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MARIA ESTELA LEGAL

  MI VIDA CON EL PRESIDENTE ALFREDO STROESSNER - Por MARÍA ESTELA LEGAL ZARZA


MI VIDA CON EL PRESIDENTE ALFREDO STROESSNER - Por MARÍA ESTELA LEGAL ZARZA

MI VIDA CON EL PRESIDENTE ALFREDO STROESSNER.

Por MARÍA ESTELA LEGAL ZARZA.

EDITORIAL MEDUSA.

E-mail: jcfrutos@hotmail.com

Asunción, Paraguay.

Junio 2008 (207 páginas)

 

 

 

Diagramación de interior: Gilberto Riveros Arce

Diseño de tapa: Aníbal Riveros Arce

Las fotografías pertenecen al archivo personal de la autora.

Edición al cuidado de Julio César Frutos

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1.328/98

Todos los derechos reservados.

Prohibida su reproducción total o parcial, del texto o material fotográfico,

sin mención de la fuente.

ISBN: 978-99953-851-1-8

 


 

ÍNDICE

Dos palabras      

Capítulo I: SAN BLAS Y LA CANDELARIA O EL GOLPE CONTRA EL GENERAL STROESSNER

Capítulo II: LOS TIEMPOS FELICES

Capítulo III: EL PEQUEÑO CÍRCULO DE AMIGOS

Capítulo IV: CUANDO EL AMOR PALIDECE

Capítulo V: LUCES Y SOMBRAS DEL GENERAL STROESSNER    

ANEXO HISTÓRICO:

I. De cómo Stroessner llega al poder

II. El continuador del programa de la Asociación Nacional Republicana

III. El esfuerzo de unir a los colorados

ANEXO DOCUMENTAL:

-        “Virtudes del general Stroessner”

Juan E. O’Leary, 1957

Stroessner: gran gestor del reencuentro colorado

Osvaldo Chaves. 1956

-        El gobierno, una misión social trascendente

Alfredo Stroessner. 1954

-        “Sin odios y sin ambiciones personales”

Alfredo Stroessner. 1956

-        Entrevista a María Estela Legal de Yegros. 1990

Reportaje al general Stroessner. 1954

POESÍAS Y CARTA:

- Tarde loca (Fragmento)

- Silencio

- ¡A orillas!

- La despedida    

- Hay que sacarle el llanto

- Ambiente

- La noche 

- Carta a una madre

FOTOGRAFÍAS:

- Familiares y oficiales


 

 

DOS PALABRAS

Muchas razones tengo para decidirme a realizar esta memoria. Debo antes aclarar que no pretende ser la biografía del general Stroessner ni la mía, ni realizar una crítica o laudatoria a su vida pública o privada.

Es simplemente una memoria, un testimonio de actos y hechos que me sugieren debo compartir con mis compatriotas, hombres y mujeres, quienes juzgarán con imparcialidad lo que aparece en esta obra.

En primer lugar me pregunto por qué las esposas o parejas de mandatarios no escriben sus memorias; la única excepción es madame Elisa Alicia Lynch López, en Exposición y Protesta, publicada en Buenos Aires en 1874. Al final ellas influyen más que un gabinete -a veces- para que él realice, anule o deje sin efecto un acto de gobierno a punto de ser ejecutado. La mujer de un presidente no solo le elige el color de la corbata, a veces tan horriblemente combinadas, sino que influye mucho al dar su opinión en cuestiones de Estado.

En segundo lugar debo agradecer a mis amigos la insistencia para esta publicación y el haber leído los originales. Es que las alegrías y vicisitudes que tuve en el tiempo de ser pareja sentimental del general Alfredo Stroessner -18 años- han sido tan densos que explican muchas cosas que aún son desconocidas.

Aceptado el desafío -nada fácil- de ordenar recuerdos, tuve que explicarme a mí misma de qué utilidad sería para la sociedad conocer la vida normal de pareja afectiva, solitaria a veces, de una madre joven dedicada a educar con esmero a sus hijas, cuando él me triplicaba en edad. Es que creo casi imposible la existencia de una pareja en que él tenga tres veces más edad que ella, y tenga la responsabilidad de educar tres niños.

Algunas personas, cuya opinión o pensamiento respeto mucho, afirman, o han afirmado, que soy una víctima más del dictador Stroessner.

Estas páginas aclaran, a mi entender, mi verdadera relación de afecto y amor profundo con el general Alfredo Stroessner, pues yo, lejos de sentirme víctima, me he sentido privilegiada de su amor.

Nunca realmente mi relación con él fue de beneficios materiales o económicos. Yo simplemente me enamoré de él, y nada más. Y así como me enamoré, explico en estas páginas todo el desarrollo de lo que fue sucediendo, pasando de una romántica relación, hasta el desenlace de una ruptura completa, absoluta, total y definitiva. Les invito, desde mi alma de mujer, a revivir conmigo este retazo de un tiempo de mi vida y que sea un aporte e ilustración para mis queridos lectores y críticos.

Quiero dejar en este escrito mi reconocimiento y gratitud al Dr. Julio César Frutos por sus oportunas indicaciones técnicas para esta edición, que hicieron la mejor culminación de la obra.

MELZ


 

Capítulo I

SAN BLAS Y LA CANDELARIA O EL GOLPE CONTRA EL GENERAL STROESSNER

El 2 y 3 de febrero de 1989 se sucede en el Paraguay un sangriento golpe de Estado que conmovió a cada uno de los habitantes del país y fue noticia en la región latino-americana y quizá en el mundo por tratarse de la defenestración violenta de un gobierno que permanecía en el poder hacía 35 años.

El general Stroessner había asumido el poder con una general simpatía, por tratarse de un militar prestigioso, excombatiente de la Guerra del Chaco y por la caótica situación política, de golpes de Estado frecuentes, marginaciones sociales y económica que vivía la República, al punto que había que hacer largas colas para adquirir productos de la canasta familiar.

Aunque es conocida la genealogía de Alfredo Stroessner Matiauda, no es una obviedad recordar que es de padre alemán y madre paraguaya, nacido el 3 de noviembre de 1912 en Encamación. Esta ciudad está asentada en una región compuesta por varias razas de emigrados europeos en los primeros años del siglo XX. Por parte de madre los Matiauda pertenecen a una tradicional familia paraguaya entroncada con personajes que actuaron en los primeros años de la independencia del Paraguay.

Encamación es una ciudad ribereña del río Paraná y tiene en la otra vera del río la ciudad argentina denominada Posadas, que en tiempos anteriores pertenecía a la soberanía paraguaya y fue bautizada con la denominación de San José o Tranquera de San José, por lo que el general Stroessner la mencionaba siempre de esa forma. En esa ciudad argentina él había estudiado parte de los grados primarios, como lo hacían la mayoría de los niños encarnacenos, buscando una mejor educación. También lo había hecho en su ciudad natal, de donde provienen sus numerosos amigos de la infancia.

La actual Encamación se denominaba originalmente Nuestra Señora de la Encamación de Itapúa y fue fundada el 25 de marzo de 1615. Su principal fundador fue el sacerdote jesuita Roque González de Santa Cruz, que con el tiempo fue elevado a la categoría de consagración máxima como el primer santo del Paraguay. Los jesuitas habían tomado a su cargo la conversión de los indios paranás, en cuyo riesgoso cometido se afanaba el padre Roque González hasta que fue martirizado por uno de los chamanes.

La presencia de diferentes culturas al que pertenecían los Stroessner-Matiauda influyó en Alfredo, al grado que muchas de sus posteriores manifestaciones, y quizá de toda su personalidad, estaba signada por ese influjo.

Su tío materno, don José Vicente Matiauda, fue una persona importante y adinerada de Encamación. Pertenecía a la dirigencia del partido republicano colorado y siguiendo la costumbre de época influyó para que su sobrino ingresara en la Escuela Militar, al igual que lo hicieron otros caudillos republicanos, como los Cabello de Carapeguá, los Samaniego de Concepción, Canata, Montanaro, etc., y lo hacían con visión de futuro. El coloradismo en el exilio sabía que por la vía de las elecciones libres no había posibilidad de recuperar el poder y que el actor militar estaría jugando un rol preponderante en un momento dado.

El día 2 de febrero de 1989 fue para mí un día más de mi vida. Dedicada totalmente a las tareas de hogar y a la educación de mis hijos, nada hacía presagiar que horas más mi residencia donde vivía hacía más de 20 años sería el sitio por donde se iniciaría el golpe de Estado que cambió la historia de la nación.

 

LA MADRUGADA DE TERROR Y MUERTE. 2 Y 3 DE FEBRERO DE 1989

Ya hacía unos años que mis relaciones afectivas con Alfredo habían terminado. Pese a ello, nuestra amistad permanecía intacta y él venía a mi casa todos los días para visitar a sus hijas, a quienes amaba de una manera entrañable. María Estela, mi hija mayor, estaba ya casada, y Teresita aún era estudiante. En ese tiempo coincidió que mi hija María Estela, casada con el joven norteamericano Franklin Reyd, con quien residía en los Estados Unidos de América, estaban de visita en Asunción y fijaban residencia en una casa contigua a la mía, por lo cual la amena reunión familiar de la noche estuvo muy animada.

Mi esposo, el arquitecto Yegros, no se encontraba en la casa en ese momento por hallarse de visita en lo de su padre, quien padecía de una leve enfermedad en esos días.

Ya en ese tiempo hacía un par de años yo estaba casada con el arquitecto Juan Bautista Yegros, hijo del general Miguel Ángel Yegros, familiares descendientes por línea directa del prócer de la Independencia, Fulgencio Yegros.

El día 2 de febrero de 1989 llegó el general Stroessner como a las 18:00, que era su horario habitual, para retirarse a las 20:30, quizá unos minutos más, siempre que no se quedara a cenar, lo cual prolongaba la tertulia familiar una hora más. Alfredo era un hombre estrictamente disciplinado y más aún cuando se trataba del cumplimiento de horarios.

Esa tarde llegó con su escolta habitual ingresando por el frente de la casa-quinta, aunque a veces lo hacía por la parte trasera de la residencia. El vehículo oficial era un automóvil Chevrolet negro, seguido por un Jeep Toyota pequeño y un camión de la misma marca, en la que tomaban asiento unos veinte soldados del Batallón Escolta Presidencial, institución militar encargada oficial de la custodia. Anteriormente eran policías civiles especializados quienes ejercían la custodia del Presidente de la República, dejando de hacerlo por motivos que desconozco.

El día 2 de febrero fue una jomada calurosa, propia del verano paraguayo. Apenas llegó Alfredo nos acomodamos todos en el salón-estar de la casa y hablamos de las cosas normales de la familia, no percibiéndose nada anormal o algún signo de preocupación en la conducta del Presidente.

Con su clásico y afable saludo ¿cómo están ustedes? abrazó y besó a sus hijas y nos sentamos a conversar María Estela y su marido Franklin, Alfredo y yo, y a disfrutar del café humeante, a veces acompañado de una galletita y chipitas.

No pensaba yo ni por acaso que ésa sería la última reunión de familia en ese salón de arquitectura oval que tantas horas disfrutamos con su conversación, sus historias y reflexiones sobre la vida y sus siempre acertados comentarios.

Terminado su café, abordó el General el tema político del momento, es decir, los rumores de la calle, que trataré de reproducir lo más fielmente posible. Lo hizo con total naturalidad, como si contara un cuento de la imaginación o una película de ciencia ficción. En una palabra, transmitía una sensación de imposible factibilidad de la realización de un golpe de Estado, con argumentos de la razón, la lealtad y el agradecimiento.

Dijo más o menos estas palabras:

Corren rumores que se estaría gestando un golpe de Estado y que la organización está a cargo del general Andrés Rodríguez, el comandante de la Caballería.

Muy seguro agregó:

Yo no creo que eso sea posible, confió plenamente en su lealtad, lo conozco desde hace mucho tiempo.

Se tomó como un descanso discursivo y, probablemente por el silencio que nosotros manteníamos, continuó diciendo:

Aún más, hace poco tiempo, en el mes de diciembre, el general Rodríguez me manifestó, como vocero de las Fuerzas Armadas, su apoyo pleno y la conformidad absoluta a mi gestión de gobierno y la necesidad de mantener la paz de la República. Eso expresó Rodríguez en presencia de todos los comandos, como lo viene haciendo todos los años, y ni antes ni ahora existen motivos para cambiar su actitud.

Como el General parecía haber agotado el tema, se siguió hablando de las pesca y otras cosas.

Sin embargo, unos minutos después dirigió su mirada al horizonte y volvió al tema como tratando de ordenar un recuerdo:

El general Rodríguez tuvo un lamentable accidente de aviación en ocasión de una demostración aérea de un avión inglés que ofrecía sus unidades al Gobierno paraguayo. Producido el hecho en el aeropuerto de Asunción en nuestra presencia, además de muchas autoridades del Gobierno, murieron varias personas, entre ellas el comandante de la Fuerza Aérea, general Adrián Jara, y un prestigioso médico amigo mío, el doctor Migone, que, al igual que Rodríguez, participaron de la exhibición aérea.

Rodríguez sobrevivió por milagro y porque le enviamos a Buenos Aires en forma inmediata a un centro especializado para tratar quemaduras tan graves como las que él recibió, por no contar en nuestro nosotros con los medios adecuados para un caso de tanta gravedad. El facultativo argentino, que vino expresamente en un avión de la Fuerza Aérea Argentina que facilitó el presidente Onganía a mi pedido, había anunciado una vez que le aplicó los primeros cuidados, que Rodríguez no viviría quince días con ese tratamiento. Ocurría que al aplicársele anestesia total para las curaciones, eso constituía un envenenamiento a su organismo por lo que, sumado al cincuenta por ciento de la quemadura del cuerpo, el fin parecía inexorable. El equipo de especialistas argentinos recomendó su tratamiento en Buenos Aires y en el mismo avión de la Fuerza Aérea que los trajo se lo llevaron y pudo salvar la vida... en fin..., en fin, una persona como Rodríguez no puede guardar tanta ingratitud por todas estas cosas...

Terminada esta reflexión, se despidió con la afabilidad de siempre de sus hijas y se retiró hacia el automóvil, haciéndolo por el frente de la residencia.

Aunque estaba en proceso de abandonar el hábito de fumar, esa vez lo había hecho en dos o tres ocasiones. Alfredo nunca usaba de excesivas palabras para expresar sus ideas..., ese día lo había hecho extensamente, probablemente para autoconvencerse de la lealtad del principal de sus comandos: su consuegro, el general Andrés Rodríguez. Aproximadamente serían las 20:30 horas del día de San Blas, el Patrono del Paraguay.

Apenas se retiró el Presidente, nos propusimos a sentamos a la mesa con el propósito de iniciar la cena. Estábamos en los inicios cuando escuchamos unas explosiones muy cercanas a la residencia, que atribuí a los fuegos artificiales y la cohetería con que tradicionalmente se festeja la fiesta de un santo popular como es San Blas. En los barrios populares asunceños las fiestas religiosas tradicionales dan lugar a diferentes formas de manifestación de religiosidad paraguaya y a nadie sorprende que el silencio de la noche sea interrumpido con las estridencias de bombas, cohetes y petardos y a veces de disparos de armas de fuego.

De ese tema hablábamos en la mesa cuando los vitrales del salón-comedor saltaron hecho añicos, una y otra vez, con el impacto de las descargas de los fusiles que nos obligó a refugiamos presurosos y desesperados en el interior de la vivienda. El tableteo de las ametralladoras se hizo continuo y se percibía el impacto de las balas sobre las distintas partes de la casa. La vivienda fue baleada por todos lados.

Sobrecogida de pánico, salté al teléfono y conté al General lo que ocurría, diciéndome él que nos protegiéramos todos debajo de una cama en una sola habitación y allí permaneciéramos, que apenas llegue al Comando en Jefe organizaría la defensa y para nuestra protección enviaría al coronel Lesme, un oficial del Batallón Escolta Presidencial. Al preguntarle dónde se encontraba, ya que apenas hacía como cinco minutos se había retirado, me dijo que en el automóvil, cruzando frente al Colegio de Policía, en la avenida Mariscal López y San Martín, edificio actualmente desaparecido.

Otro rato después después, me comuniqué con el General dos veces más, permaneciendo siempre en la misma habitación con mis hijos debajo de la cama, sumida en la desesperación y en la plena oscuridad. En la parte trasera de la residencia, dentro de la misma permanecía estacionado un camión transportador de ganado, artillado con una ametralladora, desde donde se acribilló a los soldados que hacían guardia en el lado de portón de acceso trasero.

Unas dos horas duró la balacera intermitente, no conozco lo que realmente sucedió, aunque vinieron pelotones de refuerzo; solo sé que algunos soldados que buscaron refugio en la pileta de natación y otros dentro de la casa, allí mismo fueron sacrificados.

Por las voces nos percatamos que los atacantes se hicieron cargo de la casa, cesaron los disparos y como a las cinco de la madrugada decidí salir a hablar con el jefe que montaba guardia frente a mi puerta. Me trató muy correctamente un Coronel de Caballería, cuyo nombre desconozco, preguntándome qué quería hacer, dándome garantías, que no corríamos peligro alguno y que nadie nos haría daño. Me preguntó si quería evacuar la casa y le dije que sí; y en ese mismo momento. Consultó con su jefe y minutos después me trasladé, conducida por los militares, a la casa de mi suegro, el general Yegros, sin poder llevar nada personal, solo salimos de la casa con lo que teníamos puesto encima en ese momento. Desde allí seguí el proceso por los medios de comunicación, enterándome que el general Stroessner había renunciado al cargo. Ya no tuve comunicación con él desde ese momento. El General siguió continuó comunicándose con sus hijas.

En esa casa estuvimos solo un día, trasladándome al Hotel del Yatch y Golf Club, en el que permanecimos dos días. Un día viene el Coronel de Caballería y me dice que por disposición de sus superiores debía abandonar el país. Le dije que no tenía ningún inconveniente y que me tomaría un breve tiempo para arreglar y proveerme de las cosas mínimas indispensables. Me aclaró que la orden de abandono era para ese momento, de inmediato. Que el avión estaba esperando en el aeropuerto y que debíamos partir ese día. Fuimos conducidas al aeropuerto, un avión regular de línea estaba esperando hacía dos horas, nos cargaron y fuimos conducidas a Miami, Estados Unidos de América.

Durante las horas de vuelo, ya más tranquila, pude hacer el recuento de mi vida pasada, que paso a relatar con la fidelidad y la autenticidad que se merecen los numerosos amigos que me han convencido de que mi experiencia puede servir a otros, tales como historiadores y políticos, que podrán encontrar -en esa etapa de 18 años al lado del general Alfredo Stroessner, el Presidente del Paraguay que más tiempo ejerció el poder- hechos que merecen ser conocidos. El General ejerció el poder desde el 15 de agosto de 1954 hasta el 2 de febrero de 1989.


 

Capítulo II

LOS TIEMPOS FELICES

Nací en Villarrica, donde la brisa suave proveniente de la Cordillera del Ybyturuzú acaricia nuestro rostro y nos da la sensación de paz y belleza. En este ambiente cálido y fresco a la vez, que nosotros llamamos “piroy”, pasé los primeros años de mi feliz niñez, para luego venir a la capital acompañando a mi madre. Soy única hija de esta unión de mis padres; pero sí tengo otros numerosos hermanos. Mi abuela materna, Filiberta Ayala de Zarza, yuteña, me puso el sobrenombre de “Ñata”. Mi padre nos dio su apellido y nos amó. Pero mi educación estuvo a cargo de mi madre, Rita Zarza Ayala, guaireña de alma y de temperamento bien paraguayo, que conservaba el acento particular, una suerte de dulce entonación que poseen solamente los hombres y las mujeres nacidas en aquella región. Poseedora de la tradicional cultura paraguaya, impregnada de religiosidad, me formé dentro de los cánones que ello implica. A esa formación de familia se sumó el hecho de haber cursado mis estudios primarios en el Colegio María Auxiliadora de Asunción.

Tenía 15 años cuando en un almuerzo en el hogar de un pariente, me presentaron a uno de los invitados: el general Alfredo Stroessner, Presidente de la República. El pariente me preguntó: ¿Quieres conocer al Presidente?, señalándome a un caballero que se encontraba conversando con varias personas.

Le contesté que no lo conocía y que no tenía interés de conocerlo. Insistía el pariente y ya en ese momento se acercaba el para mí desconocido militar, que cumplía como un rito el recorrer el salón alternando con los invitados.

Fue un saludo normal, “mucho gusto, señorita”, nos pasamos las manos, “mucho gusto, señor”. Y una serie de preguntas luego que un adulto dirige a una joven, preguntándome sobre mis estudios y qué carrera pensaba seguir, halagando mi vestimenta, diciendo que lucía muy bien con mi conjunto de cuadrillé.

En ese momento interrumpe el pariente con algunos comentarios; luego siguió el Presidente contando de sus estudios en Encamación, y que la vida de estudiante era la mejor época de la vida, que de allí venían los mejores amigos y otros temas generales de las vivencias de los jóvenes.

No sé qué tiempo me retuvo, dos, tres o cuatro minutos, que para mí fueron lo suficientes para tener la impresión de que se trataba de una persona con amabilidad de trato, que transmitía en sus palabras una dulzura natural y de una sencillez increíble. En cuanto a lo físico, lo que recuerdo es la impresión que me causó la belleza de sus ojos, medio versosos, y su vestimenta con su capa gris.

No estoy diciendo que hubo un enamoramiento a primera vista ni un deslumbramiento; sí de una impresión de sencillez por el trato afable, de hablar mesurado, que me hizo sentir a gusto y distendida, pese a ser, como me informó el pariente, la máxima personalidad del Gobierno. Para quien no conocía ni a un cadete militar, conocer a un General ya era de por sí impresionante.

Mi experiencia social era sólo tratar con los compañeros de colegio; se trataba de una persona tan ajena de mi mundo de colegiante, pues yo coleccionaba discos de Elvis Presley o James Dean, y que nada sabía ni me interesaba la política.

En ese momento toda mi vida era mi colegio, mi hogar y la atención de mis hermanos menores, y la actividad dominguera era ir con las amigas a veces al cine o a algún cóctel del colegio, que se hacía y comenzaba los sábados a las 14:00 y terminaba a las 17:00.

Estaba cursando la secundaria en el Colegio Dante Alighieri y, aunque tenía excelentes compañeros, los miraba sólo como compañeros a quienes se aprecia de forma tan especial, que es una experiencia que no se repite en otras circunstancias de la vida. Así, recuerdo a Aníbal Raúl Casal, Francisco Chirife, Gladys Goslyn, mi compañera de banco, Mirian Aurora y a Enriqueta Martínez.

Pasó un tiempo y fui de nuevo invitada a participar de un almuerzo en casa de este pariente y, habiéndome informado que estaría de nuevo el grupo de sus amigos, incluido el Presidente de la República, yo puse una excusa y no concurrí a la reunión.

Habría pasado una semana, cuando un día, a la llegada al Colegio, se presentó un emisario, un hombre con traje oscuro, portador de unas letras que me enviaba el Presidente, que yo no quise aceptar, aunque por la insistencia la retuve y la conservo hasta ahora.

Se trataba del deseo, expresado en forma respetuosa, de volver a verme, respondiéndole al emisario que viniera al día siguiente a la misma hora y que le contestaría, ya que el mismo insistentemente decía que tenía que llevar una respuesta.

Al día siguiente y por los tres días sucesivos no concurrí al Colegio, presa de una confusión ante una situación que se presentaba por primera vez en mi vida.

Mi madre, desesperada quería saber la causa de mi estado, pero me costaba decirle algo sobre una situación que me llenaba de turbación y confusión, que me producían sentimientos encontrados.

Por un lado no puedo negar que me agradaba la idea de que un hombre, por primera vez en la vida, se fijara en mí. Pero fue tan breve el momento que solo crucé pocas palabras, pero no puedo negar que esa primera impresión fue agradable, aunque no tan comprometida como para aceptar una entrevista posterior. Además, se trataba de un hombre ya mayor, por lo que mantener esa amistad me generaba cierto rechazo y temor, llegando a creer que lo que buscaba el Presidente era engañarme o simplemente jugar conmigo.

Mi madre descubrió que algo me pasaba y a cualquier costa quería que le confesara la causa de mi confusión y actitud, que seguramente se me veía en la cara.

Me pedía que tuviera en ella confianza y le explicara mi problema, sin embargo, yo pensé que en ese momento lo que me ocurría era algo tan personalísimo que yo sola, sin ayuda, tenía que resolver el paso a dar. Ese mutismo que se generaba en mí, de encerrar la cuestión como algo que debiera resolver por mí misma, escondía en el fondo una cierta admiración por el General Presidente.

A la semana siguiente reanudé mi presencia a clases, con el ánimo que lo hacía siempre y traté de superar en mí misma la confusión de la semana anterior.

No esperando que apareciera de nuevo el emisario en busca de la respuesta. Sin embargo, se produjo el acontecimiento regresando nuevamente y yo tratándolo de evadirle, escondiéndome detrás de algunas compañeras.

Así pasaron los días y a este hombre vestido de traje oscuro lo veía cada tarde plantado en la esquina del Colegio, observándome hasta perderme lejos de su vista, buscando la respuesta. Luego se presentó sin ningún aviso previo a mi casa el Presidente, creando la estupefacción de mi padrastro, que era militar con el grado de Capitán, y mi madre, aún más sorprendida. Mi padre, que era subalterno, no hizo otra cosa que saludar como dice el reglamento, cuadrarse e invitarle a ingresar a la casa y recibirlo en la sala de nuestra vivienda de Guillermo Arias y 20, barrio Sajonia de Asunción.

Se acomodó en la sala y saludó a mi madre, que estaba tan sorprendida de esa presencia tan importante, a quien ellos no conocían sino de nombre; al rato aparecieron mis pequeños hermanos, el mayor Juan Carlos, tenía diez años y el más pequeño, Alberto, un año. Mi madre presentó a sus hijos, que hasta estaban con la cara sucia de jugar en el pasillo de la casa con el trompo y bolitas. Ella se disculpó, pues también tenía los ruleros por la cabeza; nos sentamos todos y el General se dirigía a mi padrastro para preguntarle en dónde estaba sirviendo en el Ejército. La conversación del Presidente con mis padres ya en aquel día fue muy diversa, distendida y jovial de parte de él. La visita no pasó de una hora y el Presidente, antes de retirarse, agradeció la recepción y preguntó si no molestaría que regresara en otra ocasión.

Las visitas se sucedieron desde ese día con frecuencia, e invitándonos a todos a ir a San Bernardino u otros lugares. Él siempre venía después de mi llegada del colegio, alrededor de las 18:30. Después de un tiempo ya lo hizo diariamente. El General Presidente siempre que venía traía helados, masitas o frutas, que nos sentábamos en la sala a consumirlos reunidos todos juntos, inclusive mis hermanos.

Yo seguía con mi vida normal de colegiala y los temas siempre se referían a los estudios, los exámenes, las notas y los discos que escuchábamos.

Llegó un tiempo en que el Presidente se autoinvitaba para la cena y así prolongar sus visitas de la tarde hasta la comida nocturna y compartir nuestra comida paraguaya que mi madre hacía preparar.

El Presidente manifestaba siempre que se sentía muy a gusto en las reuniones familiares y que creo no lo decía por cumplido protocolar. Concurría puntual y diariamente, sin faltar un solo día. Esa asiduidad duró desde el día que nos conocimos..

Por supuesto que mis padres desde el primer día comprendieron que esas visitas venían dirigidas a mí y nunca influyeron para que terminara o continuara esa relación.

Creo ser una hija privilegiada porque mi madre dejó que sola yo decidiera hasta qué punto viviera mi enamoramiento, como se trataba de una cuestión muy personal. Aunque ambos no lo consentían, así me lo manifestaban, y así fue por mucho tiempo.

Mi vida seguía igual, aunque debo confesar que del deslumbramiento inicial, había entrado en una etapa de clarificación conmigo misma desde el momento que sentía casi como una necesidad su presencia diaria en las horas de la tarde en mi casa.

Mi romance lo vivía de una manera muy original, al punto que estaba muy segura que su presencia diaria no obedecía al capricho de un conquistador otoñal a una inexperta colegiala; a veces pensaba que ya le amaba y a veces que no le quería. Sorprendida quedé cuando, por celos o por inseguridad, me ofreció la posibilidad que diariamente un automóvil me llevara y me trajera del colegio, lo que acepté. Recuerdo el gran automóvil verde Chevrolet Impala con el chofer Schull, que se afanaba en cumplir los horarios estrictamente. Schull, de padres alemanes, era oriundo de Encamación y era hijo de un amigo del Presidente. Era de confianza absoluta, fue su conductor personal por unos tres años.

Las visitas diarias a mi casa nunca se suspendieron. Algunas veces venía con su uniforme militar blanco que, con su espada de mando y su gorra militar, parecía un personaje que descendía de un cuadro, siempre impecable, y que al hablar se deshacía en palabras amables. Habitualmente preguntaba qué quería hacer hoy, mañana, como un dotado de energía que era y superactividad fuera de lo común.

Recuerdo que tantas veces me invitó a que visitara el Palacio de López para mostrarme su despacho, hasta que luego de tanta insistencia un día le dije que iría al día siguiente con una tía bien mayor que me acompañaba. Así lo hice y recorrí el Palacio con él; la fotografía de esa visita está en la portada de esta obra. No olvido que al llegar me regaló una rosa roja, diciéndome unas palabras amables. No entendí el por qué estaba el fotógrafo presente, que tomó varias poses que las conservo.

Unos tres años después de conocerlo ya esperaba con ansiedad su venida a mi casa paterna y me di cuenta que el romance tierno y frágil se había convertido en un amor fuerte y de verdad. En realidad no conocía otro y no podía hacer comparaciones. Alfredo, con sus atenciones, cubría toda mi vida, mis necesidades y mis dudas, él me protegía en todo, fue mi primer amor, mi primer beso, el primero en todo y en poco tiempo, en el padre amoroso de mis hijos Estela, Teresita y luego José.

Ya en la primavera del 1964, cuando el fruto del amor se manifestaba, empezamos a buscar una vivienda ante la desesperación de mi madre que se quejaba porque sería abandonada, pero comprendía que teníamos el derecho a tener nuestra propia casa, el nido que aspira el que se casa.

Después de vueltas y vueltas encontramos la casa que colmaba mis deseos de tener una huerta y un gallinero y que además disponía de un gran espacio verde para tener una vaca lechera. Eran sueños de la recién casada de aquellos tiempos, por lo menos de quien como yo idealizaba el recuerdo de la vida rural, alejada del mundanal ruido.

La casa quinta de mi gusto estaba arrendada por el teniente Raúl Calvet y señora, un joven prestigioso militar de la Fuerza Aérea, que gozaba de la amistad del Presidente y quien, al conocer mi admiración por la vivienda, nos transfirió el arrendamiento de la casa.

La casa pertenecía a los hermanos Gwin y años anteriores al famoso general Delgado y estaba ubicada en las afueras de Asunción, sobre la avenida General Genes, hoy Aviadores del Chaco, camino a Luque, situada en frente a la quinta “La Querencia”, de los Zucolillo.

Apenas inauguramos la casa-quinta citada, me pareció que se iniciaba para mí la felicidad más completa; estaba convencida que era la mujer más feliz del mundo. Mi embarazo lo vivía día a día, con las atenciones del prestigioso ginecólogo, doctor Carlos Vera Martínez, y el doctor Gould.

Pensaba y soñaba con la clásica familia paraguaya en la que la mujer es la casera que se ocupa de los hijos, dirige la elaboración de la comida, se ocupa de la limpieza, etc.

Surgía de esta forma, naturalmente, el fruto de un amor puro, intenso, y la antigua casa se llenó de vida, de huerta y jardines, merced al trabajo que realizaba personalmente todos los días. Cada rincón lo diseñamos ambos, desde el cuadro hasta la posición de los muebles. El lugar del futuro bebé, el sillón de lectura y hasta los últimos detalles de nuestra casa.

Alfredo no veía la hora de poder invitar a almorzar a sus antiguos amigos de verdad, los pocos que tuvo en su vida.

En ese marco nació nuestra primera hija, María Estela, un regalo del cielo. Creo que por señal divina nació el 26 de marzo, la misma fecha de mi nacimiento.

Alfredo no estuvo en Asunción ese día; recién llegó a la tarde. El nacimiento coincidió con la inauguración del Puente de la Amistad, obra monumental sobre el río Paraná, construida con el Brasil, acto oficial donde estuvo presente el Presidente del Brasil, el doctor Juscelino Kubistchek.

Ambos inauguraron lo que se constituyó en un símbolo de su esfuerzo integracionista.

Al término de la inauguración del Puente de la Amistad, el general Stroessner volvió de inmediato a Asunción, y del aeropuerto al sanatorio Migone. En la puerta del sanatorio lo esperaban los médicos actuantes: Vera Martínez, Gould y el pediatra, doctor Bestard.

Sus primeras palabras:

¿Cómo están madre e hija?, fue contestada con las felicitaciones de los médicos, quienes le condujeron ante su hija, que permanecía en el sitio de neonatales.

Luego pasaron todos a saludarme y apenas pude le dije:

¿Qué nombre le pondremos?, a lo que me respondió Alfredo con alegría y decisión:

¡Qué mejor nombre que el tuyo, María Estela, para ponerle a nuestra hija!

Y aunque yo tenía otra idea, me quedé callada ante el convincente argumento de un padre que desbordaba de felicidad.

Tres años después la llegada de María Teresita hizo que el hogar se llenara de una nueva dicha y felicidad.

Las nenas gozaban de un padre amantísimo y el padre gozaba de unas niñas dulces y estupendas. A poco la casa se llenó de mascotas y vivimos unos buenos y largos años de plena felicidad. La educación escolar y secundaria fue dirigida por el Colegio de Goethe, de donde egresaron con satisfacción y buenas notas. Les permitió ese excelente colegio privado que ellas se involucraran en el conocimiento de la cultura, la disciplina y la lengua alemana. No descuidaron el deporte, a insistencia del padre, destacándose Estela en tenis y Teresita en equitación.

Alfredo venía a visitarlas en todo tiempo todos los días de su vida, de 18 horas para adelante y en algunas ocasiones las llevaba en la jomada de pesca a la isla de Yacyretá. Una vez que Alfredo vivió en el exilio en Brasilia siguió llamando a las hijas todos los días de su vida, conociendo lo que sus hijas pensaban y planeaban.

De aquellos tiempos de felicidad son las cartas que a continuación se transcriben.

 

 

Mi buena y encantadora Estelita:

Te mando esta breve carta, antes de salir para el aeropuerto con el fin de tomar un avión para recorrer el camino de Concepción-Horqueta-Belén, y hacer una observación personal de las obras que se están realizando. Ahora pienso regresar para la tarde y continuar para la Isla Yacyretá. Te invito para acompañarme, si así es tu deseo. A Miranda le voy a explicar también. Si aceptas ir, no olvides del tabasco.

Si pensás ir debes estar para las l6hs.en el aeropuerto. Voy a procurar ser puntual, para eso saldré de Horqueta a hora adecuada.

Creo y es mi deseo que hayas pasado bien por San Bernardino, en compañía de tu flia.

El descanso habrá sido reparador a tus apretados nervios.

Bien, voy con la incógnita, si estarás o no en el aeropuerto. Miranda me esperará a esa hora.

Recibe, mi más tierno cariño.

Tuyo.

Alfredo As, 20/ XII/ 61”

 

 

“Querida Estela:

Recibí con gran alegría los pasteles que tanto me gustan. Los devoré inmediatamente con gran placer, porque estaban riquísimos. Tienes unas manos maravillosas para la cocina. Te agradezco de todo corazón y espero que se repitan cuanto antes.

Pero los pasteles eran poca cosa todavía comparando con los hermosos claveles rojos que me hiciste llegar. Claveles, que traían tu representación personal. Claveles perfumados, que engalanan mi despacho y que me hacen recordar tu fina y cariñosa figura.

Mi amor, no hay duda ninguna que hoy estás muy obsequiosa. Día estupendo. Quiera Dios que todos los días, por siempre, sean como este. Estás de buen talante. Eres la mujer que yo sueño y a quien quiero entrañablemente.

Mi adorada Estela, mis deseos son de que trascurran los días venideros tan felices como hoy. Que sigan sin solución de continuidad y que se deslicen sin fin y así no se apagará jamás la llama de la vida y la felicidad. ¿Qué lindo sería vivir eternamente? a tu lado, con profundo amor y por siempre.

Gracias por todo Estelita. Con toda la fuerza de mi alma, recibe los cariños de quien te quiere y te promete amor para toda la vida.

Alfredo Asunción, 16/XII/ 63.”

 


 

Capítulo III

EL PEQUEÑO CÍRCULO DE AMIGOS

Apenas se puso la casa en condiciones, empezamos a recibir con asiduidad a los antiguos amigos de Alfredo, aquellos de toda la vida, en almuerzos o comidas de la noche que resultaban animadas y distendidas.

Alfredo, aunque no era ajeno a los compromisos del entorno de la sociedad paraguaya, siempre trató de mantener plenamente el círculo íntimo de amigos, con aquellos que realmente lo fueron en el pasado. Consideraba y lo decía que la práctica y el mantenimiento de la amistad era una virtud y que debía darse entre iguales, es decir, nadie debía sentirse superior el uno al otro, aunque hubiera diferencias económicas y culturales. La condición para que se mantuviera era su ejercicio continuo y la reciprocidad debía funcionar en ambos sentidos.

También trataba de evitar que los amigos o camaradas llevaran a mayores las disputas que se suceden en el ejercicio del poder.

Diferenciaba muy bien la amistad de afecto o compañerismo y la amistad política o lealtad de quienes le ayudaron en su ascenso al poder, a quienes nunca olvidó y fue capaz de perdonar agravios, pero nunca traiciones.

No era muy extensa la lista de sus amigos de otros tiempos.

Un compañero de banco de la escuela encarnacena, Domingo Robledo, fue intendente de la ciudad por muchos años. Dicho funcionario ejecutivo del municipio era designado por el Poder Ejecutivo. Le guardaba un afecto entrañable. Había ocurrido que en la década de los años cuarenta permaneció el general Stroessner como exiliado en Posadas, Argentina. Ese ostracismo fue duro, como todos, y el General carecía de amigos prácticamente y el único que le visitaba con frecuencia era el ex condiscípulo Domingo Robledo, que residía en Encamación. Recordaba un suceso que ocurrió en la Navidad de 1949, cuando Alfredo se encontraba en una modesta pensión en Posadas en su carácter de exiliado. Se aprestaba a pasar solitario la noche navideña cuando, a la hora oportuna, llega Domingo con un pollo asado y la tradicional botella de sidra que se sentaron entre los dos amigos a consumir alegremente.

El general Stroessner, que siempre discurría sobre la amistad como una valiosa virtud de la persona, recordaba ese ejemplo de solidaridad del amigo que debía darse en los momentos de aflicción más que en la gloría. “En esa época que Domingo me ayudaba, hasta los parientes se olvidaron de mí”, solía decir.

Varios médicos ilustrados, profesores de la Facultad de Medicina, eran de su círculo de buenos amigos. El conocido cirujano Manuel Riveros, maestro de varias generaciones de médicos -veterano de la Guerra del Chaco-, el profesor Carlos Álvarez, el doctor Migone y el doctor Rubén Ramírez Pane, éste último político y diplomático, de refinada cultura en las ciencias sociales.

Se ampliaba el grupo con Ángel Torres, de profesión agrimensor público, quien se desempeñó como Teniente durante la guerra contra Bolivia; y el suceso que selló la amistad fue el siguiente: ocurrió que en plena batalla el teniente Torres percibió la rauda aproximación de una granada de cañón, razón por la que empujó violentamente al teniente Stroessner, yendo ambos a caer en el fondo de una fosa.

En el mismo sitio en que permanecían parados, con diferencia de décimas de segundo, explotó una granada enemiga que hubiera causado la muerte de Stroessner y Torres, de no haber mediado el empujón salvavidas del afortunado teniente. Torres fue por el resto de su vida un predilecto amigo leal del General. Fallecido Ángel Torres, llamaba Stroessner religiosamente por teléfono a su viuda los días sábados a las 11 de la mañana para saludarla e intercambiar dos o tres palabras, en recuerdo de su amigo.

Dos hombres de empresa, don José Pappalardo y Julio Pompa, ex compañeros de la guerra, integraban el círculo de antiguos amigos.

El eminente jurista y escritor Emilio Saguier Aceval, profesor de la catedra de Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho, frecuentaba el círculo y exponía sus teorías políticas y sus chispeantes salidas. Había sido uno de los redactores de la Carta Política de 1940, conjuntamente con Justo Pastor Benítez y otros. Escribía también en un diario de la tarde, del que era director. El exitoso empresario Nicolás Bó. fue amigo de Alfredo de muchos años y en su casa organizaba almuerzos semanales, donde sus amigos se daban el gusto de la pasta italiana.

El arquitecto Tomás Romero Pereira gozaba del aprecio de Alfredo y lo visitaba con frecuencia en su casa de la calle España. Romero Pereira, en su calidad de presidente de la Junta de Gobierno, fue quien facilitó la comprensión del Comité Político en mayo de 1954 para la consecución de la candidatura presidencial.

Juan E. O’Leary es sin dudas el intelectual colorado hacia quien más admiración sentía y lo manifestó en el Estadio Comuneros el 26 de mayo de 1954, al aceptar la nominación de ser candidato del coloradismo a la Presidencia de la República. Ante un escenario colmado de colorados llegados del interior y de las seccionales de la Capital, ávidos de escuchar sus palabras, dijo:

Así como colorado debió ser el general Bernardino Caballero, al dar nacimiento a su Partido heredero de los muertos por la Patria, solamente colorado tenía que ser el máximo reivindicador de nuestros héroes, el héroe, a su vez, de las batallas de la justicia histórica, y que hoy honra a nuestro espíritu con su presencia en este acto, Don Juan E. O’Leary.

Con el general Caballero y don Juan E. O’Leary, el coloradismo abarca la espada y la pluma de la Patria. Con uno y otro, las Fuerzas Armadas de la Nación, y las juerzas civiles del Paraguay, trazan la unión espiritual de la estirpe y otorgan al Partido Colorado el simbolismo eminentemente nacional.

Otro grupo puede mencionarse, aunque de una categoría de amigos-funcionarios-subalternos, tales como el general Germán Martínez, general Marcial Samaniego, el coronel Pedro Miers, el coronel Francisco Duarte, el teniente coronel José María Argaña Ferraro, Mario Abdo Benítez y el doctor Conrado Pappalardo completan la generación.

Los citados funcionarios iniciaron sus vínculos con el general Stroessner en circunstancias diversas de la vida militar, en la que demostraron lealtad y camaradería, vocablos que en la costumbre militar significa la adscripción a un mismo círculo de la burocracia de gobierno.

El coronel Miers se formó siendo sargento del grupo de artilleros especializados cuando el teniente coronel Stroessner tuvo a su cargo la defensa del frente sur, durante la guerra civil de 1947. Se cuenta que los disparos, del sargento Miers fueron tan certeros que obligaron a los cañoneros “Paraguay” y “Humaitá” a buscar refugio en la costa argentina. Una de las granadas penetró en un ojo de buey, causando estragos y varias muertes. Con el tiempo fue el coronel Miers el responsable de la unidad que custodiaba la seguridad del Presidente e integró el primer anillo de la más absoluta confianza y quien mantuvo su lealtad insobornable en todo momento y hasta la caída en 1989.

Participaba también Alfredo de un grupo de amigos nuevos, con quienes se reunía una vez por semana para jugar al tute. Le servía de relax desde que estaba vedada la consideración de todo tema de Estado, político o institucional. Se trataba de una reunión informal de civiles y militares, donde la gente se esmeraba en presentar el mejor comentario, chiste o cuento del momento; la cuestión era pasarlo bien, distenderse de los temas conflictivos, como son la mayoría de los temas de gobierno.

También existía un grupo muy especial, el de los adictos al juego de ajedrez, que el general Stroessner practicaba, era uno de sus hobbys, aunque la pesca era el principal, que lo hacía en serio y con otro grupo más familiar e íntimo. Para la pesca el señor Turi, de nacionalidad italiana, era el invitado obligado para las jomadas del río Paraná. Tenía experiencia en los ríos y riachos y Alfredo pasaba buenos ratos en su compañía.

 

 

LOS AMIGOS DEL PODER

Conocí personas incondicionales y leales hasta dar la vida por el Partido Colorado y por el general Stroessner.

Pedro Areco vivió en carne propia la revolución actuando como colorado “pynandi”, como lo llamaban los campesinos auténticos de esa época, esta persona siguió como buen colorado incólume a sus convicciones de seguir en las filas del coloradismo que luego de pasar de revoluciones a revoluciones se manifestó en el gobierno del General Stroessner, entre los tantos leales a sus gestiones de gobierno. Podría citar a varios y como este hombre, Pedro Areco, de Asunción, que se mantuvo fiel a la persona de su caudillo, el general Stroessner que tanto lo siguió hasta el último día de su derrocamiento.

Tal es así que se presentó a la mañana siguiente del golpe con su machete en la mano, diciendo: “Vengo a presentarme para defender al general Stroessner”, a lo cual el jefe de guardia le manifestó que él ya había sido derrocado.

Este hombre tenía diez hijos. Estos siguieron la causa de su padre, siendo todos colorados pynandi. Aun así se retiró haciendo vivas al general Stroessner.

Entre tantos también puedo nombrar a mí mismo tío, José María Zarza, quien estuvo desde muchos años como único caudillo del pueblo de Mauricio José Troche, cerca del cual están mis verdaderas raíces, en un lugar llamado Ita-caru puesto ganadero, donde mi padre, Antonio Legal Galeano, tenía su establecimiento. Esto confirma mis raíces profundamente guaireñas, pues tengo el sano orgullo de ese origen, sin desmerecer a los otros pueblos, compañías y ciudades del Paraguay. Puedo permitirme citar la dedicación que puso mi tío, don José Zarza, en ese pueblo de Mauricio José Troche: hasta hacía de enfermero, todo el pueblo recurría a sus atenciones para resolver las necesidades de sus gentes, hizo construir el templo de la colonia, se abrieron caminos, organizó la asociación con los productores del almidón o de la mandioca, existían decenas de pequeñas fábricas familiares que producían el almidón y otros derivados de la mandioca. Yo considero a este pueblo como uno de los más trabajadores y más conocido en nuestro país, pues no se refería a unas cuantas personas emprendedoras que las hay en todo el país, pues así todo un pueblo trabajaba en eso, incluyendo mujeres y niños, realmente dignos de admiración y reconocimiento. Algunos llamaban a las jóvenes y adolescentes que hacían esa labor con el mote de “Kysytera”, que significaba fregadoras de la mandioca, pues con este proceso se hacía el almidón y de los residuos el typyraty y la fariña.

El tío José Zarza incrementó varios trabajos, actividades para beneficios de la comunidad, hasta que logró hacer poner lo que es actualmente la fábrica de alcohol de Mauricio José Troche. Con este emprendimiento se realizaron otros beneficios, como ser el asfaltado, que actualmente empalma con la ruta al este.

Todas estas realizaciones de progreso y trabajo fueron impulsadas por el Gobierno, pero gracias a la vocación de servicio y al incentivo del trabajo de toda esta comunidad guaireña, que aún hoy conserva sus más puras tradiciones, como el acento y jerga popular del modo de hablar y la entonación que en nuestra lengua se llama yuky (hablar dulcemente).

Mi hermano mayor, Virgilio Ramón Legal, también fue un fervoroso colorado y un hombre íntegro y leal desde la Delegación de Gobierno y desde todas sus actividades siempre creó e incentivó el bienestar, no solo de Villarrica, sino de todo el Guaira y Caazapá.

No por ser mi hermano voy a dejar de mencionar que era un dechado de virtudes ciudadanas, bien reflejadas en los hechos, pues llegó a la Delegación de Gobierno, donde le cupo realizar numerosas obras, entre ellas, la Delegación misma como modelo, la cárcel regional, la terminal de ómnibus y otras. En todas sus actividades tuvo el apoyo total de sus propios familiares, amigos y correligionarios, así como todas las fuerzas vivas de Villarrica. Puedo concluir también, que ayudó con el centro de desarrollo socio económico con varios empresarios de la sociedad. Tuvo muchos ilustres colaboradores el general Stroessner dentro del Partido, de las Fuerzas Armadas y estamentos que acompañaron y apoyaron sus obras de gobierno, como caminos, rutas, puentes, universidades, colegios, escuelas y un sinnúmero de obras de bien público.

Esa, creo, fue la percepción que yo tenía de su labor gubernativa. A pesar de no incursionar nunca jamás en la gestión política, él me contaba sus mejores planes que estaba llevando a cabo para el bienestar nacional.

Recuerdo que, cuando íbamos hacia el río Paraná, por los años 61, los caminos eran de tierra polvorienta, que se abrían paso entre la tupida selva del Alto Paraná, que en días de lluvia se cerraban al tránsito. En esos viajes él me comentaba: “Por aquí nosotros vamos a llegar al Atlántico y vamos a exportar nuestros productos por un puerto libre”. Todos esos proyectos, sueños y esperanzas se hicieron realidad en poco tiempo, pues él era un incansable trabajador, que llevaba sus ideales de estadista hasta su materialización, su consecución, su realización plena. Lejos estaba de las promesas de los políticos que no cumplen nunca. A él le gustaba llevar a buen término cada proyecto que se proponía realizar para bien del país.

Así fue gestando la inmensa infraestructura y la estructura misma del despegue económico y social de la República, pues él tenía como objetivo superior y primordial realizar esas obras, ningún otro interés podría desviar su objetivo.

Su mente y su acción estaban focalizadas a la realización de estas obras, que fueron cuantiosas.

Si miramos desde un punto más elevado, veremos que el crecimiento de las posteriores realizaciones progresistas hasta la actualidad, tiene su inicio en las realizaciones de su gobierno. Sin ir lejos, todo este enriquecimiento sojero y el boom del auge progresista del Alto Paraná, donde antes estaban pequeños pueblitos, casi fantasmas, como Presidente Franco, Hemandarias (ex Takurú pucú). El ex desierto de Puerto Presidente Stroessner, donde habían apenas dos o tres casitas de madera, que luego se han convertido en verdaderas ciudades y colonias de un movimiento económico que hoy en día sustenta gran parte de la economía nacional.

Puedo decir que lo que es hoy Ciudad del Este nunca habría llegado a ser lo que es actualmente, un centro comercial e industrial de Primer Mundo. Un verdadero sueño hecho realidad, un emporio de riqueza, donde sus pobladores sienten el sano orgullo de pertenecer a esta comunidad, donde vinieron también extranjeros a contribuir al movimiento y al desarrollo de la entonces ciudad Presidente Stroessner, hoy conocida y llamada como Ciudad del Este. A mi parecer un nombre que habla poco de lo que es esa pujante ciudad.

Desde mi punto de vista es una ingratitud para con el creador, no solo de esta ciudad, sino de la Represa de Itaipú, la más grande del mundo, y el Aeropuerto Guaraní, así como el puente llamado De la Amistad, producto de la amistad paraguaya-brasileña.

Cuando digo el nombre de Ciudad del Este, no quiero decir que necesariamente se siga llamando con el nombre de su creador, sino que habiendo tantos grandes héroes se podría haber demostrado un poco más de consideración y cultura. Podría, por ejemplo, llamarse Ciudad de Moisés Bertoni, en homenaje al sabio que vivió en esa zona e hizo sus investigaciones y que hasta hoy se puede visitar su casa convertida en museo, o Ciudad Ramona Martínez, la heroína de Yta Ybaté, y miles de otros nombres de patriotas que honraron con el sacrificio de sus vidas a nuestra nación. Nuestra ciudad capital es una de las pocas ciudades del mundo donde no existen monumentos, ni estatuas, ni obelisco donde se perpetúe la identidad cultural, menos aún en Ciudad del Este, que prácticamente no tiene nombre, pues solamente, entiendo yo, quiere significar su situación geográfica, a no ser que se haga una mala copia del nombre de Punta del Este, del Uruguay. Este nombre que se le ha impuesto es, pues, a mi entender, totalmente intrascendente y anodino. Para explicar este punto de vista me basta nombrar ciudades con tan bellos nombres, como Nuestra Señora Santa María de la Asunción, La Paloma del Espíritu Santo, Hernandarias, Coronel Florentín Oviedo, Capitán José Matías Bado, Santa Rita y mi muy querida ciudad de Villarrica del Espíritu Santo, fundado por el capitán Ruiz Díaz de Melgarejo, que tiene su monumento en la entrada a la ciudad como homenaje el nombre de su fundador.

 

 

LAS AFICIONES EN COMÚN

Amo profundamente esta tierra que me vio nacer. Amo su gente, su cultura, su música y su poesía.

Creo que la música paraguaya es la más agradable del mundo.

He bailado mucho la polca paraguaya con el General Stroessner, En una ocasión artistas nacionales, creadores e intérpretes de la música paraguaya visitaron al Presidente Stroessner. Le pidieron que se tomara una defensa contra la invasión de música foránea y el presidente sin dudar dispuso que en las radioemisoras y fiestas se ejecutara el cincuenta por ciento de música nativa.

Hubo gente disconforme con esa medida, alegando que fue una disposición más de la dictadura. Pese a ese criterio, da la impresión que contribuyó a que muchos jóvenes aprendieran a valorar lo nuestro. Actualmente hay que buscar mucho en el dial o esperar los domingos y algunos que otros programas de Humberto Rubín, o programas de “Lo nuestro” de Juan Pastoriza, o “Domingo en Folklore”.

En la actualidad parece renacer una revalorización de intérpretes del folclore de alta calidad como Juan Cancio Barreto, Marcos Brizuela, María Luz Bobadilla, Berta Rojas, el grupo guaireño Generación, que son capaces de competir con los mejores del mundo, demostrando sus talento en los escenarios donde es más difícil triunfar.

Admirábamos mucho y una y otra vez escuchábamos las grabaciones de los grandes intérpretes de las generaciones pasadas como Agustín Barboza, Luis Alberto del Paraná, Reinaldo Meza, el trío Los Paraguayos que componían ellos, Julio Jara y Arsenio Jara.

Escuchábamos siempre al trío Los Tres Sudamericanos, con Alma María Vaezken, Johnny Torales y Casto Darío Martínez, un conjunto sensacional e incomparable, que triunfó en España. Alberto de Luque con esa voz tan peculiar y dulce; Aníbal Lovera con su voz profunda hacía revivir los sucesos gloriosos del Chaco. No quiero dejar de recordar al “Sapo cancionero”, el extraordinario César de Brix. Asimismo, aquel humilde músico y compositor, Roquito Mereles, que aunque ciego, desparramaba sus luces sobre el alma.

Aníbal Lovera, este hombre sencillo, pero inigualable intérprete de la música paraguaya, fue injustamente agredido por algunos, por el solo hecho de haber interpretado canciones de la epopeya del Chaco y que esto le agradara a la gran mayoría del pueblo paraguayo y también al general Stroessner. Recuerdo que el Trío Olímpico lo conformaban don Eladio Martínez (el grande), Emigdio Ayala Báez y Albino Quiñónez, quienes honraron al Paraguay a través de sus obras y sus músicas. Yo me sentía orgullosa porque Martínez era guaireño, que para mí representaba, con Ortiz Guerrero y Gumersindo Ayala Aquino, los valores resaltantes en ese aspecto de la grandeza de mi pueblo natal. Lo notable es que siendo el general Stroessner descendiente por parte materna de origen alemán, siendo criado por sus padres en ese ambiente germano, él -desde que le conocí- me demostró su profunda identificación con todo lo que es paraguayo. Asumir tan completamente su condición de ser paraguayo, que hablaba perfecta y preferentemente el guaraní, y amaba todas las expresiones, todas las manifestaciones folclóricas, como las danzas, las músicas y las poesías paraguayas, que alentó todas estas expresiones hasta lo máximo, llegando a ocupar estas expresiones del arte nacional importante espacio en las radios y sobre todo en los importantes restaurantes y parrilladas, donde la danza y la música nativa era el deleite de los comensales; tanto es así que aun los extranjeros que venían, asistían casi en su totalidad a estos bellísimos espectáculos.

El inmenso guarambareño Emiliano R. Fernández y el gran guaireño Félix Pérez Cardozo con Che la Reina, crearon una canción épica que valía por dos regimientos, como se dijo con certeza. Cuando escuchábamos 13 Tuyutí, esa descripción tan vivida de la batalla de Nanawa, era como una película creada por Emiliano, y nadie puede dejar de sentir una emoción que llegaba al alma.

Aunque muchas canciones tenían particular encanto para mí y Alfredo, la preferida era A mi pueblito Escobar, de Emigdio Ayala Báez,

 

Con las caricias del viento

De los cerros de Escobar

Me columpiaba en la hamaca

De mi pueblito natal

 

Con el arrullo tan suave

De la canción de mi madre

Yo aprendí como el ave

Las alas a desplegar

 

Por mares he navegado

Crucé diversas fronteras

Amé y también fui amado

Pesar y alegrías sentí

 

Pero he de volver a ti

Con polvos de mil caminos

Para buscar el abrigo

De aquella infancia feliz.

 

Aunque de pequeña tenía sensibilidad por la música, mis estudios de piano agudizaron mi tendencia y me permitió interpretar mi repertorio de música paraguaya, entre los que mi favorito era la mencionada de Emigdio Ayala Báez. Alfredo me decía: Contigo la vida es música y estoy contento por haberte regalado en tus diez y seis cumpleaños este piano.

De igual modo que éramos aficionados a la música, practicábamos la pesca deportiva en los fines de semana que no se presentara un compromiso oficial o familiar.

Compartimos con Alfredo momentos de mucha intimidad en ocasiones de la pesca. Permanecíamos horas en el bote buscando los mejores pozos o lugares de pique. Al igual que todos los aficionados, permanecíamos desde las primeras horas de la mañana hasta el atardecer en el bote, en el medio del río o riachos desconocidos. A veces hacíamos una breve pausa para el almuerzo, donde el menú era siempre pescado.

Él era un aficionado a la pesca del dorado, salíamos desde tempranas horas y yo le acompañaba con gusto. A veces parecía que la suerte me acompañaba y prendía las mejores presas; él disfrutaba más aún, pues quería mi satisfacción en la jomada. Me estimulaba hasta si tenía un bagre en el anzuelo.

Las numerosas jomadas de pesca fueron momentos de profunda comunión. En medio del río y en la embarcación inundaba un silencio profundo, una quietud y una paz que nos envolvía como un manto de afecto, cariño y amor.

Cada vez que picaba un pez en el anzuelo, la emoción me embargaba, una especie de alegría y triunfo me hacía vivir momentos muy gratos. Yo comprendía entonces que el oficio de pescador tenía algo de sublime y me parecía que por algo el Señor Jesús había elegido varios de sus discípulos entre los pescadores, siendo uno de ellos Pedro, llamado entonces Simón, a quien después le dejaría el poder de dirigir su Iglesia.

Pescábamos diversas especies de pescado, pero él tenía preferencia por el dorado, pacú y el salmón, pero cualquiera sea la pesca, siempre hacíamos los más exquisitos guisados. Casi todo el resultado de la pesca recogida se distribuía entre los lugareños y algunos pocos amigos que eran invitados.

Con preferencia el lugar de pesca era el río Paraná, en los alrededores de la isla Yacyretá, donde solía decir: Disfrutemos de esta maravilla, porque esto, un día no lejano, será una represa. También concurría en el río Paraguay, el Tebycuary y el Pilcomayo y en riachos cuyo nombre no figuran en el mapa.

La pesca del dorado lo hacía en corrida y con la liñada en mano, aunque en ocasiones usaba el reel, y como era norma las presas pequeñas se devolvían al agua.

Turi Musmesi era un italiano fanático y gran conocedor de la pesca a quien el General lo había conocido en una jomada de pesca, creo en Villa del Rosario. Lo invitaba con asiduidad, hasta que se incorporó al equipo y con el tiempo, maravillado de la Isla Yacyretá, se quedó a vivir en ella, siendo un acreditado conocedor de todos los mejores lugares del pique infalible.


 

Capítulo IV

CUANDO EL AMOR PALIDECE

Cuando el amor se esfuma pausadamente en una pareja sentimental, los que más sufren son los hijos. Las pequeñas disputas, los desencuentros y hasta los celos se convierten en una rutina diaria sin visos de solución.

Un solo origen tuvieron nuestras disputas con Alfredo: el incumplimiento de su promesa cuando nos conocimos de que en algún momento él dejaría el poder y se casaría conmigo. Debo confesar que creía firmemente en esa palabra empeñada, así como lo consideraba una persona íntegra, de inmensa probidad, incapaz de mentir. Cuando paulatinamente se demoraba cada vez más la posibilidad del corte con el poder público y el posterior matrimonio, empezaron las discusiones casi diarias.

Y las que más sufrían con esta situación, tensa y constante, eran nuestras hijas, quienes compartían a veces nuestros entredichos y desencuentros. Todo esto fue asumiendo forma en mi interior para tomar una decisión irreversible.

Esa idea pasó por mi mente, pero yo no me sentía aterrorizada, aunque era consciente de su increíble poder. La consecuencia de mi actitud podía ser catastrófica o impredecible. Pero mi condición de mujer que había entregado lo mejor de su juventud y su amor se sentía tan frustrado tan desengañado, que en mí nacía una fuerza que bullía como un volcán a punto de erupcionar.

Cuando Alfredo fue percibiendo sobre nuestras relaciones futuras cada vez con más fuerza mis decisiones, empezó su campaña de defensa o ataque, no sé cómo fue, pero diversos embajadores de buena voluntad se acercaron.

Los diversos intermediarios que, con afán de lograr la reconciliación llegaban hasta mí -religiosos, políticos, militares, amigas, amigos, parientes y empresarios- no pudieron convencerme ni en forma precaria, pues yo sabía que la razón total estaba de mi parte.

El conflicto era de una sencillez comprensible y poseía una lógica: él no había cumplido su promesa, y yo como mujer y madre deseaba formar un hogar, una familia, con un matrimonio constituido, conforme lo tienen los hombres y mujeres que se aman.

Ese incumplimiento, demorado en forma recurrente de su parte, para mí ya no tenía ninguna explicación.

Conociéndolo como hombre y político cumplidor de cada una de sus propuestas y planes en las cosas gubernamentales y materiales, no retrocediendo frente hasta las más increíbles dificultades y en cuestiones aparentemente irrealizables, en este aspecto esencial de mi vida, en el que estaban en juego valores, el respeto humano y hasta el nombre de mis hijas, resultaba que la preferencia de estar cada vez más cerca del poder, campo en que todo era satisfecho por él por el mero pedido o la exigencia del Partido y sus seguidores, mi condición de persona humana o pareja sentimental no era compensado por un trato similar.

¿Por qué cumplía con todo el mundo y yo era siempre postergada?

Para mí, el pretexto de la política y las próximas elecciones, o aquello que éste es el último periodo, ya estoy desgastado, significaba una burla repetida. Y una burla que se daba solamente en el aspecto más humano y sensible, porque en los otros campos -civil y militar- cumplía sus promesas, y sus palabras eran ley.

Todo esto fue creando un clima de soledad profunda, de reducir mi mundo solo a mis hijas, y verlo a Alfredo alejarse de mi vida lentamente.

Poco a poco se resquebrajó todo y finalmente vino la ruptura final. Una y otra vez revisaba mi propia actitud buscando alguna salida compensatoria para convenir con quien hacía del apego al poder su razón existencial.

Pero ¿cómo acordar con quien era algo así como Goliat y en el otro extremo estaba David?, y la excusa de debo concluir el periodo se hacía más relativo porque los políticos mayoritarios, decidieron modificar la propia Constitución y posibilitar la reelección indefinida. Me di cuenta que mi guerra estaba perdida. Yo había puesto de mi parte todo, hasta la satisfacción de las mínimas necesidades y no me arrepiento de mi acción. Yo solo quería brindarle a mis hijas el apellido paterno, pero descubrí un día que el amor, aunque me parezca el más puro y perfecto, padece de una fría relatividad.

Un día me dijo: Estela, piensa bien en tu decisión, ¿qué prefieres más? Un hombre que te dé su apellido por los papeles o un hombre que te cuida cada día de tu vida y te quiere como yo.

A lo cual le contesté:

Alfredo: lo que yo espero de ti es que cumplas con lo prometido, ya que dices quererme de verdad. Hace diez y ocho años que me prometiste cumplir un día con tu amor y el resultado natural del amor puro es el matrimonio. Y no es que yo no te quiera, tú sabes que te amo igual que siempre y que eres parte de mi vida.

Alfredo hizo una larga pausa: ya no dijo nada más. Yo también me callé. Por su semblante me di cuenta que estaba a punto de tomar una decisión fundamental. Luego dijo, tomando su sombrero en la mano como para marcharse:

-Puedes hacer lo que mejor te parezca, lo que te dé la gana, porque aquí ya no vuelvo más. Pero ten en cuenta que las que más van a sufrir son tus hijas a causa de tu negro capricho.

Ya se retiraba lentamente cuando le dije;

-Alfredo, nuestras hijas ya están sufriendo, entérate de una vez.

Aquel día se fue sin despedirse; era la primera vez que lo hacía.

Realmente creía que ya no volvería. Me quedé llorando y lo hice aquel sábado de verano durante muchas horas hasta que el cansancio me venció al quedar dormida.

 

 

EL PRINCIPIO DEL FIN

Las personas que aman, y creo que las mujeres somos la inmensa mayoría, sabemos del dolor indescriptible por el rompimiento de lo más sagrado de nuestro ser. Es más que el dolor físico, y yo sabía que eso significaba el principio del fin.

Esa tarde, cuando desperté, el General ya había llamado insistentemente por teléfono a mi casa, porque quería hablar conmigo. Finalmente lo atendí, luego de varias llamadas. Apenas nos saludamos y me dijo:

-Estela ¿es verdad lo que me dijiste? ¿Por qué eres tan dura? Pero aunque sea de esa forma, ¿qué puedo hacer? Ayúdame a cambiar si en algo todavía existe un tiempo por salvar nuestro amor.

Le dije:

—¡Sí, es cierto! Y no voy a cambiar; solo el tiempo te lo puede demostrar. No me defiendo a mí misma, defiendo a mis hijas.

Entonces él dijo:

-¿Tienes alguien en tu vida que no sea yo?

A lo cual respondí:

-Eso solo está en tu mente; como siempre mal pensado para justificar tus faltas.

A lo cual él dijo, ya en un estado de ira agresiva:

-Si me entero que esto es cierto, vas a pagar muy caro la consecuencia. Vas a ver después lo que te pasa, primero voy a sacarte tus hijas; segundo, todas las joyas que te regalé y todas las otras pertenencias. ¡Te dejaré en la calle! ¿Pues qué quieres hacer con tu vida en el futuro? Ya que ni sabes cruzar la calle sola y todo lo que eres y tienes me lo debes a mí, igual que todos tus familiares. Me tienes que guardar respeto hasta la muerte, porque mi honor de hombre está en ti y no voy a permitir esa deshonra.

A lo cual quise contestar, pero no me dio oportunidad de hablar, pues seguía con improperios y hasta groserías. Con cada palabra que decía me daba la sensación de que estaba dominado por sus celos de siempre, fuera de toda cordura y sin asidero en la realidad objetiva. Yo seguía callada, pero como se dice que “el que calla otorga”, apenas pude hacerlo le dije:

-Mira Alfredo, a mí no me interesa ninguna de las joyas que supuestamente me regalaste, ahora esto habla mucho de tu mezquindad. Jamás te pedí nada para mí, y si algo me diste fue por tu propia voluntad de hacerlo.

Y agregué tras una pausa:

-Tus amenazas no me infunden ningún temor. Puedes hacer como mejor te plazca, pero mis hijas siempre serán mis hijas, por más que yo esté bajo tierra. Esta situación de amedrentamiento no me conmueve en nada. Ahora sí voy a proceder como corresponde. Con lo que dijiste, demuestras total indiferencia a nuestra posible reconciliación. ¡Había sido que tú eres así y hasta a mí me quieres aplastar con el peso de tu autoridad! Pero conmigo no vas a poder. ¡No lo vas a hacer porque yo no te tengo miedo!

Ante estas expresiones Alfredo se quedó callado. Pero se percibía, pese a la distancia del teléfono, una tormenta de celos que bullía en su interior y en cualquier momento me podía agredir.

En días más quiso convencer a nuestras hijas que la separación era a causa de mi inestabilidad emocional. Sin embargo, yo sabía con certeza que era él quien había tenido numerosos amoríos con otras mujeres, que le eran presentadas por los eternos adulones, llegando al extremo de que algunas de ellas le fueron introducidas por sus propios padres o parientes cercanos.

En la perturbación de ese momento, me acordé de la frase de un escritor argentino que había leído. No me acuerdo si era Ernesto Sanmartino: “La dictadura es un inmenso torneo de obsecuencia”. Se lo dije un día personalmente y eso causó su hilaridad, pues no sé si por la extrema tensión, comenzó a reírse. Esa fue toda su respuesta.

El deterioro de nuestra relación fue tan importante para él como para mí. Como siempre hay quienes recomiendan la ayuda psicológica y a ella recurrimos. Fue así que acudimos por separado a los servicios profesionales de un médico especializado, amigo en común, quien habló conmigo en reiteradas ocasiones, para buscar y encontrar una solución amistosa al conflicto y si había algo por salvar. Nada se pudo lograr.

Seguimos teniendo a diario discusiones agrias, hasta el punto de no retomo. Esta crisis nos duró como cinco años y desgastó toda posible reconciliación. En verdad, tuvimos mucho en común; los mismos intereses de progreso y prosperidad para el país y para la gente.

Es de recordar, como ya lo expresé, que lo había acompañado en todo, incluso en los paseos todos los fines de cada semana, de siesta y hasta las noches, muy tarde, cuando jugaba ajedrez y también en los viajes al Chaco, a lo largo de los años a medida que iba avanzando la pavimentación de la ruta, además de las visitas frecuentes a las bases militares en distintas regiones del inmenso Chaco Paraguayo.

Visitaba las guarniciones y los poblados indígenas de Nueva Asunción, a quienes llevábamos un completo cargamento de víveres en cada viaje. La previsión era que durara hasta tres meses, es decir hasta la próxima visita, pero se agotaba en quince días. Siempre era un motivo de comentarios. El General se divertía conversando con ellos y a los niños y jóvenes les hacía dar paseos en el camión militar que transportaba los víveres.

Esos paseos fueron vivencias realmente memorables para mí, que pasaron a un segundo plano cuando el conflicto sentimental se fue acrecentando. Casi no hubo personas allegadas, amigos y aún desconocidos por mí, que intentaron servir como intermediarios en esta situación que rompía mi alma y me llevaba a pensar con indignación la conducta del hombre a quien amaba.

Casi no pasaba un día sin que alguien taladrara en mi mente y mis sentimientos con nuevas noticias de sus infidelidades, incluso de que él tenía más hijos por allí. El hombre que siempre me hablaba de la fidelidad y la lealtad, había hecho añicos mi ingenua creencia en sus palabras, afirmaciones y promesas. Era como si todo mi mundo y mi fuerza se derrumbaran como un castillo de naipes al soplo de un viento poderoso. A veces me parecía que estaba soñando, que no era real, que eso le estaba sucediendo a otra persona y no a mí, y esto explosionaba desde lo profundo de mi ser con un torrente incontenible de lágrimas.

Conozco desde entonces la disolución del desengaño, de la frustración a partir de la lealtad que él tanto pregonó y que me inculcó desde el principio.

Simplemente no podía creerlo. A quien ha pasado por esto, no le deseo el sufrimiento que padecí, lo que sentí sin merecerlo.

A su lado y en su entorno se fueron desenvolviendo estos pasajes tan difíciles de mi vida, porque quien más quien menos me hablaba de su poderío como gobernante, y que si quisiera me podía perjudicar realmente.

Todas estas consideraciones las tuve presentes en mi conciencia, pero, por extraño que parezca, tenía una gran fuerza interior y una serenidad que adquirí sin ayuda de nadie, pues él estaba totalmente agitado en esta situación, más todavía al darse cuenta que yo demostraba una actitud impasible en lo personal, un comportamiento de extraña y una determinación absoluta en lo que respecta a nuestra separación.

Todo esto, podríamos decir, le sacaba de quicio. Como dije, llegó a apelar a los medios más inverosímiles, usando de intermediarios a mis propios parientes cercanos.

Esto duraba ya muchos meses y años, ínterin en que yo le informaba, personalmente, pues no dejó de venir a la residencia, a pesar de nuestras rencillas, de que yo tenía la intención de viajar a Europa para buscar un espacio nuevo en mi vida y conocer un mundo cultural que me atraía, ya que nuestra situación de pareja romántica había concluido hacía tiempo y era irreversible.

Él me dijo:

-No es necesario, Estela, que vayas tan lejos, ¿con quién vas a ir o a quién vas a visitar?

Le dije, como se comenta a un amigo:

-Yo tengo una buena amiga paraguaya que vive en Suiza, con quien siempre me escribo y está casada con un suizo. Viviré en su casa, y está dispuesta a acompañarme en los paseos.

-¿Por qué tienes que ir a molestar y contar todo lo que estás pasando? Luego se van a divulgar los comentarios que hagas sobre nosotros y a mí, como hombre de Estado, no me conviene esa clase de publicidad.

Yo le dije que no iba para informar sobre mi vivencia personal e íntima, sino que necesitaba salir un poco de esa opresiva situación que estaba mermando mi salud y bienestar.

A lo cual me dijo:

-Si te vas, vas a perder a tus hijas -esta frase me lo repetía continuamente, porque sabía que era la única atadura capaz de interesarme, pues el amor de madre que yo tenía por mis hijas era más grande que cualquier otro sentimiento. Era más que mi deseo de escapar de ese sufrimiento sostenido ya por tanto tiempo, como una espada que pendía permanentemente sobre mí.

De repente me vino la luz a mi conciencia y me di cuenta que yo nunca jamás podía perder a mis hijas, porque donde quiera que estuvieran yo las rodearía y las envolvería en mi amor.

De esa manera fue imposible que las hojas invisibles del amor filial y maternal desaparecieran como si nada. Por el contrario, mi dedicación fue cada día más intensa, por más que él quisiera destruir mi preferencia profunda y amorosa con ellas.

En ese sentido, él siempre procuraba desmerecerme ante mis hijas, diciendo que yo ya no era una buena madre, olvidando lo que anteriormente me dijo, que era la mejor madre posible, que nunca había visto ni conocido una madre tan ejemplar y dedicada como yo.

Entiendo que esa actitud hostil y descalificante hacia mi persona era el resultado de su frustración, como una especie de venganza al encontrar que yo no era sumisa a su voluntad y mucho menos a su conducta disipada, con varias mujeres que se acercaban a él con intereses crematísticos, hasta con el propósito de tener hijos, por ambición o por el engañoso brillo del poderío que ostentaba.

En realidad yo no tenía nada en contra de esa mujeres, pues él ya estaba abierto nuevamente a seguir con su vida y sus aventuras amorosas. Eso a mí ya me tenía sin cuidado y estaba curada de celos.

Creo ahora que ese machismo es propio de nuestro medio cultural, pues tengo noticias de que el general Bernardino Caballero, héroe de la Guerra del 70, fundador del Partido Colorado y luego Presidente de la República, llegó a tener decenas de hijos, la mayoría de ellos reconocidos con su propio apellido. Ese machismo se proyecta y permanece hasta nuestros días, pues bastaría escarbar un poco en la vida de muchos para damos cuenta y comprobar que esa conducta continúa vigente.

Me pregunto cuándo será el día en que los hombres paraguayos se descubran de verdad y amen a una sola mujer. Claro que el reverso también dará que hablar, pero mujeres paraguayas, por regla general, cuando amamos, somos un ejemplo de fidelidad y espíritu maternal.

Este amor por los hijos ha hecho que muchísimas mujeres afronten aquí la vida con el valor de las madres solteras, y a cualquiera le consta que estas nobles mujeres, lleven adelante la educación de sus hijos con gran dedicación y esfuerzo. La mujer paraguaya ha demostrado así su grandeza, valor, e integridad y sobre todo un amor sacrificado a sus hijos a través de toda nuestra historia.

Quisiera tener la inspiración de escritora para elevar mis palabras y poner a la mujer guaraní en el sitial de honor que le corresponde y no solamente decir bellas palabras de homenaje, sino hacer algo para que tengan el reconocimiento y la ayuda social, económica y sanitaria, para una mejor vida, que con justicia le merece.

 

MI VIAJE A EUROPA

Había dicho que mi relación con Alfredo había llegado al punto final. Mi disposición para viajar a Europa ya estaba hecha, las maletas cargadas. La resolución tomada fue inflexible, a pesar de las amenazas, recomendaciones y presuposiciones gratuitas. Esta lucha, en la cual todo me decía que yo perdería, que sería aplastada, iba llegando a su término.

Que yo sepa, nadie se había atrevido a enfrentarse al general Stroessner. Al contrario, como ya dije, los más poderosos, encumbrados y hasta notables profesionales de todas las áreas y empresarios que me parecían no necesitaban de él, le trataban con un servilismo tal, que a mí me resultaba exagerado, a veces indigno.

En aquella época yo atribuía su carácter inflexible, su conducta autoritaria, temple y temperamento fuerte, a la mezcla de la raza germana, unida a la energía de los guaraníes. Era valiente, osado, inteligente y a veces, en ciertas circunstancias, era grosero y soez, pero siempre irresistible y admirable. Yo nunca le había dado ni el más mínimo motivo a sus celos exacerbados. El hecho era que él no cumplió ni tenía la intención de cumplir con su promesa de casamiento, que reiteradamente me había dicho. Mi frustración crecía por momentos, más aún cuando ya aparecían hijos de otras mujeres, pues yo tenía la certeza que eran de él. Pero eso no hubiera sido obstáculo para mí si tomaba la decisión de contraer matrimonio conmigo.

Así las cosas, ya tenía el pasaje para viajar. Él no dejaba de advertirme que si me iba, no vería nunca más a mis hijas; no pisaría más el Paraguay y me arrepentiría, pero ya sería tarde.

El tono de sus palabras era terrible. Como dije, yo me sentía como David contra el gigante filisteo Goliat. Para más, yo me sentía absolutamente sola y sin ningún apoyo en circunstancia tan difícil. Pero nunca dudé de mi decisión. Estaba firme y segura, y sobre todo, dispuesta a ejercer mi derecho de nacimiento de llevar adelante mi vida, sin que mellaran en mí las insinuaciones de que perdería todo:  familia, dinero, apoyo, seguridad, amor y hasta mi equilibrio psicológico y moral. Prácticamente me decían que iba a quedar en la calle. Pero yo sabía que lo que había generado, siempre en cualquier lugar y circunstancia, podía volver a hacerlo, pues todo bien está dentro de cada ser humano como un privilegio y un regalo que Dios dio a cada ser humano y nada ni nadie lo puede sustraer.

Como anécdota de sus celos infundados me acuerdo que comenzó a presuponer y ver representaciones subjetivas respecto a ciertas personas de mi entorno, entre las cuales estuvo un médico naval, de un sanatorio al que frecuentábamos con mis hijas. Este médico se esmeraba en su servicio con el deseo de cumplir de la mejor manera su trabajo profesional con mis hijas; se dedicaba a ellas con celo profesional para damos la mejor satisfacción de su actividad médica. Pero esa actitud tan halagadora y correcta era común con todas las personas, sin excepción, a quienes prestaba sus servicios profesionales.

Este galeno fue correcto en su trato y obraba con honestidad hacia mí y mis hijas, guardando con ética la distancia propia de su actividad profesional. No obstante, despertó en el General los celos absurdos que me afectaron profundamente, íntimamente como se sentiría cualquier mujer objeto de calumnias tan degradantes. Y todo por la cortesía y atención profesional que nos había brindado.

Al cabo de un tiempo tuve conocimiento que este médico fue exiliado al Brasil, desde donde, después del derrocamiento de Stroessner, pudo volver al Paraguay; ya casado con una brasilera y con hijos. Vino un día a visitamos para enterarse cómo andaba la familia y sus pacientes, mis hijas. En esa ocasión me contó todas sus peripecias, pues había sido llevado de su guardia y trasladado en un vehículo directamente al Brasil, en Foz de Iguazú, donde lo dejaron a su suerte, solamente con lo que tenía puesto.

Este hecho fue difundido en mi entorno y actuó como un impacto psicológico fuerte en las personas de mi círculo, pues se volvieron temerosas, cautas y alejadas del trato conmigo. A tal punto pudo llegar la mezcla de los celos y el poder que el General demostraba sin rubor y hasta con soberbia. Todos estos hechos me alejaron definitivamente de su amor.

 

VIAJE A SUIZA

Era un día del mes de junio de 1978, cuando yo me disponía a partir rumbo a Suiza de vacaciones por un tiempo, para visitar a mi amiga de muchos años, Nora Bosch Plate, que residía en Lucerna, una ciudad situada en el centro de Suiza, en la parte de habla alemana. Mis estudios de alemán y los que aumenté en esa ciudad del cantón me facilitaron mucho el relacionamiento social en el lugar.

El tiempo pasado quedó flotando como una pesada atmósfera y la tormenta de emociones y sentimiento de amenazas y distintas preocupaciones y temores. Había quedado atrás mi alma enfrentada a lo que sería mi nueva vida; sentía que tenía todo un mundo por delante. Al permanecer en esta pequeña y bella ciudad de Suiza, aproveché el viaje para conocer sus lagos y alrededores, museos, catedrales y un monasterio del siglo XI, destino importante de los peregrinos, que está situado en el cantón de Lwis. Esta majestuosa abadía expresa al visitante en un rapto contemplativo la impresión de sus imponentes campanarios, que disfruté en la compañía de mis amigos que hicieron mucho para que conociera otras ciudades como Basilea, Ginebra, Lugano, Zúrich y el sur del Tiarre. Esos días que viví con ellos me trataban como de su familia. Mis hijas habían quedado en Paraguay, pues su padre no me permitió llevarlas.

El dolor de esta ausencia obligada pude soportar y además superar por gracia. Mi estadía era en principio por cuatro semanas y tuve el único consuelo de comunicarme diariamente con mis hijas. Ese breve tiempo me pareció muy largo, pero también me ayudó a admirar esos lugares tan preciosos, tan acogedores, tan seguros, de una pulcritud y orden notable como tiene Suiza.

En todo el ambiente se podía respirar respeto, bienestar y belleza. Al cabo de estas cuatro semanas retorné al Paraguay.

Estaba nuevamente con mi familia y en mi casa, pero el sentimiento y la decisión de separarme del general Stroessner era irrevocable. Como decían algunos, la suerte estaba echada. Era como pasar el Rubicón o semejante a Hernán Cortés, quien, había, ordenado, quemar sus, naves.. Volviendo a casa, seguí con mi rutina diaria. Alfredo todavía no había asumido que mi decisión de separamos fuera real; seguía alimentando la esperanza de continuar unidos, lo que en verdad ya estaba terminado.

Tengo entendido que la gota que hace rebosar simboliza el hecho psicológico del no retomo. Parece que una gota tras otra no van rebasar nada, pero cuando se desborda ya está concluido. Y en mi vida fueron muchas las gotas que sobrepasaron mi tolerancia, mi sentimiento y mi amor.

Luego de cierto tiempo, de nuevo visité a esta misma amiga en Suiza. Ya me había hecho la idea de que ese podía ser mi país alternativo, para vivir más tranquila y lejos de las presiones que me agobiaban.

 

MIS AÑOS EN SUIZA

Aprovechando la rutina del exilio, viajé por toda Europa e India, para cultivar mi talento, residiendo todo este tiempo en Lugano, Suiza, una ciudad ubicada al sur, hasta que pude retornar tras haber superado las dificultades señaladas.

Mucha gente me ha preguntado que hacía yo en Suiza, y la respuesta es me dedicaba a leer, a estudiar, a meditar. Hice numerosos viajes a la India, donde conocí a increíbles sabios, y quienes me enseñaron principios espirituales que modelaron mi mente y me inculcaron conocimientos profundos sobre la vivencia humana. Así mismo, me enseñaron a practicar el arte de la meditación.

La meditación es un estado de la conciencia en la cual el cuerpo está completamente relajado y liberado de tensiones, en un estado en la cual la conciencia está centrada, donde se experimenta una sensación indescriptible de paz, armonía y equilibrio; donde una se siente conectada e identificada con el universo y uno con el todo. La conciencia expandida te hace experimentar vivencias que no se pueden describir con palabras, y ese estado incrementó en mí, según experiencia, la sabiduría, la humildad, la compasión y relámpagos de luz inefables, donde uno se siente en la presencia de Dios. Como si fuera una vibración de amor ilimitado e incondicional.

Ya de regreso definitivo al Paraguay en 2005, pude realizar una nueva casa y reorganizarme en todos los aspectos, pues nunca más retornaría a la casa de mis afectos y recuerdos donde vivimos momentos esplendorosos y felices con mis hijas, familia y amigos. No retornaría allí, dije me a mí misma, donde sufrí esas últimas horas de tragedia y horror, pues a pesar de traerme tan gratos recuerdos, también me hace recordar esos momentos ingratos que marcaron con fuego y metrallas mi alma naturalmente pacífica y amable.

Y esto responde a las preguntas que muchos me hicieron por qué nunca quise volver a la casa de mis amores y dolores, pues eso se sumó a este sentimiento de fallecimiento de mi esposo Juan, y como mis ancestros guaraníes, donde había sucedido hechos lamentables, no quería volver. Esto explica, desde mi memoria celular, mi rechazo a volver a ese sitio.

 

CUANDO NACE OTRO AMOR

Así las cosas se fueron dando. Volví a Lucerna otra vez, conocí a muchas personas, entre las cuales, de una manera totalmente imprevista y accidental, a un caballero suizo, que me impresionó por su refinada cultura, agradable aspecto y su gran estilo, y de inmediato centró mi atención y confianza. Ya al inicio de nuestra conversación supe que admiraba la música paraguaya, hablaba un perfecto alemán y era de profesión anticuario, coleccionista por generaciones de familias que coleccionaban valiosos objetos de arte antiguo.

Era el primer hombre que había despertado mi interés después del general Stroessner. Yo nunca antes había tenido sino ojos para el General. Siempre fui fiel a él en la totalidad de mi persona y eso me sirvió para que nuestra amistad se mantuviera incólume hasta el final.

Este respetuoso caballero me confesó en muy breve tiempo que estaba enamorado de mí. Aunque eso yo lo esperaba, me sorprendió gratamente, pues había despertado en mi interior un profundo afecto y admiración hacia él. Suele decirse que para amar a alguien hay que admirarle y ese fue el camino real de mis sentimientos.

El nombre de este señor es Luck De Biasi. Nuestra relación fue tomando en poco tiempo el rumbo al matrimonio, aunque me confesó que él no tenía en ese momento la mínima intención de casarse, mucho menos con una latina y todavía menos con una paraguaya, a pesar que le fascinaba nuestra amistad. Eso le era suficiente para llegar al altar conmigo. Me dijo además que se sorprendió del giro imprevisto que tomaron los acontecimientos, a tal punto que una tarde se puso frente a la ventana y. mirando el paisaje nevado de aquel invierno, susurró estas palabras: “Ya no soy el mismo, ya no soy el mismo, soy otra persona, estoy enamorado de Estela”.

Creo que le escuché bien y le pregunté qué estaba diciendo, porque él estaba solo en la habitación. Y me repitió lo que yo había escuchado desde el cuarto contiguo. Me sonreí interiormente, pues sabía que él era considerado como un play-boy de la ciudad, saliendo siempre con las mujeres más bellas y elegantes.

No obstante, no sé porqué no me extrañó su propuesta matrimonial, pues para mí fue de una manera natural. Me sentí muy emocionada, como toda mujer a quien se le expresa esa proposición por primera vez. Casi no la tomé en serio; tan es así que retomé al Paraguay nuevamente y allí recibí de nuevo una llamada en la cual me reiteraba su amor y nuevamente me propuso de manera muy formal su decisión. Le respondí: “Esta bien, lo voy a pensar y cuando me decida te llamo”. Así pasó y luego de meditar y consultar a mi madre de mi decisión a formalizar mi relación y quedar a vivir en Suiza.

Por ello volví pronto, y él ya había organizado todo lo necesario para preparar la ceremonia nupcial, que se celebró el 24 de junio de ese año. En el municipio de la ciudad de Swis, con la asistencia de un grupo de selectos invitados, entre los que presenciaron y fueron mis testigos estuvieron Nora Bosch Píate y su esposo.

Ninguno de mis familiares y amigos asistió, aunque yo les había enviado la invitación, pues dijeron que no querían comprometerse y despertar enemistad con el general Stroessner. Mi boda fue inolvidable; la gran fiesta que él organizó, la hizo en un castillo situado en una montaña de los Alpes suizos. Para sorpresa mía, apareció un conjunto de músicos paraguayos. Cuando llegamos al castillo en un salón oval se abrió una cortina donde se escucharon los sones de una incomparable música paraguaya, la más linda del mundo. Estalló la letra emocionante de la polca Felicidades, de Cirilo R. Zayas. La emoción me embargó tanto que me brotaron lágrimas y todos estuvieron muy conmovidos. Los músicos que me dieron esa gratificante satisfacción, fueron llevados de Ginebra, distante de donde yo estaba. Así pasé a ser la señora esposa de este noble señor y lo digo así, pues por su genealogía pertenece a una familia de nobles.

Así comenzó lo que podía llamarse la segunda etapa de mi vida. Por supuesto que, al llegar esas noticias al Paraguay, ardió Troya y la reacción del general Stroessner se hizo sentir de inmediato a través de sus comentarios, como queriendo justificar que todo era una farsa. No quería dar crédito, ni por una vez en su vida, que yo podía haber encontrado a un hombre muy completo. Tampoco quería creer que yo pudiera independizarme totalmente de su soberana voluntad. También afirmaba que sin él yo prácticamente no era nada.

No podía imaginar que mi nuevo marido me podía dar todavía más seguridad económica y social que la que él supuestamente me había dado. Lo otro realmente no era cierto, pues los medios económicos con que yo vivía en Suiza superaban en mucho a lo que yo tenía para vivir aquí. La vida que yo llevaba con él era viajar continuamente por toda Europa, en los mejores hoteles del mundo, participando en las reuniones de la más alta sociedad. Todo esto gracias a su ganado prestigio en la numismática y otras áreas de las cuales era un gran conocedor de su anticuariato.

Bancarios, coleccionistas, industriales, nobles de gran abolengo y personas aficionadas consultaban con él por su fama y prestigio. Visitábamos continuamente las más conocidas galerías de arte de Londres, París y Zúrich.

Yo me sentía como si estuviera viviendo un hermoso cuento de hadas: Alicia en el país de las maravillas.

Pero como todo cuento de hadas, tenía su final. En la profundidad de mi ser vibraba el deseo de tener de nuevo conmigo a mis hijas para completar la felicidad que él me brindaba con su cariño.

Ese sentimiento era más poderoso que todas las bellezas y comodidades del mundo. Como él me tenía siempre en sus ojos, en sus manos, constantemente a su lado llegó a percibir que sentía mucho la ausencia de mis hijas, aunque iba en comunicación telefónica diaria con ellas, lo que para mí no era suficiente. En cada niña que veía o pasaba por enfrente de mí, se me presentaban mis hijas. Cuando yo llegué a Suiza estaba con mi ánimo en su más bajo nivel, con la autoestima semidestruida. Mi marido me ayudó en todo, en especial levantar lo más alto posible la estima de mí misma. Comprendí que si yo no me amaba, no me estimaría el universo, en consecuencia. Esto quiere decir que si uno no se da su lugar, nadie puede hacerlo por uno. Este fue el gran cambio en mi vida. Nunca más iba perder mi autoestima, por más fuerte que fuesen las críticas y los agravios contra mi persona, pues ya había pasado por momentos difíciles. Me di cuenta que lo que no me pudo matar me fortaleció y esta es mi filosofía actual de la vida: autoestima, comprensión, paciencia, tolerancia y una tranquila perseverancia en el logro de mis objetivos.

Mi sueño de viajar, conocer el mundo de Dios y sus bellezas se cumplieron en toda su plenitud, llegando a visitar lugares y personas tan importantes y magníficas, que me hicieron sentir que no era discriminada en ninguna forma, pues en el primer mundo en aquella época, ser latino o negro era ser persona de baja categoría, es decir, de clase baja. La generalización, un prejuicio indigno de esa cultura milenaria, era como si existieran seres humanos, de 1a, 2a, 3a y 4a categorías. Gracias a la buena presentación que mi marido hacía de mi persona, fui aceptada por una sociedad muy cerrada, exclusiva y excluyente.

No obstante toda esta vida de lujo y esplendor magnifico, la ternura de su presencia y el cariño que me prodigaba mi esposo, mi corazón seguía aferrado tenazmente a mis hijas con el deseo de estar con ellas. Además de esto tenía los mensajes telefónicos y enviados del general Stroessner, quien me ofrecía todas las garantías necesarias para volver con mi familia.

Los años que duró está feliz relación fueron de continuas idas y vueltas al Paraguay, por Europa y toda Suiza, pues habíamos hecho un convenio con mi marido de que yo podía volver al país tantas y cuantas veces quisiera, y así sucedió. Pero sufría la ausencia de mis hijas. Tenía la necesidad de estar con ellas, más todavía por la generosidad que él tenía para conmigo, tal fue que él me dijo que podía tener a mis hijas en la casa, pues era bastante espacioso el pent-house donde residíamos.

Cuando le conté que una de mis hijas practicaba la equitación, al llegar de vacaciones, mi hija Teresita ya tenía un caballo para su deporte favorito, además de otros entretenimientos de su edad, como patinaje sobre hielo y los propios del ambiente. Todo esto ya lo tenía preparado mi marido.

 

NUEVA SEPARACIÓN

Estando allá, de repente se puso enferma su anciana madre, a quien siempre íbamos a visitar por su cumpleaños con toda la familia, demostrándole un afecto muy especial que me hacía sentir bien. Cuando la madre enfermó, nosotros teníamos una invitación de viajar juntos a Turquía (Estambul) por dos noches. Él se tuvo que quedar por esa circunstancia y, para no renunciar a todo, tuve que ir sola en aquel vuelo inaugural de la empresa Swissair que nos había invitado para promocionar su frecuencia a ese país.

Llegamos a la ciudad de Estambul donde me instalaron en el piso 16 del Hotel Hilton.

Al mirar desde la ventana toda la ciudad iluminada de una manera esplendorosa, quedé maravillada ante tanta belleza, que daba la impresión de que me encontrara en un mundo misterioso del pasado lejano del gran imperio otomano.

Esa noche, recién llegada al restaurante, me instalé en una mesa a pedir la cena. Estaba contenta mirando todo a mí alrededor. Sentí alegría y tristeza al mismo tiempo, pues me encontraba sola y quería tener ahí a mis hijas para experimentar lo que yo estaba viviendo. Al rato sentí compasión de mí misma, pues parecía que tenía mucho ajuar, con vestidos, carteras, zapatos y accesorios del más alto estilo de la moda parisina. Tenía todo esto a mano y no tenía nada realmente, pues me encontraba incompleta sin mis hijas, lejos de todo lo mío; algo me faltaba nuevamente. Al terminar de cenar fui a mi habitación y volví a mirar por la ventana, esta vez sin ver tantas luces y colorido, sino con la mirada perdida en el horizonte y mis hijas latiendo en mi mente y mi corazón. Me pregunté: ¿Qué estás haciendo Estela, aquí, sola y sin tus hijas?

Cuando fui a la cama, como pocas veces ya dormí, abatida apagué todas las luces, dejando por la ventana llegar la luz de la ciudad. La luna llena en Estambul parecía ser una luna distinta, que se podía tocar con la mano y tenía una belleza indescriptible. Ante todo esto volvió a mi mente la insistente pregunta: Estela, ¿qué estás haciendo aquí sin tus hijas, en un país tan lejano y extraño aunque bello y maravilloso? La respuesta vino como un relámpago en mi mente: ¡Tienes que estar con tus hijas! Ahora. Suspiré profundamente y tomé el teléfono sin importarme la diferencia de horarios, pues allí era recién de noche y en el Paraguay estaba amaneciendo. Llamé y hablé con María Estela, mi hija mayor. Le dije que volvía al Paraguay. Ella me contestó: “Sí mamá, nosotras te estamos esperando para la entrega de las libretas”, que era el 22 de noviembre, a finales del curso.

Le contesté que llegaría mucho antes, pues prácticamente viajaría en esta semana. Yo esa noche había tomado la decisión de volver definitivamente para estar con ellas. Esa determinación fue tomada en respuesta a la pregunta que me había hecho en esa noche mágica de Estambul. Esa vez cuando mi hija me escuchó, pensó que sería uno de mis regresos temporales.

Salí de Estambul, volví a Suiza. Al llegar al aeropuerto mi marido ya me esperaba. Por el camino a la casa le manifesté mi decisión de regresar definitivamente mañana mismo a Asunción, a lo cual asombrado me preguntó: “¿Cuál es el motivo, siendo que tú puedes ir y venir cuando quieras? ¿Acaso no está hecho ese compromiso? Yo sé que te faltan mucho tus hijas, porque yo leo en tus ojos esa tristeza”. Y agregó: “Si quieres yo puedo hablar por teléfono al padre de tus hijas para que les permita venir”. A lo cual contesté que eso pondría todavía más furioso al padre. Así hablamos por horas hasta que él dejó de trabajar esos días para tratar de encontrar la solución.

Al final me dijo: “Ahí te compré los billetes y puedes irte, pues siempre vas a volver. Allá, aparte de ellas, ya no tenes nada que hacer; tu vida está aquí en Suiza”. Muy seguro, me dejó partir, aunque vio la gran cantidad de equipaje que yo había preparado para mi regreso.

Fue el día 12 de noviembre de 1986.

 


 

Capítulo V

LUCES Y SOMBRAS DEL GENERAL STROESSNER

En mis idas y venidas al Paraguay, mis pensamientos se impregnaban de nobles ideas sobre mi quehacer en el país. Reverberan en mi mente las estrofas del gran poeta mexicano Juan de Dios Peza que decía: “Tierra del Paraguay, épica tierra con lágrimas y sangre, fecundada tú sola en las hazañas de la guerra. No tienes que aprender ni envidiar nada”. ¿Cómo podría yo aportar algo en bien de nuestro querido Paraguay? ¿Qué pasos, qué contribución podría yo dar?

Fue entonces cuando surgió la idea de escribir este libro para llenar un espacio poco conocido sobre mi testimonio personal sobre la experiencia que yo viví muy de cerca al lado mismo del hombre que tuvo un largo protagonismo en nuestra historia reciente.

¿Y qué valor tendrá esto? ¿No iba a ser otra obra más para engrosar la biblioteca de libros que nunca se leen? No tengo respuestas a estas preguntas. Solo sé que lo escribí con sinceridad y profundo sentimiento. Muchos quisieron hacerme desistir. Me decían de todo, hasta que me iban a perseguir. Que me acusarían de cualquier cosa. Pero yo lo escribí, no para satisfacer curiosidades morbosas o para hacer defensas o justificar a nadie, sino para testimoniar momentos de vivencias cuyo aporte, digo, puede ser positivo para muchos.

Además, ¿porqué nosotros seríamos los mejores solo “en las hazañas de guerra” como decía el poeta? ¿Por qué nosotros los paraguayos en la paz no podríamos dejar las rencillas y la crítica constante a cualquier emprendimiento menoscabando casi siempre a la gente que tiene iniciativas, que quiere hacer algo, que quiere aportar para el bien común?

La vida que viví con el general Stroessner no me exonera de críticas, lo sé, pero es asimismo una lección de integridad, de amor, de lealtad y de fuerza inusitada que Dios me dio. En la época que la mayoría buscaba y hacía hasta lo inverosímil para acercarse o por lo menos hablar con el general Stroessner, yo le enfrenté y le comuniqué mi decisión de alejarme de él. Esta es una parte de la historia que he relatado en estas páginas.

Es cierto. Nuestro país ha sido “fecundo en lágrimas y sangre”. Y es el momento que hagamos honor a tanto dolor y sacrificio para llevar adelante al Paraguay. Nuestra gente, nuestro pueblo, lo merece. Lejos de mí está querer congraciarme con nadie. Mi vida lo testifica. Pero tampoco hay que dejarse amilanar por el “qué dirán” o los detractores de siempre.

Creo que debemos asumir la grandeza de lo que somos. No solo en la guerra, sino es en la bendita paz y democracia que anhelamos como un sueño eterno, en que vivimos hoy dando los primeros pasos, aún frágiles.

Por primera vez desde mi experiencia tenemos alguien que tiene imagen de estadista. Casi puedo olerlo en el aire. Pero el Presidente electo no podrá hacer solo absolutamente nada, todos juntos tenemos que poner el hombro para estirar el carro y así llevar adelante el bienestar nacional. Dejando de lado, renunciando a las pequeñas mezquindades y egoísmos, discusiones estériles e intranscendentes, buscando sinceramente el camino de la verdad. No es muy difícil ni imposible. Al contrario, creo que ha llegado el momento.

Y si es así, el universo, por así decirlo, nos va apoyar. Los países adelantados del mundo van a cooperar con nosotros. Y la repetida frase de “un país en serio” será realidad. Y este bendito país de Dios hará honor a tanta grandeza, de tantos patriotas que le han dado lustre y dignidad en toda su historia.

Qué tanto nos cuesta, digo yo, unirnos los paraguayos, dejar partir nuestros rencores y tener como el más elevado objetivo hacer realidad el bienestar de todos, sin excepción. Podemos hacerlo, si queremos.

Podemos hacer unos planes prácticos y sobre todo rápidos, para dar trabajo a todos los que quieren trabajar. Podemos hacerlo, si queremos, usar la cooperación que nos ofrecen diversos países del mundo. El triunfo va a ser de todos. No de un individuo, un partido, un movimiento, sino de todos juntos, los paraguayos.

Creo que esto no es una utopía de una mujer que convivió muchos años con el hombre más poderoso del Paraguay, que con sus luces y sombras marcó un hito importante en nuestro devenir nacional. Pero ya no debemos vivir en el pasado a no ser para aprender las lecciones que nos da. A partir de ahí no repetir errores, sino caminar hacia delante. Creo que el hombre que hemos elegido tiene pasta de estadista. Mi intuición y mi experiencia me dicen que este señor es un hombre de buena voluntad. Firme en sus principios y objetivos. Y sobre todo valiente e inteligente para llevar adelante su cometido de justicia, bienestar y prosperidad, con el fundamento de una honestidad de conciencia y fortaleza en sus decisiones. No sabotearnos a nosotros mismos a través de la viveza corrupta y en su lugar poner lo mejor de cada uno, aunque sea un grano de arena, aunque sea a aprender a callarnos en lugar de críticas acerbas y destructivas; saber que de lo poco se hace lo mucho; cultivar el valor de lo nuestro, estimular la cultura, la lectura, el arte, el cultivo dirigido de nuestra flora medicinal y tantas otras cosas, como la ganadería, la agricultura y la industria; en fin, creo que el Paraguay recién está por hacerse y nuestra responsabilidad y deseo es concretarlo con cada acto de nuestra vida.

El recuerdo del general Stroessner ya pertenece y corresponde a los libros de historia y es ésta la que a fin de cuentas ha de juzgar a este hombre que vino a gobernar en una época turbulenta, plagada de luchas entre paraguayos. Yo por mi parte, he compartido con mis queridos lectores mis experiencias. Sé que a muchos le va a agradar porque lo escribí desde el corazón, desde el alma. A algunos no. Ojalá que éstos sean los menos. Pero, de todos modos, quise terminar este escrito con estas reflexiones que son mis ideas, mis conceptos y mis esperanzas de hoy. Pues yo, como todo en el universo, he evolucionado para ser y pensar lo que soy ahora. Lejos de mí lamentar mi pasado. Más bien lo incorporo como sabiduría. Y donde Dios y la sociedad me lo demanden, estaré a su servicio con todo mi entusiasmo, con toda responsabilidad y con todas mis fuerzas.

Todo esto es algo que pasó. Pero qué bueno es compartir con mis lectores estas vivencias que van mostrando facetas poco conocidas de mi vida con el presidente Stroessner. Dice la Biblia que “todo lo oculto va ser revelado”. No pretendo con esto revivir las experiencias difíciles y hasta terribles que me cuentan han pasado mucha gente. Pero yo solo presento lo que yo viví. Como dijo Rousseau: “Esto es lo que yo he sido, lo que hice, lo que soy y ojalá que haya un solo ser humano que pueda decir: he sido mejor que ese hombre”. Dejando de lado esto que me parece un poco soberbio del autor de “El Contrato Social”, lo que quiero significar es que el alma de mi escrito pretende manifestar la calidez, emotividad y autenticidad que realmente siento. Y así, mi pretensión no es complacer a todos, sino mostrar con claridad todo lo que sentí, tanto el amor profundo que Alfredo supo despertar en mi corazón, así como fueron sucediendo hasta su culminación y su decadencia hasta la ruptura final. Creo que este es un proceso que nos pasa muchas veces en la vida y también en las naciones e imperios aparentemente indestructibles, pero que la historia nos enseña que el ciclo parece repetirse circularmente en la experiencia humana.

El general Stroessner era un hombre firme e inflexible y esto último hizo, a mi entender, que cometiera algunos errores que opacaron una parte importante de lo que él había hecho por el país. Es la actitud de ciertas personas que confunden la persistencia, la constancia con la inflexibilidad, pues esto no permite tomar rumbos o decisiones que podrían mejorar cualquier actividad que el ser humano realice.

Al ser inflexible uno tiene una sola opción y, al contrario, ser flexible significa abrirse a muchas posibilidades, una mejor que otra, y así mejorar los resultados en cualquier actividad humana.

Si somos inflexibles y decimos que hay un único camino, no tenemos la oportunidad de descubrir otro mejor. Si somos inflexibles no podemos dar opción a nuestros hijos para seguir su verdadera vocación en la vida, frustrando así un destino mejor para ellos. Al ser inflexibles no admitimos que podemos estar equivocados y, por lo tanto, no corregimos nuestros errores, permaneciendo en el caos de nuestra propia necedad. Al ser inflexibles, adoptamos teorías equivocadas, que nunca se transformarán en realidad, tanto como aquellas que afirmaban que la Tierra era plana o que era centro del Universo.

Al ser inflexibles, perseguimos hasta destruirlos a los que no piensan como nosotros, teniendo un ideal o filosofía diferentes a la nuestra. Es en ese sentido que yo me refiero al carácter y temperamento del general Stroessner. Esto ha sido la sombra que oscureció su proficua labor de gobernante.

 

 

DESPUÉS DE MI EXPERIENCIA DE VIVIR LEJOS DE LA PATRIA

Mis impresiones de lo que yo había vivido en los países de Europa eran de que esa organización de orden, pulcritud y respeto al otro, que se percibe en esos países, podrían ser un buen modelo que nosotros podríamos adaptar, por eso, cuando me afinqué de nuevo en nuestro país, busqué y encontré una casa en la cual comencé a aplicar este criterio de organización y bienestar, pues si podría hacerlo en mi casa, también en las demás se podrían lograr.

Por cierto, tuve algunas dificultades, muchas, para readaptarme nuevamente, pero ya había dejado allá en Suiza mi casa, y mis amigos que aún lo siguen siendo, comencé así a cultivar aquí nuevas relaciones que me hicieron sentirme a gusto en mi permanencia y quienes a través de sus tratos calaron en mí. De tal manera que me hicieron sentir que este país es mi verdadero hogar.

Estando ya en esto, un día de agosto me hicieron saber mis hijas que su padre, el general Alfredo Stroessner, había fallecido a causa de no haberse podido recuperar de la enfermedad que lo aquejaba; nuestras hijas habían ido a Brasilia a visitarlo ya en estado muy delicado en el hospital. Recuerdo que mi hija Teresita, por ser médica me había comentado que ella pudo entrar junto a su padre en la sala de terapia intensiva y permaneció con él largas horas para observar su verdadero estado de salud, me decían que no había más esperanzas de supervivencia, Teresita, su hija, fue la única que pudo verlo en sus últimos momentos. También estuvo con Teresita mi hija mayor Estela, que vino desde su casa de Virginia Beach, Estados Unidos, expresamente para acompañar a su padre; también estuvieron presentes los otros hermanos, que siempre se llevaron bien con ellos, con quienes siempre tuvieron un trato fraterno y cordial.

Dos meses antes que partiera hacia el viaje definitivo había conversado con él por teléfono. Le sentí adolorido como nunca y volé lo más rápido que pude a Brasilia. Llegué junto a él y me dijo que se sometería a una operación quirúrgica por sus dolores. Le dije que no lo hiciera, pero insistió en que lo haría porque lo necesitaba. Estaba muy enfermo, aunque conservaba su total lucidez y la vivacidad de siempre.

La noticia de la partida definitiva del general Stroessner me conmovió profundamente, pues aunque hacía tiempo que estábamos separados, conservábamos una verdadera amistad, que nunca se acabó. Como ya dije en un reportaje, una amistad verdadera nunca puede terminar. Y así, lejos de la Patria que tanto amó, partió en el último viaje de la vida el general Alfredo Stroessner.

Algunos tal vez digan que a él le tocó el destino de morir en el exilio como él había hecho con otros. Pero la vida es un vaivén eterno, donde no podemos juzgar ni condenar a nadie. Mi balance personal es que el general Stroessner hizo mucho más bien que mal al país. Le rindo mi tributo de admiración y respeto en su memoria.


 

ANEXO HISTORICO

I

DE COMO STROESSNER LLEGA AL PODER

 

Stroessner no tiene manchas. Llegará a ser un gran mandatario (‘).

FELIPE MOLAS LÓPEZ

 

Concluida la guerra civil en el mes de agosto de 1947, preparan las condiciones para las elecciones nacionales el retomo de la civilidad.

La Asociación Republicana o Partido colorado realizó diciembre de 1947, en el Teatro Municipal, una convención para elegir el candidato presidencial que representaría en las elecciones futuras al Partido triunfante en la pasada revolución. Dos candidatos existían en el seno del pueblo colorado, J. Natalicio González, por la fracción guion- rojo y Federico Chávez por el grupo demócrata.

Fueron convocados al efecto 186 convencionales, en cuyas manos corría la decisión de la candidatura a ser decidida por pluralidad de votos. El Teatro Municipal fue el sitio escogido para la realización de la Convención republicana.

Iniciado el acto, el orden del día establecía la elección de las autoridades de la Convención, es decir, su presidente, figura clave para garantizar el normal y democrático desarrollo de las deliberaciones.

Sometido el cargo a votación secreta, fueron llamados a ejercer el voto cada uno de los integrantes de la lista que contenía el nombre de los Convencionales habilitados al efecto. En forma normal y rutinaria se realizó la votación y el escrutinio.

Los demócratas lo hacían en unos papeles impresos con el color amarillo y los guiones en unos de color rojizo. Terminada la votación, se procedió a abrir la urna y el resultado por amplia diferencia correspondió al dirigente demócrata Bernardino Gorostiaga. La elección de éste significaba la existencia de una mayoría de convencionales demócratas en el colectivo de convencionales, con lo cual ya se anticipaba el resultado del triunfo del candidato demócrata para Presidente de la República, el señor Federico Cháves.

Apenas usó la palabra Bernardino Gorostiaga, en un discurso de agradecimiento a los correligionarios, cuando en la platea se erigió el convencional Enrique Volta Gaona gritando: “Aquí hubo fraude, señor Presidente”.

Eso bastó para que empezara un griterío infernal y una violencia generalizada, al punto que un convencional se lanzó de las graderías al escenario, hundiendo el piso. Las tulipas volaban como proyectiles y la Convención concluyó en una lucha campal de violencia menor.

La Policía asuncena intervino realizando detenciones por orden del jefe de esa repartición, funcionario incondicional del Presidente de la República, cuya injerencia lamentable dio lugar al incidente que costó caro al Partido Colorado.

La Convención continuó con los convencionales guiones y de ese atraco surgió la candidatura de J. Natalicio González. La vecina población argentina de Clorinda albergó a un centenar de convencionales demócratas expulsados y se dio inicio a un proceso de división colorada profunda que duró muchos años y fue la causa de lamentables episodios sangrientos.

Los sucesos del 20 de abril de 1948 -el ataque a la Caballería por un grupo de civiles colorados del sector demócrata- y el de 1949, la revolución del coronel Montanaro, fueron consecuencias de aquella violentada Convención del Teatro Municipal de 1947, en tan mala hora concebida.

La inexplicable injerencia del poder público-militar en favor de un sector, produjo una quiebra en la vida interna del Partido Colorado y se explicaba la aparición del resurgimiento del actor genuinamente político, como ocurrió más adelante, por tener en su seno a figuras muy respetadas de la sociedad.

El 15 de agosto de 1948 el señor Natalicio González se hizo cargo de la Presidencia de la República, hombre de gran preparación intelectual, que lamentablemente pudo gobernar tan solo cinco meses por consecuencia de aquella violentada convención partidaria del Teatro Municipal.

 

 

NOTA

‘ Saturnino Ferreira Pérez S. “Proceso Político del Paraguay’, IV.

 

 

 

 

 

POESIAS

 

TARDE LOCA

[FRAGMENTO]

 

Esta tarde es de vientos volubles y locos, esta tarde es de vientos de lluvia y tristeza.

De pronto descargan sus lóbregas gotas y llueven y llueven, los densos nublados.

De pronto, los vence con vivas nubes el sol que sus rayos apenas rasgaba con tales impulsos que a veces las celestes nubes parece que estallan y desaparecen.

Y toman más grande, más densa, llueven y llueven y toman los rayos del sol a vencerlas.

Y en otros momentos el arco iris sus franjas enciende.

Por todo el paisaje que abrazan mis ojos se suscitan en mí, batallas de luz y sombra, un momento las luces dominan las sombras que llegan, al rato las borran.

¡Ay, calle triste!, ay, colina ceñuda, tocadas por cercos de uvas.

A poco la tarde se vuelve sombría y el atardecer que los deja en sombría noche.

Y es obra por todo del sufrido adiós que agrava, que agrupa, que rasga la tarde, así como cambia la frívola suerte, la suerte de la vida que goza, que sufre.

¡Qué duros contrastes! En pocos momentos la tarde y la lluvia; dolor y alegría, la tarde doliente, la tarde lejana, la tarde doliente!!

¡Que tarde tan loca parece mi vida!

 

 

SILENCIO

 

Este grave silencio cuando en la colina oscurece bajo este cielo, en las horas de la cálida mañana.

En las tardes frías de este invierno sediento que las aguas agotan y que encalman el viento cuando el aire pesado sin querer se desgarra con el canto monótono de un terco mirlo no es el grato silencio, de sutil ligereza que seduce con tanta sensación de pureza; no el amable silencio que regaba al espíritu destacando la clara vibración de ausencia, no el que llega sin sonrisa con halagüeña y nos hunde apenas en los lagos del silencio, no el silencio que ríe de la lejanía disfrazando la dicha que en su pecho retoza.

Es el grave silencio con un alma serena se resigna a su angustia y acoge en su pena.

El adusto silencio de un hidalgo varón, un silencio que agobia bajo el peso del sol.

28 de enero de 1995

 

 

¡A ORILLAS!

 

Yo no sé lo que busco eternamente en la tierra, en el aire y en el cielo, yo no sé lo que busco; pero es algo que perdí no sé cuando y que no encuentro aun cuando sueño que invisible habita en todo cuanto toco y cuanto veo.

¡Felicidad, no he de volver a hablarte en la tierra, en el aire, ni en el cielo, aun cuando sé que existes y no eres vano sueño!

¡Cielo! en fáciles tiempos y con el tiempo que alientes los ánimos van a hablarnos de esperanzas pero no de desengaños.

Tiempo, fuentes, flores, no murmuréis de mis sueños, sin ellos, cómo admirarlos ni cómo vivir sin ellos.

15 de septiembre de 1995

 

 

LA DESPEDIDA

 

Llevaba años por los lagos y las montañas y ya nos íbamos, faltarán dos o tres días o meses quizás para el fin del exilio, cuando en la colina amaneciera toda cubierta de nieve. El señor sol encenderá la niebla y la nieve, a la orilla del lago un gran fuego blanco que hará llorar los ojos.

Es muy raro que nevara en la colina. Yo nunca lo había visto y solo algún viejo vecino de la colina recordará algo parecido, de tiempos remotos.

Se veía muy contenta la Estela lamiendo aquel inmenso helado y esa alegría del espíritu y esa blancura radiante fueron sus últimas imágenes de su colina amada.

Yo quise responder a la despedida tan bella, pero no se me ocurrió nada, nada que hacer, nada que decir.

Nunca, porque nunca he sido buena para las despedidas.

Gentilino (Suiza), 20 de agosto de 1998

 

 

HAY QUE SACARLE EL LLANTO

 

Asomaron en los ojos unas lágrimas y en los labios el sabor de gotas, habló el orgullo y se conjugó el llanto y la mirada de los ojos se tiñeron.

Cuando me lo contaron sentí frío de una hoja de acero en las entrañas.

Me apoyé sentada y en un instante la conciencia se desvaneció en donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche y de lágrimas anegó el alma. ¡Y entonces comprendí por qué se llora y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor, con pena logré enjugar las lágrimas.¡Un cielo azul, un horizonte eterno con su voz insistente! Amargo es el llanto pero llorar siquiera es también vivir.

Calcuta (India), 3 de julio de 1996

 

 

AMBIENTE

 

En aquel feliz ambiente, en aquel aire sereno donde todo seduce, donde solo vibren ecos de glorias ya conseguidas y placeres satisfechos, en donde todos tratan, si no con amor, al menos con dulzura, no fingida con amables palabras que tiernamente despierta a dulces encantos nuevos mi corazón, bajo el nido que forma un cesto.

¡Cuantas veces, cuantas veces! mientras adecuando las ansias y las penas, me dejaron palabras encantadoras de atención y consuelo.

15 de septiembre de 1995

 

 

LA NOCHE

 

En la noche, el insomnio penetra en mi alma como un clavo a golpes de silencio. Sigue el reloj su marcha pausada cual exacto martillo del tiempo mientras en vértigo vacila la mente hacia un futuro concreto.

Mi corazón es un ave privada de vuelo que se despluma en la arena en su noche.

Duerme la luz en la lámpara eléctrica, soñando con brazos y manos que me arrebaten el sueño mientras estas se alejan en la noche temblando.

Y solo en medio de la distancia y la noche negra me embelezo hasta no ser más que en un punto de la noche donde el recuerdo penetra como clavo que martilla el corazón.

Gentilino 29 de abril de 1997

 

 

 





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