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Jaime Bestard (+)

  JARRÓN DE FLORES, 1962 - Obra de JAIME BESTARD


JARRÓN DE FLORES, 1962 - Obra de JAIME BESTARD

JARRÓN DE FLORES

NAVIDAD, 1962

Obra de JAIME BESTARD

Óleo sobre lienzo de 68 x 79 cm.

Colección PRIVADA

Tema : NATURALEZA MUERTA

 

 

 

 

 

 

JAIME BESTARD. LOS PRIMEROS PASOS

 

El 14 de mayo de 1892 nace en la ciudad de Asunción, JAIME BONIFACIO BESTARD SOSA. Sus padres fueron Antonio Bestard, funcionario de la empresa marítima Mihanovich, y Juana Sosa, ama de casa; sus hermanos, Antonio y José Miguel. Es egresado del Colegio Nacional de la Capital. Con la ganancia de su primer trabajo en el renombrado almacén Urrutia y Ugarte, compra sus primeros pomos de pintura y pinceles, remarcando así su vocación artística. Toma sus primeras clases de dibujo en el Instituto Paraguayo, bajo la dirección del profesor italiano HÉCTOR DA PONTE (1879-1956).

En 1907, con apenas 15 años de edad, viaja con su padre a la isla de Mallorca, España, para disfrutar de unas vacaciones. Ahí vivían sus abuelos, tíos y primos, quienes le habían invitado escribiéndole: Ven junto a nosotros en D’Andratx y te haremos pasear por las colinas y olivares y buscaremos nidos de aves...(Mi Tío Jaime, Miguel Ángel Bestard, pág. 2)

Ya en el lugar, prefería salir solo, recorriendo parajes con su caballete, sus telas y pinturas y en el puerto de Palma de Mallorca veía trabajar a muchos pintores.

Todo sirvió para fortalecer su inclinación por la pintura. Luego de esta primera salida del hogar, se tiene constancia de una estadía en la ciudad de Buenos Aires, según se refleja en un dibujo realizado en el año 1911.

 

EN LA BÚSQUEDA DE NUEVOS HORIZONTES

 

Tratando de consolidarse como artista, en 1922 deja su hogar materno de la calle Alberdi y emprende un viaje cuyo destino final era Europa.

Hace una obligada escala en Buenos Aires, Argentina, donde permanece por más de dos aòos, realizando diferentes labores para cubrir los gastos de su traslado a París, tal como expresa Jaime Bestard al respecto: (...) Había realizado un viaje cuya duración no preví. Mi escala de más de dos aòos en Buenos Aires, no pecaba por su brevedad.

Mas, reunir la cantidad para el pasaje era difícil como imprescindible, lo que me obligó a emplear todo ese tiempo para conseguirla ejerciendo los oficios más sorprendentes como ajenos a mis inclinaciones personales: fui oficial carpintero en una fábrica de aparatos de radio; albañil y "brocha gorda", según las circunstancias; ensayé, aunque inútilmente ¡ay! vender terrenos por mensualidades; luego de retocar bromuros en la puerta de un zaguán, fui grabador litógrafo en una casa impresora; decoraba vestidos de seda para señoras, y si, entretanto, alguno caía para pedirme que le pintase su retrato, no me lo hacía repetir (...) (La Ciudad Florida, Jaime Bestard, pág.14)

Finalmente Jaime Bestard llega a París en 1924.

 

ESTADÍA EN PARÍS

 

En la siguiente cita de su libro LA CIUDAD FLORIDA, se puede apreciar un descriptivo relato sobre las condiciones en que se realizaban los viajes a Europa: (...) Por la planchada tendida entre el barco y el muelle bajaron, entre otros pasajeros procedentes de Buenos Aires, hasta una docena de desarrapados que habían salido de la bodega del buque y desfilaban su extraña catadura para pisar tierra en el Havre.

Esta fila de extravagante estofa componíala una familia de agricultores polacos; dos viejas hetairas retiradas; un español que había, según propia confesión, quebrado negociando en camisas; un jugador profesional, un truhán que para vencer el aburrimiento en el largo viaje, se dedicaba a desplumar al prójimo; un carpintero italiano y, cerrando la marcha, iba yo.

Nuestra presentación no podía menos que sorprender a los curiosos reunidos en el muelle. Formábamos un racimo aparentemente homogéneo: Igual descuido en la indumentaria y la hurañía de facciones de los que han viajado incómodos y sin consideraciones de ninguna clase. Una diferencia, empero, separábame de mis compañeros de bodega: eran todos ellos europeos pobres que fueron a América con el objeto de conquistarla. Yo actuaba a la inversa: era un sudamericano pobre que llegaba para iniciar mi conquista de Europa. Si quisiera ahondar algo más el concepto de las diferencias, encontraría otra, y ésta, capital: ellos volvían en la última clase de un barco porque no tenían otro remedio. Y al europeo que vuelve a su tierra en tercera, puede considerársele, sin riesgo de equivocarse mucho, que es un vencido, un derrotado. De ahí el fondo de amargura que traslucíase en sus facciones. Yo, en cambio, sentíame jubiloso, a mis anchas, porque esa, mi manera de viajar, ha sido libremente elegida por mí.

Para los hábiles en la intriga, cruzar el mar en cámara, es cosa fácil; como tampoco les es difícil arrodillarse cuando lo creen necesario. Pero esos gestos ridículos y bajos, no podían sino inspirarme desprecio. Natural fuera entonces que optase por lanzarme a viajar por el mundo en la cala de los barcos, sin mucho regalo, naturalmente; pero libre como el aire.

La libertad cuesta mucho más cara que la comodidad. Mas, entre ésta y aquélla, no he vacilado nunca en elegir la primera, por la que he pagado y sigo pagando sin pestañear, sin fijarme en el precio, lo que ella exige para alcanzarla.

Pisé, pues, tierra de Francia, cargando con todas mis armas: mi caja de colores en la mano, el ánimo resuelto y pleno de ilusiones (...) (La Ciudad Florida. Jaime Bestard, págs. 9 y 10)

El artista sigue comentando en el mismo libro que su primer lugar de albergue fue un humilde hotel sobre la calle Lhomond del barrio Montparnasse. Más tarde se traslada al antiguo barrio latino cerca del Sena, denominado LA CIUDAD FLORIDA, un barrio de calles estrechas, de construcciones viejas y paredes carcomidas por la nieve y el tiempo, donde en su soledad pasa la primera Navidad fría. Los embates del crudo invierno, inusual para un hombre de cuna tropical, complican su salud y contrae tuberculosis. Luego de una internación en el hospital, pasa a un hogar de convalecientes, donde realiza muchos bocetos a lápiz. Retrata a ancianos, médicos y enfermeras, y dibuja los árboles nevados que reflejan la tristeza, melancolía y desolación del lugar. En esos tiempos también le deja muy apenado la muerte de su amigo HERIBERTO FERNÁNDEZ, víctima de la tuberculosis, luego de permanecer hospitalizado en esa ciudad

En el año 1926 se traslada a la RUE DAUPHIN en Bon Marché, lugar donde continúa con la producción y venta de sus cuadros de pintura. En el invierno de ese mismo año, luego de hacer unos retratos y recibir una buena paga, decide tomar unas clases en una academia. Le llama poderosamente la atención una modelo de nombre OLGA BAUDRY, a quien contrata en forma esporádica. El mismo artista en su libro LA CIUDAD FLORIDA, hace un amplio relato acerca de esta relación amorosa que no llegó a ser tal. En una ocasión en que posaba para el pintor, como sellando un no rotundo, ella le dijo: (...) toda relación exige lo que un cuadro ¡un buen marco!... El autor concluye el capítulo diciendo: ...Pero en esta última etapa de nuestro diálogo, obró oportunamente como un eficaz reactivo: comprendí que andaba perdiendo dos cosas difícilmente prodigables por mí: tiempo y dinero 8.

En esa ciudad, Jaime Bestard conoce a un relojero que compra sus obras, pero pagándole muy bajos precios. Ya tarde, se dio cuenta de que este señor era un simple intermediario y que el verdadero comprador de todas sus obras era un marchant de nacionalidad rusa, de apellido KALIANOV.

En esos tiempos sufre un accidente insólito al caer en la bodega del subsuelo de un restaurante, lo cual le mantiene inhabilitado por más de cuarenta días. Este accidente sucedió en el momento menos indicado, ya que iba camino a un importante pedido de pintura.

Más tarde, ya recuperado del accidente, busca de nuevo los contactos para la venta de sus trabajos y aparece el marchant KALIANOV, quien vuelve a comprar sus pinturas, inclusive sus dibujos y apuntes. Sin embargo, también éste era un mal pagador, llegando incluso a esconderse del artista para evitar el pago. Bestard relata en su libro que, debido a una sigilosa persecución, logra dar con Kalianov entre la multitud. Luego de un cuidadoso seguimiento lo ve ingresando en una casa de juegos, comprobando perplejo que era un jugador empedernido, encontrando así una explicación a su extraña actitud.

Después de mucho andar, la suerte golpeó las puertas de Bestard. Un buen presagio fue encontrarlo a un Kalianov muy mejorado de su condición de mal pagador: no sólo dejó de esconderse de él; también le pagó una antigua deuda.

En esos días, al regresar a su hospedaje le anuncian que en el Salón se había vendido una obra suya (paisaje) a un excelente precio. Sumándose a su suerte, el abogado que había tomado su defensa ante aquel ingrato accidente le informaba que la demanda había culminado con éxito, por lo que accedería a otra importante suma de dinero.

 

 

 

 

BESTARD: UN INVESTIGADOR DE LA PINTURA

Por NÉLIDA AMÁBILE CABRERA

 

Cuando sólo conocemos a un artista desde lejos, sin haber oído su voz, su manera de pensar, sus reacciones ante determinadas circunstancias, nos sentimos como deslumbrados. En cambio, nos hacemos una idea más acabada de su personalidad cuando nos comunicamos personalmente. Así me sucedió con Jaime Bestard cuando él estaba viviendo los últimos años de su vida.

Gracias a los buenos oficios del pintor Víctor Soler, antiguo discípulo suyo, pude visitarlo, conocerlo de cerca y charlar apaciblemente, sin prisas, una templada mañana de primavera. El encuentro fue en su casa de la calle Alberdi. Él tenía una forma pausada de expresarse, como si analizara cada palabra antes de integrarla a la conversación. Recuerdo que nos acomodamos en lo que seria su taller, con una piel de yaguareté como alfombra y en la pared, aparecían en forma esquematizada, las siluetas de dos músicos.

Don Jaime Bestard vivió intensamente todas las etapas de su vida. Así conocí algunos detalles de su aventurada vida parisina, que duró varios años, antes de regresar definitivamente a la Patria.

Partió a Europa con una formación académica dada por los maestros italianos radicados en Asunción y volvió con la curiosidad de investigar nuevas técnicas y tendencias recogidas de los talleres de los vanguardistas europeos, buscando una forma de expresión propia.

Sus pinturas pasaron por varios movimientos, desde el academicismo (como nutriente) al neocubismo, el efecticismo impresionista y las formas expresionistas figurativas. Al final de su vida, sus obras son el resultado de muchas imágenes e impresiones recogidas por el artista, como una síntesis de sus experiencias personales de la realidad, que no significa la reproducción como un fiel espejo, sino buscando un lenguaje propio que evoluciona con variadas formas, evitando la repetición mecánica y fría.

Ese único encuentro personal que tuve con el maestro, me hizo conocer a un hombre modesto en permanente búsqueda de la verdad pictórica. Al despedirnos me obsequio con un ejemplar de LA CIUDAD FLORIDA, su novela que recuerda sus vivencias en París.

NÉLIDA AMÁBILE CABRERA: Abogada diplomada en España, cursó Historia del Arte en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid; Dibujo y Pintura en la Escuela de Bellas Artes y la Escuela de Cerámica de la Moncloa en Macud y en el Ateneo Paraguayo de Asunción. Fue profesora de Historia del Arte en la Escuela de Bellas Artes, en la Facultad de Filosofía de la UNA, en la Universidad Católica y, actualmente el Departamento de Artes Visuales del Ateneo Paraguayo está bajo su dirección. 

  

 

FUENTE (ENLACE INTERNO)

 

 

 

 

JAIME BESTARD - ARTE Y DIGNIDAD

Por AMALIA RUIZ DÍAZ

Publicación realizada con el apoyo del FONDEC

© Amalia Ruiz Díaz

Fotografía: Amalia Ruiz Díaz y Juan Carlos Meza

Asunción-Paraguay 2009 (150 páginas)

 

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