LA RECOMPENSA

(NOVELA) por GERARDO HALLEY MORA

Impreso en los talleres gráficos de la

Editora Litocolor, julio de 1980

**/**

AUTOPRÓLOGO: Confieso, amigo lector, que nunca ha entrado en demasía en mí ánimo cultivar el género novelístico. Pero me he decidido a abordarlo porque a raíz de la publicación de dos de mis libros, "La Palabra y los Días" e - Imágenes de un Tiempo en Fuga", mi buen amigo el brillante escritor Dr. Hugo Ramírez Alcalá, catedrático de la Universidad de California, me escribió una carta, conservada por mí con gratitud, diciéndome en ella: "Advierto que Ud. tiene todo un mundo que fácilmente se puede convertir en novelesco. ¿Por qué no lo convierte? Ese capítulo suyo de "El Santero" y lo que lo rodea, por ejemplo. Lo que Ud. nos pinta se potenciaría de auténtica y libre poesía"

Parecida sugerencia alentadora encontré en una carta del fino estilista literario Dr. Ramiro Domínguez. Esa gran dama de las letras paraguayas; Doña Josefina Plá tuvo, además, la amabilidad de aconsejarme con sus profundos conocimientos de la novelística, y ella es para mí un libro abierto. Roque Vallejos, talentoso joven y fecundo escritor, no me ha escatimado; tampoco, sus oportunas y valiosas observaciones críticas.

Siempre he creído que en toda obra la humildad debe presidir el afán de perfección. He tratado de ser así siempre. Y más allá de todo eso, esta novela también tiene su génesis en las impresiones causadas a un niño trasplantado desde su ámbito natural de la ciudad hasta el campo, durante unos años. Ese niño, en ese entonces, tuvo ocasión de maravillarse con las fascinantes historias o "casos" narrados en torno de las fogatas por los rudos hombres de la tierra. Relatos impresos indeleblemente en la maleable cera de la mente infantil de quien es hoy autor adulto. Aquella fantástica cantera digna de plumas más enaltecidas que la mía.

Este es, amigo lector, mi autoprólogo. Si "LA RECOMPENSA" logra ser un aporte, aunque fuese pequeño, a la más bien escasa novelística paraguaya, habré obtenido la más grande satisfacción.

EL AUTOR

**/**

Y COMIENZA LA NOVELA:

- La verdad es que existen razas indígenas en América cuyos miembros sorprenden por la blancura de su piel y sus cabellos rojizos.

El doctor Romero agitó su vaso y se oyó el tintineo del hielo dentro de la fuerte bebida. Sentado en un amplio sillón miró a los demás a través de sus gafas que le daban cierto aire intelectual. La habitación era cálida y confortable.

- Ahí está el caso de los Guayakíes de nuestro país-prosiguió. Yo he visto a varios de ellos con una apariencia muy peculiar. Muchas son las teorías expuestas sobre esos individuos, por otra parte reacios a incorporarse a la civilización. En lo cual tal vez tengan sus razones ...

El contador Giménez escuchaba atentamente.

- Sí. Algunas personas llegadas del interior del país suelen contar la forma cruel en que los blancos - o tal vez diríamos mejor los criollos - tratan a esa gente... Ahora, en cuanto a su tez clara y sus cabellos rojizos se me ocurre algo. He leído sobre la existencia de albinos y creo haber visto alguno no hace mucho.

- ¿Albinos? - Intervino una de las señoras presentes y lanzó una risita un poco tonta, mientras acercaba a sus labios una copita de licor. Y finalizó con simpleza:

- Es un nombre bastante bonito, ¿no?

Afuera el invierno que a veces endurece en exceso sus rigo-res entonaba una melopea de viento silbador y sorda llovizna. (…)