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LENI PANE

  LAS MARIPOSAS - Relato de LENI PANE


LAS MARIPOSAS - Relato de LENI PANE

LAS MARIPOSAS

Relato de LENI PANE

 


—¡Me voy!

—¡No volveré!

Dio un portazo y se fue.

Isabel lloró largo rato

¿Dónde estaba aquel amor que soñó de adolescente y creyó que se hizo realidad?

Al encontrar a Ramiro, había creído que había vivido en una perenne oscuridad, porque al conocerlo el fue como la luz, la luz de su vida.

Se unió a él por amor, por amor dejó su casa, sus padres y hermanos, lo atendió con amor y ahora que estaba embarazada, pesada y decaída, él se iba.

¿Adónde se iba? ¿Podría seguirle con un hijo en el vientre? ¿En esa ciudad desconocida para ella, en ese barrio alejado y marginal donde Ramiro la trajo y donde no conocía a nadie ni nada?

—No salgas de la casa, solo sal conmigo y para ir hasta el supermercado. No hables con nadie este barrio es peligroso.

El supermercado estaba a dos cuadras de la casa pero ese día no pudo ir.

Durmió mal. Ramiro había pasado la noche fuera de la casa. Supuso una infidelidad. En la mañana no había tenido fuerzas ni para levantarse de la cama, así que cuando Ramiro volvió a la casa y no encontró comida ni arreglo alguno, empezó a gritar desaforadamente la inutilidad de la mujer. Isabel se defendió, lo acusó de mentirosa y artera fidelidad. El hombre reaccionó y se ofendió. Tomó el saco que había bajado sobre una silla y salió dando un portazo

¿Realmente no volvería?

¿Y si decidía ir a buscarlo?

¿Adónde?

Ñande rù Guasu, el Padre (*), meditó y luego de hacerlo, organizó la tierra.

Había venido del poniente caminando hacia el oriente abriendo un sendero en la selva.

En ese tiempo, aún no había mujeres en la tierra pero encontró una, al borde del sendero, dentro de una vasija de barro. Ñande rù Guasu, la tomó y la mujer y quedó encinta.

Decidió entonces, Ñande rù Guasu plantar maíz. Hizo un rozado, quemó el monte y sembró avatí. Mientras él arrojaba las semillas, las plantas germinaban de inmediato y crecían las espigas. Concluida la siembra regresó a su casa. Al rato, dijo a su mujer:

—Anda a traer el maíz, y haz una comida con él.

La mujer le contestó:

—¿Cómo si recién lo has sembrado ya debo ir a recoger el maíz?

Ñande rù se enojó muy grande por la incredulidad de su mujer y decidió abandonarla. Tomó su vestimenta y adornos y se dirigió hacia el Yvy Marane`y, antes de irse le dijo a la mujer :

—Si eres capaz de llegar hasta mí, te perdonaré tu incredulidad

La mujer lloró mucho por el abandono de Ñande rú Guasu y luego tomando su canasto–yapepó, decidió ir junto a él.

Esperó todo el dìa el regreso de Ramiro. Lloró la ausencia, la soledad y el desamparo y así se quedó dormida.

La mañana se presentó gris y fría. Se sentía mejor y más animada. Así que tomó una taza de café con leche, se abrigó, tomó su cartera, unos pocos guaraníes que tenía para ir al supermercado, cerró todas las puertas, llaveó la de la calle y salió. Caminó varias cuadras, que le eran conocidas pues había salido a caminar con Ramiro. Siguió caminando sin rumbo buscando un lugar donde pudiera estar su marido. Después de una hora de caminar se dio cuenta que estaba perdida. Recordó el nombre de la calle de su casa, pero no la de la calle transversal.

—Señor, ¿me podría decir dónde está la calle Buenaventura Ríos?

—No soy de este lugar —le respondió el primero al que preguntó

Isabel no perdió la calma y buscó una señora a la que le hizo la misma pregunta. Esta le contestó:

—Ay, che ama, no sé. Pero andá hasta la comisaría que queda aquí a la vueltita nomás y ellos te van a poder informar mejor.

¡Cierto! Se dijo Isabel nadie mejor que ellos para informarle sobre la calle y también sobre su marido. La mujer no le había dicho dónde quedaba la Comisaría sino que había gesticulado con la mano izquierda por lo que presumió que quedaba en esa dirección.

De nuevo caminó varias cuadras y no daba con la mencionada comisaría.

Se dio cuenta que estaba perdida. Eso la asustó y empezó a sentirse mal. Estaba sola. Así que para calmarse empezó a hablarle al hijo que estaba dentro de ella. Al fin y al cabo era una persona chiquita, muy chiquita pero persona como ella.

—Hijo —le dijo—, estoy perdida y cansada. ¿Adónde voy?

Le pareció que el hijo se movía dentro de ella como si asintiese o acompañase.

—Cuando nazcas llenaré todos los días tu pieza de las más hermosas flores como aquélla —Y entró en el jardín de una casa que tenía la puerta abierta y arrancó una rosa de tenue color rosado, al mismo tiempo que una furtiva avispa le picó en la mano.

Un gran dolor hizo que saliese apresuradamente de la propiedad y se sentase en la vereda. Inmediatamente vio cómo la mano se coloreaba y alrededor de la picazón crecía la piel con dolor, calor y sopor. Estaba mareada así que buscó una sombra y vio una puerta abierta, un corredor y un cartel que decía “Clínica”.

En esa época todo el mundo era selva, sólo había pequeños senderos y muy confusos, pero el hijo que llevaba adentro en el vientre, Kuarajhy, conversaba con ella. Y Kuarajhy conocía el sendero que había que seguir para llegar junto a su Gran Padre en el Oriente en el Yvy Marâne`y. Así, guiada por Kuarajhy, la madre caminaba y caminaba por los senderos en los cuales había muchas flores. Kuarajhy le pedía constantemente que las arrancase para llevárselas a su padre. La madre se hallaba cansada, ya tenía el canasto lleno de flores, cuando vio en el sendero, por el que iba la más hermosa de todas las flores. Era un mburucuyá. Kuarajhy dijo a su madre, entonces:

—¡Mamá! Esa flor es la más hermosa de todas, ¡arráncala!

Iba a hacerlo la madre cuando en ese momento le picó una avispa y la madre se enojó y regañó a Kuarajhy:

—¡Todavía no vives y ya me hacés hacer estas cosas!

Se enojó mucho Kuarajhy porque su madre le regañó, y cuando llegaron a un cruce de senderos, la madre le preguntó cuál de ellos debía seguir, Kuarajhy no le contestó. Entonces ella tomó uno de ellos y se perdió.

Caminó mucho, y muy cansada llegó a una choza donde vivía la abuela de los Añag. La vieja le dio alojamiento.

Se despertó de su desmayo en una cama de hospital y una anciana vestida de bata blanca le dijo:

—Soy la doctora Emilia Alcaraz y estás en una Clínica Ginecológica. Estas embarazada, mi hija, de casi nueve meses. ¿De dónde sos?

Isabel le contó a la doctora de su relación con Ramiro y cómo había llegado allí.

—¿Tenés familiares aquí?

—No —le dijo Isabel—, todos están en la campaña.

—¿Tienen algún teléfono para llamarlos?

—No.

Allí se le iluminó el rostro a Isabel: el celular de Ramiro ¿cómo no se le había ocurrido llamarlo?

—Pero Ramiro, mi compañero, sí tiene. El número es este —Y le pasó un papelito con el número escrito por el mismo Ramiro.

La doctora llamó al celular.

—No contesta —dijo—. Llamaremos mas tarde.

—Ahora descansá. Te pondré esta inyección.

Isabel agradeció su bienaventuranza de encontrarse justo frente a la Clínica y se durmió.

Durmió muchas horas, cuando despertó tenía dolores.

Quiso ir al baño y un raudal de sangre salió de su vientre.

Gritó y cayó al suelo.

—Rápido a la Sala de Partos —gritó la doctora Alcaraz.

—Llamen también al señor Ortiz o a la señora y díganle que ya va nacer la criatura y que vengan para recibirla. Díganle también que completen el depósito en el banco o no habrá mercadería.

Al caer la tarde los Añag fueron llegando a la casa y la vieja les contó que había una mujer escondida dentro de la vasija, así que la mataron y la comieron. La Jaryi, que tenía pocos dientes, quiso comer la cría de la mujer, pero no pudo porque no lograron clavarle, ni golpearla ni asarla porque saltaba de un lado a otro. Entonces la vieja decidió criarla.

Creció Kuarajhy, con la convicción, de que la Jaryi de los Añag era su abuela.

En la misma choza donde vivía, estaban en un rincón, dispersos, los huesos de su madre y sobre ellos siempre había mariposas de todos los colores.

La hermosa niña, de rubios cabellos, le llamó a la abuela, que acaba de salir del consultorio con el último paciente, para mostrarle el dibujo que había hecho.

—Son las mariposas que están siempre en el jardín — dijo la niña.

—¡Qué lindo, mi cielo!

—Abuela —le dijo la niña—, en la escuela me preguntan por mi mamá. ¿Cómo era?

—Mi cielo, te quería mucho, mucho, pero Dios se la llevó y te dejó conmigo para que te cuide.

—¿Y vos la querías también?

Y se quedó mirando el rostro de la abuela sin encontrar respuesta.

 

(*) Deidad de la cosmogonía guaraní y

del ciclo de los dos hermanos (los gemelos).

 

 

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Documento Fuente: SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

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SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

 

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