Portal Guaraní - ¿ESTO ES PARA MÍ? NO QUIERO QUE SE PIERDA - Por Adriana Almada

La experiencia de un taller de expresión fotográfica realizado en el Hospital Psiquiátrico de Asunción es recogida en un fotolibro editado por Fotosíntesis.

“Cierra los ojos y mira”, dice James Joyce en Ulises. El acto de mirar se torna, así, algo interno, visceral, una práctica del cuerpo más ligada al tacto que a la vista. Con esta frase en mente, no resulta extraña la palabra Py’a resa, neologismo guaraní creado por Raúl Stelatto y Maya Brack para nombrar el taller de expresión fotográfica que durante tres años, entre 2016 y 2019, desarrollaron con pacientes crónicos del Hospital Psiquiátrico de Asunción. La traducción podría ser “el interior de la mirada”, concepto orgánico para un proyecto que, más que propiciar el aprendizaje de técnicas fotográficas y manipulación de cámaras, pretendía estimular el ejercicio de la mirada. Los psicólogos plantearon la iniciativa con el propósito de generar en los internos una percepción distinta del mundo y de sí mismos, “un nuevo contexto y lenguaje para comunicarse e interactuar”, según sus palabras.

La experiencia involucró entre 11 y 16 pacientes por taller, quienes fueron asistidos por voluntarios. A cada uno se proveyó de una cámara. Algo tan sencillo, como disparar una toma, puede ser sumamente complicado para quien ha perdido ciertas destrezas o padece dificultades neurológicas derivadas del consumo de algunos medicamentos. Se trata de una población vulnerable, signada en la mayoría de los casos por la pérdida y el abandono. El encierro, esa disposición institucionalizada destinada a “ordenar la sociedad” y hoy fuertemente cuestionada, resulta a veces –paradójicamente– un refugio para quienes han sido olvidados por sus familias y carecen de todo tipo de herramientas para desenvolverse en el mundo.

Captar una imagen, cualquiera sea, y luego verla y compartirla, desencadenó un proceso de intercambio entre los internos, reunidos en sesiones especiales para ver las fotografías en un televisor y conversar sobre ellas. Transitar el hospital, cámara en mano, pudo haberles permitido percibir el espacio como “estructura del mundo vivenciado”, como diría Foucault. O bien, “poseer” de alguna forma lo mirado, aunque esta posesión sea siempre ilusoria y lo visto lleve siempre la marca de lo irremisiblemente perdido. Sin embargo, hay algo de aurático en esas imágenes, algo que las fija en el tiempo; en ellas se cumple el requisito de la distancia enunciado por Benjamin y producen, en el momento de su captura, el gesto que toda aura provoca: “alzar los ojos”. Sí, alzar la mirada, algo muy difícil cuando la medicación condena a mirar hacia abajo. Deambular por el predio colectando imágenes puede ser también una forma de reconfigurar interiormente la escena del confinamiento. “Puesto que todos llevamos el espacio directamente sobre la carne –dice Didi-Huberman–. El espacio, que no es una categoría ideal del entendimiento, sino el elemento inadvertido, fundamental, de todas nuestras experiencias sensoriales o fantasmáticas. Y no basta con decir que el espacio constituye nuestro mundo” [1].

Didi-Hubermann, quien sostiene que el gran error es pensar que solo se mira con los ojos, pues se mira con todo el cuerpo, habla de “la ineluctable modalidad de lo visible… Ineluctable como una enfermedad. Ineluctable como un cierre definitivo de nuestros párpados” [2]. En este caso, desde lo ineluctable de la sinrazón, la mirada busca los volúmenes que se le anteponen, formaciones penetrables que terminan perforadas por el acto de mirar. ¿Qué política de la mirada se despliega en lugares como estos?

“Las distintas series fotográficas resultan espejos de cada uno de los participantes del taller: un reflejo de su manera de pensar, de sentir, y también de influir en su entorno”, dice Raúl Stelatto, quien considera la experiencia como de alto valor terapéutico. Los resultados del proceso fueron mostrados en exposiciones que contribuyeron a aumentar la socialización entre los internos. Tiempo después Fernando Allen, director de Ediciones Fotosíntesis, propuso recoger una selección de las imágenes en un fotolibro, cuyo título reproduce la reacción de una de las pacientes al recibir las copias de sus fotografías: “Esto es para mí? No quiero que se pierda”. La pérdida, otra vez la pérdida, como inminencia.

El libro, con prólogo de Raúl Stelatto y un texto de Damián Cabrera, permanece inédito (solo hay dos ejemplares de prueba). Reúne las fotos de Norma, Marcelino, Julio, Hugo, Ruth, Viviana, Osvaldo, Crístel, José, Elizabeth, Marcos, Pablo, Araceli, Gustavo, Paola, Lady, Emilio, Omar, Enrique, Idalina, Abel, Emilio, Leopoldina, Noelia, Oscar, Felicita, Miguel, Walter, Patricia, Mártires, Silvio, Blácida, Ricardo, Carlitos, Francisca, Rosa, Heriberto y Luis. Sus nombres aparecen en una página en blanco como una constelación, no enlistados sino dispuestos de forma caprichosa –o desenfadada–, desafiando poéticamente los habituales ordenamientos de la composición gráfica.

En esta colección de imágenes hay diferentes espacios y situaciones, lugares familiares y de los otros, aquellos que siendo cotidianos devienen extraños, ajenos, quizás amenazantes. Hay objetos, artefactos, utensilios; hay cuerpos y hay rostros (que aquí, por delicadeza, no reproducimos); hay sombras, muchas sombras. Y “colores atmosféricos”, como diría Merleau-Ponty.

El libro no tiene cubierta. Espera, con las hojas a la intemperie y unidas por una costura larga y regular como una cicatriz, el tiempo de su publicación. Parece frágil, vulnerable. Sin embargo, es poderoso.

[1] Georges Didi-Huberman. Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires: Manantial, 1997, p. 171.

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