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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

  EL KURUPI - ETNOLITERATURA TUPI-GUARANÍ - Texto de JOÃO BARBOSA RODRIGUES

EL KURUPI - ETNOLITERATURA TUPI-GUARANÍ - Texto de JOÃO BARBOSA RODRIGUES

EL KURUPI

ETNOLITERATURA TUPI-GUARANÍ

JOÃO BARBOSA RODRIGUES

 

 

EL KURUPI Y LOS DOS NIÑOS

 

            Cuentan que una mujer tenía dos hijos, los cuales se alimentaban de pescado que capturaban en un cuévano.

            Un día, yendo los niños de pesca, toparon con el Kurupí. Este les dijo al verlos:

            - ¿Ustedes quieren pescados, niños? Vengan conmigo a la lagunita que yo se los pescaré.

            Los niños -se dice- acompañaron entonces al Kurupí, pero este, de súbito, se les escabulló. Pero ya entrada la noche volvió a hacérseles el encontradizo y les dijo:

            - Si quieren, vengan conmigo, que ya es de noche. Mañana les enseñaré el camino para que regresen a su casa.

            Cuentan que el Kurupí llegó con ellos a la suya y confió los niños a su mujer, una vieja muy fea. Al amanecer del siguiente día, dijo el Kurupí a su mujer:

            - Vieja, me voy de cacería. Mata a uno de estos niños y guísalo para mi vuelta, que me lo comeré.

            Dicho esto se marchó al monte.

            Dijo después la vieja:

            - Nietos, vamos a recoger inajá (*) para comer.

            Uno de ellos, el mayor, había escuchado al Kurupí decir a la mujer: "Mata a uno de estos niños", pero no tuvo tiempo de revelárselo a su hermano menor.

            Fuéronse a buscar inajá. La vieja llevaba en la mano el mango de hierro de un cesto de pescar, Dijo que para desenterrar mandioca. El menor trepó a la planta de inajá, y mientras subía por el tronco la vieja lo atravesó con el hierro, matándolo. El hermano mayor, al ver esto, dijo:

            - Mataré ahora mismo a la vieja. Luego se dirigió a la mujer diciéndole:

            - Abuela, voy a arrancar ese inajá. Acuéstate debajo de la planta para que me vayas indicando los frutos más grandes, que así es como hacía mi madre para guiarme.

            La vieja se echó confiada bajo el árbol. Viéndola tendida abajo el niño arrojó sobre ella un cacho de inajá que la mató. Descendió del árbol, descuartizó a la vieja y separó las mamas para que el Kurupí las reconociese cuando las comiese.

            Cuando regresó a la casa, el papagallo del Kurupí preguntó al niño:

            - ¿Ya mataste a la vieja?

            - Sí, ya la maté.

            - Entonces oculta la saliva de la vieja en el hueco de una takuara y luego destroza el vidrio del espejo que hay en la casa, para que yo pueda huir también contigo.

            El niño hizo cuanto le dijera el papagallo. Después cocinó para el Kurupí y acabado de hacerlo preguntó al pájaro:

            - ¿Qué más hago ahora?        

            - Vete ya-, le dijo entonces el papagallo. El Kurupí está por llegar y también yo me escapo de aquí.

            Antes de salir de la casa, el niño untó de veneno la punta de una flecha y fue a esconderse entre las grandes hojas del inajá. Poco después llegó el Kurupí llamando:

            - ¡Vieja! ¡Vieja!

            Desde el interior de la takuara la saliva de la vieja respondió al Kurupí:

            - ¡Uh! ¡Uh!

            El Kurupí escuchó la voz de la vieja pero no la vio. Almorzó, y cuando estaba acabando su comida, descubrió la mama de la vieja. Al reconocerla el Kurupí, cuentan que se echó a llorar. Luego reparó en la ausencia de su papagallo. Mientras estaba buscándolo, encontró un pedacito del espejo y, en el, vio al niño oculto entre las hojas del inajá. Fue a buscar el machete, se acercó al inajá para cortar el tronco de la planta. Entonces, desde arriba, el niño lo mató de un flechazo.

            Hecho esto, el niño descendió del árbol y se encaminó a casa de su madre.

            Cuentan los antiguos que, desde entonces, el Kurupí mata a los niños, en venganza del que mató a su mujer.

 

 

 

EL KURUPÍ Y LA MUJER

 

            Cuentan que un hombre, que tenía de su mujer hijos todavía pequeños, yendo de cacería por el monte se encontró con el Kurupí, el cual le mató, y abriéndole el vientre le extrajo el hígado. También cuentan que el Kurupí le despojó de su ropa y se la vistió. Así vestido, fue junto a la mujer del muerto. Al llegar a la casa, la llamó:

            - ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

            - Aquí estoy-, respondió la mujer.

            El Kurupí entró en la casa, y como la mujer no le mirase pensó que el recién llegado fuese su marido.

            - Tenlo-, dijo el Kurupí. Traje carne sabrosa. Ve a cocinármela.

            Le entregó el hígado que fuera del marido. Ella lo asó y, luego de traer la fariña, se sentó con los hijos. Sentándose también el Kurupí en la estera junto a ellos, dijo:

            - Comamos.

            Comieron y al acabar la comida, dijo el Kurupí.

            - Ahora voy a dormir. Trae a mi hijo conmigo para que duerma.

            El Kurupí se tendió entonces en la hamaca. La mujer le trajo al hijo y se lo puso al lado. Una vez que el Kurupí se durmió, la mujer se puso a observarle con detención. Y dijo:

            - Este no es mi marido. Este no es mi marido. Este es el Kurupí.

            Llenó con premura una cesta espaldera con sus cosas. Luego alzó al hijo de la hamaca y lo sustituyó con un leño que puso sobre el pecho del Kurupí. Cuando acabó de hacer esto, cargó la cesta con sus cosas, púsola a las espaldas, acomodó al niño a su pecho dentro del typoí y huyó.

            Poco después despertó el Kurupí. Se levantó, salió afuera, y luego dijo:

            - ¡Ah!... La mujer me burló.

            Comenzó a llamarla a gritos al tiempo que emprendía su búsqueda:

            - ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

            La mujer, que observó al Kurupí ir en su busca, reinició su fuga. Cuentan que la mujer corrió y luego alcanzó a treparse a una rama alta de laurel. Desde su posición vio llegar al Kurupí debajo del árbol, llamándola:

            - ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás? Un uakarã que estaba posado en una rama del árbol cantó: "¡Mambuy! ¡Mambuy!".

            Ignorando el Kurupí que la mujer estaba subida al mambuy [el árbol de laurel], creyó que el árbol cantaba su nombre. Como no vio a la mujer, el Kurupí volvió entonces sobre sus pasos. Entonces descendió la mujer y echó a correr presurosamente hacia el monte. Cuentan que el Kurupí seguía diciéndose:

            - Esa mujer me burló.

            Reculando, el Kurupí se volvió nuevamente, vociferando:

            - ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

            Al escucharlo la mujer reinició su carrera, dirigiéndose a un gran tronco horadado, de cuyo interior saltó el sapo Cunauarú.

            - ¡Ah, Cunauarú-, dijo la mujer. ¡Te ruego que me libres del Kurupí!

            Se cuenta que, entonces, el Cunauarú hizo una cuerda con la resina de su cuerpo, por la que la mujer subió al hueco del árbol. Llegó el Kurupí y volvió a llamarla:

            - ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

            Entonces dijo el Cunauarú:

            - Ella está aquí.

            Al oírle, cuentan que la mujer suplicó al sapo que no permitiera subir al Kurupí.

            - No temas-, dijo el sapo a la mujer. Lo que quiero es matarlo.

            Cuentan que luego inmediatamente el Cunauarú embadurnó el tronco del árbol con la resina de su cuerpo. Llegó el Kurupí, rodeó el tronco con sus brazos y quedó adherido de la pelambre. Cuentan que ahí quedó muerto.

            La mujer descendió luego del árbol con el hijo y corrió hasta su casa.

 

 

 

EL KURUPÍ Y EL HOMBRE POBRE

 

            Cuentan que nadie sabía cómo se las arreglaban para sobrevivir un hombre y una mujer muy pobres, pues el hombre, de día, no encontraba ave alguna que pudiera cazar, y de noche, no se topaba sino con animales grandes.

            Cierta noche en que andaba de cacería por el monte, oyó un ruido, y desconociendo lo que fuese, aguzó el oído. Cuentan que el hombre se preguntó: "¿Qué será esto?".

            De pronto, se le apareció un Kurupí. Al mirarlo, vio el hombre que tenía una profusa cabellera, los pies vueltos para atrás y un garrote en la mano.

            - ¿Quién eres tú para andar de noche en la selva?-, le encaró el Kurupí. ¿Qué haces por aquí a estas horas? Corajudo eres para andar en medio de la selva tan a la noche.

            Dicen que el Kurupí, diciendo esto, levantaba la porra hacia el hombre.

            - Camino la selva buscando caza para mí-, contestó el hombre. Soy pobre y tengo mujer: por eso cazo. Cuando en las horas de sol no encuentro qué matar, cazo de noche para tener algo de comer con mi mujer.

            - Camarada-, dijo el Kurupí. Puedo ayudarte. Te daré todo lo que quieras. ¿Tienes tabaco?

            El hombre, en respuesta, sacó de su bolsa el tabaco, partió un pedazo y se lo dio.

            Como la noche estaba fría, el Kurupí hizo fuego, se sentó a su rescoldo, llenó su pipa de tabaco, le acercó una brasa, lo encendió y aspiró una bocanada. Luego de echar el humo, dijo al hombre:

            - Escucha, cuñado. Si todas las noches me traes tabaco, yo te proporcionaré la caza que gustes. Pero nuestro acuerdo no debe saberlo nadie más que tú. No se lo cuentes a tu mujer. No deseo que ella lo sepa, pues podría recelar de ti.

            Conversaron durante el resto de la noche y ya próxima el alba, el Kurupí se despidió del hombre. Diose vuelta y se marchó.

            A partir de entonces, cuentan que todas las noches, apenas la mujer dormía su más profundo sueño, el hombre se marchaba al monte llevando consigo el tabaco para el Kurupí. Llegando al sitio acostumbrado, encontraba al Kurupí ya sentado junto al fuego con la caza preparada para él.

            - Aquí está tu caza.

            - ¡Eh! ¡Eh!

            Y le entregaba entonces el tabaco.

            Pero la mujer comenzó a sentirse inquieta, inquiriéndose: "¿Dónde mi marido encuentra la caza cuando sale de noche? ¿Cómo puede ser tal cosa? ¿Cómo? Lo vigilaré".

            Y una noche, mientras el hombre se aprestaba para salir al monte creyendo que su mujer dormía, decidió seguirlo.

            Sin que lo sintiera su marido, fue tras él. Este llegó junto al Kurupí en el lugar acostumbrado, pero apenas lo vio, le dijo el Kurupí:

            - Cuñado, ahora concluye nuestro trato. Si bien has guardado el secreto, tu mujer acaba de descubrirlo. Deja que, por esta razón, ella acabe ahora sus días. ¿Crees que ella está lejos? ¿Que está en tu casa? No: ella está aquí. No eres culpable de lo que ella va a sufrir.

            Y diciendo esto, el Kurupí saltó, abalanzándose sobre la mujer, y la mató.

            El hombre, al verlo, enloqueció. Y huyó corriendo precipitadamente.

 

 

 

EL KURUPÍ Y LOS NIÑOS ABANDONADOS

 

            Un hombre, desesperado por la imposibilidad de dar de comer a todos sus hijos, decidió abandonar a dos de ellos, los más golosos, en medio del monte. En él los dejó y los niños anduvieron deambulando hasta que, subidos a un árbol corpulento, divisaron el fuego del Kurupí. Descendieron entonces del árbol y se dirigieron hacia el lugar donde la fogata ardía. Cuando llegaron, el Kurupí estaba asando un trozo de carne, y como estaban con hambre, pidieron un pedazo.

            - Abuelo, ¿me das un poco de carne?-, dijo uno de los niños.

            - Sí-, contestó el Kurupí y cortó un trocito de pierna que ofreció a los niños.

            Luego de comer, uno de los niños volvió a preguntar:

            - ¿Dónde está mi camino, abuelo?

            - Tú vas por aquí...; tú por aquí...; pasa debajo de un tronco grande; luego te das vuelta, te das vuelta y vuelves por debajo de mis testículos- dijo el Kurupí.

            Los niños fueron a cumplir lo dicho por el Kurupí. Llegaron al camino, pero no lo hallaron. Volvieron entonces a marcharse y encontraron al Kurupí en su casa. De nuevo volvieron a preguntarle:

            - Abuelo, ¿dónde está el camino? Nosotros no lo hemos encontrado.

            El Kurupí respondió:

            - Es este mismo.

            Dicho esto, los niños se fueron por él haciendo unas crucecitas por el camino. El Kurupí les aguardó, pero ellos no tornaron a aparecer. Fue entonces tras ellos el Kurupí gritando:

            - ¡Mi asado! ¡Mi asado!

            El asado le respondió desde la barriga de los niños:

            - ¡Ohó!

            Los niños llegaron a la orilla de un río y bebieron del agua para vomitar la carne del Kurupí. Este se acercaba vociferando, respondiéndole la carne ya devuelta por los niños desperdigada en el suelo. Ya era de día cuando los niños arribaron a la orilla opuesta, y ante esto dijo el Kurupí:

            - Huyeron ustedes felizmente. De lo contrario, yo los hubiera comido.

            Buscando su camino, los niños caminaron. Se encontraron con una acutí que rallaba mandioca y cantaba:

            Acutí pitá cunhem

            Los niños se aproximaron a ella. Le preguntaron:

            - ¿Qué está haciendo, abuela?

            - Rallo mandioca-, respondió la acutí.

            - ¿Dónde tienes tu "roza", abuela?- volvieron a preguntar.

            - No lejos de aquí. Está cerca-, respondió la acutí. Luego agregó: Vayan ustedes derecho por aquí y saldrán a casa de su madre.

            Los niños se marcharon en seguida. Poco después encontraron a un mono que comía frutas en el maizal de su madre. Le preguntaron:

            - Mono, ¿dónde queda la casa de mi madre? El mono respondió:

            - Si ustedes prometen no matarme, les diré cuál es el camino que conduce a la casa de su madre.

            Respondieron los niños:

            - No te mataremos. Enséñanos nuestro camino.

            - Sigan derecho-, dijo entonces el mono. El camino está cerca de aquí.

            Los niños se fueron y hallaron a su madre en la casa.

            Ella ya no los esperaba.

 

Fuente: MITOS INDÍGENAS DEL PARAGUAY. Edición, compilación, traducción de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR. Director editorial: PABLO LEÓN BURIÁN. Diseño gráfico: RAFAEL VILLALBA, Asunción – Paraguay 2011 (151 páginas).

 

 

 

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