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MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

  LOS COMUNEROS EN EL PARAGUAY - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ


LOS COMUNEROS EN EL PARAGUAY - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LOS COMUNEROS EN EL PARAGUAY

Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 11

Asunción – Paraguay

2012

 

 

            Aunque no se pueden considerar como partes del proceso comunero del Paraguay los conflictos entre conquistadores, siempre que se buscan los antecedentes de aquella revolución saltan a la vista la deposición del adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en 1544; la de Felipe de Cáceres, en 1572, y la resistencia armada del obispo-gobernador fray Bernardino de Cáceres, el Cabildo de Asunción y el pueblo contra un ejército de indios comandado por los jesuitas, por orden del Virrey.

 

Plano de Lima, 1687

Reproducido en el "Diccionario Enciclopédico Hachette Castell", 1981

 

            Se dieron otros casos conflictivos, como el enfrentamiento de Alonso Riquelme de Guzmán y Ruy Díaz Melgarejo, en el Guairá, en 1569, y la sublevación de los mestizos en Santa Fe, primera inquietud cívica de los mancebos de la tierra, según Rafael Eladio Velázquez.

            También figuran como antecedentes remotos de la Revolución Comunera del Paraguay el alzamiento de las comunidades castellanas en 1520, por la afirmación de lo nacional y en defensa de sus fueros locales contra el absolutismo cada vez más creciente. Viriato Díaz Pérez supone que muchos de los antiguos comuneros se enrolaron en la armada de don Pedro de Mendoza, manteniendo viva la ideología comunera, y que Álvar Núñez se ganó la confianza del Rey precisamente por haber reprimido el movimiento comunero en Andalucía. Cabe destacar que la primera nave construida en el Paraguay fue bautizada con el nombre de "Comuneros" y que en ella se envió preso a España a Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

 

            IDEOLOGÍA COMUNERA

 

            Las luchas comuneras apuntaron como objetivo: Libertad y buen gobierno, ideas que resumían los viejos anhelos del pueblo paraguayo. "Los hombres y los pueblos, dice Rafael Eladio Velázquez, pueden sostener ideas políticas y sociales sin necesidad de conocer las doctrinas de los filósofos que las hayan formulado con anterioridad".

            Eso fue lo que ocurrió en el Paraguay. De ahí que las prédicas del obispo Cárdenas, José de Antequera y Castro y Fernando de Mompox tuvieron eco en los espíritus inquietos de los mancebos paraguayos. Fue el sustento ideológico aportado por sus caudillos el que produjo el renacer de la vieja tradición comunera.

            Antequera sostenía que el pueblo o "Común "es fuente de la soberanía: "Los pueblos no abdican su soberanía. El acto de delegar sus formas externas y el ejercicio de la facultad de legislar residen en él por razón de la naturaleza y suprema dispensación de Dios, no implica de manera alguna que renuncie a ejercerla cuando los procedimientos de los gobiernos los hieren y falseando su deber lesionan los preceptos eternos de la razón absoluta, que está sobre todas las leyes; por consiguiente, es superior a todas las autoridades".

            El "común" encontró inspiración en Vitoria, Suárez, Soto, Mariana, Castro, Azpilicueta y tantos otros religiosos y clérigos sostenedores de la doctrina del poder popular contra el "derecho divino" de los reyes. El jesuita Francisco Suárez, principal fuente de inspiración de los defensores del "común", pues sostenía que "la soberanía debía estar repartida entre todos y no recaer en una sola mano, ya que todos los seres humanos son iguales por naturaleza".

            Otro jesuita, Juan de Mariana, fue más lejos aun al reconocer a los pueblos el derecho de revuelta y hasta el regicidio (muerte al monarca) del que abusara del poder (69).

            Para Fernando de Mompox, la autoridad del común no reconocía superior. Fundado en tan contundentes principios, el "común" sostuvo una de las revoluciones más largas y violentas del Paraguay, que duró dieciocho años, de 1717 a 1735.

 

            CAUDILLOS COMUNEROS

 

            Si bien es cierto que el pueblo paraguayo fue el principal protagonista de la Revolución Comunera, la dirección de la misma estuvo a cargo de destacados caudillos como José de Antequera y Castro, panameño, doctor en la Universidad de Charcas y fiscal y protector de naturales de la Audiencia de la misma. Contaba con poco más de treinta años cuando vino al Paraguay. Fue gobernador y sirvió a la causa comunera hasta su muerte en Lima en 1735.

            José de Ávalos y Mendoza, criollo paraguayo, descendiente de Gonzalo de Mendoza y de Domingo Martínez de Irala. Acompañó a Antequera y conservó su dignidad en el infortunio.

            Fernando de Mompox se unió a la causa comunera por puro altruismo, no se sabe si fue panameño o valenciano. Fundado en las ideas de Antequera y Ávalos y Mendoza, proclamaba que "la voluntad del común es superior a la del propio Rey". Muy versado en leyes, fue el asesor de los comunes durante el gobierno de Martín de Barúa y en los meses inmediatos al alzamiento contra Ignacio de Soroeta.

            Fray Miguel de Vargas Machuca, criollo paraguayo, religioso de la orden de La Merced, defendió desde el púlpito la doctrina comunera y fue exiliado en el convento de su Orden en Corrientes.

            José Dávalos y Peralta, asunceno, estudió en la Universidad de San Marcos, en Lima, donde se doctoró en medicina. A su regreso volcó todo su talento al servicio del "común". Falleció en Ajos (Coronel Oviedo), en 1729.

            Sebastián Fernández Montiel, descendiente de gobernadores. Fue el militar más destacado de su tiempo. Acompañó a Agustín de Ruyloba en la batalla de Guayayvity en 1733 y no lo desamparó cuando la derrota. Murió en 1753.

            Fray Juan de Arregui, franciscano, obispo electo de Buenos Aires. Llegó al Paraguay para su consagración episcopal y se convirtió en el más fervoroso defensor del "común". A la muerte de Ruyloba, en 1733, el pueblo lo nombró "justicia Mayor, Gobernador y Capitán General". Gobernó hasta 1735.

            Otros caudillos comuneros fueron Fernando Curtido, Miguel de Garay, Cristóbal Domínguez de Ovelar, Ramón de las Llamas, español al servicio del "común".

            Desde el Cabildo apoyaron la causa comunera sufriendo la persecución y uno de ellos el suplicio: Juan de Mena Ortiz de Velazco, José de Urrúnaga, Antonio Ruiz de Arellano y Francisco Rojas Aranda, entre otros.

 

 

            EL "COMÚN" EN ARMAS

 

            Los paraguayos defendían el derecho de seguir viviendo en libertad, sin someterse a la poderosa Compañía de Jesús ni a los gobernadores. Estos, amigos incondicionales de aquella. El motivo inicial de la revuelta, fueron los indígenas. Los jesuitas habían obtenido en 1661 el derecho de reclutar para sus misiones todos los indios encomendados de aquellos pueblos que vinieron a ocupar el sur del Tebicuary. Esto ocasionó que los paraguayos no pudieran contar con la mano de obra de miles de indígenas. A fin de paliar ese inconveniente propiciaban entradas en el Chaco para captar prisioneros a quienes los recibían como yanaconas.

            Los jesuitas se opusieron a ese procedimiento por considerarlo ilegal, y en 1717 obtuvieron del gobernador Diego de los Reyes Balmaceda, amigo incondicional de la Orden, la entrega de los indios pajagua capturados en el Chaco con el propósito de repartirlos entre los paraguayos.

            Este hecho vino a colmar la paciencia y la tolerancia de los colonos, que desde entonces no dudaron de los planes hegemónicos de los jesuitas. La Revolución Comunera se había desencadenado.

            Era la lucha por la mano de obra indígena entre los dos grandes poderes coloniales del Paraguay: el poder jesuítico y el poder encomendero empotrado en el Cabildo. Este se convirtió en el centro y la cabeza de la residencia "popular". Desde 1717 a 1735 corrieron ríos de sangre en reiteradas batallas contra los jesuitas escudados en las autoridades virreinales.

 

José de Antequera y Castro, doctor en jurisprudencia y teología.

Nombrado juez pesquisidor de la Provincia del Paraguay

 

 

            DERROTA COMUNERA

 

            La muerte del gobernador Ruyloba provocó la ira de las autoridades virreinales y movió al marqués de Castelfuerte a ordenar a Bruno Mauricio de Zavala, nombrado teniente general de los reales ejércitos, a venir personalmente al Paraguay a someter a la provincia rebelde y dar un escarmiento a sus habitantes. El desconcierto de los paraguayos fue general y Zavala, al frente de ocho mil indios proporcionados por los jesuitas, aplasta definitivamente la revolución, y vence a los comuneros mal pertrechados, en Tabapy, el 14 de marzo de 1735. Zabala aplicó la severidad de los vencedores sentenciando la supresión de la Real Cédula del 12 de Septiembre de 1537. Se disponen y se ejecutan penas de muerte, prisiones y destierros a Chile y al Perú. Se destituye a funcionarios militares y del Cabildo, mientras que los enemigos del "común" recuperan sus bienes y honores perdidos.

            La derrota de los comuneros significó el aplastamiento de la causa paraguaya y el fin del protagonismo de la clase criolla que tanto alentó la formación de la conciencia nacional.

 

 

 

 

            EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

 

            Los paraguayos simpatizaron muy poco con los jesuitas. Las causas principales se hallan en la competencia en el comercio de la yerba al no pagar estos los pesados impuestos que agobiaban a los paraguayos. La enemistad se debió principalmente por el tema de las encomiendas, basamento de la organización social y económica del Paraguay al que los jesuitas combatieron tenazmente.

            Las cuantiosas estancias jesuíticas diseminadas en un radio de 50 leguas bloquearon los caminos, desalojando de sus ranchos a los campesinos ante cada nuevo deslinde y amojonamiento de sus latifundios. Según Efraím Cardozo, los paraguayos sospechaban que los jesuitas "buscaban apoderarse paulatinamente de toda la provincia para imponer su género de vida, rígido y disciplinado, tan distinto a aquel al cual estaban acostumbrados".

            El Cabildo se resistió ante ellos y algunos obispos encabezaron la rebeldía, como el obispo Torres y Bernardino de Cárdenas, que los expulsó violentamente de la provincia.

            Durante la Revolución Comunera, los jesuitas fueron expulsados de Asunción en dos oportunidades.

            La Orden dejó a disposición de las autoridades virreinales su ejército de indios para reprimir el movimiento comunero. Cuando regresaron a la capital de la provincia después de la derrota infringida a los rebeldes, los jesuitas trataron de ganarse el aprecio de los paraguayos. Construyeron un hermoso templo en Asunción y un amplio local para sede de la futura universidad, pero sin éxito, dice Cardozo, "pues su estrella había comenzado a declinar en España".

            Otro antecedente de la expulsión de los jesuitas fue el tratado de 1750 por el que España cedió a Portugal siete pueblos de las Misiones. Los indígenas se rebelaron por no querer abandonar sus pueblos y menos aún quedar en poder de las autoridades portuguesas, tal como establecía aquel tratado.

            El ejército de las misiones comandado por los jesuitas fue aplacado con sangre y en España acusaron a los padres de la Compañía de Jesús de haber promovido la rebelión indígena.

            Después de la guerra guaranítica se intensificó en la península la propaganda contra la Orden. Los discípulos de los enciclopedistas, entre otros, acusaron a los padres de toda clase de crímenes.

            El marqués de Pombal, jefe del gobierno portugués, desató por toda Europa una campaña acusatoria contra los jesuitas. Decía, que estos pretendían crear un reino en el Paraguay, independiente de Europa, y que poseían fabulosas riquezas y planes contra la vida del rey de España, Carlos III. Este, influenciado por el conde de Aranda, decretó la expulsión de la Orden de Jesús de todos los territorios de ultramar, el 27 de febrero de 1767.

            Los jesuitas abandonaron en forma pacífica sus reducciones, colegios y estancias del Paraguay, un año después de la promulgación de este decreto, pasando los pueblos fundados por ellos a manos de administradores inescrupulosos que en poco tiempo dilapidaron los cuantiosos bienes que los religiosos habían atesorado.

            La administración espiritual de los 30 pueblos de la provincia jesuítica fue repartida entre los franciscanos, mercedarios y dominicos, los que, debido a su limitada función, poco pudieron hacer por mantener el ritmo y pujanza de las antiguas reducciones.

            El colegio de Asunción, estancias, chacras, granjas, tierras de labor y esclavatura pasaron a engrosar los bienes de la Corona con el título de Temporalidades, las que más tarde quedaron como fondos para la fundación del Real Colegio Seminario de San Carlos, finalmente abierto en 1783.

 

 

 

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Fuente digital: www.abc.com.py

Registro: Agosto del 2012

 

 

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