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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

  CURUPÍ - Versión: FORTUNATO TORANZOS BARDEL

CURUPÍ - Versión: FORTUNATO TORANZOS BARDEL

CURUPÍ

Versión: FORTUNATO TORANZOS BARDEL

 

Todos hablaban de él con cierto temor y cariño a la vez, y afirman  que hoy (aún cuando ese genio carapé (1) odia las armonías de la lengua íbera, que va apagando las de su idioma sonoro y dulce desde que atrevidas naves llegaron a su imperio) le han visto asomarse a los lindes nebulosos del monte como a un escéptico príncipe Hermán, como a un rey enano de Menfis a quien, roto el escarabajo de oro, los enemigos pusieran de derrota. Y es que curupí parece presentir el próximo hundimiento de su alcázar de sueños y alfombra de lirios, que el tiempo corroe como a esas ermitas de Oriente llenas de la darba y marchitez de la antigüedad. Pytá-Yobai (2), el rubio descendiente de Oluf, ha huido a las sierras lejanas porque esas gentes blancas de la conquista rompieron, con sus ruidos, el encanto de su hogar nativo. Y Curupí, hijo del silencio como el M' en ona, ya buscará refugio en una grieta o en una gruta, para seguir velando por sus tojos, por los alveolos de miel de sus azahares y por la comba grácil de sus oteros azules.

Pero como su patria es aún un inmenso tesoro de frondas, Curupí sigue todavía arrastrando su regia capa, que no ha querido de la púrpura imperial de las arcirias, que son sangre, sino del verde esmeralda de los retoños que hablan de la fecundidad de sus lloras. ¡Quién creyera que ese sultanito tiene tanto tino etnegético para gobernar como Zapol o Asfrashiab en tan vastos dominios! Es monarca de la selva, del valle, de la montaña, del desierto... De día se encanta con el sol, porque éste, rey de los astros y de la vida, al salpicar con su aroma los prados, hace brotar las azucenas de nieve y las olivardas amarillas. De noche ¡ah, de noche! se abraza con la luna. Queda absorto al mirar su faz macilenta, retratada en los espejos del estanque. Él sabe que ella es madre milagrosa de la raza, como lo fue de los caribes, y la inspiradora de su música, de sus sonrisas y de sus tristezas. Y acaso sabe también que, cuando las castas de los hombres impíos y desintegrantes dominen en sus selvas, Cindiada será la única amiga que le acompañe a llorar sobre la poesía muerta de su reinado de hojas y de pájaros.

En la agonía de las tardes y en las noches de truenos y ventisca las aguas de los lagos se revelan y con sus yporas amenazan a curupí. Pero él no teme a los espectros de la Estigia o del Leteo. Las cisternas y los estanques de su tierra son todavía suyos, porque aún no han sufrido el golpe del enemigo blanco. La locomotora no silba aún en su torno; las riberas siguen orladas de verde, y el color de la esperanza es el del reinado curupí, al que la furia de los elementos respeta. Mientras ruge la tormenta, él está en el puente de sus castillos de hojas, duerme con los homeros, se para en las espinas de los cardos o, convertido en eco, va a besar a las odaliscas del harén de las violetas. Se difunde, se prodiga en el espíritu armonioso de la selva.

Nadie sabe qué ascendientes trajeron a este genio dionisíaco a su tierra de naranjos y mirasoles. Él ya era viejo señor de los bosques guaraníes cuando las linfas crearon a Tapaicuá. Y desde entonces, haciendo creer que se engendró a sí mismo, como el venerado de Rha, todo lo ordena y embellece con una armonía admirable como su pequeñez: Curupí es pequeño, más que Phtah o que un braquicéfalo de Geronia. Como en Yacy-Yateré, su cetro es una brizna de nombre, y lleva sus manitas delicadas siempre cubiertas de polen. No conoce sandalias ni coturnos, los abrojos y las zarzas se convierten en camillas cuando él los pisa, que es gran favor del rey, o en agavanzos de oro, símbolo de la poesía de su alma. Usa un sombrerillo de paja, bajo cuyas alas juegan como tordos sus sortijas de cabello castaño, y envuelto al cuello, como una sierpe, lleva algo que sus súbditos llaman con cariño el... tuí (3). Su color bronceado trae a la memoria la figurilla de Knef, un Knef desnudo y risueño, y

las épocas antiguas no han conocido un viajero más incansable y múltiple que nuestro Curupí. Sus estaciones, sus albergues son los sotos, los vericuetos, las islas, cuanto sitio delicioso hay en la soledad de los montes y de las florestas, y todos los Capitolios y Escoriales, todas las mezquitas de Arabia y los laberintos de Creta no tuvieron más lujo ni compartimentos que los que él halla en una lafarma o en un rosal. Su alcoba regia es el cáliz de una flor, y sus cortinajes de Saadeb son las alas de las mariposas, que en las antenas se prenden cuando él descansa. Cuando camina, lleva detrás la ilusión de una servidumbre de claveles y pensamientos, y en los azahares bebe su licor favorito, y busca en las detentelas su perfume oriental. Se presume que en una época remota vivió en un país lejano y sombrío como Kirghiza, donde las nieblas se enredaban en la estepa, caía la nieve en copos de nácar y no trinaban las aves, no brillando en el sueño más que el musgo de las ruinas y el liquen de las rocas. Allá se las hubo a serias con un genio de catadura de lobo, que hoy es en el Paraguay Aó-Aó (4) que devora cerebros. Y como el frío le entumía, Curupí huyó de las hebras de escarfiso ocultándose bajo las alas de un buitre de azabache. Desde entonces dejó de ser el fauno que

Irado, solta do peito

agudo silbo estridente,

que dice el poeta brasileño.

Vive en la delicia del césped que las selvas anublan, sentado en el trono de un pistilo bajo el solio de una hoja. O vaga por las campiñas, en las sendas más ocultas de los bosques. Acecha la inocencia cándida de los niños y de las doncellas, y sorprende al viajero con sus glaucos ojos luminosos, extraviándole del camino... Y si preguntáis, al perderos en el campo, quién hizo un ruido como de un aleteo en la hojarasca, os dirán que es Curupí. ¿Quién descolgó el fruto mientras pasabais? Curupí. Curupí está en el columpio de las frondas, en el canto de los mirlos, en la penumbra del crepúsculo, en la barda indecisa de los horizontes bermejos, en el color y en el aroma de las flores...

Mas muy pocos son los afortunados que han visto al Sileno guaraní con su diadema de paja y su cetro de mimbre. Cuando se lo busca, el pequeño Proteo paraguayo se le aleja cantando desde el pico de un ave, el ñajhaná (5), que gime en la monotonía del estero, o se pierde en la grama como Mirmex, en forma de un insecto; o es un borrego que muerde la orzaga, o es como lo un bruto que pace. Otras veces es un cisne que se tiende en los lagos, como Yacy-Yateré, y dicen que sus lágrimas son las cedrias amarillas. También sabe llorar Curupí, como aquella diva Frega de las márgenes bretonas, que vive derramando lágrimas de oro. Cuando él llora, el Cho-Chí (6) gime, y entonces es más triste el canto de esa ave misteriosa: parece un lamento del arpa de los nixos, una campana que se queja en la soledad de los sepulcros, el hondo sollozo de la Vota de los pinos melancólicos.

Una noche de luna, en Humaitá, en una de esas formas de la ilusión que los sabios llaman parestesia, imaginé a Curupí en las riberas del río majestuoso. Extraños rumores estremecieron la selva. Los pájaros, aturdidos, se descolgaban de las ramas; los troncos parecían crujir en las sombras inquietantes. Las luciérnagas ascendían, desparramando sus espirales luminosas, y las ondas del río se agitaron ante el cortejo principesco que sobre ellas rodaba. Era Mab, la protectora de los filos. Dos moscas de Our tiraban de su barca real, que era una cáscara de almendra, sirviendo de guía una contosia azul. Los vasallos venían detrás, todos en una corteza de nuez entonando un himno de Ditters para saludar a Curupí. Pero, apercibido del ruido de las castañuelas de aquellos coboldos, el sultanito pardo envió dos elfos amarillos a su encuentro. Y cuando los diminutos viajeros llegaron hasta las frondas de la ribera, Curupí se convirtió en un árbol, como Mirra, para no recibir a la extranjera Mab, protectora de los tilos, quien se volvió a su imperio con su corte de gnomos y xoriganes. Tales los caprichos del señor de nuestros bosques, iguales a los de la fuerza activa y al elemento que personifica, que aquí brota cármenes y vegas, y allá roijales y landas escuetas.

Muchas jóvenes enamoradas han pretendido ver sus pupilas radiantes; pero el mago de las florestas, que es más sutil que Riquel y posee toda la ciencia de Origán, ha defraudado a las vírgenes de carmín y de cera. ¿Cómo? Escalando las cimas como Yugatino o convirtiéndose en una flor: a la manera de la bella Clicie, Curupí sabe ser rosa, heliotropo o jazmín. Y las niñas que aman las flores, han puesto inocentemente a Curupí sobre sus senos angélicos, sobre su frente, en la trama de su cabellera; y él, en un torrente de pétalos, ha derramado sobre ellas un desborde de besos almibarados. Todavía hace Curupí sus requiebros a espaldas de la luz, cuando Diana, su prometida y su protectora, es ausente. Hasta ha llegado el capigorrón a ser álamo las heliadas, un peñasco, como Licas, y esa piedrezuela negra que los frigios adoraban. ¿Para qué? Piedrezuela para sentir el roce voluptuoso del casto pie de las púberes aldeanas y de las macizas zagalas; álamo, para oír como Sauna las confidencias de los amantes tristes, y roca, para servir de asiento a las diosas que se duelen de fatiga. Y para mirar de cerca unos ojos negros y otros azules de Hope, Curupí, sin las alas de Ícaro, ha remontado el vuelo, nuevo Acal, en forma de perdiz o de paloma...

Empero, no reprochéis a Curupí tanta volubilidad. Él es, ayudado de Feronia, el gran arquitecto de los bosques paraguayos; su espíritu es un espíritu creador. Y pronto acaso, será desterrado como los dioses griegos y como todos los símbolos superiores. No será entonces un rey poderoso con el poder de aquella Bibiana que robó a Merlín; le abandonarán las Willis de pie de plata, y no tendrá su corte de Walkirias, ni de claveles, ni de mirasoles. Rolas paredes de albarrada serán sus verdes castillos que dora el sol, y el recuerdo de Curupí, como el de los enanos de Menfis, sólo tendrá el encanto y la poesía de la Araña de Oro, que estremeciendo con sus patitas las almas selectas, tiende una red de sonrisas ingenuas en los rincones de la imaginación.

 

Notas

1 De baja estatura, petizo.

2. Mito antropomorfo, cuyos pies, sin dedos, como los de los abarimanos scitas, tienen dos talones, que es lo que significa su nombre: pytá, talón; yobai, frente a frente b.

3. Pene, en sentido familiar y figurado. Parece que el indio ha simbolizado en él el poder fecundo e inagotable de la naturaleza.

4. Genio malo de los montes.

5La gallinula galeata (Licht).

6 Ave de tristísimo canto. Tapera naevia

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)

 

 

 

 

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