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LUIS MARÍA MARTÍNEZ (+)

  PERTENECE AL AMOR - Poemario de LUIS MARÍA MARTÍNEZ - Texto de AUGUSTO CASOLA - Año 2012


PERTENECE AL AMOR - Poemario de LUIS MARÍA MARTÍNEZ - Texto de AUGUSTO CASOLA - Año 2012

PERTENECE AL AMOR

Poemario de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

ARANDURÃ EDITORIAL

Texto de AUGUSTO CASOLA

  

 

            Si se apreció el cambio de registro poético en Merece el caballo verde, en esta obra surge vigoroso un aspecto nuevo y muy rico de la personalidad del poeta: le canta al amor y dedica el libro A Justina, enteramente en todo.           

            Es cierto que en Merece el caballo verde, con la aplicación de los octosílabos propios del romance y los alejandrinos, requeridos por la solemnidad de los poemas que un poeta dedica a otro a quien admira, ya enfrentó al lector a un Luis María Martínez diferente, aún cuando la temática encierra dentro de sí el desgarrado esplendor que refleja la conciencia de la injusticia cometida por la fuerza bruta contra la belleza del canto.

            Pertenece al amor impresiona como si el paso del tiempo, esa rueda implacable que no cesa de girar, obligara al autor a establecer un paréntesis en la lucha por las reivindicaciones sociales que maneja como bandera y estandarte; a echar una ojeada retrospectiva y otear el paisaje que ofrecen los 65 años de vida transcurridos y, como cualquier otro hombre, poeta o no, descubrir que en él se encuentran marcados a fuego, con carácter indeleble, los senderos abiertos y transitados para llegar a este presente esquivo en su realidad y al hacerlo, toma conciencia de un instante ubicuo entre el pasado y lo porvenir, con el recurso que dan los sentidos, de referenciar los acontecimientos o que ya son pretéritos o aún no se han gestado.

            Al recorrer las páginas de Pertenece al amor, nos adentramos en el juego de transitar de nuevo largos corredores cargados de silencio barroco que desembocan en vestíbulos y salones recargados de estatuas y retratos, como suele ocurrir al visitar algún museo, con la diferencia de que todo el contenido de las obras de arte de corredores, vestíbulos y salones, no son sino variantes de la misma persona que creemos conocer y a la que no obstante vamos descubriendo a través de las imágenes que reflejan diversas épocas de su vida.

            En Recién llegado (8), quiere recordarnos el apasionado ardor del Cantar de los cantares cuando dice:

 

Prepáranos el lecho hermoso de la guerra.

Perfúmate el cabello con vahos de rocíos.

Desprende tus sandalias con gesto de una diosa.

Paganamente entonces repite tu hermosura

en un espejo orlado por flores sempiternas

y luego ven y entremos los dos en la leyenda

de quienes se olvidaron ¡quizás por tantos bríos!

que el año tiene instancias de pausas y penumbras,

y ya gastados ríos se pierden como gotas...

 

            No es nuevo en la literatura que el poeta le cante a la mujer que ama; es más novedoso sí, por lo infrecuente, que la receptora del homenaje sea la propia esposa, como es el caso de Juan Ramón Jiménez. Tal vez se deba tal reticencia a que la vida conyugal, al verse sumergida en esa cantidad de compromisos y obligaciones propias de su naturaleza, limite la chispa capaz de reavivar la llama que dio origen a la unión de dos seres, comprometidos a cruzar juntos la vida, "para bien o para mal, en la saludo en la enfermedad, en la riqueza o la pobreza", como reza la conocida promesa que sella el vínculo de unión de todas las parejas que llegan al altar y cuyo cumplimiento, al menos en nuestros días, como toda palabra empeñada, no tiene mucho más valor que el de ritual, fácil de romper y sin demasiados prejuicios para hacerlo, como ocurría en épocas anteriores, como aquella en la cual el poeta se comprometió con Justina empeñando sus voluntades en el juramento.

            Sin duda, el canto al amor, a la mujer, a ese insondable misterio de la vida que se concreta cuando un hombre y una mujer unen, no sólo sus cuerpos ardidos en la sensualidad del deseo, ese imperativo categórico que impone la naturaleza en su afán primario por conservar la especie, sino también sus almas, en el imperativo categórico al que obliga la palabra empeñada ante un Ser Superior, cualquiera sea el concepto que se tenga del mismo o su descreimiento, dado el caso, que no obliga menos, si hemos de considerar que la palabra, el Verbo, que siempre estuvo en el principio, obliga a creyentes o descreídos a respetar su palabra, sin que existan excusas válidas que justifiquen su incumplimiento.

            Pero el amor tiene aroma a primeros frescos cuando el poeta nos dice En una tarde con rumor de otoño (12):

 

Fue en una tarde con rumor de otoño,

casi ya en los inicios del invierno.

 

Yo llevaba hojarascas sobre el pecho,

quizás como acechanzas de sus frondas.

 

Fingiendo que era nuestro todo el mundo

nos acogimos al aire de penumbras.

 

Y pronto fue: el tálamo y la diosa,

¡túnica blanca sobre piel divina!

 

Yo tembloroso me acosté a su vera

para entenderla en todo con mis manos:

¡fiestas y pradera para mí en los ojos,

yertas colinas, ríos de infinitos...!

 

Creí trinar... y pudo más la sangre.

 

Entonces, deteniéndome un instante

acomodé mis botas y me asomé a sus aires.

 

            Increíble cualidad de la poesía es la de sostener de ese presente esquivo, todo cuanto una vez fue presencia y emoción, es la polvareda que levanta el viento norte en las siestas estivales, gira en breve remolino y acaba por depositar su carga de hojarasca un poco más allá, para enseguida comenzar de nuevo.

            En El árbol (14), nos dice el poeta:

 

Era el testigo fiel de nuestras ansias,

frondoso mango para mí, ¡inmutable!

 

Era en los meses de un otoño mustio.

 

Pocas palabras para mí infinitas.

Besos eternos por sabor a siglos.

¡Eran tan dulces!

 

Y en tanto yo al palparla con mis manos

soñaba o concebía sus misterios

de mujer, de heroína o de amazona...

 

¡Allí nacieron mis ansias de tenerla!

 

Y sigue ese árbol en aquel sitio,

enhiesto y verde en todo,

como si nada hubiese sucedido.

 

            Como si nada hubiera sucedido, en realidad y en cambio, ¡sucedieron tantas cosas! La vida nos da tanto dolor como alegría y al hacer el arqueo de caja, antes del balance final, uno se pregunta, como en ¿Serán...? (16):

 

¿Serán ciertos:

los años transcurridos,

los días, que el amor nos regalara,

las cartas, hechas nubes o nostalgias,

las fechas, de rumores increíbles,

como un perenne ardor de sangre y sueños?

¿Serán verdades juntas, oh mi vida:

tu luz junto a mi lumbre y poesía,

la sublime belleza de tus cosas...?

 

            Todo ello nos conduce a las Cenizas, porque la vida es una gran devoradora que tiene [...] lutos numerosos:/ actos gastados, días transcurridos, [...]. Pese a todo, el autor se autodefine en Gozador de la vida (81), diciendo: yo soy todo un poeta gozador de la vida,/ misterioso gigante que transita en las flores,/ que musita su ambigua soledad de ser nube,/ yo soy alguien que cata los primores del vino a lo que agrega en Yo tengo que cantar (83): Yo tengo que cantar con voz de asombro,/ mejor con algo que no tenga historia, con voz de estrella que no tenga sombra,/ ¡dejad que cante con la voz de un hombre!

            Pero antes de ellas, se identifica en Yo soy (46), exclamando con vehemencia:

 

Yo soy el mustio poeta de antaño ya anunciado,

el gran cantor de asombros, de amores con jornadas

de lumbres y poesías.

 

¡Yo soy el pleno amante!

 

Recorredor de fiebres, fervoroso jinete

de una vida que une su calor a otra vida

y va recolectando las más grandes hazañas

de amantes que se han vuelto historias y odiseas.

 

¡Yo soy la urgente y plena materia de más vidas,

el mito de un poeta, el símbolo del trino,

juglar desconocido de hazaña soterrada!

 

Yo soy el que consume más vidas que otras cosas.

¿Cuántas vertientes entonces puedo pedir o pido?

 

            Y no creo que sea una mera instrumentación la que maneja cuando afirma en Aún bajo la tierra (66):

 

Aún bajo la tierra

sentiré tu materia de jazmín infinito,

la dulzura insistente de tu vientre de estrella:

¡sentiré tu misterio!

 

El torrente de fuego que te salta en la mano,

la pasión ya tormenta de tu abrazo de vida,

la canción que te gasta la sonrisa de palma:

¡tu briosa palmera!

 

La gozosa dulzura que se hamaca en tu cuerpo,

el felino venero que destierran tus gestos,

tu baluarte de fuego acunado en tu pecho,

digo acaso, la brasa que destella en tu seno,

es decir, ¡es tu vida!

 

...Y dejadme que vibre

recordando,

perdonadme: que me eleve al mejor planisferio

que es el vivo aposento donde mora una estrella

desplegada en tu cuerpo,

resistente al asedio... y que tarda en rendirse.

 

Aún bajo la tierra, ¡sentiré tu destello!

 

Fuente: LUIS MARÍA MARTÍNEZ - OBRERO DE LA PALABRA. Por AUGUSTO CASOLA. Editorial ARANDURÃ, Asunción – Paraguay. Agosto del 2012 (244 páginas).

 

 

Para compra del libro debe contactar:

ARANDURÃ EDITORIAL

www.arandura.pyglobal.com

Asunción - Paraguay

Telefax: 595 - 21 - 214.295

e-mail: arandura@telesurf.com.py

 

 

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