrar algún recurso y poder llevar a la práctica la idea". Me exhibió la carta del Superior General y la copia de la que este había recibido del Secretario de Estado, Cardenal Rampolla.

            "Yo apenas podía disimular la gran emoción que en ese momento sentía; mi corazón palpitaba de intensa alegría ante una noticia tanto más grata cuanto que me era inesperada. Recién entonces me recordé de la tarjeta que me escribió en Roma el Cardenal Rampolla, y de mi pedido a la Virgen de Lourdes y también, ¿para qué negarlo?, se me renovó el recuerdo de las muchas y amargas desilusiones que había sufrido ante las rotundas y casi tiránicas negativas de ¡"no podemos, no tenemos personal..."!

            "Cuando el P. Magendie acabó su exposición, le dije más o menos lo siguiente: "Que no podía haberme traído una noticia más grata; que agradecía a la Santa Sede por que escuchó mis humildes súplicas, que no habían sido oídas ni por el P. Magendie ni por el Superior de los jesuitas" (duro he sido, no lo niego; pero como hago historia estoy obligado a consignarla). Cuando pronuncié las últimas palabras, mi interlocutor me hecho una fuerte mirada, como la sabe hacer; continué, que me felicitaba porque, a pesar de todo, veía el momento providencial de la fundación del Colegio, gracias, añadí, a la Santa Sede y al Cardenal Rampolla.

            "Enseguida hablamos sobre los medios necesarios para la Institución a fundarse, le aseguré desde luego que, mayores recursos no encontraríamos, pero que, antes que recursos materiales, me parecía conveniente formar un ambiente favorable a aquella, buscando el apoyo moral de los elementos conservadores y más respetables de la ciudad. Así resolvimos y se retiró el P. Magendie con la misma seriedad que le es peculiar.

            "Inmediatamente, y consultado mi consejo, me puse en campaña; escribí muchas tarjetas a los hombres conocidos nacionales y extranjeros y que me parecían de espíritu recto y conservador, invitándoles a una reunión que tendrá lugar en la sala del Obispado. Efectuada aquella, resolvió la Asamblea abrir una subscrición mensual durante un año, entre los presentes, y solicitar la cooperación de muchos otros; para lo cual se nombró una comisión provisional cuyo presidente fue el Sr. José Segundo Decoud, quien redactó y dirigió una circular a las principales familias de Asunción, dando por resultado esas contribuciones la cantidad de $ 2.200:00 papel paraguayo.

            "He aquí los antecedentes de la fundación del Colegio "San José" de Asunción y la base insignificante de recurso que aportó la Capital para su fundación. ¡Y hoy marcha y es el establecimiento de enseñanza preferido por las familias- y en este año han salido de él los primeros bachilleres!

            "Paraguay - Asunción, Marzo 19 de 1914.  Firmado: Juan Sinforiano Bogarín".

 

            Así pues, por orden de S. S. León XIII, los P. P. Bayoneses llegarían al Paraguay para fundar el ansiado Colegio de Monseñor J. S. Bogarín.

            Las reticencias -¡las negativas!- de los Superiores de Buenos Aires no procedían sólo de la falta de personal. Como lo expresaba el General de la Compañía de Jesús, "pensaríamos mucho si nos conviene ir al Paraguay".

            Mucho tiempo después, venir al Paraguay era, todavía, ir a Cayena, o poco menos.

 

3. SITUACIÓN DEL PARAGUAY POR LOS AÑOS 1900

 

            Resulta difícil, a más de cien años de la terrible y heroica guerra del Paraguay contra la triple alianza, hacerse una idea del estado calamitoso del país.

            Monseñor Bogarín, en las cartas citadas habla sin ambages de las penurias económicas en que se hallaban. Con toda la mejor buena voluntad, la Comisión formada por él recaudó "la base insignificante de recursos" de 12.000:00 papel paraguayo.

            Llegados los P. P. Bayoneses 30 años apenas después de la hecatombe no debió ser poca la impresión de exterminio en que el país se encontraba. No fueron ellos partidarios de Mitre durante su estancia en Buenos Aires. La prueba la dará, con un sentido patriótico y poético el R. P. Juan Bautista Tounedou, en su tan citado poema a los niños soldados de "Rubio Ñú", batalla, del 16 de agosto.

            Esta situación fue captada con inteligencia y altura por los fundadores que aceptaban la módica suma de los 12.000 $ de papel. ¡Qué mucho si el gobierno paraguayo, después de la guerra, se hallaba en tal penuria que no podía mantener una delegación! Cuando el arbitraje sobre la orilla occidental resuelto a favor del Paraguay por el presidente Hayes, el gobierno paraguayo había mandado a Washington al Dr. Benjamín Aceval con su secretario. El ministro de R. E., Antonio Jara, le escribe el 7 de junio de 1878: "No debo ocultarle que nuestra situación financiera es malísima, porque las entradas han disminuido al extremo de que en marzo y mayo no se ha podido decretar ningún pago a los empleados"... "Por estas breves palabras comprenderá Ud. que le es imposible al gobierno sostener esa legación de su merecido cargo... "Sin embargo, comprendiendo la necesidad de su presencia en Washington, se ha resuelto hacer un sacrificio, a cuyo efecto, debo prevenirle, por encargo del gobierno, que, al recibo de la presente nota se servirá mandar a ésta al secretario de la legación y ver si Ud. puede reducir las exigencias de esa legación a 400 o 500 pesos al mes para quedar, solo, en esa".

            El Dr. Aceval le contesta el 26, de agosto de 1878:

            "V.E. no me hace justicia al suponer, por un momento, que podría no seguir al frente de esta legación, en circunstancias tan graves, sólo porque me apunta que reduzca mis gastos a 400 o 500 pesos fuertes mensuales.

            "Si tuviera caudal propio -confirma- no pediría fondos que necesito para "sostener con decencia la legación", y en el deseo de no ser una excepción en momentos tan delicados"... "ante hombres que no conocen nuestros apuros, que no se los podrían imaginar". (Carta de Aceval al ministro Jara, 26 de agosto 1878).

            Estos apuntes son suficientemente esclaredores de una situación con que Monseñor Bogarín tenía que enfrentarse para ayudar a la fundación, como lo había escrito al Internuncio, Monseñor Sabatucci.

            En Asunción se abrieron suscripciones mensuales para recaudar fondos, como nos decía Monseñor Bogarín. Los contribuyentes fueron los siguientes:

 

La Industrial Paraguay S. A., Don Ezequiel Giménez, Don Juan B. Gaona, Don Tomás Matto, Don Francisco G. Villamín,         Don Sebastián Ibarra Legal, Don Esteban A. Lapierre, Dr. Antolin Irala, Dña Margarita B. de Bibolini, Don José Segundo Decoud, Don José Irala, Don Francisco Campos, Don José Emilio Pérez,   Dr. Gerónimo Zubizarreta, Dr. Justo P. Duarte, Don Francisco Orué, Don Narciso M. Acuña,    Don Juan González Peña, Don Higinio Uriarte,          Don Justo P. Candia, Don José Tomás Legal, Don Ángel Iribas, Dña. Antolina Palmerola, Don Juan Bidondode Aceval, Don Gerónimo Pereira Cazal, Don Juan Guanes.

 

            Nombres hay, en esta lista, que se repetirán con frecuencia entre los alumnos de estos ochenta y seis años de labor educativa. Recogemos, de una manera muy particular y entrañable, el que figura en último término, el de la gran dama, Da. Antolina Palmerola de Aceval.

 

4. UN NACIMIENTO DIFÍCIL

 

            Los deseos de Monseñor Bogarín no se contentaron hasta ver realizada la obra ansiada. Ya conocemos las dos cartas más arriba publicadas. Pero desde que recibió la noticia segura del Internuncio, Monseñor Sabatucci, nuestro ilustré prelado no paró de trabajar en reuniones, cartas, visitas hasta que viera logrado su empeño.

            Es así como constituyó una Comisión de Propaganda para facilitar la llegada de los R.R. P.P. Bayoneses, como ya se les llamaba cariñosamente. La formaron las siguientes personas:

Presidente Honorario: Mons. Juan Sinforiano Bogarín

Presidente: Don José Segundo Decoud, ex-ministro de Educación

Vocales: Don Juan Bautista Gaona, director del Banco Comercial

               Dr. Justo P. Duarte, ex-Rector de la Universidad

               Dr. Antolín Irala, ex-ministro

               R. P. Miguel Maldonado

               Don Narciso M. Acuña, cónsul del Perú.

 

            A estos señores les correspondía, entre otras cosas, adquirir un terreno para la edificación del futuro Colegio. No fue asunto fácil: varias casas o predios fueron vistos, luego desechados por otros que tampoco convenían ni por la ubicación ni por el precio.

            El P. Lhoste, en su cuaderno nos ha dejado interesantes datos sobre el particular. Así por ejemplo, que cuando los 5 Padres designados para la fundación, se disponían a viajar, a principios de enero de 1904, Monseñor Bogarín les comunicó que los trabajos de la Comisión estaban atrasados; que, en tales condiciones, recomendaba que viajaran primero dos para elegir residencia y estudiar las condiciones de la apertura del Colegio.

 

5. VIAJE DE DOS PADRES

 

            Se designó a los Padres Sampay y Lhoste. Estos se embarcaron en Buenos Aires, el domingo, el 13 de febrero de 1904, en el barquito "San Martín". Resultó un viaje excelente. El Padre habla del "respeto y finezas de la tripulación, de los maravillosos paisajes"; de los sueños de apostolado (el P. Sampay ya había encanecido en esos trabajos) en "esa tierra regenerada, la tierra clásica del cristianismo cuando las Reducciones Jesuíticas".

            Llega al puerto de Asunción la noche del 20 de febrero. El 21, temprano, desde el puente superior del barco, "admiraron el hermoso panorama que ofrece la ciudad étagée sobre verdes colinas". Advirtieron entonces una canoa, adornada con banderas paraguayas, que se acercaban al barco, anclado en la bahía; remaban rápidamente 6 marineros al mando de un oficial. Un sacerdote, con capa de ceremonia se hallaba sentado en la popa. Era el secretario general de Monseñor, el R. P. Maldonado que venía a buscarlos en nombre del Sr. Obispo que se hallaba ausente. En la misma barca, con él, llegan al muelle.

            "Ya en tierra -dice el P. Lhoste- lo que más nos llamó la atención fue el aspecto pintoresco de las calles: pasaban y se cruzaban hombres, mujeres, soldados, policías, casi todos descalzos".

            El P. Maldonado los condujo en coche a la Catedral donde celebraron Misa, ¡"con monaguillos revestidos pero descalzos también!".

            El resto del día lo pasaron en el Seminario, dirigido por lazaristas franceses y cuyo rector era el P. Montagne. Al atardecer, el R. P. Roa, cura párroco de San Roque entonces, lo fue a buscar para llevarlos a lo que sería su domicilio, unos meses. Era en la plaza Uruguaya, llena de grandes árboles, la suntuosa mansión de la Sra. Carlota Ayala de Palmerola. Ella veraneaba en Aregua, y a pedido del obispo la había cedido gentilmente a los Padres. Es la actual casa de La Metalúrgica.

            "Era un lujo, pero también una limosna" (C. L.).

            Los padres se resignaron al lujo, prometiéndose guardar estrictamente la observancia de la pobreza. El Señor los protegía: como se hacía de noche y no encontrando con qué alumbrarse, el P. Roa fue a buscarles una palmatoria con su vela.

            Como también hacía mucho calor les llevó una jarra de agua y un vaso. Así se acostaron para un sueño reparador.

            Al día siguiente, y durante toda su permanencia en la casa Palmerola, iban a celebrar la Santa Misa a la parroquia de San Roque. A pedido expreso del P. Roa, allí también ejercieron un intenso apostolado durante los tres meses que precedieron su definitiva instalación.

 

6. EN BUSCA DE UNA CASA.

 

            En la tarde del segundo día se reunieron con la Comisión, en el obispado, sin Monseñor Bogarín que se hallaba de visita pastoral. El presidente, Sr. Decoud, expuso el resultado de los trabajos realizados hasta entonces. Se pensaba comprar un terreno, en magnifica posición, que dominaba toda la ciudad, pero no había fondos suficientes para ello.

            Proponía pues la conveniencia de alquilar una casa cómoda y espaciosa para que el Colegio se abriera lo más pronto posible.

            El P. Sampay agradeció efusivamente cuanto se había hecho y la recepción que les brindaran, y manifestó la urgencia de alquilar alguna vivienda. Entonces el Sr. Decoud afirmó que lo tenía pensado y habló de la casa Velilla, como muy conveniente. Hallándose a 200 mt. en la calle del obispado. Allá se trasladaron. Después de observar todo quedaron satisfechos. Se decidió escribir al propietario que se encontraba en Buenos Aires; pocos días después llegó la contestación: su deseo era vender, no alquilar.

            En la misma reunión acordaron visitar otros lugares. Al día siguiente, los Sres. Gaona y Acuña, vice-presidente y secretario de la Comisión fueron en coche a buscar a los Padres. Así, a la vez que visitaban la ciudad, iban mirando casas que podrían alquilarse. Visitaron una propiedad, situada en Ciudad Nueva, otra en la cumbre de la ciudad, camino de Tacumbú, y otra sobre una linda elevación, al lado del Hotel del Paraguay. No se tienen detalles sobre la identidad de estas propiedades.

            Entre tanto, enterada la gente de la llegada de dos religiosos "bayoneses" que iban a fundar un colegio, afluyeron ofertas de venta de terrenos o de casas. Se ofreció la Villa RECALDE, fuera de la ciudad, en prolongación de la calle Caballero, la villa Nogués, en la avenida Asunción (hoy Casa Argentina), el Hotel del Paraguay, denominado Cancha Sociedad, que era del Sr. Melo, un portugués.

            Lastimosamente todos querían vender: ninguno aceptaba alquilar solamente.

            En una de las excursiones mañaneras, pasaron delante de un hermoso chalet de la Avenida España. El Sr. Gaona le dijo al P. Sampay: "Mire esa hermosa propiedad que se vende y serviría perfectamente para lo que buscamos". Como el P. Sampay replicó que no quería sino alquilar, el Sr. Gaona le dijo que verían con el dueño si podría alquilarla durante algún tiempo. Era la Villa Rosa, del ex-presidente de la República, Don Juan Gualberto González.

            La Providencia, por lo visto destinaba esa propiedad para el Colegio, como lo veremos, menos la casa con la que el dueño se quedaba... todavía.

 

7. LA PEQUEÑA "COMUNIDAD"

 

            El P. Sampay, de 63 años había recibido, y conservado, una formación religiosa estricta, hasta un tanto jansenista. Por eso, aunque eran sólo dos Padres se tocaban regularmente una campanilla para todos los actos de Comunidad, previstos por las Constituciones. "La regularidad, le decía el P. Sampay al P. Lhoste, aún en las casas todavía no constituidas, salvaba de muchos enojos y atraía sobre ellas la bendición del Señor". Así, pues, trabajo y descanso, silencio y recreo alternaban perfectamente en la casa Palmerola.

            Tenemos la agenda de ese tiempo, de los recorridos de los primeros días. He aquí el horario de un día:

            - A las 5 de la mañana: levantarse.

            - Enseguida la meditación de regla.

            - Para las 6 estaban en San Roque, donde celebraban y confesaban, antes y después de la Misa.

            - Hacia las 7 volvían a casa, para el desayuno: fruta y café.

            - Seguía la recitación, en común, de la Horas canónicas menores.

            - El resto de la mañana, hasta el examen de conciencia y la comida, cada cual se entregaba al trabajo en silencio: sermones, Sagrada Escritura, estudios particulares y correspondencia.

 

            A todo esto el P. Lhoste anota maliciosamente que, en alguna ocasión, el P. Sampey descubriendo una idea "genial" se llegaba a comentarla con él y así podía

"desarrollar la lengua entorpecida por tan largo silencio".

            - Después del examen de conciencia podía llegar la hora del almuerzo. Unos toques lo anunciaban; no eran de campanilla sino del picaporte de la puerta de calle. Efectivamente tenían un criadito de unos doce años que se encargaba de llevarles la comida a mediodía y a la noche. Se la llevaba de un pequeño restaurante vecino, a precio bastante módico. La comida para los dos Padres y el criadito alcanzaba más o menos 35 francos. Pero el mitaí llegaba antes o después de la hora que los Padres le habían fijado. Entonces picaba la puerta con todas sus ganas.

            La comida era bastante frugal y a veces insípida; "no pertenecía a la ciencia culinaria". (C. L.) Nunca faltaba mandioca (algo nuevo para los fundadores). El mitaí les llevaba la comida en lo que llaman "vianda", pero con un calentador abajo; aparato que los P. P. no conocían. Pronto notaron que si dejaban algo la ración disminuía el día siguiente. Entonces procuraban no dejar nada. A esta insípida, para ellos comida, le acompañaba alguna fruta como postre y un vaso de agua, para seguir el consejo de Cicerón. Después unos instantes de recreo y una siesta hasta las 2 de la tarde. A esa hora rezaban el Rosario; a continuación vísperas y completas.

            Hasta las cuatro de la tarde, trabajando en silencio; seguido del rezo del "gran oficio" (maitines).

            Hacia las 5 salían a visitar alguna Comunidad o recorrían buscando el posible asiento del futuro Colegio. Cuando la tarde caía, volvían a casa donde les esperaba la cena, con frecuencia ya fría.

            No siempre era todo tan programado. También los P. P. recibían la visita de alguno de los miembros de la Comisión pro-Colegio, en particular de los Sres. Gaona y Acuña que los alentaban con sus consejos y simpatía.

            No tardaron en entablar relación con la dueña de casa, Sra. Carlota Ayala viuda de Palmerola y con sus hijos, Dña. Antolina de Aceval y Dña. Josefina de Bruyn. Desde el día siguiente a la llegada de los Padres, el P. Sampay había enviado una carta de homenaje y agradecimiento a tan ilustre como benefactora familiar. Pocos días después era Dña. Antolina quien se presentaba con su familia para saludar a los Padres. Estos quedaron muy bien impresionados por la distinción, la grandeza de alma y la firmeza de fe de esta familia.

            Doña Carlota manifestó lo complacida que se sentía de poder albergar a estos sacerdotes en esa casa. Se ofreció además, para todo cuanto pudiera ayudar, facilitar la instalación del Colegio. (En vida de los Palmerola ese cariño y ese desprendimiento no fueron nunca desmentidos). El actual Estadio "Padre Coundou" se asienta en lo que fue una propiedad de cerca de treinta hectáreas, cedida a un precio mínimo por la ilustre benefactora. Hasta la construcción del Panteón del San José en 1981 los restos mortales de cuantos iban falleciendo (el primero, Padre Juan Pucheu, 19 de abril de 1953) reposaron en el panteón de esa familia.

            En cuanto Monseñor Bogarín regresó de su gira pastoral fueron los Padres a presentar sus respetos y obediencia. Fue una entrevista muy cordial: el Señor Obispo, con su gran personalidad, combinaba magníficamente sencillez y señorío. Manifestó a los Padres que consideraba su llegada y lo que ella suponía como el acto más importante de su episcopado. Quedaron los P. P. muy impresionados por su prestancia y palabras y por el altísimo concepto en que tenía la obra programada. Los P.P., a su vez, aseguraron a Monseñor que llegaban con entera abnegación.

            Durante ese tiempo también, los P. P. se entrevistaban con las personas que podían ponerles al tanto de usos y costumbres, de la idiosincrasia del paraguayo.

            Uno de ellos fue el R. P. Montagne, Director del Seminario, que les había acogido el primer día. Sacerdote de gran formación y experiencia, tenía una idea clara de las cosas y de los hombres. Fue siempre de inapreciable ayuda por sus atinados consejos.

            Los dos primeros betharramitas de Asunción llevaban bien su tiempo. Será más tarde, siempre, la gran característica de todos ellos.

            No sólo trabajaban en la preparación de la formación futura sino que se dedicaban con todo fervor al apostolado, a través de la Iglesia de S. Roque.

            Era ya la Cuaresma y según laudable costumbre del país, se celebra en la iglesia, tres veces por semana, una ceremonia con sermón y bendición del "Santísimo" (C. L.) El P. Sampay se entregaba con toda su alma a este ministerio, predicando la penitencia con frases ardorosas y pintorescas. El P. Lhoste también predicaba, pero más bien se constituyó en el catequista de la parroquia.

            La Semana Santa comenzó, ese año, el 28 de marzo. Nuestros apostólicos sacerdotes empezaron a sentir los efectos de la fatiga. El P. Sampay fue el primer visitado por la fiebre. Con algún tratamiento enérgico de su terapéutica y gracias a su recia complexión, logró controlarla en el segundo día. El P. Lhoste cayó también. El miércoles Santo, después de confesar hasta bien avanzada la noche, tuvo que retirarse con síntomas serios. Lleno de coraje asistió a las ceremonias del Jueves Santo, pero tuvo que rendirse y guardar cama. El Dr. Doazans, francés, lo visitó y diagnosticó cama. Dos meses seguidos quedó el Padre postrado. Los ciudadanos solícitos del Dr. Doazans que lo visitaba una o dos veces al día, (a veces a altas horas de la noche, por su excesivo trabajo), mitigaban su mal, pero no lograron cortarlo. Con la llegada del que sería superior y director, R. P. Tounédou, el Padre enfermo fue enviado a Villarrica. El P. Brizueña, cura párroco de la ciudad, lo recibió en su casa. Allí le prodigaron mil cuidados; pronto desapareció la fiebre y la convalecencia fue rápida.

 

8. LLEGADA DEL R. P. TOUNÉDOU

 

            En la semana de Pascua, más tranquilo, el P. Sampay pudo dedicar todo el tiempo a la búsqueda del soñado local. No faltaban ofrendas, pero siempre para venta, lo que se había desechado.

            Por fin se produjo la tan ansiada llegada del P. Juan Tounédou que había vuelto de Europa. Infundía nuevos bríos a los dos adelantados: el joven P. Lhoste, siempre postrado en cama y al sexagenario P. Sampay, su compañero de Buenos Aires y su director espiritual. Animoso y valiente, con mucha fe, el P. Tounédou se informó de cuanto se había realizado y se dedicó a recorrer a pie, personalmente, los terrenos o inmuebles ofrecidos, "a pesar de los ardores del sol". Tropezaba con las mismas dificultades: todos querían vender, sólo vender, cuando los superiores mayores aceptaban sólo alquilar. Además de todos los miembros de la Comisión, el P. Tounédou fue ayudado eficazmente por el R. P. Prior de los Franciscanos Pantaleón de la Fuente, gracias a sus buenas y numerosas relaciones.

            Quince días de búsquedas, conversaciones, tratos no consiguieron ningún cambio: los padres seguían sin local para el Colegio.

            Por otro lado, la generosa hospitalidad ofrecida por la Sra. de Palmerola, en su hermosa casa, llegaba a término: la familia terminaba sus vacaciones en Aregua. ¡Los Padres no tenían todavía dónde ir!

            El P. Sampay, en carta emocionante, exponía a la señora las difíciles circunstancias por las que pasaban; le suplicaba les permitiera prolongar, aunque fuera unos días más, su estancia en su hermosa residencia.

            La Sra. de Palmerola respondió a vuelta de correo que les concedía cuenta prorroga fuera necesaria y adjuntaba a la carta la suma de 7.000 (siete mil pesos) para la fundación del colegio.

            Sólo quedaba una solución: comprar. Ya antes de la llegada del P. Tounédou, el P. Sampay había visitado la Villa González Peña de la que se habló anteriormente. Todos estaban de acuerdo con que su situación -algo fuera de la ciudad, aunque de fácil comunicación- su extensión, el estado de sus edificios, lo aristocrático del barrio, lo hermoso del lugar y su frescura, eran lo más adecuado para la instalación del colegio.

            Como no tenían los Padres permiso para comprar, y el tiempo urgía, se decidió que el Padre Tounedou viajaría a Buenos Aires. Dan parte al Sr. Obispo, a los principales miembros del clero y de la Comisión. Todos aprueban. Así, el 8 de mayo, domingo, el Padre se embarca para Buenos Aires. Llenos de fe, los tres padres, ese mismo día, empiezan una novena al glorioso San José, para interesarlo en la empresa.

            El pobre P. Lhoste poco hacía en estos ajetreos: con fiebre desde hacía más de un mes, permanecía en cama. Ningún remedio lo aliviaba; se pensó mandarlo a Buenos Aires, con el P. Tounedou pero, tras consultar con el Doctor, se optó por enviarlo a Villarrica, de cuyo clima, más benigno, le ayudaría a reponerse. Al día siguiente de la partida del P. Tounedou toma el tren para dicha ciudad; en la despedida los dos Padres se comprometen a no fallar en la novena y el P. Sampay a avisarle, de la noticia, por telegrama.

            "El buen aire de Villarrica produjo muy pronto sus efectos sobre el convaleciente: enseguida se vió libre de la fiebre; las fuerzas volvieron gracias a los diligentes cuidados del excelente cura de Villarrica, el señor cura Brizueña, que tuvo a bien recibirlo en su propia casa".

            La llegada del P. Tounedou a Buenos Aires causó cierto revuelo y se pensó que la obra estaba desechada. Pero Dios velaba amorosamente. "Todo lo posible se había llevado a cabo (...). A Él, le tocaba extender la mano y hacer elevarse del suelo paraguayo un colegio que restableciera su reino en los corazones" (C. L.).

            El P. Tounedou, con hartas razones y hechos abogó por la causa paraguaya con persuasiva elocuencia. Confiado en San José insistió de tal modo que las autoridades de Buenos Aires decidieron la compra. "San José había escuchado las súplicas de los fundadores y Dios tomaba en consideración sus privaciones y sufrimientos" (C. L.).

            No bastaba con votar la aprobación; también los fondos necesarios fueron entregados al P. Tounedou; el gran San José podía considerar a su hermanito de Asunción como fruto de su generosa caridad.

            Un telegrama anunció la noticia a Asunción, la que fue de inmediato transmitida a Villarrica. La acción de gracias de los dos padres a San José fue inmediata e intensamente alegre: nuevos horizontes se abrían por fin, el porvenir sonreía ante sus ojos. El P. Lhoste cuenta cómo se fue a Tacuaral en tren. La propiedad del Sr. González "sólo" distaba unas veinte cuadras de la estación. Las hizo a pie. El propietario lo recibió con mucha amabilidad: se sentía muy feliz de ceder su quinta para la instalación de un colegio. Confiaría las formalidades de venta a unos amigos. Así pues, tras largos trámites, los propietarios escribieron una carta compromiso, a los señores de la Comisión.

            El P. Sampay acelera los trámites tan bien que aún las cláusulas quedaron mejoradas. Ante notario se firma la escritura en (la Villa que sería dirección del Colegio hasta 1967) que los dueños se reservaban. Siete años después será adquirida también.

 

9. UNA INSTALACIÓN DE URGENCIA

 

            Concluía su exitosa misión, el P. Tounedou no vuelve solo; lo acompañan los P. Bacqué y Andrés Lousteau, que habían esperado con ansia juntarse con sus compañeros. El P. Lhoste, totalmente restablecido retornaba a Asunción, a fines de mayo.

            El P. Sampay, con la energía que lo caracterizaba, no había esperado a nadie para ocuparse de la organización y de los arreglos de la nueva residencia. Recorría carpinterías, herrerías, almacenes para acelerar la definitiva toma de posesión de la propiedad. Todo lo tenía previsto con minuciosidad y experiencia: muebles, instrumentos, útiles de clase, utensilios de cocina, etc.: todo había sido prometido para el día señalado. Pero los Padres, que tenían prisa por la próxima llegada de los nuevos, no contaban con cierta "desidia" paraguaya. El día "señalado" nada estaba listo, pero todos prometían entregar cuanto antes. Hubo pues, que atrasar día tras día la mudanza. Sin embargo, la víspera de la llegada de los Padres, se trasladaron a la Villa Rosa la mayor parte de las pertenencias que aún quedaban en la casa de la Sra. Palmerola. ¡Oh sorpresa! A eso de las 10 de la mañana del 4 de junio, el P. Tounedou se presenta de sopetón, con sus dos acompañantes, justo en medio del traslado. Saludos fraternos y emoción, pero... ya la Villa Rosa es suya y allí los llevan. Se deshacen los equipajes y se instalan como pueden. Era ya medio día; ninguna comida estaba preparada y la cocina no andaba. Se fueron a comer al restaurante más cercano.. La alegría del encuentro, la emoción de hallarse en el campo de apostolado, la sorpresa y la penuria, todo contribuyó a darle a esa comida una jovialidad que podemos imaginar. Lástima que no nos hayan dicho el lugar de ese ágape fraterno de los cinco fundadores. ¿Sería, quizás, el Belvedere?

            Por la tarde, manos a la obra con una actividad extraordinaria. Llegaban los carros cargados de cajas, muebles, mil enseres. Cada cual, sotana remangada, se multiplicaba por doquier, abriendo cajas, trasladando muebles, poniendo orden. "Era una actividad tan poco ordinaria en el país que los mozos se quedaban asombrados" (C. L.). Al caer la noche, cuando todo quedó en lugar adecuado, cada uno se hallaba instalado en su "habitación": "una cama y su colchón, una mesita de noche, una silla. No había mesa ni armario: aún se estaban confeccionando". Para la cena los Padres no tenían nada; se fueron confiados al dueño de la Villa que él se reservaba y éste, con una exquisita amabilidad se lo proporcionó todo, hasta la cocinera que les preparó una buena comida. Después, todos se dispusieron a dormir: el ajetreo del día y la alegría de sentirse, por fin, en su casa les facilitaron un sueño reparador.

            El día siguiente se celebró la primera misa: era el 5 de junio de 1904. Algunos, sin embargo, como era su costumbre, la celebraron en San Roque; los otros en un altar portátil, instalado en lo que destinaban a futura capilla. "El Dios de la Eucaristía. -consigna el P. Lhoste- bajaba por primera vez en la nueva residencia y allí se instalaba definitivamente". De hecho, desde entonces, nunca se interrumpió la celebración de la Eucaristía ni quedó sin Reserva el Sagrario. Todo ese día lo pasaron los Padres en la confección afanosa de un altar provisorio. Se puso de manifiesto la ingeniosidad de cada uno. El P. Bacqué, arquitecto dotado de gran imaginación y con una visión perspicaz dibujó un croquis original, que todos aprobaron. El P. Bacqué, será más tarde el proyectistas y el iniciador de la primera parte de la construcción. Con un catre al que le sacó la lona, y al que añadió unos tacos para que tuviera la altura necesaria, quedaba listo el "sepulcro". (Así se llamaba el altar enterizo de antes). El P. Andrés Lousteau, con las tablas de embalaje, lo cubre por encima y por los costados. Había que disimular semejante armatoste y revestirlo decentemente. De ello se encargó el P. Lhoste; se descubre en él un gran costurero y con una burda tela que hallaron, la corta a medida, la cose y viste el esqueleto: podía semejarse a un pobre altar. El P. Sampay, previsor, había traído de Buenos Aires un tabernáculo. Se instala sobre el altar y con dos gradas quedó acabado el altar. ¡Qué alegría y satisfacción en los improvisados constructores; ni que hubieran sido los constructores de una catedral! Manteles blancos, hasta entonces guardados, y una cenefa dorada delante dan realce al primer altar. El P. Tounedou, asistido por los suyos, lo bendijo enseguida: ya puede bajar el divino Señor del Sagrario.

            La habitación que sería capilla medía siete metros de largo por seis de ancho; se abría a una galería de columnas desde donde los fieles podían asistir a las ceremonias.

            Unos días más tarde, el R. P. Toneudou le pidió al Sr. Obispo la autorización para abrir al público la capilla y la facultad de bendecirla solamente. El Padre Maldonado fue invitado a celebrar la ceremonia. Se bendijo según el rito acostumbrado y quedó consagrada al divino Corazon de Jesús.

 

10. APERTURA DEL COLEGIO

 

            Había que disponer la casa para el funcionamiento de un colegio. Comprendía seis grandes habitaciones, separadas desde la puerta de entrada por una salita de espera. El cuerpo de servicio comprendía, además, cocina, depósito y dos cuartitos para la servidumbre. No había más. Se requería, algo más amplio y completo; se dividieron las habitaciones con tablas o tela, según los casos. Además junto al cuerpo de servicio, se construyeron cuatro cuartitos idénticos a los existentes, destinados a los criados, al cocinero con su correspondiente cocina. Así se trasladaba la cocina al fondo, como en muchas casas del campo.

            Durante el mes de junio los Padres se dedicaron a la organización definitiva de esa residencia que debía convertirse en el colegio deseado. Pronto contaron con lo indispensable: mesas, armarios, escritorios iban siendo entregados por los carpinteros. Para el material escolar los Padres se dirigieron a los R.R.P.P. Salesianos a quienes algo les sobraba; así les compraron por bajo precio: bancos de clase, mesas de comedor, armarios, etc., es decir cuánto tenían de más. Estos buenísimos religiosos se despojaron incluso de algunos muebles que les eran necesarios para ayudar así a los nuevos hermanos que se instalaban. El Superior de esa Congregación, el Padre Queirolo (fue siempre un gran amigo y admirador de los P. P. de Bétharram) en unas fiestas de Caacupé, delante de un Padre del Colegio que acompañaban unos jóvenes, dijo emocionado, anciano ya y sentado: “Uds. no saben cuánto debe el Paraguay a estos Padres del San José"! El P. Queirolo supo mostrar el gesto de los grandes, con nobleza, ya que ellos mismos habían tenido que abandonar su obra, debido a las intrigas e indignas maniobras de un pequeño grupo de sectarios. Su desprendimiento generoso para quienes venían, en cierto modo, a suplirlos, es digno de nuestra gratitud y recordación. De una manera análoga, los P. P. del San José devolvieron este gesto en favor de los P. P. Jesuitas, cuando en 1953 el P. Abad decidió abrir la secundaria: bancos de clase sobrantes fueron gentilmente cedidos al Colegio de Cristo Rey.         

            Con el apoyo caritativo de los Padres Salesianos, el nuevo establecimiento se hallaba en condiciones de recibir a los alumnos, desde fines de junio. Aunque las clases habían comenzado el primero de marzo, el P. Tounedou, siempre confiado a los designios de la Providencia, abrió la matrícula, con el nombre de "Colegio de San José". En los diarios locales se anunciaba su apertura para el primero de julio. En los archivos del Colegio se conserva el cuaderno en que se fueron anotando los primeros alumnos, que siempre recordamos con hondo cariño. Sus nombres resuenan como el toque de clarín que da inicio a los solemnes momentos castrenses: se iniciaba una batalla contra muchas fuerzas ocultas. Son ellos: Juan Grima, Jorge Urdapilleta, Daniel Almada, Cristóbal Almada, Miguel Alcorta, Lisandro Acosta Caballero, Benito Fernández, Carlos Acuña Falcón, Luis Acuña Falcón, Enrique Bernié, Celso Velázquez, Jesús Angulo y Jovellanos, Milciades Velázquez.

            Pocos días antes, el P. Director había dirigido al Dr. Federico Codas, Ministro de Instrucción Pública, la solicitud legal de abrir el Colegio y su incorporación al Colegio Nacional. Fue concedido como se pedía, con beneplácito, gracias al informe favorable del Dr. Duarte, miembro de la Comisión antes citada.

            ¡Y llegó el primero de julio! Era, ese año, viernes; por consiguiente primer viernes de mes, día consagrado de una manera especial al Corazón de Jesús. Magnifico día para dar inicio a las clases: el Sagrado Corazón bendecía la obra.

            Llegaban, pues, curiosos y ufanos esos 13 niños que tanto habían oído hablar del nuevo colegio y que ellos, los privilegiados, inauguraban, como grano de mostaza. El P. Tounedou organiza enseguida las clases: tras un breve examen probatorio, los niños fueron distribuidos en cuatro cursos primarios, bajo la responsabilidad exclusiva de los sacerdotes. El P. Sampay, pese a su edad y a su cargo de Director Espiritual, aceptó generosamente su parte de enseñanza y de vigilancia. El P. Tounedou, Director, se reservó enseñar a leer a los más pequeños. Fue tanto su éxito que los pequeños, en pocas semanas, ya leían el diario a sus admirados papás. Los tres Padres restantes, animados por esos ejemplos, redoblaron de celo.

            Cada día aumentaba el número de alumnos; tanto que al finalizar el mes eran ya unos treinta. Esta sucesión de entradas explica que bastantes alumnos de la primera época -o sus familiares- puedan afirmar que fueron los primeros, los fundadores. El reglamento era el mismo que el de nuestros grandes colegios, salvo alguna modificación que exigían las circunstancias: por la mañana y por la tarde se concedió un recreo suplementario y otro más después de la cena. Era viernes el 1° de Julio y fue el día de instalarse y crearse. El lunes 4 empezaron, con absoluta dedicación, las clases en el Colegio de San José.

 

(1)       Conferencia del Dr. Jerónimo Irala Burgos, el 19 de Agosto de 1979, con motivo de su incorporación a la Academia.

 

Fuente:

HISTORIA PARAGUAYA

ANUARIO DE LA ACADEMIA PARAGUAYA DE LA HISTORIA

Volumen XXVII - Asunción, 1990

Director: RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ

Administradora IDALIA FLORES DE ZARZA

Edición financiada por FUNDACIÓN LA PIEDAD

Asunción – Paraguay

1990 (292 páginas)

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