Portal Guaraní - REINAS DEL CRIMEN - Por LITA PÉREZ CÁCERES

Christie describe en sus novelas una sociedad en decadencia, Inglaterra ya había abandonado la India o estaba por hacerlo y en sus obras vegetan viejos militares que viven de las rentas de algunas de sus posesiones que aún mantienen en la Joya de la Corona, como llamaban a la India. Ellos sufren de gota y duermen en sus viejos sillones casi el día entero. Por las páginas de la obra de Agatha desfilan mujeres codiciosas, hombres falsos y nobles arruinados; también hay servidumbre chismosa y, por supuesto, asesinos y asesinas.

Los crímenes parecen insolubles, pero Christie creó a un veterano detective belga –Hércules Poirot–, cuya sagacidad termina por descubrir siempre al culpable. También inventó a una anciana observadora de la vida y de los seres humanos que con sus deducciones daba siempre en el blanco y ayudaba a la policía en sus investigaciones. Ella era la prudente Miss Marple, la antigua institutriz que no se había casado nunca, una elemento infaltable de la poblada fauna humana de Christie en un tiempo en el que las solteronas no eran mal vistas.

Si hubo algún atisbo de sicología en las viejas novelas policiales de Agatha Christie, no los profundizó. Sus personajes eran reconocibles y si aparecía algún extraño –siempre extranjero y exótico–, solo servía para acumular sospechas durante algún tiempo porque en el complicado ajedrez de las novelas de Agatha todos eran sospechosos y finalmente el asunto se resolvía por el menos nombrado y no por el que había acumulado más indicios de criminal.

Patricia Highsmith no era discreta ni prudente, es cierto que vivió en una época más permisiva que Agatha y confesó ser lesbiana cuando no era todavía políticamente correcto hacerlo, pero la diferencia más notoria que las coloca en bandos opuestos es la elección de su personaje estrella: Tom Ripley.

“Wow”, podrán decir ustedes queridos lectores para sus adentros y recordarán las películas que se han hecho con este hombre, Ripley. Comparado con un anciano detective, siempre al lado de la ley, como era Poirot, Ripley brilla. No solo por su juventud, también por su coraje, su sangre fría y por su despiadada frialdad que le permite sortear todas las persecuciones e investigaciones. Es un manipulador por excelencia, dirán algunos, es un criminal, dirán otros, pero ninguno podrá negar lo atractivo que resulta. La adrenalina surge en cantidad cuando leemos sus aventuras y queremos saber más.

En las novelas de Agatha Christie no hay suspenso, ella plantea un problema, luego lo complica aún más y es el lector quien acepta el desafío de descubrir quién es el asesino o asesina. En la obras de Highsmith sabemos desde el principio quién mató y por qué, y ella nos lleva por los sinuosos caminos de la psiquis torturada de ese personaje y nos sentimos parte de él, ese es un gran mérito. Son personas normales y comunes hasta que deciden matar porque no tienen otra alternativa y son tan humanos que, en su novela “Extraños en un tren” (se llevó al cine), uno de los asesinos no puede vivir sin contar que ha cometido el crimen perfecto y lo cuenta, con las previsibles consecuencias.

Los lectores de Agatha nos convertimos en detectives aficionados y los de Patricia, casi en asesinos, pero igual me gusta más ella por la perfección de sus estudios sicológicos.

Los medios de la época dedicaron páginas y páginas a la historia que recordaba incluso sus propias creaciones.

Agatha Christie nació el 15 de setiembre de 1890 en Torquay, Inglaterra. Su padre fue un ciudadano americano que abandonó a su esposa y a su hija cuando ella era aún una niña. Tuvo una infancia muy feliz y libre, pues se educó en su hogar, lejos de la represión habitual de las escuelas de entonces. Pionera, vivió intensamente los derechos de la mujer.

Se divorció de su primer marido en 1928, pero conservó el apellido Christie. En 1930 se casó con un arqueólogo y lo acompañó durante sus viajes al Oriente durante las investigaciones que él realizaba. Esa posibilidad de vivir en Egipto y otros lugares la inspiraron para muchas de sus obras.

El 3 de diciembre de 1926, cuando la novelista tenía 36 años, desapareció 11 días de su hogar en Sunningdale, Berkshire, Reino Unido.

Nadie supo de ella durante esas largas jornadas y la desesperación de sus allegados era creciente. Los medios de la época dedicaron páginas y páginas a la historia que recordaba incluso sus propias creaciones.

Ahora, su biógrafo Andrew Wilson elaboró una nueva teoría que refuta la explicación que dio Christie al reaparecer. Para el escritor, la joven novelista quiso suicidarse al estrellar su automóvil que condujo por una carretera de Surrey.

Pero al sobrevivir, según Wilson, la culpa la acosó durante tantos días como duró su desaparición. La autora era una devota cristiana que había aprendido durante sus años de formación que el suicidio era un pecado grave.

A lo largo de su carrera publicó 66 novelas policiales, también escribió obras de teatro como “La ratonera” o “Testigo de cargo”.

Highsmith nació el 15 de enero de 1921 en Texas, Fort Worth, y murió en Locarno, Suiza, el 4 de febrero de 1995.

Fue una mujer a la que le gustaba chocar a la sociedad de su tiempo, se ha comprobado que tuvo una infancia infeliz y que nunca pudo superar sus traumas.

Sin embargo, el novelista y cuentista Truman Capote escribió una carta a la directora de la residencia Yaddo, donde él pasó una temporada; Capote la recomendaba, en 1948, como “una escritora joven” que “tiene un gran don, y un solo relato suyo revela un talento más refinado que el de cualquiera que haya conocido antes. Además, es una persona encantadora, educada, alguien que te va a caer bien, seguro”.

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