EL GALLO DE LA ALQUERÍA Y OTROS COMPUESTOS
Obra de OSCAR FERREIRO
ARTE NUEVO EDITORES
Asunción – Paraguay
1987 (167 páginas)
OSCAR FERREIRO, hijo de inmigrantes, como la mayoría de los repobladores de la Villa del Pilar devastada por la guerra del 70, vio la luz en 1921.
Sus primeras vivencias se pierden en los desolados palmares del Montuoso y los somnolientos ríos que circundan el pequeño mundo de este pueblo perdido.
Espíritu libre, como Rafael Barret y Hérib Campos Cervera, fatigó los caminos de la tierra con un teodolito a la espalda, interrogando a las estrellas sus secretos designios y descubriendo el alma de su gente a calor de los fogones. Por eso, los personajes de sus romances, aun los más remotos en el tiempo, son seres con los que convivió en la realidad de su hábitat. Esta serie infinita de vivencias a todo lo largo y lo ancho de su nación será manadero de poesía.. Todo lo que Ferreiro canta en sus romances -lo más valioso de su lírica- ha sido vivido primero y transfigurado después merced a la alquimia de su arte exquisito.
Como tantos poetas de verdad de hoy y de ayer; Ferreiro exhibe una casi absoluta despreocupación en lo que mira al ejercicio sistemático o por lo menos frecuente de la escritura poética. Otros se afanan y desviven en pos de una nombradía obtenida a menudo sin verdaderos méritos. A Ferreiro la nombradía, la fama, la gloria lo tienen sin cuidado. El vive, sí, EN poeta: su actitud ante la vida, su trato con las gentes, su maravilloso don verbal en las conversaciones de todos los días le satisfacen plenamente porque en todo lo que hace y dice hay como un hálito de poesía. Sus admiradores quisieran un Ferreiro siquiera un poco ambicioso. Quisieran más poesía escrita al margen de su caudalosa poesía vivida. Este libro de alto valor estético escrito como al desgaire, intermitentemente, nos revela un notable talento y ya constituye en sí toda una OBRA. El lector, cualquier lector que aún no conozca al escritor, ha de unir sus votos a los nuestros y urgirle: "Ferreiro, sea más generoso con nosotros. Esperamos más, más poesía de usted; más poesía escrita. La otra ha de llevársela el viento".
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
SAN JUAN EN LA CHACARITA
a Kostia
El veinticuatro, por cierto,
que de Junio se decía,
San Juan del cielo bajeaba
camino a la Chacarita.
No quiso fallar el santo
aquella noche a la cita
y se encajó una casulla
sobre la rota camisa.
Eufórico hace su entrada,
aunque le estaba prohibida,
la noche del veranillo
con su larga comitiva.
Reclinada en su bochorno
le espera la noche encinta,
sorda de cajas oscuras
y exaltadas mandolinas.
Vieja luna de los indios,
la que llevó su alegría,
pone brillo en la esperanza
y en las flechas escondidas.
Catedral, cárcel y claustro
sobre el barranco, allá arriba,
y los cerdos de la tierra
osando, abajo, letrinas.
Los pobres penan abajo,
los ricos cenan arriba.
Lo que en la tierra se pena
en el cielo se desquita.
Allí revientan los caños
con toda su porquería
que, cual regalo del cielo,
la torva ciudad le envía.
¡Pobre luna de los pobres!
Con sus burjacas vacías
sobre el carbón de los techos,
alta, en el cielo transpira.
Pero esta noche es de juego,
noche de ensueño, es distinta.
Un gran corral de fogatas
alegres niños atizan.
Fiesta del fuego y del agua
no quiere mostrarse ambigua
y toda entera se abrasa
en llamas de algarabía
- Seguro que vendrá en coche.
- No, en su balandra amarilla.
- Ni en balandra, ni en calesa.
Vendrá en su yegua madrina.
Y llega en su yegua blanca
San Juan, montado, a la cita
con una banda de músicos,
rabeleros y flautistas.
Trae el fuego en una mano
y en otra el agua bendita.
Joven y bello en su halo
es aclamado en la pista.
Desmontan al caballero
y le convidan con chicha.
Le rodean los mancebos
y las chinas le acarician.
Entre los largos cabellos
le platea la sonrisa.
Marinos y verdeolivos
disputan su cercanía:
unos le besan las plantas
otros las raras sortijas.
- San Juan está con nosotros,
gallarda marinería!
-No, señor, es con nosotros,
valiente caballería!
La negrada de San Roque
sobre las brasas camina.
Las galoperas cimbrean
y tiemblan las banderillas.
¡Que viva Señor San Juan,
el patrón de los farristas!
Entre blasfemias de sangre
y limetas de aguaviva,
en el fondo del tablado
gesticulan los arpistas.
Pañolones colorados,
escotes de popelina,
con pie desnudo en la arena
marcan cruces las raídas.
Cambá Villeta sin dientes,
entre alcohólica y esquiva,
quebrándose para atrás
suelta el trapo de la risa.
Sobre el filo del barranco,
sudorosas bailarinas
ya están llamando a la muerte
con sus caderas lascivas.
Pólvora y caña en el aire.
¡Ya se armó la tremolina!
Un sordo grito se ahoga.
La sangre en el suelo brilla.
Con una escoba de yuyos
la luna barre de prisa.
Ya malherido de muerte
un marinero en la esquina,
a punto de desplomarse,
se está atajando las tripas.
¡Chaque, niños, a correr,
que viene la policía!
Y de barranco a barranco,
desde una orilla a otra orilla
el máuser tiende sus cabos
como una araña maligna.
Atropellan los marinos
y ataca la policía.
En torno de los caídos
la gente se arremolina.
Y cuando, a todo contrario,
la gresca tremenda hervía
un fosfórico aguacero
descarga sus aguas frías.
¡Por hoy, se acabó la fiesta!
¡Todo el mundo a su casita!
Por un zanjón, presuroso,
San Juan emprende la huída
no sin antes prometer
volver de nuevo en su día,
el veinticuatro -por cierto-
que de Junio se decía.
Se apagaron las fogatas,
se acalló la gritería.
Sólo el silencio, de bruces,
sobre empapadas cenizas.
Dos muertos por cada bando
fue el saldo de la embestida.
Cuatro muertos se escondieron
debajo de las cocinas.
Agua y plomo, plomo y agua,
congelada fantasía,
los laureles del poeta
se han hecho polvo y cenizas.
DESGRACIA EN HUGUA ÑARO
a Moncho Azuaga
LA muerte en Huguá Ñarõ,
mocitos, se da de yapa:
por favor, no me la busquen
que no volverán a casa.
Entre rezongos de mate
y purpúreas carcajadas
grita en la tarde el cordión,
ligador de las desgracias.
Hoy, sábado, se reparte
a cinquí la puñalada.
Con la noche al baile llegan
las más famosas fulanas
y la más famosa entre ellas
María Po'i se llama.
De percal llega vestida,
con su abanico de gasa,
meneando, maliciosa,
como una yegua sus ancas.
Por su culpa ya tres mozos
se sabe donde descansan
y sigue haciendo destrozos
con su revuelo de randas.
En celo, los machos beben
en largos sorbos la caña
y, borrachos, gesticulan
mascullando la revancha;
pero entre todos hay dos
que no beben, sólo amagan,
-el mango de los puñales
saliéndole de la faja-
un arribeño de botas
y el matón de la barraca.
Los candiles parpadean
en cáscaras de naranja.
Polvo y humo de cigarros
revuelve el baile en la cancha.
- Alambre de cinco hilos
con poste de cancharana,
reí, María, nde chusca;
cháque, che ro güeraháta!
con un dentro de carancho
el arribeño declama
y de brazos del matón
en brusco reto le arranca.
- Señores músicos, paren,
alto, paren la guitarra,
che ndié ndo yerokyirõ
ápe la baile ya opáma!
Un tiro suena en el aire
y al suelo cae una lámpara.
¡Socorro! gritan las viejas,
las chiperas se desbandan.
Los candiles y la luna
le sacan brillo a las facas.
Dos bultos negros esquivan
por turno las puñaladas
y en el corral de la noche
ya se anima la bravata.
Finos de riña, los dos
se agachan y se levantan
como tratando de alzar
del suelo oscuras barajas.
Dale una, dale dos,
dale tres y lo remata.
Ya se dobla el barraquero
y se le cae la faca.
Ni rastros del arribeño.
Al cielo el matón de cara
yace tendido en el polvo
- lección que nadie levanta –
hecho un fuelle de cordión
con un tajo en la garganta.
Contra un coro de lamentos
María solloza, hincada,
sus finas y largas manos
sobre el escote cruzadas.
En la brisa un olor arde
de kerosén, humo y grasa.
PA’I ZUME
( ) en la Isla Santa Calalina, en 1546
a Roberto Quevedo
PA'I Bernaldo de Armenta
rezando el rosario está.
Por reloj de arena reza
allá en la orilla del mar.
Agua bebe de un porongo;
come de un tiesto, sin sal.
Dos mancebas le abanican,
las dulces hijas de Añá,
y un corro de morenitos
brinca y canta sin cesar:
"Cantarilla, canta Juana,
cantarilla del Mbiazá,
cantarilla, cantimplora,
Pa'i Zumé güi ¿qué será?"
- De mi carne no me importa.
De los míos... ¿qué será?
Dios me llama, arrepentido,
sólo El me juzgará!
Ven Eulalia, ven Marina,
mis indias del Paraguay,
Mucho amor fue mi pecado,
mucho amor y... nada más!
Rezad, hijas, por mi alma;
no me puedo levantar...
¡Ay, mis hijos, inocentes,
por mi ánima rezad!
Ya tres veces, agorero,
ha graznado el makaguá
y entre nubes se pelean
los malones de Tupã.
Ya tres veces, agorero,
ha graznado el makaguá
y en la hamaca de la muerte
agoniza el fray Bernal.
¡Chicha fría para el Padre,
chicha fría y mbaraká!
sus gozosas carcajadas
suelta al aire Yakairá.
Ya no son los senos duros
ni los labios de azuká
instrumentos del tormento
de aquel dios primaveral.
Kamas secas, picos negros,
los agrios senos de Añá,
se le ofrecen en la noche
del invicto Satanás.
Ya no son los senos dulces
ni las bocas de azuká,
son los monstruos de la noche
acosando al pobre fray,
kamas secas, picos negros,
los agrios senos de Añá.
En la noche funeraria
cuchichea el mbaraká
y se quita de este mundo,
lentamente, el pobre fray.
Salta el fuego, el agua implora,
se revuelve, tinto, el mar
y, de golpe, estalla el coro
¡O manó ñande taitá!
Mientras sorben los demonios
la espesa chicha del mal,
una oscura lluvia apaga
la voz ronca de la mar.
CURUZU INFANTE
In memorian Juan B. Alberdi.
"La guerra del Paraguay concluye
por la simple razón que hemos muerto a
todos los paraguayos de diez años arriba".
Domingo F. Sarmiento.
Se llamaba Rubio Ñú
y, hoy sólo Curuzú Infante.
Frío agosto, dieciséis,
invernal y memorable,
del año sesentainueve
tiene lugar la masacre.
Empujan la cacería
porteños y bandeirantes
a la orden de un Borbón,
con renovado utilaje.
Son veinte mil cazadores
avezados en el arte
que, como perros de presa,
acosan duros, tenaces,
a tres mil quinientos niños
cortados al retirarse.
Allí el comandante Franco,
paradigma de su clase,
atacando hasta morir
da su lección de coraje.
Y se para el morombí,
a pie firme, ante el embate.
Un odio inmenso lo para,
sordo al fatal desenlace.
Pedro Segundo, el cruel,
con Mitre, enfermo del Dante,
y Flores, el arrastrado,
se aliaron criminales.
Un negro río de esclavos
alimenta la barbarie
y un rubio río de oro
los señores se reparten.
La pólvora de esta guerra
americana, se sabe,
es un diabólico "blended"
y bien que sabe muy acre.
Da el indio dolor y azufre,
el gringo salitre infame
y los negros el carbón
para enjuagues imperiales.
Agrio, llamando a la muerte,
clama el clarín tartajeante.
¡Ay! sentenciado a morir
el paraguayo indomable,
abriéndose una ancha tumba,
ciego, amontona cadáveres.
Cándido Silva, mulato,
dale a la trompa, dale.
Sopla en el bronce de fuego
y lanza al cañón más carne.
Y tú, patricio, aunque duela,
dale al bombo, negro, dale,
que hoy, escasa y aguachenta,
al sol correrá la sangre.
Dale al cuero, negro, dale,
castiga el fúnebre parche
que aquí como en el Brasil
se acabará el vasallaje.
¡Compramos, sí, los esclavos
la libertad con la sangre!
Dale, trompa paraguayo,
dale con fuerza al ataque
que ya a tu patria violada
sólo le queda el desplante!
En las manos la Ordenanza
de los siglos medievales
y el cepo de Uruguayana,
torcedor de voluntades,
Francisco Solano López
atrás se yergue apremiante.
Y enfrente, los triunviros
de la alianza execrable
con negros, gringos y gauchos
como míseros secuaces,
instrumento de las luces
los masones liberales
se sienten libertadores
de un pueblo ciego y constante.
En medio de sus verdugos
hasta morir, casi exánimes,
tres mil quinientas criaturas
todo un día se debaten,
por no decir se suicidan
en una orgía de sangre.
¡Triste víctima inocente
del ilustre bandidaje!
Corta, helado, el viento sur
y un día dura este trance.
Furiosa víbora oscura,
la línea oscila ondeante.
Desnudos y sin trincheras
en campo raso se baten.
Mil caballos destripados,
desquiciados carruajes.
Formado el cuadro de táctica
la metralla abre sus calles.
Rota una lanza en su vientre
un niño quiere sacarse.
Caballeros sin caballo,
caballos sin arreaje.
Humo negro y rojo polvo
hienden los truenos de Marte.
Homicidas, en el suelo
tiemblan mellados los sables
y, lentamente, se apagan
los clamores y los ayes.
Hambriento el fuego devora
los resecos pajonales.
Botan uno, botan otro,
los lanceros imperiales
y, limpiamente, rematan
a los últimos salvajes.
Ya terminó la matanza
con precisión impecable
y su asqueroso triunfo
celebran los imperiales.
Duró la carnicería
todo un día interminable.
Un olor de carne asada
flota insólito en el aire.
Con el rostro entre las mano
macilenta y triste madre
un grito de espanto acalla
y en sollozos se deshace.
Briznas de pasto y ceniza
crepitante el fuego esparce
y los halcones concluyen
los círculos de la tarde...
Se cubrió la retirada,
en términos militares,
y el pecho de los invictos
también de nobles metales.
Confundidos los clarines
en un sarcástico instante,
la derrota y el triunfo
trompetean delirantes.
La mitad de aquellos niños
duerme su sueño inmutable
en el circo del martirio
que hoy llaman Curuzú Infante.
ANUNCIA
a Dora Gomez de Acuña
JAZMINES de la enramada
el aire espeso perfuman
cuando la noche untuosa
llega reptando gatuna.
En vano vela don Panta
y a sus barcinos azuza.
En el vientre de la selva,
callada, impera la furia.
Mas la luna se enjabona
bañándose en la laguna
y a las negras en las ingles
les pone copos de espuma.
Por el corral alguien ronda.
Los animales se inmutan.
Cacarean las gallinas
y un pío, pío, se escucha.
Insomne vela el señor
que ya no está para burlas:
-Anuncia debe casarse...
y ya en esta misma luna.
Trabuco en manos
- ¿quién vive?
don Panta, a gritó s, pregunta.
- ¿será cristiano del mundo
o ánima de la tumba?
- Juan Pombero, Juan Pombero...
las mulatas insinúan
y en la tranquera del monte
remoto un chorro murmura.
Cuando la luz a la sombra
de la cocina rempuja
en el mortero del alba
la miel silvestre relumbra
y se vuelca una canasta
de guapurũes de lujuria
brillantes y renegridos
como los ojos de Anuncia.
- La miel arde en mi garganta
¡ai ay, qué delicia oscura!
- Hija, no pruebes sus mieles
ni tampoco retribuyas,
no atiendas a sus silbidos
ni mordisquees sus frutas,
regalos empayenados
que sólo traen locura.
- Madre, es que el cuerpo me arde...
¿vendrá por mí el señor cura?
- Andate a traernos agua
y no te pongas tan chusca.
- Por favor, decime, madre,
¿será con baile y con música?
- Ay, por Dios, no me preguntes,
pero no cabe la duda;
te llevarás la alegría,
me dejarás la amargura.
En el mortero del alba,
tus, tus, los golpes se turnan.
Dos negras están pisando
el maíz en la penumbra.
Ya se prepara la chipa
para las bodas de Anuncia.
Rítmicamente pisando
algo las negras barruntan
y girando ojos en blanco,
a ratos, paran y escuchan.
Suben y bajan sus pechos
de duros picos en punta.
Camino del manantial
se marcha del agua en busca,
se va por agua, temprano,
con el cántaro la Anuncia.
Lascivos monos del aire
en las lianas se columpian.
Las cebollitas del campo
empapadas se conturban
y un vientecillo alcahuete
algo al oído susurra.
- Si algo pasa, señorita,
¿no será nuestra la culpa?
- Si alguien prepara el mate
otro, al cabo, es quien lo chupa
Pies enjutos en la arena,
prestamente se desnuda
y un repeluzno de hielo
se le trepa hasta la nuca.
En un redondel de juncos
la amanecida laguna
achica círculos tibios
para atraparle las curvas.
Entre dos tórtolas blancas
le cuelga, lacia y oscura,
toda la mata del pelo
como un racimo de uvas.
Cuando el jabón de los ojos
con los nudillos se enjuga
se le encienden mil velillas
entre helechos de penumbra.
Una mulata emboscada,
temblorosa de lujuria,
con voz velada suspira
¡que hermosa mi amita Anuncia!
Desde la umbría empapada,
baboso, el pombero escruta
y siente que todo el pubis
caliente sangre le inunda.
- Ah, ciego de ojos abiertos
con alma de piedra dura!
el vivo pez en la mano,
artero, su paso apura.
Se para el viento en la sombra
y el silencio se columpia
en la inminencia de un salto
sobre unas rosas tan puras.
- ¡Cháque el pombero, che ama!
grita una negra motuda
cuando de un salto de tigre
la prende y presto se fuga.
Tres tiros suenan al aire.
Llega corriendo la turma.
En vano grita don Panta
y a sus barcinos azuza,
todos los rastros se pierden
al fondo de la laguna.
Plena de gritos y ecos
trepida la inmensa jungle
y una rota carcajada
rubrica la amarga burla.
EL GALLO DE LA ALQUERÍA
a Hugo Duarte Rodi
HORA del llanto amarillo,
llanto de oscuro dolor,
la tarde se entrega herida
al toque de la oración.
Cansinos mugen los bueyes
sin voz que los apacigüe
y en su nostalgia se alargan
los surcos de la planicie.
Hurgan los pálidos niños
la tierra color de sangre,
tan pálidos siempre hurgando
con flacos dedos de hambre.
Viento de vieja memoria,
el viento de los jarales
acentos de la alquería
al agua yerta le trae.
Y lastimero se arrastra
y delgadísimo silba
entre las cañas quebradas
de la tapera baldía:
Canta el gallo solitario,
el gallo de la alquería,
bate sus alas y canta
de pura melancolía.
Ay, patria de los horrores,
ay, mi tierra de agonía,
dolorida de fusiles
yaces exangüe y transida.
Por los atajos del mundo,
parias en duelo, tus hijos
lloran su antiguo tormento,
lloran su pena de siglos.
Con los pies ensangrentados
arrastran su desventura,
allá lejos y, hasta cuándo,
marcando su triste ruta.
Viejo y enclenque, llorando,
héme aquí entre las ortigas
llorando por tanta ausencia
¡oh, lluvia de lejanías!
Trago el locro de los puercos,
bebo caña de los tristes,
payaso del equilibrio,
sobre una cuerda increíble.
Que el viento lleve esta arena,
amarilla y sin destino,
que el viento lleve mi queja
por los cauces del olvido.
Y piensen ¡qué tierra triste
la de corona de espinas!
piensen en ella o sueñen
en quimeras o agonías!
El gallo canta inocente,
el gallo de las espuelas,
el gallo que nunca duerme
soñando en picar estrellas.
Por toda la noche larga
gritan los negros ¡San Blas!
mas San Blas no es el patrón
el patrón del Paraguay.
La luna de cara fría
el sueño me arrebató.
Noche de perros y sombras,
loca de furia y tambor.
El pueblo ya está dormido,
el pobre pueblo durmió,
sólo yo sigo gritando
ebrio de pena y alcohol.
Sólo yo sigo gritando
porque no puedo tañer
la flauta de los recuerdos,
la leve flauta de miel.
Pero siento que este año,
el año cuarentaiséis,
la medida de la copa
fue colmada por la hez.
El gallo de la alquería
canta en la loma desierta
y canta y repite y canta
pero ninguno contesta.
- Bolicho de "Las Delicias",
¿por qué no tenerme fe?
además del viejo arado
el alma ya te empeñé.
Vuélcame entonces tu caña
¿por qué no tenerme fe?
que toda deuda se paga
lo sabes como yo sé.
Bolichero, bolichero,
vierte más caña a mi sed,
que si yo no te la pago
alguien lo tiene que hacer.
Y tú de la infantería
no me encañones así,
vuelve al ojo de tu jefe
el caño de tu fusil.
Infante de mente oscura
que en tu noche se haga luz,
no asesines a tu hermano
tan infeliz como tú.
Engreído fusilero,
te arrancarán el fusil
y a puro garrote limpio
los huesos te harán crujir.
Dame caña, bolichero,
que me quiero emborrachar,
dame caña y no protestes
que Dios te lo pagará.
Soy Esteban, el flautero,
mulato de Laurelty,
pero he tirado mi flauta
para ponerme a escupir,
a los cobardes o a todos,
digo ponerme a gritar
que está sangrando la aurora
que a la plebe alumbrará.
Yo sé que la aurora viene
-y no me digan que nó-
si la sangre no me engaña
allá está brillando el sol.
Quiero saber si estoy solo
gritando en esta calleja,
si están muertos los esclavos
para la brava pelea.
¡Despierten, puercos durmientes
insensibles al dolor,
que está sonando la trompa
de guerra con ronco son!
Ya acosa con su coraje
el gallo de la alquería
la sombra de los fantasmas
y aborta la luz del día.
Ciudad de nuestros dolores,
ciudad de polvo y rencor,
ciudad de nuestra amargura,
maldita y sin corazón.
Bebes nuestra sangre y duermes,
tranquila, sin un rubor,
ahita de nuestra sangre
y tan ebria como yo.
Bebes nuestra sangre y ríes,
ciudad de piedra y hollín.
Para nosotros las lágrimas
para tí todo el botín.
Ciudad de nuestros rencores,
ciudad de espuma y farol,
un día a saco entraremos
a buscarte el corazón.
El gallo está en la alquería,
en el cerro está el cañón.
El machete está en mi mano
y el odio en mi corazón.
Los mancebos de la tierra
se harán oír otra vez
y al fragor de la pelea
se lanzarán sin cuartel.
Las mulatas de la gleba
sus cabellos cortarán
y al cielo sus senos duros
furiosas enseñarán.
Como hormigas coloradas,
en alto pico y farol
van a salir los mineros
de su agujero de horror.
Vomitará humo y fuego
el cerro de Potosí
y estallará contagiado
todo el inmenso Brasil.
Los mares americanos
su tinta verde alzarán,
los mares que nunca he visto
a una sola embestirán.
Y todos los valles hondos,
las pampas del cordobés,
las selvas de Matto Grosso,
las playas de Puerto Blest,
de Cartagena de Indias
a Punta Arenas del Sur,
todas las tierras ajenas,
de Méjico hasta el Perú,
romperán sus negros cántaros
tan colmados de maldad,
tierras de América India,
tierras de negro historial.
Y ustedes de mi odio,
de mi odio y mi furor,
palo y piedra entre las manos
y fuego en el corazón.
El gallo ya está en lo alto
cantando su algarabía,
el gallo de los triunfos,
el gallo de la alquería.
LA MUERTE DEL GARIMPERO
al pintor Michel Burt
QUINTABA triste la luna
en la noche de diciembre
y el ave chochĩ espaciaba
su par de notas de muerte
Desde el hondón del pantano
miasmas de chucho se yerguen
cuando en lo alto del cerro
descabalgan tres jinetes.
De doscientas leguas largas
- Alagarzas, Albuquerque –
su fracaso miserable
trae clavado en la frente.
De allende el Río das Mortes
a su querencia se vuelve
con un botín de diamantes,
viejo, leproso y enclenque.
Vuelve rico el garimpero
¡ay, desgraciado Gaete!
pero leproso, aleyado,
purgando fétida muerte.
No se puede, pues, pedir
más felonía a la suerte...
Madrugada de bostezos
piadoso empapa el relente.
Madrugada de tristezas,
se pone el chochĩ insistente
y el lázaro se despide,
su plazo se hizo muy breve,
de sus pajes se despide
y allí la turma disuelve:
- Dios se lo pague, hermanos,
mis compañeros tan fieles.
Nuestro viaje aquí se acaba.
Les suplico que me dejen.
Voy a morir en mi tierra
y es para mí mucha suerte.
- Zesiño, vuelve a la tuya
tal vez aun viva tu gente.
Zesiño, mi buen ladrón,
caboclo ¡quién lo dijese!
con estos puros garimpos
llegarás a tu Nordeste.
- Y vos, Cuatĩ, el mal ladrón,
un sinvergüenza con suerte,
cuando llegues a Belén
te dirán ¡don Pablo, apése!
Pero sea lo que sea,
adiós, chevalle, hasta siempre!
- Cristianos, déjenme solo,
que voy a arreglar mi muerte.
El cuero ya no me da
y aquí entregaré el ... mosquete.
- Buen día, amigo Colmán,
quiero a tu sombra tenderme,
en el agua de tu arroyo,
a la espera de la muerte.
Desnudo en el agua fría
¡oh, linfa azul del torrente!
y que el hedor de mi carne
los pececillos desflequen.
Tuya es mi mula y mi bolsa,
tuyo es mi caro machete.
Siempre has querido matarme
y hoy tienes que prometerme.
Bien sabes, pío Colmán
carcelero diligente,
que importuné a la fortuna
pidiendo color celeste
y, si todo al fin se paga,
pues, que la vida me cueste.
Mas moriré a plena luz
cuando la hora se enciende
con yesca yfuria de sol,
gloriosa sobre la muerte.
- Y mientras pasen los días,
calurosos y crueles,
me harás excavar un pozo,
así como oyen ustedes,
un hondo pozo en la loma
bajo un toldo de laureles.
¿Precio? Un diamante por braza,
hasta que el agua reviente,
a chorros o a borbotones,
para aplacar esta fiebre.
- Con tu brebaje, Colmán
dos mil recuerdos me hierven.
¡Qué visiones las de antaño,
de oro y cristales me vuelven!
Ay, Dios, esta carne enferma
como entonces se estremece.
Que la memoria me nuble
este sorbo de aguardiente,
cordial de misericordia,
macoña de los dolientes.
Gracias, hermano Colmán
por este auxilio en la muerte.
Llegó la hora y, de pie,
el garimpero Gaete
se está espantando las moscas
que tenaces le acometen.
Un indio borracho ahuyenta
con su tambora a la peste
y el duro ritmo da inicio
al andante de la muerte.
Vacilante, paso a paso,
con temblores de pelele,
tanteando, sordo y seco,
su viacrucis acomete.
¡Pímpam! iPímpam!, golpea golpe,
el tambor su son acrece
y el sol clava en las cesuras
sus sádicos estiletes.
Tienta un paso y da otro paso
mientras musita sus preces
(la vida no vale un pito,
la vida no vale un pepe).
Arrastrando su cojera,
maquinal y torpemente,
de la loma sube, duro,
tranco a tranco, la pendiente,
esqueleto de un quebracho
reducido a puro carne
(la vida no vale un pito,
la vida no vale un pepe).
Ya le inundan los oídos
delirantes clarinetes
y la mosca del delirio
se le cuela en el caletre.
Al borde del pozo, envuelto
en un vaho pestilente,
en la cima de su Gólgota
hierático se detiene:
mas nadie le dice nada,
nadie le dice ¡detente!
Ay, con los ojos vacíos
en torno mira insistente:
ay, con las manos sin dedos,
torpe se palpa las sienes:
ay, y se deja caer
a plena luz, para siempre!
PARATODO
a Pedro Encina Ramos
AY, quebrachales talados!
lamenta el viento en su lloro.
¡Terminaron los obrajes!
vuelve pitando un tren loco.
Y el poeta nacional
José Vicente Veloto,
colgando el hacha, se puso
de chacrero en Paratodo.
Pasaron tristes los años,
trabajando sin reposo,
hasta que un día, hastiado,
se dejó de los acrósticos,
tiró la azada y se puso
a escribir cantos heroicos:
En el Chaco paraguayo,
paraje de Paratodo,
donde murieron de sed
los soldados valerosos.
-¿De dónde, José Vicente,
te vienen tales antojos?
En vez de lápiz con punta
tomá un machete filoso!
Yo, sola, no puedo más,
plaguea Lidia al esposo,
yo, sola, no puedo más
con tanto yuyo y abrojo!
Ay, che Dios, está jundida
la mandioca y el poroto...
En el Chaco paraguayo,
paraje de Paratodo,
de tanto escupir metralla
el cañón se puso rojo.
Para editar sus compuestos
vendió los bueyes y el potro.
Vendió sus pilchas, sus sueños,
para volverse famoso,
mientras sus hijos, hambrientos,
erraban por los rastrojos.
La plata llevó un pueblero
que también haría el prólogo
y, hasta hoy, sigue esperando
su tan ansiado retorno.
-I porãmã nte, patrón,
nda ya rekói acomodo.
Ndaipóri véima, che urú,
o fiava en Paratodo.
Le taparon, sin matarlo,
cuatro secas con su polvo.
Lo enterraron, sin ahogarlo,
tres crecientes con su lodo.
Y ya escribió varias cartas
que no contestan tampoco.
Después de la triste Lidia,
sus hijos, uno tras otro,
pobres, fueron sepultados
debajo de un algarrobo.
Cuatro cruces y un farol
sobre los tristes despojos
y él, velando inmutable,
mirando sin ver, y sordo,
está escuchando en la tierra
las cuatro voces del fondo.
Inmenso el Chaco, hecho un tigre,
jadea como en un horno.
Aspado con mil espinos,
antagonista furioso,
muerto de sed se debate
con tunas, churquis y poros.
Y, hoy como ayer, el vate
sigue sentado, de poncho.
De pronto, un trueno. Tres nubes
se descargan como plomo.
Y ahora lluvia, sólo lluvia,
del mundo entero hace lodo
pero el poeta, inmutable,
sigue sentado en su toco.
INDICE
*. San Juan en la Chacarita/ Desgracia en Huguá Ñaro/ Pa'i Zumé/ En la fragua de Leú/ El lance del morombí/ Curuzú Infante/ Pancha Garmendia/ Fiebre/ Monte Rozado/ Verano overo/ Anuncia/ La noticia/ La patrulla/ El empastelamiento/ Trabajo/ El apremio/ Fuga a las tres/ La guardia urbana/ El gallo de la alquería/ Los justicieros/ El tigrero/ Etcheborde/ La muerte del garimpero/ Bodas de Dolores/ Ña Remigia/ La enlutada/ Muerte de Wasnuko/ Paratodo/ Pastora muere en la tumba/ Traducción de los versos escritos en guaraní/ Glosario de algunos regionalismos usados en la obra.
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