PARAGUAY, HAZ COMO EAMI Y ABRE LOS OJOS
Por REBECA GONZÁLEZ GARCETE
rebecagonzalezg@gmail.com
Eami es monte. Eami es mundo. Y todos somos monte y mundo para alguien. Esto nos dice la última película de la realizadora paraguaya Paz Encina.
El terrible despojo y el nunca recuperable sufrimiento del pueblo ayoreo se pueden explicar, describir o abordar de diversas formas. La que elige Paz es la más poética y, quizá por eso, es la que cala más, la que se queda con uno más allá de la proyección.
Verla es entrar en una atmósfera diferente. Esto no es fácil. Ciertamente, puede costar liberarse de ataduras narrativas convencionales. Pero, con una apertura a nuevas experiencias, Eami se vuelve inolvidable. Desde los primeros instantes nos envuelve, nos hipnotiza. Imagen y sonido generan un hechizo del que es imposible escapar.
No se puede esperar menos de la autora de Hamaca paraguaya. Doce años después, ella presenta un trabajo impresionante desde todo punto de vista. La belleza está por doquier: en las imágenes, en el sonido, en los silencios, en la cadencia de las palabras y, claro, en el mensaje, que —como en aquella ópera prima— trasciende lo específico para volverse universal. El dolor de un pueblo se traduce en el propio, hay preguntas que nos punzan en el corazón y se quedan ahí para siempre. Eami nos impulsa a buscar respuestas, a buscar la sanación, la libertad.
EAMI: MONTE Y MUNDO PERDIDOS
Al inicio todo era ayoreo, cuenta una voz al inicio. El hogar, la felicidad, estaban en el monte. Pero, historia sabida de este y prácticamente todo pueblo indígena, la llegada de los blancos trajo destrucción a su paso. Los coñone —como les llaman los ayoreos— llegaron para no irse. Aparecieron para usurpar tierras, pisotear y exterminar culturas y cosmovisiones. Vivir con miedo se hizo la constante. El holocausto ayoreo tiñó el cielo de tristeza.
—No podremos volver —le dice el anciano a Eami, la niña protagonista cuyo nombre encierra ese monte/mundo.
—¿Nunca más? —pregunta ella.
—Si salimos, no podemos volver —responde el hombre.
¿Por qué tienen que salir? Si es su territorio. Tan claro como el agua, no obstante, sucedió, sigue y seguirá sucediendo este despojo si lo seguimos permitiendo.
De una manera sutil, que no solapa la violencia, se va relatando cómo vinieron los coñone a quitarles todo. Y con ellos vino el fuego. Ese destructor que solo deja cenizas. El viento advierte de esto, pero ya es tarde. No hay vuelta atrás.
“¿Puede un coñone cambiar nuestro espíritu de lugar?, ¿puede alguien quebrar el corazón del amigo de un pájaro?”. Son preguntas que quedan flotando. ¿Cuáles serán las respuestas? Soñamos que sean otras, no las que indefectiblemente son.
MEMORIA FRENTE AL OLVIDO
Característica de Paz Encina es su preocupación por la memoria. Eami debe llevar en sus ojos todo lo que fue y no volverá. La niña comienza su camino fuera del monte empapándose de lo que le rodea, pensando en sus seres queridos. Se preocupa por su querido amigo, Acojocái, de quien no sabe nada. Piensa a su padre, quien sigue aislado, sin contacto, y en ese pensamiento ve su rostro por primera vez. Eami también recuerda a su madre, quien le dio el nombre, su protección y cariño. Recurre a eso cuando se prepara para salir del monte. Porque la salida es inminente...
Ella debe absorber todo por última vez, para llevar consigo ese mundo… despedirse. Su último sueño en el monte es velado, en su imaginación, por el cobijo de su madre.
—Quise quedarme así para siempre —dice la niña.
—Hoy es para siempre, Eami —le dice el anciano y le apura.
Este hombre, con el rostro marcado por el tiempo, intenta curar a Eami con su sabiduría ancestral. Puede que su enfermedad sea la tristeza. “¿Cómo sanar una herida que tiene tantos dolores? … ¿Se curan las heridas alguna vez?”, son interrogantes que golpean. El dolor queda, y tal vez sea eso: habrá que sanar eternamente.
“¿Somos los mismos al perder a los que amamos?”. Otra pregunta esencial que se hace Eami y que podemos hacernos todos. ¿Qué nos queda después de la pérdida? Solo el recuerdo. Por eso, se le pide que guarde todo en sus ojos… y que los abra.
LENGUAJE DEL VIENTO
Si hay un personaje además del monte, es el viento. Es el que arrulla, el que envuelve, el que trae palabras y el que ruge ante la destrucción y la muerte. Se siente su furia como nunca. Pero también se siente su consuelo. Hay una secuencia sobrecogedora que resume esto, con un excepcional trabajo con el sonido y las imágenes.
Las voces llegan. El viento trae palabras, esparce sonidos de violencia que quedaron marcados entre las hojas de los árboles, en el silencio de los caminos. Hay sonidos que también muestran el miedo y la valentía de algunos que se resistieron. Esas voces de quienes estuvieron y ya no están. Palabras que hagan encontrar lo perdido o que consuelen. Parecen decir que nada será lo mismo.
SER LIBRES Y ABRIR LOS OJOS
Sin embargo, parece improbable volver a ser libres. Hay un momento en que se puede llegar a la libertad. Cuando nos miramos a los ojos. Es un gran mensaje de la película. ¿Somos realmente capaces de hacerlo?
“Algunos teníamos que abrir los ojos”, dice alguien que recuerda. En esos ojos está ese mundo resguardado. No hay que cerrarlos. Hay que abrirlos. Y, así como Eami, Paraguay también debe hacerlo. Recordar para no olvidar, para no repetir y restaurar… curar heridas eternamente.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
www.ultimahora.com
Sección CORREO SEMANAL
Sábado, 28 de Mayo de 2022