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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

  EL ARROYO MBURICAÓ - Versión: DARÍO GÓMEZ SERRATO

EL ARROYO MBURICAÓ - Versión: DARÍO GÓMEZ SERRATO

EL ARROYO MBURICAÓ

Versión: DARÍO GÓMEZ SERRATO

 

El recoletano arroyo Mburicaó se ha hecho merecedor del lucro por los fondos de su lecho en procura de dar con su etimología. Ahora que lo prestigia el homenaje rendido al príncipe de la poesía, Manuel O. Guerrero, y que sintetiza en la andariega personalidad de Asunción Flores.

Ni el poeta ni el músico se preocuparon en conocer la etimología de la fuente de su inspiración. Flores transportó al pentagrama el alma rumorosa de las aguas siempre acariciadas por las sufridas manos de lavanderas lugareñas. Una siesta paraguaya de enervante estío. Desde la hamaca ñambopí, abierta como alas, bajo el alero de una vecina casa amiga...

Así que las dos versiones sobre la etimología del Mburicaó de nuestro conocimiento, se someterán al consenso de nuestros lectores. Si bien nosotros nos inclinamos por la segunda.

Esta es la primera, algo simplista y de no muy antigua data. Cuando se habilitó el tranvía a mulas hasta Santísima Trinidad, tuvo en Recoleta su asiento la estación y con ésta la pesebrera que abarcaba desde la casa del padre Castelví, bordeando el sitio donde mucho después se ubicó la familia Varanda, abrazando todo el espacio que hoy comprende la Plaza Ortíz Guerrero, hasta el arroyo de nuestro comento... donde se alzaba el galpón de las mulas que dio origen al nombre de mburicá-roga, luego contraído en Mburicaó. Y ahora la segunda versión: allá por 1910 vivía el negro Janoario Cohene en los alrededores de Recoleta, en el barrio Cambácuá, este hombre por aquel entonces ya entrado en años y muy dado a entrar en los boliches, los sábados por la noche se pegaba fenomenal curda y recorría el curso del arroyo gritando como una mula auténtica. Cierta vez que unos de sus eventuales patrones, el padre del finado Tte. Risso Alfredo, le insistió más de lo acostumbrado a que confesara el porqué de tan extraña actitud los sábados de noche y no cualquier día de sus periódicas borracheras, el negro "Canó" cedió en hablar y entre sollozos y sobresaltos de reminiscente escalofrío confesó el mortificante secreto.

Desde Cambá-cuá hasta Tembetary habitaban los payaguáes en un pasado ya lejano, entonces, entre todas estas, resaltaba por su pálida belleza y rítmico cuerpo de elástico junco, una joven payaguá a quien llamaban Piriyú y la mimaban con respeto las mozas y mancebos por el oculto poder de pitonisa que se le atribuía. Nunca Piriyú transitó por el camino real de Recoleta a Tembetary, haciéndolo por el curso del ahoyo; fuese bajo el crepitante sol de la siesta o bajo la luna de medianoche... Desde cinco leguas a la redonda llegaban los rendidos mocetones a asediarla con requerimiento de amor. Y de entre todos, ella aceptó a Cuchiní, buen bailarín y cantor impenitente, que así como sabía vestir con pulcritud sabía quedar sin camisa por los amigos... Y fue un sábado de noche que Piriyú dobló su tallo en flor, para conceder a Cuchiní la merced del codiciado beso. Cabe el arroyo indiscreto y andariego.

Fama tenía Cuchiní de veleidoso, burlesco y trotamundo, pero Piriyú le advirtió que ella no era fruta expuesta a la sed del caminante, sin embargo el mozo no pudo con su genio y a la par de trascender por todos los villorios su envidiable nueva conquista, se fue alejando tras renovados horizontes de fugaces resplandores. Solo una vez lo hizo llamar a buenas y en vano, la segunda ya obró el despecho, era el enviado unos de los más tenaces y sumisos pretendientes de Piriyú y a la vez amigo íntimo del arribeño Cuchiní. Llevaba un cigarro y en este cigarro el destino del hombre, fácil le fue encontrar en una fiesta al sentenciado y entre danzas, tragos y chanzas, lo invitó con el cigarro maldito. Justo a los siete días se escuchó el grito agudo y prolongado, desde Tembetary hasta Cambá-cuá. Grito de mulo, grito mitad carcajada histérica y mitad lamento penetrante en el corazón de la alta noche, era Cuchiní que echando gusanos por las narices y espumarajos pestilentes por la boca y los oídos corría por el arroyo como una bestia enfurecida de asqueante espanto y siguió corriendo y ululando en la noche enloquecida, para perderse en la selva al rayar el alba y volver en mitad de la noche sobre el arroyo obsesionante, hasta desaparecer definitivamente al séptimo día. Pero cada sábado de noche propicio al aquelarre se siguió escuchando el alarido del mulo, a lo largo del arroyo, que se dio en llamarse "Mburicá-yajhe'ó".

La joven payaguá poseedora de los mágicos poderes consustanciados en el payé, continuó paseando por el arroyo su pálida belleza trágica...

Víctor y Claudia Cohene, hijos del que contara esta versión, acaso vivan todavía y acaso también se escuchen todavía, en ciertas noches tempestuosas de reminiscentes acústicas, el onomatopéyico eco rodando sobre las aguas del Mburicaó insomne.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)

 

 

 

 

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