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ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO (+)

  LA MUJER EN LA FICCIÓN DE ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO, 1982 - Ensayo de CHARLES R. CARLISLE


LA MUJER EN LA FICCIÓN DE ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO, 1982 - Ensayo de CHARLES R. CARLISLE

LA MUJER EN LA FICCIÓN DE ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO

CHARLES R. CARLISLE

Southwest Texas State University

San Marcos, Texas

Arte Nuevo Editores

Asunción – Paraguay

1982 (19 páginas)

 

 

Esta ponencia fue presentada por el Profesor Charles R. Carlisle en la reunión anual de la Southwest Council on Latin America Stu­dies, "SCOLAS" de Abilene Texas, bajo los auspicios de Hardin Simmons University, en marzo de 1982.

Asimismo, fue presentada al público de Asunción, Paraguay, por su autor, en el local del Centro Cultural Paraguayo-Americano, el 24,de agosto de 1982.

 

 

 

Cuando se habla de la ficción en prosa de Ana Iris Chaves de Ferreiro es natural tener en cuenta los diversos papeles que ha realizado como una de las mujeres más activas de la vida cultural del Paraguay, un país que se destaca entre los demás países hispanoamericanos por el papel histórico y cultural de la mujer. Sin embargo, es interesante ver en los cuentos de la Sra. Chaves de Ferrei­ro cierta función irónica del empleo de los personajes femeninos dentro de la estructura de su obra. Por eso este breve estudio se enfoca en algunos personajes femeninos de los cuentos de la autora para recalcar este empleo irónico de la mujer en la estructura de su ficción en prosa.

Antes de considerar antedichas narrativas, vale la pe­na de enfocar las propias palabras de la señora Cha­ves de Ferreiro respecto a las escritoras para­guayas y la liberación femenina en general, para ver hasta qué medida sus pronunciamientos públicos reclaman su desarrollo literario de la mujer. Armando Almada Roche de "La Prensa"' de Buenos Aires se entrevistó con Ana Iris en diciembre de 1979, y de esta entrevista cito primero sus palabras sobre el desarrollo de la ficción en prosa de las escritoras del Paraguay: Refiriéndose a la escasez de novelistas paraguayas, dice Ana Iris: "... el Paraguay en otros campos tiene una gran apertura. Pero en la na­rrativa no. Y yo creo tener la explicación. Ocurre que nuestro ambiente es muy pequeño. Todos nos cono­cemos. Y cuándo una escribe los demás creen que está haciendo autobiografía. Aquí no conciben. que una puede tener imaginación. Piensan que una se está confesando. En su mayoría, las mujeres no escriben por eso: porque no pueden hacer una prosa testimo­nial por lo que pudiera ocurrir" (1)

Eso dijo Ana iris. Nos damos cuenta que este comentario sobre el ambiente literario del Paraguay respecto a la mujer nos sirve como un contexto inmediato para nuestra consideración de la narrativa de Ana Iris más adelante. Tenemos aquí las palabras de una mujer de gran carácter cuya influencia en los círculos artísticos y culturales del país es innegable; más, como veremos bre­vemente, Ana Iris ve al más allá del papel histórico de la mujer paraguaya a la realidad concreta de la situación de la mujer en este país, la cual no varía grandemente de la de Iras mujeres de otros países del continente o de la de sus hermanas de la América del Norte.

Dos características marcan los cuentos de Ana Iris Cha­ves de Ferreiro: la ironía y cierto humor algo sardónico. Esto se nota hasta cierta medida en la continuación de su entrevista con Almada Roche, cuando se le pregunta a Ana Iris respecto a la liberación femenina. Dice ella:

"Yo de eso no entiendo nada. Tengo fama de estar dominada por mi marido. Es una dominación tan agra­dable... que ni me doy cuenta. Desgraciadamente, la política no es mi fuerte" (ibid).

Para ver el humor y la ironía en los cuentos de Ana Iris Chaves de Ferreiro, consideraremos tres narrativas publi­cadas entre 1968 y 1979. Son: "Apolo en ruinas" (1968), "Doble expiación" (1969) y "La hipócrita inocencia" (1979).

Ana Iris, como ya hemos visto, niega cualquier política feminista activa, más sin embargo su propia negación recalca la manera en que sus narrativas hablan del estado de la mujer en el Paraguay y el resto del mundo. Varias de sus narrativas desarrollan situaciones de infidelidad matri­monial, siendo la mujer -y no su esposo- la persona en­vuelta en la relación. Pero en vez de salir triunfantes estas mujeres, más que nada terminan como víctimas de su propia infidelidad --aún, como en "Doble expiación", cuan­do la mujer obviamente ha sido la figura dominante en un matrimonio marcado por la política sexual.

En este cuento, Roberto Almada, un soldado paraguayo de la época de la Guerra del Chaco, llega a saber que su esposa Amelia --una mujer que ha elevado "esta noche tampoco" casi a la altura de un arte-- mantiene una rela­ción apasionada con Pedro Torres, otro soldado, el que también está en el frente de combate. Su esposo Roberto encuentra las cartas ardientes de Amelia entre los efectos particulares del recién , fallecido Torres. Roberto decide seguir la correspondencia del difunto con su mujer, em­pleando la mano izquierda para ocultar su letra y explican­do en su primera carta que está herido en la mano dere­cha.

Ana Iris le presenta al lector las memorias de Roberto, de su vida anterior con Amelia, mientras lee por primera vez las cartas que ella le ha escrito a Torres, siendo su única referencia a su esposo "... un explícito ruego: "Ojalá vos vuelvas antes que ese tonto" (2).

Roberto lee las cartas tórridas y repasa su vida con esta mujer que había sido siempre fría para él, siempre carente de ardor y de pasión. Y cito:

Rememoró su vida de casados y casi suelta la car­cajada: Amelia tan recatada, a quien las efusiones morosas molestaban; Amelia, tan indiferente, que sólo ante un obsequio se acordaba de besarlo;Amelia, tan pulcra, que no le permitía que deshiciera su peina­do ni con besos; Amelia, tan católica, que rendía homenaje          a todo el Santoral a costa de la castidad de él; Amelia, tan ordenada, que lo obligaba a ir con un ceni­cero a cuestas y no admitía que dejara nada fuera de lugar; Amelia, que no daba explicaciones sobre sus salidas; Amelia, que postergaba siempre, con mil pre­textos, la llegada de un niño que alegrara sus días; Amelia, que no quería a su suegra en casa porque solos se está mejor"; Amella, ¡su Amelia! no era solo suya. ¡Amelia lo engañaba! (ibid).

Roberto mantiene la correspondencia, leyendo cada nueva de Amelia con una obsesión masoquista, siempre teniendo sus respuestas ardientes al amante, como contrapunto a la vida seca que había compartido con su esposo. Cito:

...eran inacabables sus ruegos para que (Pedro To­rres)... se cuidara, así como sus protestas de amor. Ante la frase "las torcazas ansían volar para descan­sar en tus manos"... (Roberto) recordó despechado, que aún siendo él su marido, nunca la vió desnuda. (ibid).

Como si tales contrastes no fuesen suficientes, Roberto finalmente recibe la carta en contestación a la suya donde le decía a Amelia que Pedro estaría en Asunción dentro de poco, en ella la pulcra, la casta, la ordenada, la católica Amelia le dice a Pedro: "Estoy siguiendo una novena para que no se les ocurra licenciar también al que sabemos". (ibid).

Por fin Roberto llega a Asunción y va directamente a su casa en Sajonia, donde una Amelia radiante abre la puerta creyendo que-es Pedro el que llama. En la casa, se invierten los papeles:

Entró Roberto Almada en su casa, y aunque tardía­mente, se posesionó de ella. La recorrió         a grandes zancadas mientras su cigarríllo iba dejando un pálido sendero. Supo, por el terror reflejado en los ojos de su mujer, que ella comprendía que él estaba al tanto de su felonía.

Recordó sus "déjame, no es el momento", sus "cui­dado, que me estropeas el vestido". La vio pulcra con su pollera y su blusa prolijamente almidonadas y, cruelmente, decidió que le destrozaría el vestido y que éste y no otro, sería el momento. Ella lo miró acercár­sele, trató de sonreír como para hacerle creer que se alegraba de su regreso y pretendió todavía rehuir las caricias.

Cuando sintió las manos de Roberto encima, com­prendió instantáneamente que ya nada quedaba de aquel mozo a quien tan fácilmente dominara y sobre el cual siempre prevaleciera su voluntad. Con el ruido de la tela almidonada al rasgarse se confundió su gemi­do, escapado de lo hondo de su alma atribulada ante esta situación que no alcanzaba a comprender. (Ibid).

Roberto tiene presa a Amelia en casa, quedando a su lado día y noche, y gozando clandestinamente de la ex­presión de su cara cada vez que Amelia oye una llamada a la puerta. No hablan abiertamente de su infidelidad, pero Roberto pasa el tiempo hablando en gran detalle de la campaña durante la cual Amelia cree que su amante ha sido herido, y ella descuidadamente se pone en evidencia al sorprenderse de que la Compañía de Roberto estuviera en ese sector de combate. Pasan los días sin noticias de Pedro, y Amelia llega a sospechar que Roberto lo haya asesinado. Él empieza a beber a toda hora, y la amarra a Amelia a la cama cuando sale de la casa para ir al cuartel para pedir una extensión de su licencia.

Durante la ausencia de Roberto, Amelia logra desatarse y por fin encuentra sus cartas a Pedro entre las cosas de Roberto. Llena de miedo, busca su revólver y hallándolo entre el equipo de Roberto, se suicida con el mismo:

Hizo la señal de la cruz y volvió a apretar el gatillo, pero esta vez con el caño puesto sobre su seno iz­quierdo. Sintió algo quemante, que de cualquier ma­nera dolía menos que las manos de Roberto sobre su cuerpo... ("Doble expiación", p. 52).

Ya que Roberto ha dejado los papeles necesarios en casa, lo detienen y lo llevan al cuartel. Trata de volver a su casa a pesar de las órdenes y cuando quiere escapar, la Policía militar dispara contra él y lo mata --y así se realiza la segunda expiación del título.

El segundo cuento, "Apolo en ruinas" (3) también desa­rrolla el motivo de la infidelidad matrimonial - la venganza que toma de su esposo una mujer a causa de sus muchas aventuras sexuales antes de que quede paralizado por un accidente que sufre mientras practica la zambullida para hacer alarde de su talento frente a una de sus muchas mujeres. Ahora que está totalmente paralizado, su cuerpo muscular atrofiado y pudriéndose, el esposo se da cuenta de que lo que él había buscado día tras días en el río, donde tantas mujeres le habían admirado por sus proezas de atleta, había tenido en casa desde el principio. No puede hablar, más sin embargo su mente se puebla de pensamientos de Elena, su esposa, y trata desesperada­mente de comunicarle a ella el amor que renace en él, pero sin éxito alguno. La parálisis y la atrofia lo tienen preso:

(El)... trataba de incorporarse y, a lo más que llegaba, era a gesticular débilmente con el esfuerzo. Todo el empeño puesto en comunicarle el reflorecimiento de su cariño, arrancaba a Elena las preguntas más erradas:

-¿Agua? ¿Querés que te sople? ¿Querés que te tape? ¿Qué, entonces?

Pasan las semanas, y un poco antes de su muerte, el esposo finalmente logra ver una pequeña parte del patio del hospital reflejado en el vidrio de la ventana. Allí ve reflejadas las figuras de un hombre y una mujer. Se besan: El hombre llevaba una corta chaqueta blanca. Reco­noció en él al radiólogo. La mujer estaba de espaldas; con sus blancos brazos rodeaba el cuello del hombre. Su vestido era de un diseño ondulante, que al menor movimiento de su dueña, parecía una víbora enroscando y desenroscando sus anillos.

El esposo cierra los ojos y luego les busca de nuevo a los amantes. Pero la pareja ha desaparecido del vidrio, y su esposa está a su lado. Es en este momento que termina el cuento, cuando La vé a ella:

Llevaba un vestido nuevo de ondulante diseño, que al menor movimiento parecía una víbora enroscando y desenroscando sus anillos... (ibid).

En este caso gana la mujer, pero vemos la perspectiva más irónica de la infidelidad matrimonial en un cuento publicado por el PEN Club del Paraguay en 1979, "La hipócrita inocencia". Narrado en primera persona por me­dio de una mujer que recuerda su vida con la madre y dos tías, este cuento muestra al lector cómo las mujeres pre­tenden engañar a la niña por mantener una farsa cotidiana respecto al padre que está, dicen ellas, de negocios en Maracaibo. Hasta le escriben cartas a la niña en nombre del padre, pero aquélla se da cuenta desde un principio de la astucia patética de su madre y sus tías y les azuza a las mujeres pidiéndoles los sobres de las cartas.

Nos damos cuenta de la amargura de la actitud de la hablante, como se nota en las primeras frases del cuento: Me llamo Estela, un nombre, pienso a veces, que no me corresponde llevar. Desde chica oía decir a la gente "¡Qué hermoso nombre y le va tan bien!"; mien­tras yo les ofrecía mi carita de primera comunión para que siguieran creyendo idioteces si es que les gusta­ba. (4)

Por toda la narrativa, la autora emplea las palabras de Estela para servir de contraste entre la realidad de la situación y la astucia transparente de las mujeres. Estas representan un mundo sin hombres, en el cual los valores de la sociedad heterosexual -afuera de su reino de polvos y encajes- dictan, no obstante; su modo de comportamien­to y esta situación claramente consta en el fondo del desprecio que muestra Estela para con ellas.

Cuando la niña les pide el sobre de la carta de Maracai­bo, contempla con placer desdeñoso mientras las mujeres se menean por toda la casa en busca del sobre no existen­te con sus estampillas exóticas y la dirección del remiten­te. Ana Iris emplea esta búsqueda para darle al lector un inventario de la casa, y este catálogo recalca cómo es el mundo que las mujeres han creado dentro de la casa hacia el cual Estela reacciona con tanto desdén:

Y yo, impasible, con la hoja desdoblada entre mis manos pero sin leer todavía lo que decía, esperaba pacientemente la aparición del sobre para dignarme posar los ojos sobre esas líneas que, ya antes de leerlas me las sabía de memoria. Conseguía mantener un aire de seriedad interesada mientras las tres viejas abrían cajones, miraban bajo los muebles, levanta­ban las estúpidas carpetitas bordadas que como índi­ce acusador de la inoperancia femenina que me ro­deaba, proliferaban sobre todos los muebles: cómo­da, mesa, mesitas, aparador, trínchante, repisa, esqui­neros, etc. etc., siempre blancas y planchadas, siem­pre almidonadas y bordadas, debajo de cada florero, de cualquier cenicero, o plantera o polvera o retrato o cajitas de no sé qué. (ibid).

La autora recalca aún más el hiato entre el mundo al más allá de la casa y el ambiente cerrado que han creado la madre y las tías mediante el mero olor del papel con el cual se escribe la carta:

Si fuera cierto que venía de donde decían tendría olor a mar, a ;cacao, a sol verde, pero había sido escrita en la pieza de al lado mientras yo estaba en la escuela y rezumaba olor a velas mal consumidas, a diarios doblados, a almanaques vencidos, a flores inexistentes. (ibid).

El lector se da cuenta de cuán encerrado es el ambiente del mundo falso de las mujeres, mediante esta descripción olfativa a través de la cual Ana Iris contempla las experien­cias de las mujeres las cuales -sin necesidad concreta para hacerlo- mantienen esta preocupación por criar a la niña bajo estas falsas circunstancias, para que la realidad no la "vicie" a ella de una manera u otra. Crean este encerramiento femenil, este mundo limitado y sofocante, este microcosmos de viejos papeles y olores de cosas (¿como las mujeres mismas?) que han sido desperdicia­das y guardadas para el olvido.

En vez de leer en voz alta las admoniciones de obede­cerle a mamá y de tener en cuenta cuánto la quieren las tías y cuánto hacen por su bien, Estela les lee un texto de su propia invención -tan sólo para ver cuál será la reacción de las verdaderas corresponsales. Dice que Papá quiere que ellas le compren una bicicleta, y no les deja ver la carta, pues "Él a mí no más me escribe. Y si ustedes no me compran, yo le pido plata a él y él me manda y yo , tengo así mi bicicleta". (ibid p. 35).

Hasta nos sugiere este cuento que la habilidad de Este­la para percibir la trampa de las mujeres, su clara visión que penetra este mundo estéril y artificial, tiene que ver con el principio masculino que hereda Estela de su padre. Después de leer la demanda por la bicicleta, Estela com­para sus ojos con los de su madre y los de sus tías. El contraste es impresionante:

Los ojos verdes de la tía Ignacia, los ojos verdosos de mamá Lidia, los ojos verdiazulados de tía Rosa, eran seis bolitas esmeraldinas pugnando por leer en mi cara de ojos negros, en los ojos negros de mi cara, que yo creía en las cartas de Maracaibo, que para mí existía ese padre viajero. (ibid).

Ya no existe el secreto -o mejor dicho, el otro secreto ya no es viable- y Estela termina su narrativa:

Desde el momento que las cosas no tenían un nom­bre, es decir, que no usaban su nombre verdadero, ¿por qué yo debía ser la excepción y ofrecerles mi verdad auténtica?

Así fui elaborando un mundo donde las palabras, las actitudes, las miradas, decían algo distinto de lo que realmente significaban.

Y todo esto, mientras mi carita de estela de un astro se volvía impenetrable para ellas. (págs. 35-36).

Lo que Ana Iris Chaves de Ferreiro comunica a través de estos tres cuentos es típico de su desarrollo bien realis­ta del lugar de la mujer en la cultura paraguaya -a pesar de grandes pasos hacia su liberación durante los pasados ciento veinte años.

Su visión nos corrige la imagen a veces muy fácilmente proyectada de la mujer paraguaya como infinitamente más liberada que sus hermanas del resto de Hispanoamé­rica o de la América del Norte. Es verdad que la historia de la mujer en el Paraguay abarca ejemplos concretos e innegables de grandes pasos en los mundos del comer­cio, las bellas artes, y aún la política -pasos que en otros países serían inauditos hasta la fecha- pero el patrón básico de la vida de la mujer no varía grandemente de país en país.

Y la respuesta de Ana Iris a esta situación se traduce así a un corpus de narrativas de estructura tradicional debajo de la superficie de las cuales se despliegan la frustración y la ira de la mujer de las Américas -norte y sur- cuya vida ha sido reducida a una dependencia artificial en metas esta­blecidas por una sociedad cuyas jerarquías políticas y religiosas han sido dominadas por una perspectiva mas­culina.

La narrativa de Ana Iris le da al lector la idea de que para la autora, la búsqueda de la libertad mediante los encuen­tros sexuales resulta vana e inútil -como en el suicidio de Amelia Almada- y que la única esperanza de la mujer sería el rechazo del llamado principio femenino que se sugiere mediante el ambiente remilgado creado por la madre y las tías de Estela, del cual ésta realiza la libertad tan sólo a través de la masculinidad de su Weltanschaung.

Ninguno de estos cuentos plantea un sentido de solu­ciones saludables a estos problémas. Hasta la venganza de la esposa de "Apolo en ruinas" ; es efimera: Su esposo muere sin comunicarle el amor renovado que siente por ella, y así se llega a otro fin, su muerte, poco después de saber de la infidelidad de ella. Ella pierde a la vez, pues nunca llega a saber del amor que él tiene por ella. Lo que uno gana de tales tácticas, sugiere la autora, es algo demasiado provisional para tener beneficios duraderos para la mujer, y vernos en-estas obras de esta dinámica autora la cual goza públicamente de la dominación de su esposo, la preocupación bien privada y profunda que sien­te por la condición de la mujer de hoy en día.


NOTAS

1) Armando Armada Roche, "Diálogo con Ana Iris Chaves de Ferreiro". LA PRENSA; 2 de diciembre de 1979. Bs, As.

2) Ana iris Chaves de Ferreiro, "Doble expiación", MUNDO NUEVO N° 35, mayo de 1969, pág. 48 - París, Francia.- y REVISTA DEL ATENEO PARA­GUAYO, Año 2, diciembre de 1963, pág. 27- Asun­ción.

3) Ana Iris Chaves de Ferreiro, "Apolo en ruinas", ABC COLOR, 26 de mayo de 1968, pág. 2. - Asun­ción.

4) Ana Iris Chaves de Ferreiro, "La hipócrita inocen­cia", REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY, "Los narradores", 1141 3., 1979, pág. 31. Asunción,

 

 

 

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