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JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN (+)

  BATALLA DE CURUPAYTY (Autor: JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN)


BATALLA DE CURUPAYTY (Autor: JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN)

BATALLA DE CURUPAYTY

Autor: JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN

 

Batalla de Curupayty . Derrota de los aliados con inmensas pérdidas . Desinteligencia entre los Jefes aliados.

 

Curupayty, por más de una circunstancia, es la batalla más trascendental que ha tenido lugar en la pasada guerra. . Es la victoria más positiva, más ruidosa y gloriosa que han alcanzado las armas paraguayas; y por su consecuencia pesará eternamente en la conciencia de los aliados, y en particular, en la de los argentinos, que han tenido que lamentar la pérdida de muchos jóvenes aventajados pertenecientes a las familias más distinguidas de su sociedad. Es, sin embargo, por otro lado, una hecatombe gloriosa para brasileros y argentinos, porque representa el heroísmo de los dos, que sin arredrarse ante el peligro y fieles a sus antecedentes, se lanzaron al asalto con intrepidez y valentía.

Curupayty constituye un gran recuerdo para el Paraguay, porque sintetiza las virtudes sublimes de que dieron pruebas sus hijos en defensa de su derecho; es un foco luminoso de inspiración donde podrán ocurrir las generaciones venideras para retemplar su espíritu, mantener vivo el sentimiento del deber y robustecer su patriotismo; es una gloria indiscutible, cuya aureola irá en aumento a medida que pasen los tiempos atestiguando la pujanza, el valor y el heroísmo de la nación paraguaya (Curupa´ihtíh es solamente una batalla afortunada, antes que el coronamiento de una conducción operativa feliz. Es típicamente un rechazo, cuyos fundamentos tácticos se reducen a: a) elección del lugar en una zona impuesta por el enemigo; b) intensos trabajos de fortificación dentro de un espacio de tiempo también impuesto por el enemigo; c) defensa pasiva; d) ausencia de concepción operativa de parte de la defensa; e) pérdidas ínfimas en personal y en material con relación a las del adversario; f) resultados: local y parcial, concretados en paralización de una operación ofensiva planeada y ejecutada por el enemigo.

En el aspecto operativo, Curupa´ihtíh, aun sin provocar la decisión en un período, significó la suspensión de una empresa y el abandono de una dirección ofensiva. En el aspecto material, fue un costoso desgaste para el enemigo.

Es el aspecto moral que Curupa´ihtíh brilla, pese a su condición de batalla meramente defensiva, con proyecciones operativas de orden pasivo: la fe en la causa nacional se exalta ante la victoria. El golpe sufrido por el invasor deriva en concesión obligada de un largo tiempo que el Paraguay aprovecha para completar su organización interior, aumentar su producción, y dar fin a su sistema defensivo en torno a Humaitá.

Curupa´ihtíh no es culminación de una conducción operativa: es una sonrisa en medio del infortunio.).

Pero... séame permitido hacer la relación de los detalles que son indispensables para darse cuenta de la importancia del combate y de su resultado.

Los trabajos de la nueva trinchera continuaron de día y de noche, cada vez, por supuesto, con más tesón a medida que los preparativos del enemigo aumentaban la probabilidad de un pronto ataque, y a pesar de las bombas que arrojaban sobre los trabajadores los buques de la escuadra enemiga. - Esos trabajos ocupaban, como ya se dijo toda la guarnición que consistía en unos 5.000 hombres, más o menos, que se turnaban cada 8 horas por terceras partes.

El 16, el enemigo estableció una batería en una pequeña altura a distancia de unos 400 metros de nuestra línea. Al día siguiente temprano a eso de las 7, el General Díaz mandó practicar con una partida sacada del Batallón 27 un reconocimiento sobre la nueva batería, y después de cambiar algunos tiros con el enemigo, regresó.

El 18, se repitió la misma operación, sin más incidente que el cambio de tiros.

El 21, después de medio día, el General Díaz participó al Mariscal, que las

trincheras estaban listas para recibir al enemigo. Entonces ordenó al ingeniero Thompson que pasara a Curupayty a hacer una inspección detenida de las nuevas fortificaciones y le diera cuenta de su estado. Thompson dio parte al Mariscal ese mismo día: .que la posición era fuertísima y podría ser defendida con ventaja..

Esa misma tarde, a eso de las 6, vino el general Díaz a Paso-pucú, y, ratificando la opinión de Thompson, manifestó con entusiasmo, que si todo el ejército aliado le trajese el ataque, todo el ejército aliado quedaría sepultado al pie de las trincheras. . Lo dijo con un tono de confianza tan grande que el Mariscal, que por ese tiempo andaba indispuesto, se sintió reanimado, se puso contento, y esperó al enemigo con la casi seguridad de conseguir un gran triunfo.

El foso (El general Garmendia, en sus Recuerdos de la Guerra del Paraguay, dice que el foso tenía 4 metros de profundidad y otro tanto de ancho - lo cual no es exacto (N. del A.)) tenía dos varas de profundidad y cuatro de ancho, y en toda su extensión se había colocado un ligero abattis formado de árboles con las ramas para fuera y los troncos hacia adentro. La línea tenía ángulos salientes y estaba artillada por 49 piezas de posición, (Jourdan calcula 58 sobre la nueva línea y 32 sobre la del río, ¡que hacen un total de 90 piezas! El número que dejó consignado es exacto y está confirmado por Thompson, que es autoridad en la materia, por que más que nadie tenía motivo para saberlo. (N. del A.)) 13 de estas estaban colocadas sobre el río y las demás en la nueva trinchera. Entre ellas había 8 piezas de a 68, de las que dos estaban colocadas para defender el frente por tierra, y 4 exclusivamente sobre el río para hostilizar a las corazas, y las otras dos sobre el flanco derecho, o sea en el mismo ángulo, de manera a barrer igualmente su frente por tierra y por el río, haciéndolas girar un poco de uno a otro lado.

La guarnición se componía de las tres armas. La infantería estaba compuesta de los siguientes batallones, según el orden de su colocación en la trinchera nueva de derecha a izquierda: el 4, al mando del capitán Insaurralde colocado en el ángulo sobre el río; el 36, al mando del mayor Fernández; el 38, al mando del mayor Escurra; el 27, al mando del mayor Juan González; (pyárasy); el 9 al mando del mayor Olmedo; el 7 al mando del teniente coronel Luis González y el 40, al mando del mayor Duarte. El personal de estos cuerpos variaba mucho en esa época. El 40 por ejemplo tendría entonces próximamente 800 plazas, el 36, 600 plazas, y los demás, 500 y 400 y pico.

El comandante Luis González era el jefe inmediato de toda esa infantería.

La división de caballería que ocupaba la extrema izquierda hacia Chichí, se componía de los regimientos Nº 6, al mando del capitán Bernardino Caballero; Nº 9, al mando del capitán Peralta, y el 36 al mando del capitán Avalos. - El capitán Bernardino Caballero (Este valiente y distinguido oficial fue llamado por el Mariscal el día 3 de Septiembre, y diciéndole que Curuzú había sido tomado le ordenó que pasase con su regimiento a reforzar a Díaz a fin de contener al enemigo en caso que avanzase. Así lo hizo y desde entonces quedó allí a prestar su servicio. (N.del A.)) (hoy general), como el más antiguo, era el jefe inmediato de esta división, y durante el combate, estaba situado con su regimiento atrás de la batería del ángulo, para reemplazar con su gente a los artilleros muertos o heridos, en razón de que uno de sus escuadrones había recibido instrucciones de artillería para prestar servicio en esta arma en los casos ofrecidos.

Las baterías sobre el río hasta el ángulo eran mandadas por el bravo capitán de marina Domingo A. Ortiz y el mayor Albertano Zayas (Este fue un joven que comenzó su carrera siendo escribiente al lado del Mariscal, de quien llegó a ser ayudante; Era joven inteligente y de exterior agradable, descendiente de un porteño. (N. del A.)), que fue dada de alta para desempeñar ese puesto en la acción.

En la nueva línea la batería de la derecha era mandada por el capitán de marina Pedro V. Gill; la del Centro por el capitán de artillería Adolfo Saguier, y la de la izquierda por el mayor Pedro Hermosa (hoy Coronel).

El general Díaz mandaba en jefe toda la fortificación. El general Mitre, según hemos visto, aceptó con frialdad la idea de operar por nuestra derecha antes de la toma de Curuzú, y la prueba más palpable de que no había tenido predilección por ese plan, es que se llevó a la práctica, sin que en la operación hubiese tomado parte un solo argentino. Mas, después del triunfo de los brasileros, parece haberse operado en su ánimo una reacción, que le hizo cambiar de idea, alimentando la convicción de que no era por nuestra izquierda sino por Curupayty que podía obligar al Mariscal López a refugiarse con su ejército en la fortaleza de Humaitá, suprema aspiración de los aliados para concluir la guerra. Y la prueba de este hecho es, que se marchó con todo el ejército argentino a Curuzú (Véase el protocolo de la junta de guerra del día 8 de Setiembre de 1866. (N. del A.)), para dirigir en persona el día señalado el ataque de Curupayty.

Hizo todo esto con entusiasmo, en la creencia de que la iniciativa del Mariscal para la conferencia de Yataity-corá, importaba un acto de desfallecimiento, y por eso, sin duda, no tuvo inconveniente en declarar espontáneamente a aquél al separarse, que antes que transcurriese la semana, se llevaría adelante con vigor las operaciones; se entiende, en combinación con la escuadra, según indicaban los movimientos preparatorios.

El ataque de Curupayty fue discutido en junta de guerra celebrada el día 7, pero recién en la que tuvo lugar el 8 de Septiembre fue resuelto definitivamente, determinando: - 1º Que el General en jefe con una fuerte columna argentina, se trasladará a Curuzú para reforzar al ejército de Porto-Alegre, y con el nuevo ejército así combinado practicar el ataque - 2º Que el General Flores con la caballería aliada, amenazara la retaguardia del punto asaltado, cortando el camino de Humaitá, y 3º Mantener mientras tanto el general Polydoro a la defensiva el campo atrincherado de los aliados en Tuyutí, pudiendo en caso dado y oportunamente prevenido, concurrir a operar por la derecha o por el frente de las líneas paraguayas (Sólo 1.000 hombres quedaron en Tuyutí.). - Estas resoluciones fueron llevadas a cabo sin pérdida de tiempo.

Las fuerzas con las que se iba a practicar la operación estuvieron reunidas el 14, y se dispuso que el ataque tuviese lugar el 17. . En otra reunión y creo que fue la última, acordaron los generales que la escuadra comenzaría el bombardeo al amanecer, a cuyo efecto deberían colocarse los buques de nuestras baterías del río a tiro de metralla. Que una vez destruidas éstas, tomarían posición en un punto conveniente para barrer de enfilada las de tierra, y que, cuando tanto la artillería como la guarnición, estuviesen reducidas a polvo, enarbolaría una bandera roja y blanca, que sería la señal para que las columnas argentinas y brasileras se lanzasen al asalto.

El día señalado (17), las fuerzas argentinas y brasileras se aprestaron para el ataque, tomando las posiciones convenientes; pero el bombardeo, con extrañeza de los generales, no se dejó oír. Entonces, mandaron averiguar la causa del silencio que constituía una falta a lo convenido y acordado. El

Almirante Tamandaré contestó, manifestando que la escuadra de su mando no bombardeaba ¡porque el tiempo amenazaba lluvia!

Efectivamente, a medio día del 17 sobrevino una copiosa lluvia que duró tres días, es decir, hasta el 20, haciendo imposible el ataque hasta el 22. - Del 21 al 22, el tiempo estaba completamente despejado; el cielo claro y los rayos solares llevaban el calor hasta el suelo por los intersticios de los árboles y de los juncales.

El día 22, por la mañana, de 7 1/2 a 8, empezó la escuadra un gran bombardeo, que anunciaba que había llegado por fin el momento de iniciar la gran batalla. - La escuadra estaba entonces compuesta de 22 buques; 5 encorazados y los demás de madera de diferentes tamaños, que hacían vomitar sobre nuestras posiciones 101 piezas de artillería de todos calibres. A las 12, los encorazados Barroso, Brasil y Tamandaré levaron ancla y siguieron aguas arriba, a fin de barrer la retaguardia de nuestra trinchera; pero debido a la altura de la barranca, aquélla no era visible, de suerte que la mayor parte de sus tiros fueron por elevación; excepto unos que otros que causaron unas cuantas bajas a nuestra gente. . Una bala de 150 pegó en una pieza de a 68 colocada sobre el río y la dividió en dos desmontándola (Esta pieza tronchada de esta manera fue usada después en las fortificaciones durante la guerra para arrojar metralla. (N. del A.)). Esa misma bala mató al mayor Zayas, cuyo cuerpo fue hecho pedazos, y las astillas de la cureña hirieron a todos los artilleros que la guarnecían. La pequeña trinchera que servía de avanzada para defender los trabajos de la línea principal, fue abandonada a las 10 1/2 bajo el fuego de las baterías enemigas retirándose algunas piezas que tenía dentro de la línea principal. Al penetrar adentro las tropas, una bomba de mortero de a 150 derribó una parte del parapeto, y las tierras desprendidas voltearon y dejaron enterrado debajo a un oficial (Era el Subteniente Cesareo Cáceres del Batallón 36. (N. del A.)).

Cuando fueron con palas a levantar las tierras caídas para componer el desperfecto, le sacaron de allí casi moribundo, sin que antes por algunos minutos, ¡se haya podido dar razón de su repentina desaparición!

A las 12 ½ las fuerzas aliadas que se habían formado al empezar el bombardeo, llevaron el ataque sobre nuestra posición en cuatro columnas: dos argentinas y dos brasileras que fueron distribuidas al llevar el ataque de la manera siguiente:

La 1ª columna brasilera se dirigió sobre nuestra derecha por el mejor camino que iba por entre el bosquecillo de la orilla del río. La 2ª brasilera constituía con la 3ª argentina una columna sobre el Centro; y la 4ª también argentina sobre la izquierda.

Las dos columnas del Centro eran dirigidas: la brasilera, por el general Albino Carvalho y la argentina por el General Paunero.

La de la derecha que marchaba por la orilla del río, iba a mando inmediato del Coronel Augusto Caldas, y se componía de 6 batallones de infantería y 3 cuerpos de caballería a pie. La 2ª brasilera que formaba la columna central, se componía igualmente de 6 batallones de infantería y 3 cuerpos de caballería a pie.

La 3ª o sea la argentina formando con la 2ª brasilera la columna central, al mando del General Paunero, se componía de 12 batallones de Infantería, o sea de tres brigadas, . la de Susini a las órdenes del Coronel Rivas: - Batallón Santa Fe, 2ª Legión de voluntarios, batallón de Salta y 5º de línea: - la de Rivas, 1º de línea, 3º de línea, el San Nicolás y Legión Militar; y la de Arredondo, 4º y 6º de línea, 1ª Legión de voluntarios y el de la Rioja.

Y la 4ª o sea la que se dirigió a nuestra extrema izquierda y que iba al  mando del General Emilio Mitre, jefe del 2º cuerpo del Ejército argentino, se componía en el asalto de 5 batallones a las órdenes del Coronel Mateo Martínez: 9 y 12 de línea, 3º de Entre Ríos, 2º de línea y 1º y 3er. Regimiento de guardias nacionales.

La columna argentina bajo la dirección del General Emilio Mitre, estaba apoyada por una batería de 12 piezas al mando del Coronel Julio de Vedia; y las dos brasileras estaban igualmente apoyadas por una batería brasilera servida por un cuerpo de artillería a caballo con 8 piezas rayadas, 2 obuses y 4 coheteras a la congrève y una sección de zapadores.

Además, uno o dos batallones armados de rifles fueron colocados en el Chaco para hostilizar a la guarnición de nuestras posiciones.

Todas esas columnas se pusieron en movimiento a la hora ya indicada... en perfecto orden, al son de los clarines y al toque marcial de las bandas de música. Las tropas todas bien uniformadas, cubiertas de vistosos trajes y los jefes y oficiales en su mayor parte con uniformes de gala. Avanzaron con gallardía y entereza, sostenidas por las descargas combinadas de sus respectivas baterías y de la escuadra. . En cuanto hicieron su aparición en el espacio libre, estallan nuestras baterías sucesivamente de derecha a izquierda con fragor espantoso que hacía temblar la tierra y conmover la atmósfera; cruzan sus fuegos convergentes sobre ellas, sembrando en sus filas confusión y muerte. - Un alarido salvaje de entusiasmo contesta a los primeros estragos, y se arrojan bravas las tropas aliadas al asalto, llegando bastante bien a la trinchera de vanguardia que se había improvisado para proteger los trabajos de la línea principal y que como ya se dijo, estaba abandonada; pero de allí en adelante las bombas, las balas rasas y metrallas que vomitaban sin cesar los cañones de nuestra posición, abrían sendos claros en sus columnas, cayendo al suelo por compañías enteras como juguetes de plomo; se veían saltar por los aires en revuelta confusión, hombres hechos pedazos, armas, fajinas y escaleras (Los soldados llevaban además cacerolas porque iban dispuestos a cenar en “Humaitá”. ¡El hombre propone y Dios dispone! (N. del A.)) de qua iban provistas para el asalto, y telones de charcos de agua mezclada de sangre que hacían levantar los proyectiles como trombas a grandes alturas. Sin embargo; continuaban su marcha las columnas hasta llegar destrozadas cerca de nuestra trinchera principal, que parecía advertirles: habéis llegado al término a donde podéis llegar, de aquí no pasareis. ¡Non plus ultra! Allí caían al borde del foso y algunos dentro de éste, víctimas de los fuegos cruzados de nuestros cañones y de las descargas certeras de los fusiles de chispa de la infantería colocada tras de los parapetos. . Algunos jefes argentinos de la columna del centro, montados en briosos corceles, llegaron hasta casi el borde de los fosos, donde permanecieron animando a sus tropas; pero casi todos perecieron.

¡Qué espectáculo! ¡Era horriblemente bello e interesante!

¡La imaginación del poeta no hubiera necesitado esforzarse para pintar un caos infernal con todos los tonos y rasgos característicos de tan singular y espantoso cuadro (Algunos enganchados del Ejército aliado se enloquecieron en presencia de aquel pavoroso cuadro ¡Uno de ellos aún existe en el manicomio!)! En efecto, aquel continuado tronar de las armas de fuego, llenando la atmósfera de un espeso humo gris-negro que podría cortarse como una masa y que no permitía ver los objetos a cuatro metros, aquella sucesión no interrumpida de relámpagos que producían los disparos de los cañones y las curvas ígneas que describían los cohetes a la Congrève siguiendo diferentes direcciones, cuyas lívidas luces rasgaban la densa oscuridad, y aquel olor a pólvora, a sangre y a azufre que despedía todo . imprimía a ese fúnebre y horrible drama todos los distintivos de un verdadero pandemonium! En medio de aquel titánico encarnizamiento, de aquel bramido ensordecedor de los elementos bélicos, se oían las voces de los jefes paraguayos animando a sus soldados: ¡Neiquena los mitá! ¡Orporámaca (Queremos creer que orporámaca es un error de imprenta que sería oguerecó porâmaco: ya tienen su merecido.) los cambá! A los que respondían gritos estridentes de dolor que lanzaban los heridos y moribundos de los enemigos que caían víctimas de su valor y arrojo, la mayor parte para no levantarse más. Conviene advertir que una hora después que la división del Coronel Rivas se aproximó a nuestras trincheras, fue reforzada por la del Coronel Arredondo, y por los batallones 9, 12 de línea y 3 de Entre Ríos, pertenecientes al 2º Cuerpo del Ejército Argentino.

Las columnas de ataque brasileras fueron igualmente reforzadas por la división del Coronel Lucas de Lima, compuesta de 6 cuerpos de caballería a pie, y en los últimos momentos tomaron también parte los batallones 8, 20 y 46 de Voluntarios de la Patria, que al principio daban protección a la artillería (Schneider . Notas de Paranhos. (N. del A.)).

Los aliados dieron dos embestidas sucesivas, a cuales más heroicas a nuestra fortificación; en cada una de ellas, rivalizaron soldados, jefes y oficiales, en entusiasmo, valor e intrepidez haciendo una verdadera ostentación de arrojo y desprecio de la vida.

El combate duró hasta las 4 de la tarde, hora en que el General Mitre, convencido de que todo esfuerzo era inútil para apoderarse de Curupayty, dio orden de retirada. Los que quedaron vivos se replegaron lentamente, llevando sus heridos, al campamento de Curuzú, sufriendo en esta retirada nuevos y terribles estragos como era consiguiente.

En el sitio donde se encontraba el batallón 9 que guarnecía la nueva trinchera, el abatis era más ralo y el foso más angosto y menos profundo; por esta razón y por vía de precaución para evitar cualquier incidente comprometedor, dicho batallón, así que se aproximaba el enemigo por ese lado, fue reforzado por el regimiento núm. 6 al mando del Capitán Gregorio Escobar.

Schneider en su obra titulada .La Guerra de la Triple Alianza contra el Gobierno del Paraguay. (p. 120 Edición traducida 1876) guiado por el Relatorio del Ministro de la guerra brasilero, dice: que de la columna que atacó la derecha de nuestra fortificación, (izquierda brasilera) una compañía llegó a penetrar dentro de nuestra trinchera, y se apoderó de 4 piezas de artillería; pero que los paraguayos acudieron allí luego, los rodearon y mataron a cuantos no tuvieron tiempo para huir.

Toda esta relación es falsa. Ni un solo brasilero ni argentino penetró en Curupayty. Algunos de la columna brasilera, desesperados por el fuego mortífero que a quema ropa los trituraba en pedazos, se echaron en el foso, y esos cayeron prisioneros en nuestro poder.

El General Díaz se mantuvo a pie durante todo el tiempo que duró el combate atrás de la batería que comandaba el Capitán Ortiz, y recién cuando el enemigo se pronunció en retirada, montó a caballo y recorrió toda la trinchera, echando vivas y mandando tocar dianas con la banda militar que tenía, y con los tambores y cornetas. El entusiasmo fue inmenso. El bombardeo de la escuadra aún continuaba, pero ya no con tanta actividad.

El General Díaz quiso hacer perseguir con la caballería al enemigo; pero el Mariscal se lo prohibió terminantemente (Siempre ha sido objeto de discusiones de si el rechazo debió ser seguido de persecución del enemigo. A nuestro juicio, la cuestión es simple y está resuelta por las condiciones del terreno y por las circunstancias que rodearon a la batalla: la persecución era de ejecución completamente imposible, por innecesaria y por inoportuna. El simple rechazo constituía el éxito más completo a que podía aspirar el alto mando paraguayo en las circunstancias especiales de Curupa´ihtih. Salir fuera de las obras para atacar a un adversario rechazado pero no destruido, amparado en obras muy fuertes, en un terreno dominado por la artillería de marina que obraría tomando por el flanco al atacante, y sin medio ninguno de ataque que no fuera la infantería armada de fusiles y la caballería, seria llevar las tropas a una masacre tan cierta como estéril). Las pérdidas de los aliados fueron enormes. Dejaron sobre el terreno más de cinco mil cadáveres, según cálculo aproximativo de los actores principales de aquel gran combate.

El batallón 12, a las órdenes del mayor Saturnino Viveros, fue llegando a Curupayty, como media hora después de haber terminado la acción; sin duda fue enviado allí para cuando fuese necesaria su cooperación. Y como no hubo esa necesidad, recibió orden para salir fuera de trinchera a recoger las armas y los despojos de que estaba sembrado el campo; volvieron de allí los soldados vestidos con los uniformes argentinos y brasileros que habían quitado a los muertos, y como habían recibido su paga poco antes, encontraron y trajeron muchas libras esterlinas, relojes y otras alhajas de oro y plata. Recogieron, además, algunos pocos heridos prisioneros y unas seis mil armas entre fusiles, carabinas a la minié, espadas y un porta estandarte de la Legión militar argentina, la bandera de uno de los regimientos brasileros a pie, cajas de guerra, cornetas y varios instrumentos de banda militar.

De nuestra parte, las pérdidas fueron muy insignificantes: entre muertos y heridos no pasaron de 92 hombres, la mayor parte de ellos heridos por las balas del batallón brasilero (16 de voluntarios) que estaba colocado en el Chaco. El Teniente de marina José P. Urdapilleta fue herido en un brazo por una de ellas, y el de igual clase de caballería, Jaime Lescano, ayudante del Mariscal, fue muerto por otra que le atravesó el cuello. El ingeniero polaco, Myskowky, con familia en el Paraguay, fue muerto por una bala de Whitworth de a 1 que le atravesó la cabeza. Esa fue la primera vez que los aliados hicieron uso de ese proyectil que por lo bonito se hacía servir para apretar papel en los escritorios de campaña. Las tropas, que de todo se reían y a todo le ponían nombre, lo bautizaron con el de fiú í, pues había otro, el de 32, que lo llamaban simplemente fiú. Esta palabra expresa el ruido que hace dicha bala al pasar rápida por sobre ellos.

La escuadra en esa ocasión lanzó cinco mil bombas, y los paraguayos hicieron como 7 mil tiros de cañón (Thompson. (N. del A.)).

Los argentinos tuvieron 16 jefes fuera de combate, 6 muertos: Rosetti, Alejandro Díaz, Charlone, Olascoaga, Fraga y Salvadore, todos comandantes de batallones. Heridos: Rivas (comandante de una brigada), Calvete, Ayala, Gaspar Campos, R. Victorica, Giribone, Retolaza, Sotel, Lora, L. Mansilla, total 16.

El coronel Rivas, que se portó en esa ocasión como siempre, - como un valiente - fue proclamado general sobre el campo de batalla. Los brasileros tuvieron fuera de combate 20 jefes: . muertos: Souza Barreto, Antune de Abreu, Fabricio de Mattos, Hypolito de Fonseca, Souza e Mello y Castillo dos Reis; Fiscales Machado, Lemos y Marciano L. da Racha Medrado. Todos estos comandantes de batallones. Heridos: . Vasco de Alves, barón de Santa Ana de Libramento, Roque de Souza, Genuino de Sampaio, Rodriguez Liana, Aurelio de Andrade, Bento Gonzalves da Silva, . Fiscales Aniceto Voy, Cardoso da Costa, Olinto de Carvalho, Estevão da Cunha y Baptista de Moura. A bordo de la escuadra, fue herido el comandante de división, Elisario dos Santos (barón de Angra) (Notas de Paranhos a la obra de Schneider y Garmendia sobre Curupayty. (N. del A.)).

Las bajas que tuvo el batallón brasilero que estaba en el Chaco fueron 3 muertos y 15 heridos.

Según el parte de Tamandaré la escuadra tuvo aquel día una baja de 21 hombres entre muertos y heridos, y que varias chapas habían sido rotas y muchos pernos arrancados por las balas y que, sobre todo, la madera interior había sufrido mucho. Al encorazado Brasil, y no Barroso, como equivocadamente dice Thompson, se le desmontaron dos piezas de a 68, y las balas que penetraron por las troneras de los buques, que fueron muchas, no sólo mataron y hirieron, sino que produjeron una alarma infernal entre los tripulantes.

El mismo día por la noche el General Díaz se presentó en el Cuartel General, donde el Mariscal le ofreció una espléndida cena, a la que asistieron Mrs. Lynch, el Obispo, los generales Barrios y Resquín, varias personalidades civiles y muchos otros militares del ejército de alta graduación.

El Mariscal López, gozó esa ocasión, tal vez única en su vida, una de las más puras satisfacciones. Altamente complacido con el resultado de aquella importante batalla, estuvo locuaz, y tuvo sus momentos de inspiración, llegando a expresar sus ideas y pensamientos, no sólo con entusiasmo, sino con verdadera elocuencia, en los postres cuando sirvieron el champagne.

Felicitó al General Díaz, haciendo su elogio en términos adecuados y, a la vez de hacerle justicia, expresó que su nombre viviría eternamente en el corazón de sus conciudadanos, por haber merecido ese día bien de la patria.

Al día siguiente, 23, salieron fuera de la trinchera algunos batallones a enterrar los cadáveres de que estaba sembrado el campo. Cuando se hicieron los trabajos de la fortificación, se habían abierto pozos o zanjas a lo largo de las orillas de las lagunas frente a Curupayty para impedir que los aliados pudieran pasarlos, como hicieron antes en Curuzú, y los cadáveres fueron echados en esas zanjas hasta llenarse, y después el resto fue arrojado al río Paraguay. Uno de los batallones encargados de esa triste y pesada misión, fue el 36, compuesto de 600 plazas, y se calcula que él solo echó al río y enterró más de dos mil, es decir, de los que se encontraban dentro del terreno de nuestra posición; quedando abandonados aquéllos que se encontraban más lejos para ser, como en los tiempos de Homero, presa de las aves de rapiña.

Thompson afirma en su obra (Página 208, Edición de 1869, sobre Curupayty. (N. del A.)) que el General Polydoro tenía orden de asaltar el centro de nuestra posición en Paso Gómez, lo cual no es cierto.

Según lo resuelto en la junta de generales del día 8 que queda consignada más arriba, su deber era sencillamente mantener mientras el ataque a la defensiva el campo atrincherado de Tuyutí, y que cuando oportunamente fuese prevenido, concurriese a operar por la derecha o por el frente de nuestra línea fortificada de Paso Gómez. Para el efecto había quedado a la cabeza de 18 a 20 mil hombres. El General Polydoro tuvo su gente durante el ataque de Curupayty en formación un poco fuera de sus trincheras, para hacer creer a los nuestros que iban a avanzar, con lo que quedó llenado su deber, no constando haber sido prevenido o haber recibido orden para ejecutar ninguna operación.

En eso los aliados anduvieron acertadísimos; porque si hubiese atacado nuestra posición en Paso Gómes, hubieran sufrido una pérdida tan enorme o más que en Curupayty, porque el terreno que hubieran tenido que atravesar, era peor que en este punto, y hubieran estado expuestos a los fuegos de las baterías del centro y de los flancos.

El General Flores, cumpliendo con el rol que le estaba asignado en la referida junta, a la cabeza de 3.000 hombres de caballería - 2.500 brasileros y 500 argentinos y orientales - se internó por nuestra izquierda, pasando el Bellaco del Norte o sea el Estero Rojas, en Paso Canoa. Allí mató y tomó prisioneros a unos 20 hombres que estaban de guardia en ese punto. Uno de sus regimientos avanzó hasta San Solano; pero el grueso de su columna se mantuvo próximo al Paso Canoa.

Después de la victoria de Curupayty, el mariscal mandó dos regimientos de caballería con órdenes de cargar a Flores; pero éste prevenido del fracaso de las armas aliadas, se retiró a tiempo.

El 24 del mismo mes, Flores realizó su proyectado viaje para Montevideo, donde reclamaban su presencia los asuntos políticos de su país.

Los batallones argentinos, después del asalto se embarcaron en Curuzú para volver a Tuyutí, quedando el 2º cuerpo del ejército brasilero siempre a lasórdenes de Porto Alegre. Los brasileros en seguida trabajaron grandestrincheras, de manera a garantirse contra cualquier sorpresa.

Antes del ataque de Curupayty, habían sufrido algún tanto las relaciones de amistad entre el General Mitre, Porto Alegre y el almirante Tamandaré.

Estos dos últimos se disgustaron por la demora que hubo en el envío de los refuerzos y con la ida del general argentino a Curuzú a asumir el mando o dirección de las operaciones en persona.

Después del ataque, se agravaron esas desinteligencias, y surgieron nuevas entre el Almirante y el General Porto Alegre por un lado, y el mariscal Polydoro, por otro.

Razón tenía el Semanario para las observaciones que hizo al respecto el 27 de Octubre en el siguiente párrafo:

“Porto Alegre no obedece las órdenes de Polydoro, y Tamandaré, el Soberano de la armada imperial, no quiere tampoco entenderse para nada con Polydoro, formando de consiguiente una alianza contra Polydoro, sin admitir en ésta a Mitre a quien desprecia altamente. Resulta de aquí que hay un ejército sin cabeza, o más bien dicho, con muchas cabezas, haciendo imposible una operación cualquiera. Mitre, jefe in nomine del ejército, está haciendo el papel más ridículo del mundo”.

Esta pintura que de la situación del ejército aliado hizo el Semanario, era exacta, y en prueba de esta verdad el General Mitre decía en una carta dirigida después de Curupayty al Vice-Presidente de la República Argentina, D. Marcos Paz, lo siguiente:

“Nuevos contingentes, remontarán nuestros batallones; pero la pérdida de beneméritos jefes y oficiales, no se repone con igual facilidad. Las sombras, que hace algún tiempo vienen dibujándose en el cielo de la alianza, se condensan por los hechos de Curupayty, y forman amenazadores nubarrones; pero confío en que, con buena voluntad y alguna abnegación para silenciar cargos que dejarían alguna responsabilidad para todos, conseguiré despejar sus horizontes”. (Notas de Lewis y Estrada, a la obra de Thompson, sobre Curupayty. (N. del A.))

En nuestro ejército, donde se tenían noticias por los espías de la existencia de estas desinteligencias que, de día en día iban agravándose, se alimentaba la creencia en que no tardaría de suceder la completa ruptura de la alianza. Desgraciadamente no ha sucedido así, gracias a la habilidad y astucia del General Mitre, que consiguió salvar la alianza, respondiendo a los severos cargos que le hicieron con un profundo silencio. Sus apologistas dan mucha importancia a este silencio, y nos aseguran que el día que el General Mitre lo rompa, quedarán sus detractores confundidos.

El descalabro de Curupayty tuvo una dolorosa repercusión en el Río de la Plata: indignación, llanto e inculpaciones, fueron los primeros efectos que produjo tan terrible noticia. Los aliados duramente aleccionados, resolvieron proceder con más prudencia, entregándose al estudio de nuevos planes de operaciones sobre nuestras posiciones. Transcurrieron 14 meses, durante los cuales, no hubo ningún encuentro de importancia, hasta que el Mariscal López, como siempre, sacó a los aliados de su apatía el 3 de Noviembre de 1867 con el asalto del campamento de Tuyutí.

Durante la batalla de Curupayty, el Mariscal permaneció en su cuartel general de Paso pucú, y a más de las comunicaciones telegráficas que le ponían al corriente de cuanto ocurría, enviaba allí sus ayudantes que a cada rato le traían informes verbales de las peripecias de aquel gran combate. Las balas y bombas mal dirigidas de la escuadra, unas caían cerca, y otras, pasaban por encima del cuartel general silbando, yendo de rebote hasta las inmediaciones de Tuyucué.

Nos asegura Thompson, con mucho aplomo que el Mariscal, distrayéndose un poco, salió fuera de su terraplen, y que en ese momento sintió el silbido de una bala, ¡y que ganó su casa corriendo como un gamo!

Sigue por lo visto el Sr. Thompson en su empeño de riduculizar al Mariscal. Con la mentira no se escribe la historia. Y quien se ha hecho ridículo con tan poco noble afán, es él. ¿Hay quien crea que un hombre tan corpulento como era el Mariscal, pudiese correr como un gamo?... Era suponerle desprovisto completamente de toda dignidad y pundonor para dar semejante ejemplo a sus subordinados. El defensor de Angostura, no tiene derecho de maltratar así a su antiguo protector, cuya talla, a pesar de sus defectos como militar y de los errores que ha cometido, se encuentra muy arriba de la de su detractor y de la de muchos en igualdad de circunstancias.

¡Cosa rara! La victoria de Curupaity, no fue conmemorada con grandes ascensos, o con recompensas especiales de honor. Sólo hubo algunos ascensos entre las clases subalternas en su mayor parte: el del mayor Fernández a teniente coronel; el del sargento Escobar del batallón 36 (hoy general), a alférez; el del sargento Agustín Cañete del batallón 7 (actual Ministro de Hacienda), a alférez; el del sargento Gorgoño Rojas, a alférez y de otros cuyos nombres no tengo presente. (D. Silvano Godoy se ha equivocado, o ha estado mal informado, para asegurar en la nota a la página 36 de sus Monografías, que no se había acordado un solo ascenso. (N. del A.))

Parecía justo que el general Díaz, el héroe de aquella gloriosa jornada, hubiese merecido alguna recompensa; pero el Mariscal se limitó a hacer su elogio en la cena que queda más arriba mencionada y de allí no pasó. (Sorprende, en efecto, la precisión con que el Mariscal valora los méritos de los soldados que han conquistado para la patria la brillantísima victoria de Curupa´ihtíh. La victoria no es el resultado de una combinación táctica u operativa magistral, sino el producto del trabajo tesonero. No entraron en ella ni un cerebro de estado mayor ni una conducción resuelta y enérgica dentro del vaivén de las batallas en el campo, ni siquiera la bravura de las tremendas cargas a bayoneta o a lanza. No: Curupa´ihtíh es resultado solamente del heroísmo silencioso de los músculos que mueven el pico y el hacha, de la abnegación del centinela que vela noches y noches con el barro hasta el pecho, bajo nubes de mosquitos y de mbarigui infernales, del sudor para arrastrar los grandes cañones 68 en el barro pegajoso y resbaladizo, para romper la durísima greda a golpes de ihvihrajhacuá, para voltear árboles centenarios de corazón tan duro como el hierro. Curupa´itíh es en fin una gloria del trabajo antes que del heroísmo, un mérito del soldado puro músculos y pura fuerza moral antes que del general conductor. Por eso no se podría elevar un monumento de mayor altura al Mariscal Francisco Solano López, que la simple enumeración de los premios que acordó a los soldados de Curupa´itíh; al general vencedor, el abrazo emocionado y las palabras proféticas: vuestro nombre, general Díaz, no morirá: vivirá eternamente en el corazón de nuestros conciudadanos... ¿Preferiría acaso el sencillo José Díaz los cordones de general de División al elogio del Mariscal y al recuerdo de su pueblo?

El único oficial premiado con un ascenso fue el mayor Juan Fernández, comandante del Batallón 27.

Los otros ascendidos, fueron sargentos. El sargento de infantería Patricio Escobar, el sargento de infantería Agustín Cañete, el sargento de infantería Gorgoño Rojas... Estos eran los hombres que no durmieron desde el 4 de setiembre hasta el 22, que arrastraron piezas, que abatieron árboles gigantes, que abrieron la greda, que regaron con sudor heroico la tierra de la victoria.

El de los premios acordados por Curupa´ihtíh es un capítulo entero de enseñanzas de orden moral. Bien harían los oficiales del Ejército del Paraguay si en todo tiempo se inspiraran en él.


Fuente:
 
 
 
Editorial El Lector,
 
Colección Histórica Nº 20,
 
NOTAS DEL MAYOR ANTONIO E. GONZÁLEZ
 
 
Asunción – Paraguay
 
1987 (296 páginas)
 

Edición digital basada en la

Edición Guarania, 1944. 229 pp.




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