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Historia Política


Protagonistas de la Conquista y la Colonia (Por Carlos Zubizarreta)
(30/08/2012)

PROTAGONISTAS DE LA CONQUISTA Y LA COLONIA

Por CARLOS ZUBIZARRETA

 

 

 

1.- ALEJO GARCÍA

 

            La expedición de Solís al Río de la Plata dejó, en 1516, once náufragos en la isla de Yuruminín -después llamada Santa Catalina-. De los indios guaraníes que la poblaban, estos sobrevivientes recogieron la versión de que muy al Occidente existía un rey blanco que reinaba sobre una comarca con ríos auríferos y cerros de plata. La leyenda no era otra cosa que la noticia imprecisa y deformada de la existencia del Inca del Perú.

            Entre los náufragos se hallaba un portugués llamado Alejo García, natural del Alentejo, que había estudiado náutica y sabía rumbear. Tentado por esas fabulosas riquezas, García decidió intentar la aventura de llegar a ellas. Con su consorte Alejo Ledesma y otros tres compañeros innominados, se internó por la costa brasileña con una escolta de indios, el año 1524; cruzó el río Paraná a la altura de su afluente el Monday atravesando extensas selvas vírgenes, por la ruta que seguiría más tarde Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y arribó al sitio donde trece años después fundarían Asunción. Los osados aventureros fueron recibidos pacíficamente por los carios guaraníes que lo poblaban, de la misma raza y lengua que sus acompañantes.

            Alejo García logró asociar a su empresa hasta dos mil indios, tentándolos con el rico botín que les aguardaba. Con ellos subió hasta la zona de Corumbá, penetró la tierra de los Mbayáes -el Chaco-, y marchando siempre hacia el Oeste alcanzó la cordillera del Alto Perú. Asolando, saqueando y destruyendo cuanto encontraban, llegaron los invasores hasta los pueblos de Presto y Tarabuco. Allí cobró García crecido botín, hasta que los indios charcas comarcanos, vasallos del Inca, se alzaron en armas contra los depredadores.

            García y los suyos emprendieron entonces el retorno "retirándose en tan buen orden que se salieron de la tierra sin recibir daño alguno, dejándola puesta en gran terror y a toda la provincia de Charcas en armas...". Al alcanzar las tierras del meridión, el náufrago portugués decidió quedarse en el Paraguay y despachó dos compañeros -un tercero había muerto en la empresa- y algunos indios con cartas y dos o tres arrobas de plata para los otros náufragos de Yuruminín, invitándolos a venir, pues abrigaba el propósito de emprender más tarde otra incursión.

            Se encontraba acampado a orillas del río Paraguay, cerca del sitio donde más tarde se fundaría San Pedro de Ycuamandyyú, cuando García y el compañero que le restaba fueron muertos y devorados por sus propios aliados, tentados por el botín. Debido a su tierna edad, solamente se salvó un hijo suyo, mestizo, que el historiador Ruy Díaz de Guzmán afirma haber conocido muchos años después.

            "Y así acabó, en 1525, el descubridor del Paraguay y de Charcas -dice Domínguez, el primero que se internó en la Tierra de los Mbayáes, llegó a los Andes peruanos y penetró en los dominios del Inca, terminando su carrera cuando Pizarro no empezaba todavía la suya en el Perú. Cruzó Curitiba diecisiete años antes que Alvar Núñez, descubrió el Paraguay cuatro años antes que Caboto, exploró el Chaco trece años antes que Ayolas, entró en Charcas trece años antes que las huestes de Pizarro. La historia le da este lauro a aquel gentil aventurero".

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Comentarios.

Manuel Domínguez: El alma de la raza.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

 

 

 

2.- SEBASTIÁN CABOTO

 

            Sebastián Caboto fue un navegante veneciano, nacido probablemente en 1469 que, al igual que su padre, estuvo primeramente al servicio del rey de Inglaterra. El año 1512 pasó a servir al rey de España y, muerto Juan Díaz de Solís, se vio honrado con el cargo de piloto mayor.

            En marzo de 1525 firmó con el rey una capitulación por la cual se comprometía a una expedición a las Molucas, en busca de especias, y al regreso por el camino de Magallanes y Elcano. Partió del puerto de Sanlúcar con tres carabelas, en 1526, y durante su recalada en la isla de Yuruminín, después Santa Catalina, dos náufragos de la expedición de Solís, llamados Enrique Montes y Melchor Ramírez, le hablaron de las riquezas fabulosas de la Sierra de la Plata, exhibiéndole algunas muestras de oro y plata.

            Admirado el navegante con estas noticias, propuso a sus compañeros abandonar la ruta de las Molucas y penetrar por el río de Solís en busca de la sierra legendaria. Algunos no se mostraron favorables al proyecto, pero la mayoría de la gente apoyó entusiasmada la idea. En el puerto de Los Patos encalló la nave capitana y con sus restos construyeron una pequeña galeota apta para la navegación fluvial. Abandonando allí a los capitanes Francisco de Rojas, Martín Mendes y Miguel Rodas, opuestos al cambio de derrota, Caboto prosiguió su navegación el Río de la Plata, donde fundó el puerto de San Lázaro.

            En esas riberas apareció Francisco del Puerto, antiguo grumete de Solís, escapado a la matanza de aquel navegante. El sobreviviente confirmó las noticias sobre la Sierra de la Plata y, guiado por él, Caboto remontó el río Paraná y en su confluencia con el Carcarañá fundó el fuerte de Sanctus Spiritus, primer establecimiento en el Plata. A fines de diciembre de ese año, el navegante exploró el Paraná y el Paraguay, internándose algunas leguas por el Pilcomayo; pero las pérdidas sufridas en un combate contra los indios determinaron su regreso a Sanctus Spiritus. Allí encontró a Diego García de Moguer, que había capitulado al descubrimiento y conquista de esas regiones. Tras algunas disputas por el mejor derecho a ellas, ambos navegantes se pusieron de acuerdo para continuar juntos la empresa, decidiéndose que a Caboto y su gente le corresponderían los dos tercios del provecho.

            En agosto de 1528, Caboto y García remontaron veinte leguas el río Paraguay, pero, enterados de que los timbres se aprestaban al ataque de Sanctus Spiritus, regresaron a ese fuerte. Cuando llegaron, comprobaron que el ataque se había consumado. El fuerte estaba arrasado y los pocos que lograron salvarse refugiándose en los barcos, hambrientos y desnudos, llegaron al puerto de El Salvador.

            La tentativa de alcanzar la Sierra de la Plata por agua había fracasado. Diego García de Moguer regresó subrepticiamente. Caboto decidió entonces lo propio. Su viaje de regreso fue pródigo en incidentes y, disputas, hasta que la flota entró en Sevilla, en julio de 1530. El veneciano tuvo que hacer frente a procesos y pleitos, como consecuencia del incumplimiento de su capitulación. Pero sus influencias en la Corte lo salvaron al fin y pudo conservar su puesto de piloto mayor. Pocos años más tarde regresó a Inglaterra, donde entró nuevamente al servicio del rey. En Inglaterra vivió el resto de su vida, falleciendo a los ochenta años de edad.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Dean Descola: Los conquistadores españoles.

Molinari: La empresa colombina y el descubrimiento.

Enrique Gandía: Descubrimiento del Río de la Plata, Paraguay y el estrecho de Magallanes.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

 

 

 

3.- PEDRO DE MENDOZA

 

            El primer adelantado del Paraguay y Río de la Plata había nacido en Guadix -Granada- y pertenecía a noble familia. Sus padres fueron don Fernando de Mendoza y doña Constanza de Luxán. Caballero de la Orden de Alcántara -que trocó luego por la de Santiago-, viajó mucho por Europa como paje y gentilhombre de boca del emperador Carlos V. Actuó en la guerra de Italia y participó en el saqueo de Roma. Se supone que con parte de ese botín pudo financiar su expedición al Plata, capitulada en marzo de 1534.

            Esas capitulaciones le otorgaban pingues ventajas en la conquista de una enorme zona comprendida entre los paralelos 25 y 36, con facultad de penetrar hasta el Mar del Sur, en cuyas costas se le daban 200 leguas de jurisdicción empezando a contar desde donde terminaban las tierras otorgadas a Almagro, por el Norte, hasta el estrecho de Magallanes, por el Sur. Por eso, el Paraguay recibió en los primeros tiempos del coloniaje el nombre de Provincia Gigante de las Indias.

            Con el firme apoyo de la Corona, se preparó la flota en Sevilla y en ella se alistó la mejor gente que hubiera venido nunca a las Indias. Zarpó la armada en agosto de 1535 con once bajeles y más de mil quinientos hombres. Después de algunos disturbios que provocaron la muerte del maestre de campo y justicia mayor don Juan de Osorio, los expedicionarios llegaron a la costa occidental del estuario del Plata y, junto al Riachuelo, fundó Mendoza el puerto de Santa María del Buen Aire, el 2 de febrero de 1536. La tierra era pobre y hostiles los indios querandíes que la poblaban. El hambre castigaba duramente a los expedicionarios. Su hermano Diego de Mendoza y sus sobrinos Benavides y Luxán perecieron en un combate librado contra los indios. Buscando mejores condiciones de vida, fundaron Corpus Christi, en la confluencia del Paraná con el Carcarañá, y poco después Nuestra Señora de la Buena Esperanza, algo más arriba. Mendoza, que venía muy enfermo y se sentía desalentado por los fracasos iníciales, despachó luego a su mayordomo Juan de Ayolas a descubrir el camino de la Sierra de la Plata, verdadero objetivo de la expedición.

            Con doscientos hombres y tres bergantines, Ayolas subió el Paraná, penetró por el río Paraguay y, después de descansar dos días y reaprovisionarse en el sitio donde más tarde se asentaría Asunción, prosiguió su navegación al Norte para internarse en el Chaco con la suerte conocida.

            Mientras estos sucesos ocurrían, don Pedro de Mendoza resolvió regresar a España, afligido por su mal y la falta de noticias de Ayolas. Como era soltero y sus capitulaciones estaban concertadas por dos vidas, el adelantado hizo testamento nombrando a Juan de Ayolas, su preciado amigo de toda confianza, heredero en el cargo, dejándose detalladas instrucciones para el gobierno y amplias facultades para disponer de la conquista. En ellas aconsejaba: "Lo que Juan de Ayolas, mi lugarteniente, ha de hacer, si le place a Dios y acá viene, o si él no viniere, el capitán Salazar, es llevar toda la gente de arriba (Corpus Christi y Buena Esperanza) y la de aquí toda la que cupiere en los bergantines, y si pudiese hacer otro camino, pegar fuego a estas naos o anegarlas y llevarse toda la gente arriba... de manera que toda la gente esté junta donde el dicho Juan de Ayolas viere que conviene, y si le pareciere pasar derecho a la otra mar, que lo haga, pero que siempre deje casa en el Paraguay". Le facultaba también a vender a Diego de Almagro los derechos de conquista capitulados por el precio mínimo de cien mil ducados, instándolo a enviarle con urgencia alguna joya, perla, oro o plata "para que tenga algún remedio de mis trabajos y mis llagas".

            Don Pedro de Mendoza embarcó luego en la nao Santa Catalina de retorno a España. Pero durante esa navegación falleció en el mar, el 23 de junio de 1537.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Enrique Gandía: La conquista del Río de la Plata y Paraguay.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

Cecilio Báez: Historia colonial del Paraguay.

Manuel Domínguez: El alma de la raza.

Julián María Rubio: Conquista del Río de la Plata.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

 

 

 

4.- JUAN DE AYOLAS

 

            Era un hidalgo oriundo de Briviesca, ligado por antigua amistad a don Pedro de Mendoza, quien le trajo en su expedición al Plata como mayordomo y hombre de entera confianza. Durante la travesía se produjeron incidencias y discordias que dividieron a la gente. Ayolas informó al adelantado, recluido en su cámara por la enfermedad, que el promotor y cabecilla de los disturbios era el maestre de campo don Juan de Osorio. Tras secreto y rápido sumario, Mendoza dispuso entonces que Osorio fuera apuñaleado. Juan de Ayolas, Juan de Salazar, Galaz de Medrano y Pedro de Luxán, complotados, cumplieron la sentencia dando alevosa muerte a Osorio una mañana, mientras la flota se hallaba de recalada en la bahía de Guanabara. Después de fundado el puerto de Santa María del Buen Aire, en el delta del Plata, Ayolas expedicionó en busca de alimentos para aplacar el hambre que padecía la armada. Fundó luego el fuerte de Corpus Christi en la confluencia del Paraná con el Carcarañá. Poco después, fue destacado por don Pedro de Mendoza para buscar el camino de la Sierra de la Plata. Partió con tres embarcaciones y dos centenares de hombres, recalando en el sitio donde luego se asentaría Asunción. Después de descansar en la tava del cacique Carduará, que los reaprovisionó generosamente, Ayolas y los suyos continuaron remontando el río Paraguay hasta un sitio que llamaron Candelaria, en la proximidad de los 20 grados. Allí desembarcó Ayolas y, luego de nombrar a Domingo de Irala su teniente general, con instrucciones de esperar su vuelta en ese punto, se internó en el Chaco con ciento sesenta hombres, el 12 de febrero de 1537, para tratar de llegar al Perú.

            Según informó más tarde un indiecito chane, lenguaraz de quince años bautizado con el nombre de Gonzalo, huido de los payaguáes, su amo Ayolas alcanzó la región de los charcas. Allá dejó un reducto con unos pocos españoles, entre quienes contaba Rodrigo de Cepeda y Ahumada, hermano de Santa Teresa de Jesús, y volvió trayendo algunas cargas de oro y plata. Al llegar a las riberas de Candelaria, advirtieron los expedicionarios la ausencia de Irala. El segundo de Ayolas había bajado hasta Tapúa a reaprovisionarse y carenar sus dos bergantines, que apenas podían sostenerse a flote tras la espera prolongada por más de un año. El indio Gonzalo relató que, mientras aguardaban a Irala, llegaron hasta ellos los arteros payaguáes y, en son de paz, invitaron a los expedicionarios a reposar en su poblado. Ayolas aceptó la taimada invitación y, mientras atravesaban un pajonal escoltados por muchos payaguáes, éstos cayeron repentinamente sobre los pocos españoles que le restaban a Juan de Ayolas y los ultimaron a golpes de macana. Sólo el indiecillo Gonzalo escapó a la matanza.

            Así pereció, presumiblemente a fines del año 1539, quien debía ser el segundo adelantado del Paraguay y Río de la Plata. Don Pedro, antes de morir en su viaje de retorno, le había instituido su heredero y sucesor en el mando de la armada.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Enrique Gandía: Descubrimiento y conquista del Río de la Plata y Paraguay.

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Cecilio Báez: Historia colonial del Paraguay.

Manuel Domínguez: El alma de la raza.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

Julián María Rubio: Conquista del Río de la Plata.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

 

 

 

 

5.- JUAN DE SALAZAR Y ESPINOSA

 

            El historiador nacional Manuel Domínguez reivindicó para él la gloria de haber fundado Asunción, con el descubrimiento de cierta documentación que justificaba plenamente el hecho.

            Este capitán, nacido el año 1508 en Espinosa de los Monteros, era caballero de la orden de Santiago. Expedicionario con Mendoza, parece haber sido uno de los hombres de la mayor confianza del adelantado y, presumiblemente, su candidato para sustituirle en el mando en caso de impedimento de Ayolas, a juzgar por los términos de sus instrucciones postreras al mayordomo y heredero. Fue uno de los cuatro secuaces elegidos por Mendoza para apuñalear a don Juan de Osorio en la bahía de Guanabara, el 20 de noviembre de 1535. Por fallecimiento del titular en el cargo, el Adelantado lo nombró veedor el 20 de octubre de 1536, en Buena Esperanza. Luego lo envió con el capitán Gonzalo de Mendoza en socorro de Ayolas.

            En aquella expedición, ambos capitanes recalaron en la bahía de los carios, donde poco más tarde se asentaría Asunción, y después de reabastecidos, prosiguieron viaje a Candelaria, arribando a ese lugar el 23 de junio de 1537 para comprobar que Ayolas se había internado ya en el Chaco, camino del Perú.

            En su viaje de retorno, Juan de Salazar fundó el fuerte de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, el 15 de agosto de ese año, cumpliendo instrucciones expresas del Adelantado. Allí dejó al capitán Gonzalo de Mendoza con treinta hombres y bajó a Santa María del Buen Aire, ignorando la partida de don Pedro. Regresó al fuerte de la Asunción, en 1539, con Ruiz Galán, quien lo dejó al mando de la plaza en reemplazo de Gonzalo de Mendoza. Cuando Irala creó el primer Cabildo de Asunción, el 16 de setiembre de 1541, Salazar fue nombrado alcalde de primer voto. Antes de marchar preso a España, Cabeza de Vaca dejó un poder nombrándolo teniente gobernador. Instigado por los parciales alvaristas, Salazar quiso oponerse a Irala con ese nombramiento, por lo cual fue apresado y devuelto a España en la misma carabela Comuneros que llevaba al Adelantado depuesto.

            Volvió a las Indias en 1550 con la armada del adelantado Diego de Sanabria, al mando de una de las naos y ostentando el cargo de tesorero de la Real Hacienda. Tras viaje muy accidentado, se vio detenido en San Vicente y asistió a la fundación de San Francisco del Mbiazá, abandonado luego. Allí contrajo matrimonio con doña Isabel Contreras, reciente viuda del capitán Becerra.

            Salazar pudo, por fin, arribar a la Asunción en octubre de 1559, con el grupo de doña Mencia Calderón de Sanabria. Fue recibido por el gobernador Irala en su cargo de tesorero real y nombrado regidor. Vivió desde entonces en la capital paraguaya hasta la hora de su fallecimiento, ocurrido el 11 de febrero de 1560. Tenía aficiones literarias y, entre sus pobres bienes, dejó libros -cosa poco común en esa época- y algunas obras inéditas que no han llegado hasta nosotros. En su testamento ordenaba que sus hijos "partan amigablemente entre sí los pocos libros de romance y de mano lectural que yo tengo escritos".

            A pesar de su larga y accidentada actuación en el Paraguay, el único hecho señalado por este capitán consistió en la fundación del fuerte de la Asunción. Don Juan de Salazar y Espinosa fue enterrado al pie del altar mayor en la primitiva catedral asuncena.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Pero Hernández: Relación.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Comentarios.

Cecilio Báez: Historia colonial del Paraguay.

Manuel Domínguez: El alma de la raza.

Efraím Cardozo: La fundación del fuerte de Asunción.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

 

 

 

6.- ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA

 

            El segundo Adelantado de Paraguay y Río de la Plata era un hidalgo de noble familia extremeña. Nació en Xerez de la Frontera presumiblemente el año 1490. Sus padres fueron don Francisco de Vera, hijo del conquistador de Canarias, y doña Teresa de Vaca. Alvar Núñez hizo la campaña de Italia y luchó contra los levantamientos de las comunidades de Castilla con las huestes del duque de Medina Sidonia, en apoyo del absolutismo real.

            Cabeza de Vaca pasó a la conquista de Indias, embarcándose en Sanlúcar el año 1527 como tesorero real de la expedición de Pánfilo de Narváez para exploración de la Florida. En aquella expedición infortunada le tocó cumplir una hazaña extraordinaria. Alvar Núñez y tres compañeros fueron los únicos sobrevivientes, y tras ocho largos años de marcha portentosa durante los cuales recorrieron medio continente, llegaron salvos a México. Vuelto a España, capituló con el rey el gobierno del Río de la Plata obteniendo real cédula que le otorgaba la misma jurisdicción conferida a don Pedro de Mendoza si se comprobaba la muerte de su heredero Juan de Ayolas. Munido de esas facultades, Cabeza de Vaca zarpó de Cádiz el 2 de diciembre de 1540 con 420 hombres y tres barcos. Llegó a Santa Catalina, en las costas del Brasil, el 29 de marzo de 1541. Sin dejar poblado el puerto de Vera que había fundado allí, Alvar Núñez envió parte de la armada embarcada al puerto de Santa María del Buen Aire -ignorando que había sido recientemente despoblado- y con el resto de ella emprendió la marcha hasta Asunción, por vía terrestre, siguiendo la antigua ruta de Alejo García,

            Arribó a la Asunción el 11 de marzo de 1542, donde se hizo cargo del gobierno que interinaba Irala por estar comprobada la muerte de Ayolas.

            Algunos conflictos suscitados con los franciscanos Armenta y Lebrón, recogidos por él en las costas del Mbiazá, constantes desavenencias con los oficiales reales, sumados al antagonismo con los antiguos conquistadores mendocinos, le hicieron pronto impopular.

            Después del incendio de Asunción, ocurrido el 4 de febrero de 1543, Alvar Núñez organizó su expedición en busca de la Sierra de la Plata. Desembarcó en el puerto de Los Reyes -lugar elegido previamente por Irala- y se internó durante algunos días en el Chaco con rumbo noroeste; pero la crecida de las aguas, las epidemias y el antagonismo reinante entre los expedicionarios determinaron el fracaso de la empresa.

            Cabeza de Vaca regresó a la Asunción el 8 de abril de 1544, con la hueste descontenta y enferma. La noche del 24 de ese mismo mes, se amotinaron los oficiales reales y, con la complicidad de un grupo de capitanes, lo apresaron. Privándolo de su cargo, eligieron gobernador a Domingo de Irala invocando el derecho proclamado por la cédula real de setiembre de 1537. Después de mantener preso a Cabeza de Vaca, cargado de grillos, durante once meses en sombrío calabozo construido en la casa del tesorero García Venegas, lo embarcaron de vuelta a España en la carabela Comuneros, construida en Asunción, juntamente con algunos de sus parciales. Lo acompañaban los oficiales reales Alonso Cabrera y García Venegas para acusarlo de abusos, arbitrariedades y otros cargos ante el Consejo de Indias.

            Tras un proceso que duró más de seis años, Alvar Núñez fue privado de su capitulación, con inhabilitación permanente de ocupar cargos en Indias.

            El fracasado conquistador se retiró a su casa de Xerez de la Frontera, donde falleció a edad muy avanzada. Escribió los Naufragios, donde relata sus peripecias en la Florida, además del Memorial o Relación y, quizá, los Comentarios -obra atribuida también a su secretario Pero Hernández, para justificar su actuación en el Paraguay.

 

BIBLIOGRAFIA

 

Cabeza de Vaca: Naufragios y Comentarios.

Pero Hernández: Relación.

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Enrique Gandía: Conquista del Río de la Plata y Paraguay.

R. Lafuente Machaín: El gobernador Domingo Martínez de Irala.

Carlos Zubizarreta: Cabeza de Vaca el infortunado.

 

 

 

7.- DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA

 

            Había nacido en un pueblo de Guipúzcoa llamado Vergara, el año 1510. Hidalgo con mayorazgo, era hijo del escribano real don Martín Pérez de Irala y de doña Marina de Toledo Albisúa. Embarcó en la expedición de don Pedro de Mendoza como secretario de Juan de Ayolas.

            Cuando éste subió con su expedición a la Sierra de la Plata lo llevó consigo, confiándole el mando de uno de los tres bergantines expedicionarios. Antes de internarse en el Chaco, Ayolas lo nombró su teniente general dejándolo al cuidado de los barcos con orden de esperarle en Candelaria, punto de la costa chaqueña situado aproximadamente a los 20 grados.

            Como la tardanza de Ayolas se prolongaba indefinidamente, el mal estado de las embarcaciones y la hostilidad de los payaguáes comarcanos obligaban a Irala a bajar de tanto en tanto al puerto de Tapúa para reabastecerse y carenar los dos bergantines que restaban. En uno de esos viajes lo encontró allí Ruy Galán, a quien Mendoza nombrara su teniente en Santa María del Buen Aire antes de regresar a España. Pretendiendo ese capitán que su nombramiento era de carácter general y se extendía a toda la conquista, desconoció el poder que Irala tenía de Ayolas y lo apresó en Tapúa. Pero algunos días después, a requerimiento de otros capitanes, lo dejó nuevamente en libertad e Irala pudo regresar a su puesto de espera en Candelaria. Más tarde se comprobó que durante el tiempo en que Irala se vio demorado en Tapúa había vuelto Ayolas y caído asesinado por los payaguáes mientras aguardaba a los bergantines.

            Estando Irala de regreso en el fuerte de Asunción, llegó el 19 de abril de 1539 Ruy Galán acompañado del veedor Alonso Cabrera, recién arribado de España y portador de la célebre cédula real del 13 de setiembre de 1537, que facultaba a los conquistadores del Río de la Plata a elegir gobernadores cuando no los hubiera. Para ponerla en vigencia, era necesario establecer previamente si existía alguien con poder legal para el cargo. Tras una indagación sumaria quedó establecido que el puesto de teniente de gobernador correspondía a Irala por el mandato que le dejara Ayolas.

            Así asumió el gobierno del Paraguay y Río de la Plata este oscuro capitán que no traía entre los conquistadores mendocinos ningún cargo de importancia. Su primera medida de gobierno consistió en ordenar la despoblación del puerto del Buen Aire y reunir en el fuerte de Asunción los reducidos restos de aquella brillante expedición como elemental disposición de seguridad para evitar su total aniquilamiento. El 16 de setiembre de 1541, creó el primer cabildo asunceno convirtiendo de este modo, el fuerte en la primera ciudad del Plata.

            El 11 de marzo de 1542, llegó a la Asunción el segundo adelantado Cabeza de Vaca y el capitán Irala le hizo entrega del poder. Desempeñó luego importantes comisiones conferidas por Alvar Núñez con el cargo de maestre de campo, entre ellas la elección del puerto de Los Reyes para base de la proyectada expedición a la Sierra de la Plata. Producido el derrocamiento y prisión del Adelantado tras el fracaso de aquella empresa, los oficiales reales convocaron a elección invocando la aludida cédula real de 1537 y en ella fue designado Irala, haciéndose así cargo del segundo gobierno del Paraguay.

            Era un capitán muy popular y habilísimo político. Esas condiciones excepcionales y un destino providencial hicieron posible que Irala se mantuviera en el gobierno durante largos años, hasta la hora de su muerte, a pesar de los diversos intentos de los parciales alvaristas para derrocarlo y de las personas designadas para sustituirlo. Diego Centeno, nombrado por el virrey del Perú para sucederle, renunció al cargo y murió poco después. Alianza de Paz, designado por la corona gobernador del Paraguay, no pudo llegar a destino. El tercer adelantado Juan de Sanabria murió antes de posesionarse del cargo. Su hijo Diego, cuarto adelantado por herencia, tampoco logró llegar al Río de la Plata. Durante todo ese tiempo y a pesar de tantos candidatos para desplazarlo, Domingo de Irala se mantenía en el gobierno de la provincia.

            A fines de 1547, Irala pudo expedicionar nuevamente al Chaco, luego de poner orden en los turbulentos disturbios que agitaban a la colonia de Asunción. Internándose desde un punto de la costa que llamó San Fernando, llegó hasta el territorio de los charcas sólo para comprobar que el ansiado Potosí estaba ya descubierto y explotado por los españoles del Perú.

            De regreso a la Asunción, recuperó prestamente el gobierno que detentaba Diego de Abreu, entronizado por los alvaristas con la ejecución de don Francisco de Mendoza, lugarteniente de Irala. Formó procesos a los partidarios de Cabeza de Vaca ajusticiando a unos y perdonando a otros hasta sofocar finalmente el partido de los "leales" y consolidar su gobierno. Esto le permitió entonces dedicarse a atinadas obras de administración de la provincia disponiendo diversas expediciones de descubrimiento para ensanchar sus fronteras conocidas y hacer posible, por el Guairá, la comunicación con las costas atlánticas del Brasil.

            Hizo una segunda tentativa para llegar a las riquezas del Perú en 1553, por la tierra de los mbayáes. Esta expedición, castigada por los desastres, es conocida como "la mala entrada".

            El gobierno de Irala fue largo y fecundo. No puede reseñarse en breve nota biográfica porque la historia de este gran capitán es toda la historia del descubrimiento y conquista de la Provincia. En el año 1554, le llegaron noticias de su nombramiento de gobernador efectivo por la Corona, en premio a sus desvelos y fatigas; pero sólo pudo ser reconocido en tal carácter el 28 de agosto del año 1555, cuando Bartolomé Justiniano arribó a la Asunción portador de los pliegos.

            Ese mismo año mandó empadronar la tierra, a requerimiento de los oficiales reales. La ordenanza de encomiendas se dio en marzo de 1556, repartiendo una población de 20.000 indígenas de la Región Oriental entre 320 encomenderos. Pocos días más tarde, el 3 de octubre de ese año, Domingo de Irala fallecía en Asunción a consecuencia de "un dolor al costado" que le aquejó mientras se hallaba en Mburicaó, cortando madera para retablos de la nueva catedral. Por testamento, reconoció su numerosa descendencia mestiza. Eran nueve hijos: Diego, Antonio, Ginebra -casada con el capitán Pedro de Segura-, Ursula -casada con Alonso Riquelme de Guzmán y madre del historiador Ruy Díaz, Marina -casada con Francisco Ortiz de Vergara-, Isabel -casada con el capitán Gonzalo de Mendoza-, Martín, Ana y María.

            Domingo de Irala es el héroe de la conquista del Paraguay y Río de la Plata y debe ser considerado como el auténtico creador de la nacionalidad.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ulrico Schmidl: Viaje y Derrotero a España y las Indias.

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Ricardo Lafuente Machaín: El gobernador Domingo Martínez de Irala.

Enrique Gandía: Conquista del Río de la Plata y Paraguay.

Carlos Zubizarreta: Irala el predestinado.

 

 

 

 

8.- RUIZ DÍAZ MELGAREJO

 

            Ruiz Díaz Melgarejo, conquistador del Guairá, fue uno de los capitanes de más osado coraje y más larga actuación en la cuenca del Plata. Había nacido en Sevilla por el año 1520 y vino al Río de la Plata con su hermano mayor Francisco Ortiz de Vergara, en la expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, después de haber actuado como paje en las guerras de Italia y Francia.

            Acérrimo partidario de este Adelantado, le cupo papel principal en todos los motines y conspiraciones tramados contra el gobierno de Irala y en la elección de su primo Diego de Abreu en 1548. Como consecuencia de esa actitud opositora estuvo escondido nueve meses en una sepultura, en la iglesia de la Merced, y vivió prófugo en los montes con los partidarios de Abreu durante dos años. El teniente gobernador Felipe de Cáceres lo apresó durante su breve gobierno, mientras Irala expedicionaba al Norte; pero Melgarejo huyó a San Vicente con un soldado de apellido Flores. Su compañero fue devorado por los indios en su huida, pero Melgarejo llegó sano y salvo a la posesión portuguesa.

            Sólo cuando Irala fue confirmado en el mando por nombramiento real depuso su actitud opositora y regresó a la Asunción con los restos de la armada de Sanabria. Durante el gobierno de Gonzalo de Mendoza, Melgarejo fundó Ciudad Real en el Guairá y ejerció su mandato. En 1563 fue llamado por su hermano Francisco Ortiz de Vergara, cuando éste fue electo gobernante, para encargarle una comisión a España. Pero la carabela que construían para tal fin se quemó y el viaje quedó frustrado. Ejerciendo el mando en Asunción el capitán Juan de Ortega, mientras Ortiz de Vergara viajaba al Perú, Ruiz Díaz Melgarejo mató a su esposa y al clérigo Carrillo por ciertas sospechas. Cuando lo procesaban, llegó a la Asunción la noticia de un levantamiento en Ciudad Real contra su gobernador Alonso Riquelme de Guzmán y Melgarejo fue despachado a pacificarla haciéndose nuevamente cargo de aquel gobierno. En 1569 el entonces teniente gobernador Felipe de Cáceres envió a Guzmán ara que le sustituyera en el gobierno de aquella plaza; pero Melgarejo desconoció la autoridad de su enemigo y tuvo a Guzmán preso en Ciudad Real una larga temporada.

            En febrero de 1570 salió a cumplir la orden de fundar nueva población, sobre el camino a San Francisco, llevando 40 hombres y 53 caballos. El primer día de Pascua de dicho año, estableció la Villa Rica del Espíritu Santo en la región de Cuarajy-verá, a la cual dio 352 fuegos de indios.

            En agosto de 1572 fue designado Procurador de la Provincia y se embarcó, en abril de 1573, en la carabela en la cual el obispo Fernando de la Torre llevaba preso a Felipe de Cáceres. En San Vicente supo la venida del quinto adelantado don Juan Ortiz de Zárate y abandonando su comisión regresó a juntársele en la isla de San Gabriel. Con su arrojo y pericia extraordinarios, Melgarejo tuvo oportunidad de prestarle grandes servicios. Ayudó a la fundación de la Ciudad Zaratina de San Salvador y regresó a la Asunción con el nuevo mandatario. Ortiz de Zárate le hizo teniente general de las dos ciudades que había fundado en el Guairá. El año 1578 fue con Juan de Garay a la expedición al Norte

            Había casado con doña Elvira Contreras de Carvajal, de quien tuvo tres hijos varones que se hicieron sacerdotes y dos hijas mujeres. Otro de sus hijos naturales abrazó también la carrera sacerdotal. Ruiz Díaz Melgarejo falleció el año 1595 en Santa Fe, donde se había establecido en la vejez.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ramón I. Cardozo: Ruiz Díaz Melgarejo.

R. Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Ruiz Díaz Melgarejo: Tres informaciones de servicios.

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Pero Hernández: Relación.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

 

 

 

9.- PEDRO DORANTES

 

            Fue el más honrado, eficaz y ecuánime de todos los oficiales reales que ejercieron el cargo en la provincia del Paraguay. Le cupo en Indias una actuación larguísima y fecunda. Pedro Dorantes vino al Río de la Plata con el segundo adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, como veedor de fundaciones. Era natural de Béjar, donde tenía mujer y numerosa descendencia. Al viajar al Paraguay, trajo consigo a un hijo llamado Pedro Dorantes Arias, que regresó a España en la carabela Comuneros.

            En el Mbiazá, prestó al Adelantado importante servicio explorando la primera parte del camino terrestre que seguiría la armada desde las costas brasileñas hasta la Asunción. Posteriores divergencias con Cabeza de Vaca colocárosle en abierta oposición con este gobernante y Dorantes fue uno de los oficiales reales que prepararon el pronunciamiento que lo derrocó la noche del 24 de abril de 1544.

            El veedor apoyó siempre a Irala con toda decisión y tomó parte activa en cuantas expediciones importantes se realizaron en su época. Recorrió incansablemente el Acaray, el Paraná, Iguazú, Ygatú y otras comarcas buscando minas y descubrió algunas de cobre. Pero fue de los primeros en advertir que el futuro de grandeza de la cuenca platense no residía en la minería, sosteniendo que debía abandonarse la ilusión de los metales preciosos y dedicar el esfuerzo colonizador a la actividad agropecuaria.

            En todos los conflictos y querellas suscitados en esos días -que fueron muchos-, su prudente consejo evitó males mayores y su intervención oportuna puso concordia. Dorantes ansiaba, como Irala, la población de San Francisco para asegurar a la provincia del Paraguay la salida oceánica por las costas brasileñas. Sus numerosas cartas al Consejo de Indias constituyen muestra probatoria de su buen criterio y de su acertada visión política. Era, en realidad, ferviente convencido de las ventajas del expansionismo, como se desprende de esa documentación y de su sostenida lucha con Felipe de Cáceres, partidario del aislacionismo. Otra de sus ideas fundamentales insistía en la repoblación de Buenos Aires y fue el primero en propugnarla en cartas y memoriales.

            Cuando Dorantes viajó al Perú con la infortunada expedición del gobernador Francisco Ortiz de Vergara, consiguió allí que el licenciado Matienzo, oidor de la poderosa Audiencia de Charcas, apoyara su idea para esta fundación, que pudo concretarse poco después con el nombramiento de Ortiz de Zárate, quinto adelantado del Río de la Plata.

            El oficial de la Real Hacienda encarnó un perfecto modelo de buen funcionario colonial, defendiendo con desinterés y probidad los intereses de la Corona y el fiel cumplimiento de las disposiciones legales en el lejano dominio.

            Pedro Dorantes fue el último sobreviviente de los primeros conquistadores rioplatenses. Falleció en Asunción, "de puro viejo", el año 1579, dejando numerosa descendencia mestiza.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Comentarios.

Roberto Levillier: Correspondencia de los oficiales de la Real Hacienda.

Enrique Gandía: Conquista del Río de la Plata y Paraguay.

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

 

 

 

1O.- NUFRIO DE CHAVES

 

            Era un hidalgo extremeño nacido en Trujillo, allá por el año 1518. Su hermano fray Diego de Chaves fue confesor del rey Felipe II. Nufrio vino al Río de la Plata con la expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y desde que puso el pie en la nueva tierra se señaló como un conquistador audaz, desaprensivo y emprendedor, realizando diversas exploraciones y conquistas. En la marcha terrestre emprendida por el Adelantado desde la costa atlántica brasileña hasta Asunción, éste confió los enfermos y heridos a Nufrio de Chaves, al cruzar el Río Paraná, y Chaves los transportó en balsas hasta el término del viaje librando violentos y constantes combates con los indios comarcanos. En octubre de 1542, participó en la expedición de Irala al descubrimiento del puerto de Los Reyes; al año siguiente en la de Cabeza de Vaca al Chaco; en 1546, dirigió otra hasta San Fernando y al año siguiente salió a explorar el río Pilcomayo buscando por esa vía el camino al Perú. También realizó varias expediciones al Guairá.

            Fue uno de los conjurados para el derrocamiento del adelantado Alvar Núñez. Irala lo despachó hasta Lima durante su expedición a los charcas, con pliegos para el pacificador La Gasca, regresando de aquella comisión, el año 1549, con el grupo de conquistadores peruleros venido al Paraguay. Contribuyó eficazmente a la persecución de Diego de Abreu porque había casado con Elvira de Mendoza, hija de Francisco de Mendoza, ajusticiado por Abreu.

            Sus extraordinarias dotes lo convirtieron en el brazo derecho de Irala y a él le eran encomendadas las acciones más difíciles e importantes. Nufrio de Chaves fue el primer conquistador del Chaco. Muerto Irala y durante el gobierno de su yerno Gonzalo de Mendoza, Chaves levantó bandera para una expedición a los Xarayes, en 1558, donde debía poblar. Pero, torciendo su derrota, se internó hacia el noroeste con parte de la gente que se prestó a seguirle, en busca de "la tierra rica". Fundó Nueva Asunción, en territorio de Moxos y Chiquitos. Ante la oposición que hacía Andrés Manso a la expansión de su conquista en aquellos territorios que reputaba suyos, Chaves consiguió del virrey del Perú -pariente de su esposa- que se crease allí una nueva provincia cuya gobernación concedió el virrey a su hijo García de Mendoza. Chaves, nombrado teniente general de ella por el hijo del virrey, se puso en campaña nuevamente y, luego de apresar a Andrés Manso que le estorbaba, fundó Santacruz de la Sierra.

            En el año 1564, regresó a la Asunción en busca de su familia. Aquí arregló su situación ilegal con el Cabildo, por desobediencia en la proyectada fundación de los Xarayes, y logró arrastrar a mucha gente a su propia conquista. Convenció al gobernador Francisco Ortiz de Vergara de que le convenía viajar al Perú provocando así el éxodo de 1564 que estuvo a punto de despoblar Asunción. Llegado a Santacruz, maniobró para impedir la prosecución del viaje a Ortiz de Vergara y su gente asuncena. Como al fin pudieron hacerlo, renovó sus tentativas de absorción con Felipe de Cáceres, cuando éste volvía con los restos de aquella malgastada expedición, como teniente gobernador del quinto adelantado Ortiz de Zárate. Al separarse de ellos, en 1568, fue sorprendido por los indios mientras descansaba en un poblado indígena y muerto traidoramente a golpes de macana, en suerte similar a la de Juan de Garay.

            Además de sus dos hijos mestizos de Asunción, Nufrio de Caves dejó cuatro legítimos, llamados Elvira Manrique de Lara, Catalina de Chaves, Francisco de Chaves y Álvaro de Escobar.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Francisco de Aguirre: Diario.

Cecilio Báez: Historia colonial del Paraguay.

Enrique Gandía: Conquista del Río de la Plata y Paraguay.

Blas Garay: Breve resumen de la historia del Paraguay.

Carlos Zubizarreta: Capitanes de la aventura.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

 

 

 

11.- JUAN DE GARAY

 

            Este gran conquistador y fundador de pueblos era un hidalgo vascongado, nacido el año 1528 en Villalba de Losa, pueblo situado en la raya de la provincia de Burgos con la de Alava y distante dos leguas de la ciudad de Orduña. Había venido a la América en el año 1544, con su pariente Pedro de Zárate, nombrado oidor de la Audiencia de Charcas. Realizó su primera campaña indiana en el Perú, actuando con el pacificador La Gasca.

            Juan de Garay arribó por primera vez a la Asunción con el grupo perulero traído por Nufrio de Chaves cuando éste regresó de la comisión encargádale por Irala. Acompañó a Chaves en sus expediciones y regresó al Perú con este capitán en la que culminó con la fundación de Santacruz de la Sierra. Volvió nuevamente al Paraguay con Felipe de Cáceres y el obispo Pedro de la Torre, en diciembre de 1568, posiblemente a instancias del adelantado Ortiz de Zárate, con quien estaba emparentado. En Asunción contrajo matrimonio con doña Isabel Contreras y Becerra.

            Con incansable actividad, actuó en muchas exploraciones y comisiones. En la carabela que llevaba preso a Felipe de Cáceres -y con otros bergantines y balsas- llevó Garay 84 hombres, de los cuales 75 eran mestizos asuncenos, para la fundación de Santa Fe de la Veracruz, que realizó en julio de 1573, mientras Hernandarias arreaba por tierra el ganado vacuno y caballar destinado a la nueva población. Se encontraba en Santa Fe cuando recibió nombramiento de teniente gobernador y capitán general de la provincia, expedido desde San Gabriel por el adelantado Ortiz de Zárate, en diciembre de 1573. Garay lo socorrió con víveres y ayudó a la fundación de la Ciudad Zaratina de San Salvador.

            Luego tomó parte con Abreu en la conquista de Calchaquí y fundó, algo más tarde, una población sobre el Jejuí, cerca de la Laguna Blanca, población que perduró sólo hasta el año 1676.

            Fue nombrado por Ortiz de Cáceres albacea testamentario y tutor de su hija Juana; y cuando el Adelantado murió súbitamente en Asunción, el año 1575, Juan de Garay corrió a Chuquisaca para ayudar a esa doncella -heredera del adelantazgo- a contraer matrimonio con el oidor Juan Torres de Vera y Aragón, contradiciendo las pretensiones del virrey de Lima, quien intentaba casarla con un sobrino suyo.

            Confirmado en su cargo de capitán general del Paraguay por don Juan Torres de Vera y Aragón -sexto y último adelantado del Río de la Plata, por su casamiento con Juana Ortiz de Zárate-, Garay retornó luego a la Asunción.

            De allí partía nuevamente, en marzo del año 1580, con el bergantín Santiago de la Buenaventura para fundar el puerto Trinidad de los Buenos Aires, el 11 de junio, media legua más arriba de la primitiva fundación mendocina. Llevaba Garay para la empresa 80 vecinos de Asunción, de los cuales 64 eran muchachos mestizos, y mucho ganado vacuno y caballar arreado por Hernandarias, su futuro yerno. Después de esa fundación, todavía realizó Garay una expedición al sur magallánico y otra a la región de los nuarás, a fines de 1582.

            Algún tiempo después, mediado el año 1583, mientras descansaba en una de las islas del Paraná, en viaje de Buenos Aires a Santa Fe, Juan de Garay fue asesinado por los indios querandíes del cacique Mañuá, con los cuarenta hombres de su escolta. Sus hijos legítimos fueron Juan, Tomás, Cristóbal, Gerónima -casada con Hernandarias-, María y Ana. Tenía, además, en Asunción un hijo mestizo llamado Juan de Garay, el mozo.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Paul Groussac: Mendoza y Garay,

Eduardo Madero: Historia del puerto de Buenos Aires.

Ricardo Lafuente Machaín: La segunda fundación de Buenos Aires, Los conquistadores del Río de la Plata.

 

 

 

12.- RUY DÍAZ DE GUZMÁN

 

            Este mestizo paraguayo es el primer historiador criollo de la conquista del Paraguay y Río de la Plata, cronológicamente considerado. Su crónica, terminada en junio de 1612 y que el autor título La Argentina, calificándola de "primera fruta de tierra tan inculta y nueva", recoge su principal fuente informativa de la tradición oral y contiene inexactitudes a las cuales no es ajena, quizás, la particular posición del cronista frente a los acontecimientos que narra. Guzmán pretende, en efecto, conciliar y justificar las actuaciones de su abuelo materno Irala y de Cabeza de Vaca, tío abuelo por línea paterna. Pero su historia constituye, de cualquier manera, una obra de inapreciable valor por la cercanía de los sucesos que revisa, el acceso a documentos hoy desaparecidos y el conocimiento personal de algunos protagonistas y testigos. En sus páginas, es Guzmán el primer criollo que emplea el término "patria" refiriéndose al Paraguay.

            El original de La Argentina se ha perdido y sólo existen cinco copias manuscritas conocidas. Dos en Buenos Aires, dos en Río de Janeiro -de aquí sacadas cuando la ocupación brasileña- y una en el Archivo Nacional de Asunción. La publicó por primera vez en la Argentina don Pedro de Angelis en su Colección de Documentos para servir a la Historia del Río de la Plata, en 1885. Pero don Carlos Antonio López, usando el códice asunceno, ya había ordenado imprimir una edición en 1845. Después de la publicada por Pedro de Angelis, apareció otra en Buenos Aires, en el 4° tomo de la Biblioteca del Comercio del Plata. El historiador argentino Pelliza la publicó luego, en 1891, y Paul Groussac la volvió a editar, en 1914, comentada. Sus dos últimas ediciones son de Enrique Gandía.

            Ruy Díaz de Guzmán había nacido en Asunción el año 1560. Era hijo primogénito del capitán Alonso Riquelme de Guzmán, sobrino del adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y de Úrsula, una de las hijas mestizas de Domingo de Irala. A pesar de haberse formado en la rústica Asunción de su época, recogió bastante cultura, porque era ávido lector. Viajó mucho por los dominios hispánicos de América, pero no pudo conocer España, que tanto amaba por su sangre.

            Guzmán comenzó a servir a los dieciséis años de edad, a las órdenes de Ruy Díaz Melgarejo, y el principal teatro de su acción fue la región del Guairá. También anduvo por Santa Fe, Salta, Córdoba del Tucumán y Charcas, regresando luego al Guairá donde, tras muchas correrías, fundó la ciudad de Santiago de Xerez en marzo de 1593.

            En 1614, dos años después de escribir La Argentina, capituló con el marqués de Montesclaros, virrey del Perú, la conquista de Tomina en los llanos de Manso, entre los ríos Parapití y Pilcomayo. Allá fundó una población que llamó San Pedro de Guzmán y dos fortalezas a orillas del Palmar y del Magdalena. Pero como no pudo cumplir todas las capitulaciones a que se había obligado, el Virrey suspendió sus entradas en 1618 y declaró la caducidad de éstas. Desposeído de su conquista, Ruy Díaz de Guzmán regresó a la Asunción donde falleció el año 1629 mientras ejercía el cargo de alcalde de primer voto en el Cabildo asunceno. Estaba casado con doña Juana de Oviedo y tuvo numerosa descendencia.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Enrique Gandía: Prólogo a LA ARGENTINA en la Colección Austral Ruy Díaz de Guzmán.

Paul Groussac: LA ARGENTINA, de Ruy Díaz de Guzmán. Prólogo.

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Natalicio González: Proceso y formación de la cultura paraguaya.

 

 

 

13.- FRAY LUIS DE BOLAÑOS

 

            Este extraordinario catequizador nació en el pueblo andaluz de Marchena, el año 1549, y profesó muy joven en el convento franciscano de Santa Eulalia, cercano a su pueblo natal. Siendo diácono, el hermano Bolaños vino a las Indias traído por fray Alonso de San Buenaventura y en compañía de otros religiosos de la misma orden, con la expedición del adelantado Ortiz de Zárate.

            Arribó a la Asunción en el año 1575 y, durante dos lustros, al lado de su mentor y superior fray Alonso de San Buenaventura, el humilde diácono de la orden seráfica trabajó incansablemente en la conversión de indios guaraníes a la religión católica. El año 1585, al arribo del obispo Alonso Guerra, dominico, Bolaños fue elevado a la dignidad sacerdotal, prosiguiendo después de su ordenación la abnegada misión de catequista, sin pausas, sin dispersión alguna, entregado a ella en cuerpo y alma, con el celo de las vocaciones definitivas. Así, durante 54 largos años, fray Bolaños dedicase con fervor de iluminado a la conversión y civilización de las razas indígenas, cimentando toda la admirable obra evangelizadora de su orden en el Paraguay.

            Aprendió pacientemente el guaraní y, para facilitar el aprendizaje de la doctrina a los indígenas, tradujo a ese idioma el Catecismo Breve, impuesto por el III Concilio Provincial de Lima. Este catecismo en guaraní del padre Bolaños, fue aprobado primeramente por el Sínodo diocesano de Asunción, celebrado en el año 1603 bajo la dirección del obispo fray Martín Ignacio de Loyola, y luego por el segundo Sínodo diocesano de Asunción, en 1631, bajo la dirección del obispo fray Cristóbal de Aresti.

            Durante su prolongado e intenso apostolado desde los confines del Guairá y la región norteña del Paraguay hasta el litoral argentino de Buenos Aires, fray Luis de Bolaños fundó muchos pueblos de indios catequizados, entre los cuales cuentan Caazapá, Yute, Itá, Itapé, Los Altos, Yaguarón, en el Paraguay; Itatín, en Corrientes; Baradero, en la provincia de Buenos Aires, también en Villa Rica del Espíritu Santo y en otros muchos pueblos de las riberas de los ríos Paraguay y Paraná, Bolaños era la venerable figura descollante en la conversión y adoctrinamiento de naturales. Sin embargo, esta ímproba tarea no le impedía desempeñarse en otros oficios confiados por su orden. Así, fue guardián del convento franciscano de Asunción desde 1606 hasta 1607, custodio de la orden en el Paraguay, en 1611, y definidor de la recién creada Provincia Franciscana del Río de la Plata, en 1612.

            A muy avanzada edad, ciego y lleno de achaques, se retiró a descansar en el convento de San Francisco, de la ciudad de Buenos Aires, donde su vida se apagó santamente el 11 de octubre de 1629.

            Sus cenizas reposan en la Basílica de San Francisco, de aquella ciudad.

            El catecismo guaraní de fray Luis de Bolaños, con algunos aditamentos del padre Roque González de Santacruz, fue luego publicado por el jesuita Ruiz de Montoya como obra propia.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ruiz de Montoya: Catecismo en la lengua guaraní.

Rómulo B. Carbia: Síntesis biográfica de fray Luis de Bolaños.

Antonio S. C. Córdoba: Los franciscanos en el Paraguay.

Pedro Lozano: Historia de la conquista del Paraguay.

Charlevoix: Historia del Paraguay.

 

 

14.- HERNANDARIAS

 

            Hernando Arias de Saavedra -más conocido en la historia por Hernandarias- es el primero de los criollos que alcanzó el gobierno en la era colonial. Fue alternativamente gobernador cinco veces, hasta el 10 de noviembre de 1618; tres veces como gobernador provisorio y dos con el cargo efectivo, designado por la Corona. Sus gobiernos escalonados sumaron, en total, casi veinte años.

            Nacido en Asunción, era descendiente de ilustre familia noble. Su madre doña María de Sanabria, hija de doña Mencia Calderón y del tercer adelantado don Juan de Sanabria, después de enviudar del capitán Hernando de Trejo, casó nuevamente con don Martín Suárez de Toledo, conquistador rioplatense de rancio abolengo que llegó a ejercer el gobierno provisorio de la provincia del Paraguay. Uno de los dos hijos del primer matrimonio de doña Mencia Calderón fue fray Hernando de Trejo, obispo del Tucumán. Del segundo, Hernandarias era el mayor de ocho hermanos.

            Se crió en Asunción con la primera generación criolla nacida en esta población. Siendo muy joven, este asunceno fue el principal colaborador de don Juan de Garay para las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires, arreando por tierra la caballada y el ganado vacuno que Asunción destinó a esas nuevas poblaciones. Más tarde, realizó una larga expedición hasta las regiones magallánicas desvaneciendo para siempre el mito de la Ciudad de los Césares y allí cayó prisionero de los indios patagones. Guerreó incansablemente contra payaguáes y guaicurúes recibiendo numerosas heridas.

            A consecuencia de ellas quedó cojo, sordo y tuerto. Hernandarias había recibido la menguada instrucción que podía brindarle el medio en que nació y creció. Pero un caballero honrado y valiente, de naturales luces y enorme capacidad de trabajo, curtido y experimentado en el medio por la dura vida de conquistador. Se caracterizó por su justicia y piedad con el indio sometido, a punto de merecer el calificativo de "padre y protector de naturales" con que le conoce la historia.

            Sus gobiernos fueron constructivos y de honrada administración. En Asunción construyó la primera casa consistorial, que perduró hasta el tiempo de don Carlos Antonio López. Su austera represión del contrabando de esclavos negros por el puerto de Buenos Aires -única actividad lucrativa de aquella población de entonces- lo hizo allí impopular, a tal punto que fue residenciado por Negrón durante su último gobierno.

            Contrajo matrimonio en Santa Fe con doña Gerónima Contreras, hija legítima de don Juan de Garay, y en esa ciudad residía             habitualmente con su familia.

            En premio a sus largos y valiosos servicios, el rey ordenó la inclusión de su retrato en la Sala de Ilustres Varones de Indias de la Casa de Contratación en Sevilla y le otorgó el real privilegio de poseer "casa con cadenas". Esto significaba que a su morada no podía penetrar la justicia por la fuerza ni prender en ella a quienes allí se refugiasen.

            Al final de su último gobierno, y en parte debido a sus gestiones, la Corona dispuso la división de la Provincia Gigante de las Indias en las dos gobernaciones de Paraguay y Guairá y del Río de la Plata. Fue también gestor decidido para la venida al Paraguay de la Orden jesuítica.

            Hernandarias murió el año 1643, septuagenario, en su "casa con cadenas" de la ciudad de Santa Fe. La historia recuerda este criollo asunceno como una de las más ilustres figuras de la época colonial.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Raúl Molina: Hernandarias.

Julio César Chaves: Compendio de historia paraguaya.

Justo Pastor Benítez: Páginas libres.

Arturo Bray: Hombres y épocas del Paraguay, t. II

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

 

 

 

15.- HERNANDO DEL TREJO Y SANABRIA

 

            La madre de fray Hernando del Trejo y Sanabria fue doña María Sanabria, una de las dos hijas de doña Mencia Calderón, esposa del tercer adelantado don Juan de Sanabria. De su primer matrimonio con el capitán Hernando del Trejo, realizado en San Francisco, esta dama noble tuvo dos hijos, uno de los cuales fue don Hernando del Trejo y Sanabria. Después de enviudar, doña María contrajo nuevas nupcias con don Martín Suárez de Toledo y tuvo otros ocho hijos, entre los cuales estaba Hernandarias. El sacerdote que llegaría a obispo del Tucumán era, pues, medio hermano del gobernante criollo.

            Hernando del Trejo y Sanabria nació en el puerto de San Francisco, establecido por su padre, y vino muy niño a la Asunción con los restos de la infortunada expedición de su abuela doña Mencia Calderón. Después de estudiar las primeras letras en esta ciudad, Hernando fue enviado a Lima, donde ingresó, a los 15 años, en el convento franciscano de aquella corte virreinal, fundado en 1553. Trejo se ordenó a los 23 años de edad y ejerció los primeros lustros de sacerdocio en el Virreinato del Perú, hasta alcanzar el cargo de provincial de su orden en aquellos dominios.

            En el año 1592, fue consagrado obispo del Tucumán y trasladado a Córdoba, donde tomó posesión de su diócesis. Era don Hernando de Trejo un "teólogo eximio, consumado canonista y famoso orador".

            Su acción apostólica y civilizadora se vio coronada por dos obras fundamentales. La fundación del Colegio de San Francisco Xavier, en 1613, creado con su fortuna particular, que después se convertiría en la célebre Universidad de Córdoba; y el Sínodo de 1603, que preconizó el tratamiento cristiano del indígena, imponiendo el sistema persuasivo y de su conversión a la fe católica.

            Su visita a la Asunción, donde residía su madre, coincidió con la llegada de su hermano Hernandarias, recién electo gobernador. La crónica da cuenta de aquel acontecimiento, ocurrido el 19 de julio de 1598. El prelado fue recibido bajo palio, en solemnes festividades con que la ciudad agasajaba a los ilustres hermanos. En aquella oportunidad, el obispo del Tucumán ordenó a cuatro sacerdotes paraguayos: Roque González de Santacruz, Pedro de Guzmán, Rodrigo Ortiz Melgarejo y Francisco de Guzmán. Los tres últimos eran hijos de Ruy Díaz Melgarejo.

            Fray Hernando del Trejo y Sanabria falleció en Córdoba del Tucumán el 24 de diciembre de 1614.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Pedro Lozano: Conquista del Paraguay y Río de la Plata.

Fray José Liguero: Fray Hernando del Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad de Córdoba.

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Río de la Plata.

Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.

 

 

 

16.- R. P. ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ

 

            Fue el primer paraguayo -y hasta ahora el único- que mereció el alto honor de ascender a los altares por beatificación ordenada en la bula del papa Pío XI, en 1934. Había nacido en Asunción en 1576, y pertenecía a una antigua familia de conquistadores. Era uno de los nueve hijos de don Bartolomé González de Villaverde y de María González de Santacruz. Roque, que adoptara el apellido materno, abrazó la carrera eclesiástica impulsado por su piedad, sencilla fe y virtudes singulares. El obispo fray Hernando del Trejo y Sanabria lo ordenó, en 1598, durante una visita que este prelado paraguayo hiciera a la Asunción.

            Su dominio del guaraní, el afán de vida retirada y su amor por los indígenas lo impulsaban a la evangelización; y a esa tarea entregase en la vasta zona comprendida desde el río Jejuí hasta la cordillera de Mbaracayú. Pero el obispo fray Martín Ignacio de Loyola lo nombró cura párroco de la Catedral asuncena, cargo que desempeñó hasta 1609. En esa fecha el obispo Reginaldo de Lizarraga lo ascendió a provisor y vicario general de la diócesis.

            El futuro mártir renunció a las dignidades eclesiásticas para proseguir su vocación misionera. Profesó en la orden jesuítica el 9 de marzo de ese mismo año 1609. El nuevo jesuita pasó primero al Chaco con Diego de Torres, provisor de la Compañía de Jesús, a catequizar guaicurúes. Lo pusieron luego al frente de la reducción de San Ignacio Guazú y allí marchó con la Conquistadora, célebre y venerada imagen de la Limpia Concepción que irradió sus fulgores de esperanza redentora en los días heroicos del coloniaje. Su conocimiento del idioma vernáculo le permitió la traducción del Catecismo Limeño, con el cual acotó y pulió el guaranítico de fray Luis de Bolaños para uso en la catequización de indios.

            A fines del año 1614, el padre Roque González de Santacruz marchaba destinado a las regiones del Paraná en prosecución de su labor evangelizadora. El 25 de marzo de 1615 fundó Encarnación de Itapúa. Soportando pestes, peligros y trabajos, a su esfuerzo fundacional siguieron luego la reducción de Santa Ana; Concepción del Uruguay, el 8 de diciembre de 1619; San Nicolás, San Francisco Xavier y Yapeyú, en 1626 y 1627.

            El catequista convirtió a la doctrina de Cristo, con encendida fe, a los caciques Caaró y Nesú; con sus parciales emprendió la reducción de Todos los Santos, asistido por sus compañeros jesuitas Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, que debían serlo también en el martirio. Roque González de Santacruz trabajaba el 15 de noviembre de 1628 en el campanario de su nueva iglesia, como humilde menestral, cuando lo abatió sin vida la maza aleve de los recientes conversos.

            El mártir paraguayo fue precursor de la evangelización jesuítica en estas regiones. Su abnegación, su celo y el infatigable entusiasmo puesto en su misión redentora, coronada por el martirio, lo hicieron digno de los altares católicos de la cristiandad. Su corazón disecado fue llevado a Roma y traído nuevamente a la Asunción en 1934, con motivo de su beatificación. Se guardaba como reliquia en el Colegio del Salvador, de Buenos Aires, hasta que fue devuelto a la iglesia paraguaya en 1960.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Pedro Lozano: Historia de la Compañía de Jesús.

Pastell: Historia de la Orden Jesuita.

Ricardo Lafuente Machaín: Los conquistadores del Plata.

Blanco Villalta: Montoya.

Jerónimo Irala Burgos: El beato Roque González de Santacruz (Conferencia).

 

           

 

17.- R. P. ANTONIO RUIZ DE MONTOYA

 

            "Montoya, el apóstol de los guaraníes -dice su biógrafo Blanco Villalta-, fue también el maestro de los maestros ignacianos, uno de los creadores y el mejor realizador de la obra misionera". Había nacido en Lima, el 13 de junio de 1585, y era hijo del andaluz Cristóbal Ruiz de Montoya y de una criolla limeña.

            Huérfano a los ocho años de edad, el niño ingresó al Colegio que en la ciudad virreinal tenían los padres jesuitas, de cuyos claustros escapó un día por habérsele impuesto un castigo que consideraba injusto. Gastó su adolescencia y su primera juventud rodando por las calles limeñas en vida pendenciera y licenciosa. Pero un punto de arrepentimiento le movió a ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús, en 1606. El general de la orden Claudio Acquaviva creó, en 1607, la Provincia Jesuítica del Paraguay, que involucraba también al Río de la Plata, Tucumán, Chile y parte del Alto Perú. Su comisionado el padre Diego de Torres Bollo lo destinó ese mismo año, con otros dos novicios, a Córdoba del Tucumán preparando su próximo destino misionero. Antonio Ruiz de Montoya fue ordenado allí, en 1608, por el obispo Hernando del Trejo y Sanabria.

            Cuando un año después, en 1609, Hernandarias logró promover la colonización jesuita del Paraguay a los padres José Cataldino y Simón Mazeta, les correspondió iniciarla en la jurisdicción del Guairá, donde fundaron las reducciones de Santa María de Loreto y San Ignacio-miní. Dos años después, el provincial Diego de Torres Bollo ordenó al padre Montoya que se uniera a ellos. Así comenzó el sacerdote limeño su fecunda labor catequizadora, que debía extenderse por más de treinta años en el vasto escenario del Guairá y del río Uruguay. Luego de un viaje a Córdoba del Tucumán, llamado a informar sobre el estado de aquellas reducciones, Antonio Ruiz de Montoya tornó a sus doctrinas, en 1620, con el cargo de superior. Por esa época escribió su primera obra: Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Uruguay y Tape, en que se refiere a la obra evangelizadora de la orden y trata extensamente sobre los guaraníes. Es una lástima que, al exponer allí aquella civilización, sólo repita ideas ya divulgadas por los primeros catequistas sin detenerse a indagar la auténtica mitología indígena, el sentido del culto atávico que los guaraníes abandonaban para abrazar la nueva fe.

            Durante aquellos tiempos, el abnegado misionero tuvo que hacer frente a las constantes depredaciones de los bandeirantes y emprender varias veces el éxodo de las reducciones, impotentes para resistir el impulso arrasador de la expansión lusitana. En 1637, el padre Montoya emprendió viaje a España, nombrado procurador de la Provincia, y aprovechó su estada en la metrópoli para publicar en Madrid el Catecismo en guaraní, en el cual recogió la obra primigenia del franciscano Bolaños, con las acotaciones y correcciones del jesuita paraguayo Roque González de Santacruz. También publicó en Madrid, por 1640, el Arte y Vocabulario de la lengua guaraní y Tesoro de la lengua guaraní, así titulada porque procuró "vestir al idioma con algo de su riqueza, que mi corto caudal ha podido sacar de mineral tan rico",

            De la corte de España se trasladó Montoya, en 1643, a la virreinal de Lima con el mismo cargo. En su ciudad natal le tocó gestionar ante el marqués de la Mancera, virrey del Perú, la célebre autorización de armar los indios misioneros para defenderlos de los mamelucos -cuya secuela histórica resultaría trascendente para la guerra guaranítica y las revoluciones comuneras- y ejercitar la defensa y ataque de la orden en los disturbios suscitados con el obispo Cárdenas, que debían desembocar en la primera revolución comunera.

            En la Ciudad de los Reyes le alcanzó la muerte el 11 de noviembre de 1652. Por disposición de última voluntad, los restos del gran evangelizador fueron transportados a la reducción de Nuestra Señora de Loreto para ser allí sepultados.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Blanco Villalta: Montoya, apóstol de los guaraníes.

Francisco Jarque: Ruiz de Montoya en Indias.

Pedro Lozano: Historia de la Compañía de Jesús; Historia de la Conquista del Paraguay, etc.

Manuel R. Trelles: Memorial del padre Antonio Ruiz de Montoya, procurador del Paraguay, al rey (en la Revista de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, t. III). Pleitos de los jesuitas, t. I (Bibl. Nac.).

 

 

 

18.- FRAY BERNARDINO DE CÁRDENAS

 

            Nació fray Bernardino de Cárdenas en el Alto Perú -en el pueblo de Chuquiabo, como se llamaba antes la ciudad de La Paz- y profesó en el convento de San Francisco de Jesús, de Lima. Era vicario provincial y visitador de su orden en la provincia de Charcas cuando Felipe IV lo eligió para desempeñar el obispado de la provincia del Paraguay, por bula alcanzada del papa Urbino IV. El nuevo prelado llegó a la Asunción el año 1642, luego de hacerse consagrar por el obispo del Tucumán Melchor Maldonado de Salcedo, justificando solamente la existencia de la bula no llegada aún, con información sumaria de testigos; la irregularidad se debió a la premura que existía de la presencia de un obispo en la diócesis de Asunción tras la larga sede vacante, producida por la expulsión del anterior obispo Aresti, lograda por la orden jesuítica.

            El obispo Cárdenas, adornado de virtuosas prendas cristianas, ejerció en paz y concordia su apostolado durante dos años; pero, en 1644, se puso de manifiesto un vivo antagonismo entre el prelado y la poderosa Compañía de Jesús, por pretender aquel mantener en vigor su jurisdicción episcopal en las misiones jesuíticas. Los padres de la Compañía concitaron contra el obispo la persecución del gobernador Gregorio de Hinestrosa, dócil instrumento Jesuítico, quien intentó apresarlo en el pueblo de Yaguarón, con un ejército misionero, para impedir su viaje a las reducciones del Tebicuary. El prelado frustró el intento y, volviendo precipitadamente a la Asunción, se refugió en la Catedral. Pero Hinestrosa lo expulsó a Corrientes y proclamó la sede vacante del obispado paraguayo. El gobierno de Hinestrosa terminó algún tiempo después y de Lima enviaron para sucederle a Diego de Escobar y Osorio. Un mes más tarde pudo regresar fray Cárdenas; pero su llegada no puso fin al cisma de la iglesia del Paraguay. El Cabildo secular, gran parte del clero y el vecindario de Asunción estaban de parte del obispo. Los jesuitas, algunos canónigos y el nuevo gobernador -ganado por la Compañía- impugnaban su autoridad eclesiástica. Cuando este último, a instancias de los teatinos, se aprestaba a deportar nuevamente a Cárdenas, falleció de fulminante pulmonía, el 26 de febrero de 1649. Entonces, los vecinos de Asunción, invocando la célebre cédula real de 1537, que les facultaba a elegir gobernadores cuando no los hubiera, llevaron al franciscano obispo a la gobernación de la provincia.

            El 25 de abril de 1649, Cárdenas ordenó la expulsión de los padres jesuitas de su Colegio de Asunción. Pero la poderosa orden, apoyada por la Audiencia de Charcas, levantó un ejército en las Misiones y al frente de él vino Sebastián de León, antiguo maestre de campo de Hinestrosa, allá refugiado. El Cabildo asunceno resolvió resistir. Cárdenas lanzó bandos llamando a los vecinos desparramados en las chacras y logró reunir un pequeño ejército que no llegaba al medio millar.

            La batalla se libró el primero de octubre de 1649, en los campos de Santa Catalina, cercanos a la capital. Las fuerzas asuncenos se vieron desbaratadas por el ejército jesuítico, mucho más numeroso y mejor armado; y la indiada entró en la ciudad saqueando y quemando casas. El obispo Cárdenas, que oraba refugiado en la catedral rodeado de clérigos y gran parte de las familias asuncenas, fue enviado a la cárcel para ser deportado luego a Santa Fe, privado de su diócesis y del gobierno civil, del cual se hizo cargo Sebastián de León.

            Cárdenas intentó embarcarse con rumbo a España para alcanzar justicia del propio Felipe IV, pero se vio atajado en su empeño por el oidor Andrés Garabito de León, primo de Sebastián de León, nombrado visitador del Paraguay con amplios poderes de la Audiencia de Charcas para consolidar la victoria jesuítica sobre el Cabildo asunceno. Así se desató la primera revolución comunera que debía ser seguida por otras.

            El infortunado obispo peregrinó todavía muchos años, por Ciudades y pueblos del Perú. Pero la orden franciscana no abandonó al hermano en desgracia. Acumuló memoriales, probanzas y testimonios, envió procuradores a Roma y a la corte de España, hasta alcanzar, por fin, el año 1663, tardía justicia para Cárdenas.

            En ese año, fray Bernardino de Cárdenas era trasladado al obispado de Santacruz de la Sierra, donde murió en olor de santidad a muy avanzada edad.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Fray Juan de Diego Villalón: Memorial y Defensorio (Pleitos de los jesuitas, Biblioteca Nacional, t. I).

Pedro Lozano: Historia de las Revoluciones Comuneras del Paraguay.

Justo Pastor Benítez: Los comuneros del Paraguay.

Matías de Anglés y Gortari: Memorial.

Augusto Guzmán: El kolla-mitrado.

 

 

 

19.- JOSÉ DE ANTEQUERA Y CASTRO

 

            El doctor José de Antequera y Castro, caballero de la orden de Alcántara, oidor y fiscal protector de naturales de la Real Audiencia de Charcas, era un ilustre panameño de noble alcurnia, nacido en 1690. Su padre había sido presidente de la Audiencia y por su madre descendía de los Henríquez, familia que por privilegio singular diera por cuatro siglos almirantes a Castilla. Culto, adornado de excepcionales prendas de carácter, con una carrera ya brillante, "era joven, galán y literato. Tenía un gran partido y su voluntad la órbita del público".

            Antequera llegó a la Asunción en 1721, comisionado por el alto cuerpo al cual pertenecía, como juez pesquisidor para investigar graves cargos denunciados contra el gobernador del Paraguay Diego de los Reyes Balmaceda. Establecida la veracidad de los cargos capitulados, el pesquisidor suspendió en el mando a Reyes Balmaceda y, en virtud de ciertos pliegos secretos de la Audiencia, asumió el gobierno provisorio. Pero el gobernador procesado huyó a las Misiones. La poderosa orden jesuítica movió sus influencias y logró que el arzobispo Morcillo, virrey del Perú, violando disposiciones legales y pasando sobre la autoridad de la Audiencia, repusiera en el mando a Reyes Balmaceda. No lo quiso aceptar el cabildo asunceno ni lo permitió Antequera, fiado en los poderes de que estaba investido. El virrey nombró entonces gobernador a Baltasar García Ros, otro dócil instrumento de los jesuitas que por tal razón tampoco fue aceptado.

            Comenzó así una nueva y prolongada querella. La cuestión había derivado, por un lado, en una puja entre el poder virreinal y el audiencial; por otro, en un conflicto entre el Cabildo asunceno y la poderosa Compañía de Jesús. Baltasar García Ros pretendió entrar a la ciudad amparado por un poderoso ejército de indios misioneros, proporcionado y mandado por los propios jesuitas, arbitraria medida que provocó la resistencia paraguaya. Se reunieron los vecinos principales de Asunción en Cabildo abierto sin la presencia de Antequera, retirado a su casa para mayor libertad de las deliberaciones, y acordaron resistir por las armas la entrada de García Ros, encomendando a Antequera la jefatura del ejército del pueblo. "Luego que don Baltasar García Ros asome en las riberas del Tebicuary -asentaba la histórica determinación de los cabildantes- extinguiremos de esta ciudad el Colegio de la Compañía de Jesús, porque no queremos entre nosotros personas que nos aborrecen y persiguen y tiran a consumir y aniquilar a los naturales de esta provincia. Los que en caso de derrota vuelvan vivos de dicho paraje y acto de guerra ejecutarán esta decisión, consumirán a don Diego de Reyes y a toda su generación y también a nuestras mujeres e hijas para que no queden expuestas a los riesgos y peligros con que son amenazadas y no degeneren de su nobleza".

            Reyes Balmaceda había sido traído poco antes preso de Corrientes. Los jesuitas fueron expulsados ese mismo día de su Colegio de Asunción y García Ros fue derrotado en el Tebicuary, el 25 de agosto de 1724. Pero era ya virrey del Perú el prepotente marqués de Castelfuerte. Apenas enterado de estos sucesos, firmó órdenes perentorias para que Bruno de Zavala y Delgadillo, -gobernador en Buenos Aires, pasara a mano armada a reducir la ciudad de Asunción, desde donde debía remitir preso a Antequera. Añadía a sus órdenes un despacho en blanco de nombramiento de gobernador, facultando a Zavala a llenarlo con el nombre que juzgara conveniente.

            El comisionado marchó sobre Asunción con un poderoso ejército y desde Corrientes instó al Cabildo a deponer toda resistencia. Resolvió éste acatarle. Zavala entró a la ciudad, nombró gobernador a don Martín de Barúa y los jesuitas volvieron a su Colegio.

            Antequera, con su alguacil Juan de Mena y muchos otros parciales, huyó a Córdoba del Tucumán el 5 de marzo de 1725. Refugiado en el convento franciscano de aquella ciudad, oyó pregonar su cabeza. Contrariando el consejo de sus amigos, resolvió presentarse ante la Audiencia, convencido de haber obrado bien. Pero ésta lo abandonó en el duro trance y lo entregó preso al virrey Castelfuerte, junto con Juan de Mena y otros tres asuncenos. Tras largo proceso donde sus enemigos acumularon calumnias tras calumnias, José de Antequera y Castro fue ejecutado en Lima e15 de julio de 1731, juntamente con su alguacil Juan de Mena.

            La mañana de la ejecución se amotinó el pueblo de Lima, enfurecido por la inicua sentencia. Castelfuerte, montando a caballo, se puso al frente de las tropas y ordenó hacer fuego sobre la muchedumbre. Con la descarga de la fusilería, cayeron muertos Antequera y dos frailes franciscanos que le asistían; pero el virrey dispuso que el verdugo cortara la cabeza del cadáver y exhibiera el despojo ensangrentado como símbolo de su justicia. Pocos instantes después daban garrote a Juan de Mena.

            La indignación producida en Asunción por la ejecución provocó disturbios que derivaron luego en la tercera revolución comunera, cuyo apóstol debía ser Mompox, antiguo compañero de cárcel de Antequera. El rigor con que Bruno de Zavala sofocó el alzamiento constituyó para el Paraguay la primera mutilación de su clase dirigente.

            Más tarde, el monarca Carlos III de Borbón rehabilitó la memoria de Antequera proclamándolo "honrado y leal ministro" y otorgando pensiones a sus parientes. La doctrina revolucionaria de este hombre ilustre, que sentaba la preeminencia de la voluntad común sobre el poder real y afirmaba que el rey y sus representantes no pueden obrar arbitrariamente contra el derecho natural, quedó expuesta en sus célebres cartas al obispo de Palos, el siniestro instrumento jesuítico que contribuyó tan eficazmente a su perdición.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Biblioteca Nacional de Asunción: Memorial ajustado de Antequera y Defensorio (en Pleitos de los jesuitas).

Matías Anglés y Gortari: Memorial.

Pedro Lozano: Historia de las revoluciones comuneras del Paraguay.

Justo Pastor Benítez: Las revoluciones comuneras.

Llorente: Historia de los virreyes bajo los Borbones.

Manuel Domínguez: La ejecución de Antequera (en Estudios históricos y literarios).

Blas Garay: Resumen de la historia del Paraguay.

 

 

 

2O.- FERNANDO MOMPOX DE ZAYAS

 

            Era legista valenciano que actuaba en la corte virreinal de Lima. Allí fue encarcelado y procesado por ciertas diferencias con el tribunal de la Santa Inquisición. En la cárcel, Mompox tuvo oportunidad de conocer a Antequera, que aguardaba la hora de su ejecución. Ganado por la justicia de su causa, el exaltado hombre de leyes logró un día huir de la prisión y emprendió viaje a la Asunción, dispuesto a continuar la lucha comunera contra el absolutismo virreinal y el poderío jesuita. Llegó a esta ciudad en junio de 1730, encubierto bajo el nombre de marqués de San Pedro y munido de credenciales de Antequera, que aún vivía. Los comuneros asuncenos le recibieron con alborozo y Mompox se hospedó en el hogar de un conspicuo partidario de la causa llamado don Fernando Curtido.

            El nuevo apóstol era un orador extraordinario y un revolucionario ideológico que, imbuido de la doctrina de León Pinela, justificativa de la oposición al absolutismo real cuando violara postulados del derecho natural, exaltaba sistemáticamente la preeminencia del Común, representada por la autonomía de los municipios.

            Era entonces gobernador de la provincia don Martín de Barúa, impuesto en el poder tras la huida de Antequera por don Bruno Zavala, de acuerdo a la prerrogativa virreinal que le facultaba a tal nombramiento. Barúa era bienquisto del Cabildo y vecindario porque se mantenía independiente del influjo jesuítico. Quizá debido a tal circunstancia, de Lima habían despachado para sustituirle a don Ignacio Soroeta. Sabiéndose en Asunción, por carta de Antequera que se trataba de un decidido partidario de la Compañía de Jesús, el Cabildo negase a recibirlo; pero Barúa, temiendo colocarse en posición de abierta rebeldía contra el poder virreinal manteniéndose en el gobierno, hizo renuncia del cargo en junio del año 1731. La provincia quedó así gobernada en lo político por don José Luis Bareyro, alcalde de primer voto, y en lo militar por el maestre de campo Matías Zaldívar, como representantes del Cabildo. Pero detrás de estos jefes aparentes, el verdadero caudillo era Fernando de Mompox.

            Bareyro resultó un reaccionario que traicionó al Cabildo y a la causa del Común, que éste encarnaba, entregando preso a Mompox a los jesuitas en la misión de Itatín. Un grupo de comuneros despachados desde Asunción lo rescató atacando en el camino de Córdoba a la guardia que lo llevaba a Lima y lo puso a salvo en la colonia portuguesa del Sacramento.

            Mientras en Asunción se desarrollaban los diversos acontecimientos de la tercera revolución comunera, que poco después el gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zavala, ahogaría en sangre, el caudillo Mompox se estableció en Río de Janeiro y allí terminó sus días convertido en plácido comerciante.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Biblioteca Nacional: Pleitos de los jesuitas, t. III.

Lozano: Las revoluciones comuneras del Paraguay.

Justo Pastor Benítez: Los comuneros del Paraguay.

Matías Anglés y Gortari: Memorial.

Cecilio Báez: Historia colonial del Paraguay.

Félix de Azara: Descripción histórica y geográfica del Paraguay.

 

 

 

21.- RAFAEL DE LA MONEDA

 

            Entre los nueve gobernadores que desde Echauri -llevado al cargo después de la tercera y última revolución comunera- se sucedieron en la Asunción hasta la implantación del régimen de las Intendencias, debe destacarse a don Rafael de la Moneda. Fue quizás el mejor gobernante que le cupo en suerte al Paraguay desde los días gloriosos de Irala y Hernandarias.

            Antiguo sobrestante de los presidios militares de Chile, Moneda fue nombrado en lugar de don Juan de Vergara, quien no aceptó el cargo por enfermedad, para reemplazar a Echauri y tomó posesión del gobierno el año 1740. La provincia se encontraba entonces sumida en el último grado de postración y decadencia tras las revoluciones comuneras, el pesado dominio jesuítico y la hegemonía económica de Buenos Aires. Las atinadas medidas administrativas y políticas de Rafael de la Moneda iniciaron la era del resurgimiento. "Por todos lados se deben mirar los días del gobierno de don Rafael de la Moneda -opina Aguirre- como el principio de la felicidad de la provincia".

            Aprovechando la postración económica y la anarquía política del Paraguay, la insolencia de los mbayáes había llegado a punto tal que depredaban constantemente la provincia llegando en sus atrevidas incursiones de sorpresa hasta la misma ciudad de Asunción. La energía de Moneda puso fin a ese peligro. Fundó ocho presidios -o fuertes- para seguridad mayor de la ciudad, entre los cuales contaron Mainumby Urundey-yurá, Manduví y Angostura. Reconstruyó y fortificó el presidio de Arecutacuá. Fundó, además, el pueblo de Emboscada con mulatos y pardos. Creó el llamado "ramo de la guerra", moderado tributo con el cual pudo sostenerse en Asunción una fuerza militar permanente y una pequeña flotilla, siempre lista para acudir al primer llamado de socorro.

            Cuando apenas llevaba dos años en la Asunción, don Rafael de la Moneda cegó de cataratas; pero, a pesar de ese impedimento legal para el cargo, siguió gobernando con justicia, prudencia y acierto. En el año 1747, sofocó el último conato de rebelión comunera fomentado por simples pasiones particulares del clérigo Juan José de Vargas Machuca, fusilando a los tres cabos militares de presidio complotados para asesinarle. Tras este acto de energía, Moneda disolvió su guardia personal y, ciego e inerme, abrió su casa a cuantos querían visitarle. Con esa valerosa actitud de confianza logró aquietar los ánimos de la población y apaciguarla.

            En agosto de ese mismo año, al término de su gobierno, se retiró a vivir a Buenos Aires con una pensión de dos mil pesos con que le agració el rey en pago de sus servicios. Hasta la hora de su muerte, a muy avanzada edad, Rafael de la Moneda vivió allá con la mitad de esa pensión repartiendo el resto de ella entre la población menesterosa.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Juan Francisco de Aguirre: Diario.

Azara: Descripción histórica de la provincia del Paraguay.

Blas Garay: Breve resumen de la historia del Paraguay.

 

 

 

22.- R. P. PEDRO LOZANO

 

            De todos los historiadores jesuitas que han escrito sobre el Paraguay, el padre Lozano es el más importante y merece, por tanto, ser citado como el exponente de la orden. Los padres Guevara, Techo, Sánchez Labrador, Dobrizhofer, Peramás, Charleroi y Muriel no hicieron sino copiarle, aparte de los otros historiadores laicos que bebieron en su fuente informativa. Lo que mejor demuestra el alto concepto de que gozaba es el hecho de que, aparte de haber desempeñado el cargo de cronista oficial de la Compañía de Jesús, le fuera confiada la redacción de las reclamaciones jesuíticas por el tratado de límites celebrado entre España y Portugal, el año 1750, que originó la llamada guerra guaranítica.

            Pedro Lozano había nacido en Madrid, el 16 de setiembre de 1697. Era hijo de un distinguido humanista y literato llamado Juan Antonio Lozano y tenía un hermano -Pablo- también dedicado a las letras. Pedro ingresó a la Compañía de Jesús el 7 de diciembre de 1711, a los catorce años, y profesó el 15 de agosto de 1713. El joven jesuita llegó al Río de la Plata en el año 1717 y fue destinado, primeramente, a la provincia de Tucumán. Después de ser ordenado allí, dictó cátedras de filosofía y teología en la Universidad de Córdoba del Tucumán y, presumiblemente en la fecha de su ordenación, lo nombraron Cronista de la Orden en la Provincia Jesuítica del Paraguay. En ese tiempo ya tenía escrita su obra Descripción corográfica del Gran Chaco Gualamba. Por razón de su cargo, el padre Lozano viajó bastante por todo el Río de la Plata y cambió a menudo su residencia habitual de Córdoba por las misiones jesuíticas y el Colegio de Asunción. En esta última ciudad, tuvo oportunidad de revisar el Archivo, como lo hiciera en los de Santiago del Estero, Córdoba y Salta. Hizo un viaje al sur magallánico y descendió en balsa los ríos Uruguay y Paraná hasta el puerto de Las Conchas.

            Puede el padre Lozano ser considerado como cronista minucioso y bien informado, de estilo fluido aunque ampuloso; pero peca, en cambio, de apasionado y tendencioso en la exposición de los acontecimientos relacionados directa o indirectamente con la Compañía de Jesús, llegando a los últimos extremos para justificación de la conducta de su orden. No se conoce con certeza la fecha ni el lugar de su fallecimiento; pero el hecho de no figurar su nombre en las listas de Bucarelli, entre los jesuitas reembarcados a España, en 1776, a raíz de su expulsión, hace suponer que

hubiera regresado poco antes de esa fecha o fallecido en estos países del Río de la Plata.

            Además de la obra ya citada, Pedro Lozano publicó en Madrid, el año 1775, la Historia de la Compañía de Jesús en el Paraguay y entre sus cartas, memorias y relaciones dejó dos obras de capital importancia: Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán y la Historia de las Revoluciones Comuneras del Paraguay. El manuscrito original de esta última fue descubierto por investigadores argentinos a comienzos de este siglo en una ciudad de Alemania. Había sido extraído de entre los documentos del Archivo Nacional, transportado a Pirayú cuando la guerra de la Triple Alianza por un soldado alemán alistado en el ejército imperial del Brasil y vendido a una casa editora alemana.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Pedro de Angelis: Colección de documentos referentes a la historia del Río de la Plata.

Gay: Historia de la República Jesuita do Paraguay.

Andrés Lamas: Introducción a la Historia de la Conquista del Paraguay, etc. Prólogo a la Historia de las Revoluciones Comuneras, etc.

 

 

 

23.- FÉLIX DE AZARA

 

            El tratado preliminar, ajustado en San Ildefonso el primero de octubre de 1777, entre España y Portugal, para fijación de las fronteras de sus respectivos dominios suramericanos, establecía en uno de sus artículos que se designarían por ambas potencias comisarios encargados de fijarlas sobre el mismo terreno. El cumplimiento de tal acuerdo ocasionó la venida de Félix de Azara al Paraguay.

            Este "explorador, geógrafo, ingeniero, militar, naturalista, síntesis maravillosa del hombre de acción y del pensador", había nacido el 18 de mayo de 1746 en Barbuñales, villorrio situado en la provincia de Huesca, donde su familia arraigaba casa solariega. Era el tercero de seis hermanos, a todos los cuales les cupo destacada actuación en la iglesia, la política, la diplomacia y la literatura españolas.

            Luego de cumplir estudios humanísticos, su vocación llevó a Félix de Azara a la cartera de las armas, comenzada en el Regimiento de Infantería de Galicia. De allí pasó a Barcelona, en cuya Academia Militar realizó cursos superiores de matemáticas obteniendo, en 1767, el grado de subteniente y el título de ingeniero. Desde entonces ganó sus ascensos en varios destinos y comisiones de su especialidad resultando gravemente herido en las operaciones de desembarco durante la campaña de Argel, en 1775.

            Era ya teniente coronel, en 1781, cuando recibió órdenes de presentarse al embajador español en Lisboa, quien le instruyó de la comisión que debía cumplir en la América meridional a las órdenes del capitán de navío José de Varela y Ulloa, juntamente con otros dos jóvenes oficiales de marina. Uno de ellos era Juan Francisco de Aguirre.

            Mientras viajaba en un buque portugués, debido a la guerra de España con Inglaterra, entregárosle un despacho por el cual el rey lo nombraba capitán de fragata "porque había juzgado más conveniente que fuéramos todos oficiales de marina".

            La comisión arribó al Río de la Plata a fines de ese mismo año 1781 y, estando en Montevideo, el virrey Vértiz destacó a Félix de Azara a Río Grande de San Pedro para conversaciones previas con la comisión demarcadora portuguesa. Cuando Azara llegó a Buenos Aires, de regreso de su comisión, se enteró que el Virrey, aceptando la sugerencia lusitana para fraccionamiento de las tareas del relevamiento, había designado las dos comisiones demarcadoras subdividiéndolas en cuatro partidas. Las dos de la primera división quedaban a cargo respectivo de Varela y Diego de Alvear; la tercera partida bajo la dirección de Félix de Azara y la cuarta confiada a Juan Francisco de Aguirre. De acuerdo con lo dispuesto, la tercera partida encomendada a Azara debía establecer la frontera "desde la boca del río Jaurú hasta la ribera Austral del Guaporé, o Itenes, cuyo curso seguiría hasta más debajo de su unión con el Mamoré; a partir de este río, la frontera seguiría hasta la ribera oriental del río Javarí hasta su desembocadura en el Amazonas". Bajo el mando de Azara, estaba integrada por el teniente de navío Martín Boneo como ayudante de comisario, el ingeniero Pedro Cerviño, el pilotín Ignacio Pazos, el teniente Manuel de Rosas como oficial de tropa, el capellán Miguel Antonio Arcos, el oficial real Bernabé González Bueno, el cirujano Vicente Berduc, el sangrador Juan Antonio Caballero, el panadero Manuel Conde, el cantero Juan Manuel Fernández, el carpintero Pedro Guillermo Rodríguez y por dos prácticos de río que debían designarse entre vecinos del Paraguay. Conforme con el plan adoptado por Vértiz, la cuarta partida, al mando de Juan Francisco de Aguirre, iniciaría su viaje a la Asunción en dos grandes barcazas, en tanto se adelantaba por tierra Azara, partiendo de Buenos Aires el 2 de enero de 1785. Sus Trajes inéditos dan una reseña detallada de aquel derrotero.

            En la tarde del 9 de febrero, Azara y sus compañeros arribaron a la Asunción. Era entonces gobernador don Pedro Melo de Portugal, con el cual el comisario cimentó una gran amistad. El 25 de abril, fondeaban en ese puerto las dos barcazas de Aguirre.

            De genio inquieto, ávida curiosidad y gran espíritu de trabajo, Félix de Azara se impacientaba en Asunción por la lentitud de las tareas oficiales. "Me vi precisado -nos cuenta- a meditar sobre la elección de algún objeto que ocupase mi detención con utilidad. Desde luego vi que lo que me convenía, por mi profesión y circunstancias, era acopiar elementos para hacer una buena carta o mapa, sin omitir lo que pudiera ilustrar la geografía física, la historia natural de las aves y cuadrúpedos y, finalmente, lo que pudiera conducir al perfecto conocimiento del país y sus habitantes".

            Esa afanosa actividad científica y los múltiples viajes por todo el ámbito de la provincia -algunos realizados por su actividad oficial y otros por simple curiosidad- le permitieron escribir diversos trabajos que compondrían su obra informativa y documental sobre el Paraguay; obra que nadie -ni su compañero Aguirre- logró jamás igualar en extensión y variedad.

            El 9 de junio de 1793, Azara donó al Cabildo asunceno el mapa del Paraguay y Misiones y otro sobre el curso del Río Paraguay, con "sus confines e inundaciones anuales", que el propio autor consideraba "los mejores que hasta hoy se han visto de provincia alguna americana". Además, hizo entrega de la primera versión de su Descripción histórica, política y geográfica del Paraguay, que debía completar más tarde en su tierra natal. El municipio agradeció el preciado obsequio destacando a dos de sus miembros para que le notificaran la resolución por la cual se le reconocía por "uno de los primeros republicanos y compatriotas".

            Después de dieciséis años de permanencia en tierras del Paraguay y Río de la Plata, don Félix de Azara regresó a España a fines del año 1801. La corona le ofreció el cargo de Virrey en México, que rechazó deseoso de entregarse por entero a sus trabajos científicos. Pero todavía tuvo que integrar la Junta de Fortificaciones de ambas Américas, en 1805. Retirado al fin, tres años después, en su casa solariega de Barbuñales, ordenó y completó allí sus apuntes para la Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata, que su sobrino Agustín, tercer marqués de Nibbiano, publicó como obra póstuma el año 1847. De las versiones del mismo trabajo, recogidas de distintas copias, debe ésta ser considerada como la más completa y expurgada.

            Don Félix de Azara enfermó de pulmonía el 17 de octubre de 1821 y dejó de existir, tres días después, en el hogar de sus mayores.

            Además de la obra mencionada y de sus Viajes inéditos, su copiosa producción referente al Paraguay y Río de la Plata comprende la Geografía física y esférica de las provincias del Paraguay y Misiones Guaraníes, Viajes por la América Meridional, una serie de Memorias e informes sobre diversos tópicos referentes a su actuación en estas comarcas y Apuntamientos para la historia natural de las aves y cuadrúpedos del Paraguay, clasificación científica que le ha permitido formular severas críticas o errores sobre los animales americanos contenidos en la Historia natural del gran naturalista Bufón.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Julio César González: Noticia biográfica sobre Félix de Azara.

Luis María Torres: Noticia biográfica de don Félix de Azara y examen general de su obra.

Álvaro Guillot Muñoz: La vida y la obra de Félix de Azara.

Basilio Sebastián Castellanos de Losada: Biografía del señor don Félix de Azara (en Descrip. e hist. del Paraguay y Río de la Plata).

C.A. Walckemaer: Noticia de la vida y escritos de don Félix de Azara (en Viajes por la América Meridional).

Pedro de Angelis: Colección de obras y documentos relativos a la historia de las provincias del Río de la Plata.

Paul Groussac: Estudios de historia argentina.

 

 

 

24.- JUAN FRANCISCO DE AGUIRRE

 

            El ilustre marino español debe tener un lugar asegurado en el recuerdo de los paraguayos por haber escrito la historia colonial de la provincia del Paraguay más extensa y minuciosa que se conoce. Su crónica contiene un montón de detalles interesantísimos de todo orden que constituyen un tesoro para el investigador. Y entre los documentos que da a conocer hay uno precioso: la trascripción del acta original de la fundación de la ciudad de Asunción por Irala, el 16 de setiembre de 1541, perdida presumiblemente en el incendio de la ciudad ocurrido dos años más tarde. Es la única copiosa conocida y, sin ella, el documento sería ignorado.

            La extensísima obra de Aguirre no había sido publicada en España. El doctor Vicente G. Quesada, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, cumpliendo instrucciones de Amancio Alcorta, ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, solicitó copia de los originales, donados por su autor a la Real Academia de la Historia, de Madrid, en 1812. Groussac publicó fragmentos en los Anales de la Biblioteca Nacional. Sólo el año 1949 la Revista de la Biblioteca Nacional, de Buenos Aires, publicó la obra íntegra por primera vez. De aquí que la crónica, aunque muy citada, sea poco conocida.

            No existen datos fehacientes sobre el lugar y la fecha exacta del nacimiento del cronista. Se le supone asturiano. El capitán de fragata Juan Francisco de Aguirre vino al Río de la Plata entre los comisionados para delimitar fronteras entre posesiones españolas y portuguesas en América, en cumplimiento de lo estipulado por el tratado de San Ildefonso, de 1777. Llegó a Buenos Aires en la fragata Santísimo Sacramento con su jefe el capitán de navío José Varela y Ulloa, con Félix de Azara y el teniente de fragata Rosendo Rico Negrón. La corona les imponía la obligación de llevar un diario. De ahí que todos ellos hayan dejado una crónica, que en el caso de Azara y Aguirre adquirió proyecciones de valiosa historia.

            El virrey Vértiz resolvió dividir a los limitadores en dos comisiones y éstas en cuatro partidas que se repartieran el trabajo. Francisco de Aguirre fue designado jefe de la cuarta partida que, embarcada en dos grandes lanchones, zarpó de Buenos Aires para Asunción el 30 de diciembre de 1783 en seguimiento de Azara, jefe de la tercera, que vino por tierra. El 25 de abril de 1784 llegaba Aguirre a la Asunción, donde era entonces gobernador Pedro Melo de Portugal. Permaneció en esta ciudad hasta el año 1796.

            El extenso Diario de Aguirre comienza por asentar los sucesos y descripciones desde su llegada a Río de Janeiro y termina el primero de abril de 1798, en La Coruña, a su regreso a España. Pero todo lo referente al Paraguay, que es la parte fundamental de la obra, estuvo escrito en Asunción, de primera mano, en 1785; aunque en los doce años subsiguientes el autor rehiciera y retocara su trabajo añadiéndole también extensas notas.

            El ilustre marino e historiador Francisco de Aguirre falleció en Asturias, el 17 de febrero de 1811.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Felipe Barreda Laos: Prólogo al Diario.

Álvaro Guillot Muñoz: La vida de Félix de Azara.

Paul Groussac: Estudios de historia argentina.

Basilio Sebastián Castellanos de Losada: Biografía del señor don Félix de Azara.

 

 

 

25.- R. P. AMANCIO GONZÁLEZ ESCOBAR

 

            He aquí otra excelsa figura del clero nacional que realizó abnegado apostolado en la evangelización de la provincia del Paraguay. Miembro de antigua e influyente familia de la era colonial, había nacido en la segunda mitad del siglo XVIII en la chacra que poseían sus padres cerca de Emboscada, pueblo fundado por el gobernador Rafael de la Moneda con mulatos y pardos para poner dique a las incursiones de los mbayáes.

            Apenas ordenado sacerdote, el presbítero Amancio González y Escobar fue nombrado párroco de su pueblo natal, cargo que abandonó muy pronto para consagrarse por entero a la evangelización del Chaco. Acompañó al comandante José Tomás Yegros, padre del prócer Fulgencio Yegros, en su expedición a esas peligrosas tierras dominadas por los fieros mbayáes, actuando como catequista.

            Durante el gobierno de Pedro Melo de Portugal, fundó en el Chaco, el año 1786, la reducción de indios que llamó Melodía en homenaje a este gobernador, ubicándola en sitio de la costa que sería más tarde la colonia Nueva Burdeos, luego Villa Occidental y se llamaría por último Villa Hayes.

            El presbítero Amancio González Escobar integró con fray Fernando Caballero, Francisco Xavier Bogarín y José Agustín Molas el grupo de clérigos paraguayos que integraron la generación de mayo y tan principalmente actuaron entre los próceres de la emancipación nacional.

            En su ministerio sacerdotal, dejó fama de místico y abnegado. La historia lo considera el apóstol del Chaco. Invirtió toda su fortuna particular -que era bastante cuantiosa- en la catequización del indígena, a quien pretendía incorporar a la civilización de la nación. Hablaba con fluidez el guaraní desde su infancia y conocía otras lenguas aborígenes. Para difundir su conocimiento entre los clérigos evangelistas, compuso diccionarios y gramáticas. También tuvo fama de ser el orador sagrado más elocuente de su tiempo.

            Fue consecuente con sus ideas políticas de la hora de la emancipación. Vivió largos años entre los indígenas catequizados del Chaco y, ya muy viejo, fue a morir a Emboscada, alrededor de 1811.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Jerónimo Irala Burgos: Archivo inédito.

 

 

 

26.- PEDRO VICENTE CAÑETE

 

            En las postrimerías de la era colonial, Pedro Vicente Cañete descuella en el escenario americano como escritor, jurista erudito y fogoso paladín de la justicia social. Pertenecía a la familia asuncena del más rancio abolengo criollo, pues descendía de Irala, como bisnieto del historiador Ruy Díaz de Guzmán. Había nacido en Asunción el año 1749 y fueron sus padres don José Cañete Sánchez de Vera y Aragón, regidor, sargento mayor y rico encomendero, y doña Cantalicia de Roxas Aranda.

            Después de realizar estudios primarios en la ciudad natal, Pedro Vicente pasó con uno de sus hermanos al Real Colegio de Montserrat, en Córdoba del Tucumán, donde aprobó toda la Facultad de Cánones y tres cursos de Teología. En 1771, se trasladó a la Universidad de San Felipe, de Santiago de Chile, para completar sus estudios de jurisprudencia en todos los grados.

            Temperamental, brillante, exaltado, ambicioso, con talento, pretende una plaza de oidor -la ansiará toda su vida-, logro harto difícil si se atiende a su edad moza y, principalmente, a su condición de criollo. Mientras tanto, dicta cátedras ganadas por oposición en los claustros de San Felipe, se hace inflamado defensor de naturales y se estrena como asesor de alcaldes y gobernadores. "La suerte de Cañete -señala su biógrafo Gunnar Mendoza-, condicionada por propensiones innatas, es asesorar, sea con título oficial o sin él, contra viento y marea, en medio de los sucesos más críticos del tiempo... En el desempeño de las cátedras y los oficios santiaguinos se ha medido y se cree ya apto para muy más altos destinos...".

            Por ello, a la primera noticia de la creación del Virreinato del Río de la Plata, corre a Buenos Aires. En la nueva corte virreinal abre bufete de abogado, casa con doña Catalina Durán Salcedo y Cericos y gana pronto el puesto de asesor del primer virrey Zeballos. Pero el fin de ese gobierno y la entrega del mando a Vértiz dejan al mozo sin cargo. Apoyado por Zeballos, insiste nuevamente en lograr una plaza de oidor -su viejo sueño- en la proyectada Audiencia de Buenos Aires "y, en su defecto, en Charcas o Chile". Pero la pretensión es denegada. Retorna entonces a su ciudad natal como auditor del gobierno provincial, cargo recién creado a instancias del gobernador Pinedo y el virrey Vértiz, que Cañete ejerce por dos años.

            Durante su estancia en Asunción, el joven legista escribe dos de sus primeros libros, redacta un reglamento económico para el régimen de los presidios militares y esboza el plan para "el nuevo colegio del Paraguay", que se concretaría más tarde en el Real Seminario de San Carlos.

            En 1783, es trasladado con el mismo cargo a la Intendencia de Potosí. Allí Cañete, inflamado en su soberbia ambición, cosecha encumbrados enemigos. "Hijo de un pueblo de guerreros reflexiona Natalicio González-, no le repugnaba el ambiente caliginoso de las batallas y así nada le detuvo en su empeño de restablecer el imperio de la ley, humillar a los poderosos engreídos y amparar con justicia al débil". Sus enemigos logran que sea trasladado con igual destino de asesor a Chuquisaca. Su antiguo amigo y compadre de Asunción, Melo de Portugal, ahora virrey, encomiéndale la intervención de las cajas reales y la aduana de La Paz para paliar la humillación de su desplazamiento. Y en el desempeño de la comisión se gana nuevas amarguras y nuevos enemigos.

            En La Plata -la antigua Chuquisaca- es gobernador intendente, a la par que presidente de la Audiencia, don Ramón García de León Pizarro, "jefe anciano y respetable, conocido en todo el mundo por ingenuo en demasía" que administra plácidamente dominado por la Audiencia. Pero el nuevo asesor asunceno se adueña de esa débil voluntad y la enfrenta a la orgullosa autoridad de aquel alto tribunal. Súmase la Audiencia al grupo numeroso de sus enemigos potosinos y logra al fin sea suspendido en sus funciones dictando contra el jurista paraguayo orden de exilio. Pero Cañete viaja a Buenos Aires y alcanza del virrey Liniers carta de inocencia. Reintegrado a su lucha, Cañete -ya viudo- contrae nuevo matrimonio, en diciembre de 1807, con la criolla doña Melchora Prudencia Pérez, agraciada y rica, a quien el propio Cañete ha ayudado a descasar logrando la anulación de su anterior matrimonio, con grave escándalo de la sociedad potosina.

            Pero la pugna que hasta entonces se ha limitado al juego de la ambición personal y al ámbito de los asuntos administrativos, comienza a cobrar entonces trascendencia política, con ocasión de la abdicación borbónica, cuando la provincia tiene que resolver el reconocimiento de la Junta de Sevilla y de su representante José Manuel Goyeneche. Juan Vicente Cañete, fervoroso realista, lo espera en Potosí y desde entonces lucha a su lado prestando invalorables servicios que Goyeneche paga nombrándole -¡por fin!- fiscal de la Audiencia de Charcas. Pero el jurista no puede ejercer el cargo: la Audiencia no funciona en aquellos agitados días agónicos del dominio español. Desde entonces, la suerte de Cañete y su familia es la de los ejércitos realistas, emigrando a Chile o al Perú y regresando a favor de la marea de derrotas y victorias, ya sea ejerciendo el cargo de auditor de guerra, ya con facultades extraordinarias de juez superior o presidiendo juntas militares. Sufre persecuciones, la fortuna de doña Melchora es saqueada por los patriotas, Pero, Cañete ha llegado a ser fiscal interino de la Audiencia de Charcas y "asesor decano de ambos Américas".

            De retorno a La Plata, al día siguiente de celebrar su cumpleaños, Pedro Vicente Cañete fallece de un síncope cardíaco en momentos de sentarse a almorzar, el 23 de enero de 1816. Entre su copiosa producción jurídica, histórica y literaria pueden citarse las siguientes obras: Dictamen jurídico, Resoluciones prácticas del Derecho Real Patronazgo de Indias, Discurso sobre el manejo de la Real Hacienda en América, Historia de Potosí, Ensayo sobre la conducta del general Bolívar, Discurso histórico sobre la fundación de Buenos Aires, Carta en defensa del virrey Liniers, Clamor de lealtad americana, El espectáculo de la verdad.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Gunnar Mendoza L.: Pedro Vicente Cañete y su historia física y política de Potosí.

René Moreno: Últimos días coloniales del Alto Perú.

Natalicio González: Proceso y formación de la cultura paraguaya.

 

 

 

Enlace interno al documento fuente:

CIEN VIDAS PARAGUAYAS Por CARLOS ZUBIZARRETA

Prólogo a esta edición CARLOS VILLAGRA MARSAL

Prólogo a la 2ª edición de 1985

ALFREDO M. SEIFERHELD

Comisión Nacional de Conmemoración del Bicentenario

de la Independencia del Paraguay

Biblioteca Bicentenario Nº 6

EDITORIAL SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. 2011 (240 páginas)




 

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