TUSS
Obra de OSCAR CENTURIÓN
Texto de VICKY TORRES
La trágica historia de un perro y sus consecuencias han servido al pintor Frontanilla (Oscar Centurión, Asunción, 1955) para armar un delicado rompecabezas pictórico. Aunque en apariencia lúdica y sincrética, una mirada atenta sobre los cuadros presentados por él en Arte-Sanos puede descubrir una pintura cargada de fuerza y de significación y, al tiempo, ordenada en función de referentes precisos acariciados con amor por el pincel del artista. Óleos y pasteles de diferentes formatos se suceden formando en el tiempo (sucesión de formas con un sentido casi narrativo) y en el espacio un conjunto armonioso que, pese a su apariencia de vanguardia -o, tal vez, por ello-, nos remite de inmediato a referentes más antiguos, frecuentemente clásicos, que son los que generan la atmósfera intimista de su obra.
La pintura de Frontanilla no es caligráfica en el sentido en lo que es, por ejemplo, la de Pollock, aun cuando exista entre ambas una cierta relación y hasta un cierto parecido formal. En nuestro pintor las grafías dicen, se expresan, nos cuentan cosas, o tratan de contárnoslas. Es, por lo mismo, más que caligráfica, narrativa, pues sus grafismos están cargados de historias que desean comunicarnos, pero que, al tiempo, son, en muchas formas, incomunicables. En este sentido, aún más que con la de Jackson Pollock, la de Frontanilla, por sus trazos sueltos, gruesos y libres, por la enorme fuerza que logra imprimir a cada una de sus pinceladas sin abandonar la atmósfera intimista en la que se desenvuelve, se emparienta con la pintura de Antonio Saura, en una suerte de delicado semifigurativismo en el que la imagen dice más que mil palabras, dejando en silencio una idea poética esencial profundamente conmovedora. Como expresara el gran poeta peruano Martín Adán, en los cuadros de Frontanilla «la poesía se está callada». Si de algún modo pudiéramos definir la obra de este pintor, diríamos que, pese a sus intenciones narrativas y a su fuerza comunicadora, la de Frontanilla en una pintura que grita su silencio, puesto que aquello que nos quiere comunicar es, en esencia, incomunicable.
Pero no son únicamente Pollock o Saura quienes se asoman a la pintura de Frontanilla. Como muy bien lo señalara Ticio Escobar en febrero de 1991, también están la languidez de Matisse, el cromatismo colérico de Miró y «algún deseo menudo de Klee». Y junto a ellos, visitas repetidas a los museos, imágenes confundidas en la memoria, lecturas diversas de los clásicos (de Hesiodo a Kafka, pasando por Ovidio, Luciano de Samósata, el cervantino Coloquio de los perros, Goethe, Elliot y Joyce), recuerdos de paisajes vistos, vividos o lejanamente intuidos, y una cierta manera de equilibrar y armonizar todo ello sobre la tela.
La pintura de Frontanilla, apresurada y libre, es original y, en muchos aspectos, osada e innovadora. Su originalidad, nos recordaba Livio Abramo en mayo de 1989, «está en que en el crisol de su imaginación, Oscar Centurión funde con ágil técnica y libertad de concepto los elementos más inesperados y hasta contrastantes».
En la actual muestra de Arte-Sanos, Frontanilla vuelve a darnos una prueba más de su originalidad.
Obra de la serie ROMPECABEZAS,
1989 - 160 x 100 cm.
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Adriana Villagra, Oscar Centurión Frontanilla y Areté Yegros
Editorial ARANDURÃ, Asunción-Paraguay 2004 (429 páginas).
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